Hay en el mundo distintos tipo del huéspedes humanos del SARS-COVID-19
1) Los portadores asintomáticos
2) Los portadores con síntomas subclínicos
3) Los enfermos sintomáticos
4) Los enfermos sintomáticos graves que no se recuperan y mueren ya sea por no generar anticuerpos suficientes y/o por ser población de riesgo.
5) Los enfermos sintomáticos graves que se curan y generan inmunidad.
De todos estos huéspedes del SARS-COVID-19 sabemos que todos y cada uno de ellos tienen la facultad de contagiar la enfermedad mediante gotículas al toser, al estornudar o al escupir al hablar. Algunos expertos creen que puede esparcirse al relizar una respiración profunda incluso. Las gotículas parece pueden vivir en el aire hasta unas 3 horas y como máximo 17 días en superficies, lo que depende de numeros factores físicoambientales, constituyendo estas por tanto otra vía de contagio. Particularmente cuando no nos higiénizamos correctamente, cuando no mantenemos una distancia social prudente y cuando no desinfectamos las superficies contaminadas.
Lo que no se sabe sistemáticamente es la carga viral en estos grupos como tampoco de anticuerpos. Ni la correlación entre la carga viral y de anticuerpos. Básicamente el punto de inflexión cuando el sistema inmunológico pasa de ser un “enemigo” causante de inflamación y mucosidad, quedando los alvéolos pulmonares enquistados con virus y fibrosándose al morir sus células y tejidos (a diferencia del virus que siempre encuentra la forma de propagarse y replicarse), a ser un sistema inmunitario “amigo” armado con defensas contra el SARS-COVID-19.
Tampoco se sabe si hay personas que en contacto con el virus son inmunes naturales. Quizá por una cuestión genética o epigenética que impide a las glicoproteínas de la cápside que envuelve al virión encontrar los receptores blanco para ingresar a las células y replicarse, o quizás porque sus células diana carezcan de un cofactor o la maquinaria necesaria para la multiplicación exponencial viral.
Parece utópico pero todos estos datos podrían obtenerse actualmente mediante sencillos tests reactivos incorporados a un tapabocas o barbijo de uso obligatorio. Un cambio de color de una o más líneas o parches reactivos separaría a los que tienen antígenos de los que no; ergo a los que son portadores de los enfermos, y a estos de los que están sanos. A su vez el método sería útil para pesquizar inmunes naturales. La cantidad de líneas on parches reactivos en el tapabocas o barbijo podría revelar cualitativamente quiénes tienen una mayor carga viral. Los resultados de estos pacientes podrían cotejarse mediante una RT-PCR objetivamente, mediante sus síntomas clínicos, si es que los tienen, y mediante estudios por imágenes. Así el usuario del tapabocas o barbijo una vez que nota cambios en las líneas reactivas, o a un tercero de no poder o querer hacerlo el enfermo, podría llamar con antelación al prestador de salud correspondiente o a una línea de atención gratuita, para su oportuna y correcta derivación al centro hospitalario más adecuado, de ser necesario.
Los tapabocas o barbijos debieran ser diserñados con las tiras o parches reactivos en la cara interna del mismo para el contacto directo con las gotículas de cada persona, y poder verse a simple vista de ambos lados para la realización de una suerte de triage global en tiempo real y atender a todos los casos según dicten los protocolos ncionales e internacionales a tiempo. De estar afuera del tapabocas o barbijio las tiras o parches reactivos se generarían falsos positivos por estar expuestas al entorno. Incluso los que no tienen síntomas o tienen síntomas subclínicos, podrán tratarse aislándolos de sus familias y de la sociedad en su propia casa en tiempo real previniendo contagios. El estudio de la carga viral antes de salir de la cuarentena debiera ser obligatorio. Como el uso de tapabocas o barbijos luego de la cuarentena porque se desconoce si una persona podría recontagiarse de SARS-COVID-19 u otros virus respiratorios.
Estas medidas frenarían al virus, permitirían su pesquiza temprana, darían a conocer más datos sobre el virus per se y sobre los interrogantes que genera el accionar de los sistemas inmunes de cada persona. A partir de todos estos datos epidemiológicos podrían ajustarse los distintos tratamientos a las necesidades intrínsecas de cada infectado y hasta lograr hallar una subpoblación generadora de altos anticuerpos para la creación de una vacuna.
Sin perjuicio de los costos de la invención de un tapabocas o barbijo de estas características y su distribución, es importante, para no caer en la estigmatización y discriminación de las personas, diseñar y realizar una adecuada campaña de educación y concientización bio-psico-socio-moral de la población. Es aquí donde los profesionales de la salud mental se tornan indispensables para conformar equipos transdisciplinarios destinados a tal fin. También para evitar la violencia física y verbal como sus consecuencias que van desde el estrés postraumático crónico, a desórdenes o trastornos de ansiedad, angustia, depresión, personalidad, alimenticio, sueño-vigilia, psicosis, obsesivos-compulsivos, etc. Que aparezcan de novo o se reagudicen en quienes ya padecen rasgos de tales patologías o estén en tratamiento por tales patologías. Vale mencionar también a los trastornos de control de los impulsos secundarios a crisis epilépticas o al consumo de sustancias de abuso o causas idiopáticas que pudieren conllevar a una persona a cometer homicidio (en la Argentina más específicamente se dan casos de femicidio), al acceso carnal sin consentimiento o el suicidio.
Poner tapabocas o barbijos con tiras o parches reactivos a disposición de todos sería un tanto incómodo y caro quizás, pero también sería LA CURA contra el virus y sus cepas, al evitar su propagación y al permitir clasificar y actuar oportunamente a los profesionales de salud e investigadores, según la presentación de cada caso de SARS-COVID-19 en particular. Todo ello sumado al beneficio de poder hallar a aquellos que colaboren para la elaboración de una vacuna más rápidamente y los candidatos ideales para las diferentes fases de los ensayos clínicos. Se podría hasta hipotetizar una salida de la cuarentena más temprana con menos con ysecuencias negativas sobre la economía y la industria de ser posible que todos usen este invento de manera obligatoria y con conciencia bio-psico-socio-moral.
Más allá de las limitaciones dilucidadas, la realidad es que existen muy pocos datos que demuestran que los tapabocas o barbijos protegan debidamente a los individuos sanos de enfermedad. No obstante, los países asiáticos por lo general, implementan su uso como medida obligatoria. La estrategia asiática tiene más que ver con la psicología de la multitud que con los datos y la prevención de cualquier enfermedad que surja en países densamente superpoblados. Si todos usamos tapabocas o barbijos no habría estigma ni discriminación. Pero si un tapabocas o barbijo inteligente indica que su usuario está enfermo, mucha gente podría no querer ponerse uno o recurrir a la violencia, femicidio, suicidio, aparición de novo o agravamiento de enfermedades de salud mental o fenómenos de histeria y delirios colectivos.
Debería enseñarse a todos los habitantes del globo a tomarse en serio el uso de tapabocas o barbijos así como las advertencias de no saludar de mano ni abrazarse o besarse como solemos hacer los argentinos. El “choque de codos que recomienda la OMS” puede parecer gracioso, pero es una técnica legítima para prevenir el contagio y propagación del SARS-COVID-19
La clave en estos momentos de pandemia es el distanciamiento social extremo como forma de prevenir la transmisión del SARS-COVID-19 y generar inmunidad.
De acuerdo con los epidemiólogos, si fuera posible usar una varita mágica y un conjuro para hacer que todos se quedaran inmóviles en donde están durante catorce días, sentados a 1,8 metros de distancia entre sí, toda la epidemia se detendría de inmediato.
Lógicamente no hay varita mágica ni conjuro. Pero la meta de los cierres de emergencia y el distanciamiento social es aproximarnos lo más posible a esa inmovilización total.
Con el uso obligatorio de una tapabocas o barbijo diseñado de manera tal que detenga la transmisión, impida la propagación y detecte en tiempo real los casos de SARS-COVID-19 permitiría que la interacción humana no tenga que reducirse al mínimo y la pesquisa temprana de casos e implementación de su protocolo acorde. Se lograría una mejor distribución de los recursos, físicos y humanos, sin abarrotar los centros de salud, ni lo necesario para combatir la pandemia, prevaleciendo todos los principios de la ética.
Es éste el escenario en que los profesionales de salud mental nos volvemos indispensables, por más delirante que puede sonarle a muchos obligar a la gente a usar un tapabocas o barbijo detector de coronavirus. Debemos establecer estrategias para impartir salud mental y enseñar a no estigmatizar ni discriminar, puesto que la siguiente pandemia, es una del tipo bio-psico-socio-moral que nació con y sobrevivirá al, SARS-COVID-19.
Universidad del Salvador
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