La repercusión sobre la salud pública y el bienestar de los afectados por la enfermedad depresiva no para de crecer. Incluso las estimaciones más pesimistas realizadas hace algunos años se están quedando cortas ante el nivel de discapacidad y pérdida de la calidad de vida que se están observando en la actualidad. Solo su impacto económico, considerando bajas laborales, años perdidos de vida saludable, costes directos e indirectos del tratamiento e incluso muertes por suicidio se ha cuantificado en alrededor del 1% del PIB. Por ello se ha llegado a decir que la depresión es la plaga del siglo XXI.
La depresión es uno de los trastornos psiquiátricos más comunes con una prevalencia anual estimada entre un 2% al 3% para los hombres y en un 8% para las mujeres, situándose la prevalencia/vida alrededor de un 18%. Esto se traduce en que una de cada 5/6 personas padece, ha padecido o va a padecer depresión a lo largo de su vida.
Un estudio realizado en nuestro país (ESEMeD-España) arrojó una prevalencia/año global del 4,37% (2,33 en los hombres y 6,25% para las mujeres) y una prevalencia/vida del 11,47% (6,71 en varones y 15,85 en la mujer) siendo en España el problema más frecuente de salud mental.
Los límites del trastorno se han desdibujado y el significado del término ‘depresión’ ha quedado devaluado por la atribución coloquial a decepciones, pérdidas o contrariedades como un ‘bajón’ o una ‘depre’ que son superficiales y pasajeros y por supuesto no cumplen con los criterios que definen la enfermedad.
Sin embargo la depresión real tiene gran repercusión sobre las capacidades cognitivas y funcionales, dicho de otro modo, sobre el desempeño de los roles en la familia, el trabajo o la sociedad que el enfermo ejerce. Es bien conocido el déficit que el proceso provoca sobre atención, memoria, concentración y sobre lo que llamamos ‘función ejecutiva’, que no es otra cosa que la capacidad de planificar y decidir tan necesaria en la vida normal.
Así, las amas de casa se ven incapaces de asumir las tareas domésticas que son complejas y requieren previsión, resolución y responsabilidad. Los estudiantes no pueden centrarse, rendir ni superar sus evaluaciones. En el terreno laboral es igual de complicado, ya que se han perdido posibilidades de acción, la seguridad y se intenta seguir manteniendo el tipo. Así se llega al ‘presentismo’ como alternativa al absentismo, por miedo al despido. Una situación penosa que va minando la autoestima de la persona. Sería necesario un cambio en la legislación y una sensibilización en las empresas que reconozca esta realidad y favorezca su recuperación, por ejemplo con políticas de reincorporación flexible y gradual que ahora no existen.
Nos enfrentamos por tanto con una verdadera enfermedad que induce gran sufrimiento y severas limitaciones y en la que se da una terrible paradoja: a pesar de disponer de técnicas de psicoterapia y medicamentos que se han mostrado coste-eficientes para la mayoría de los casos, más del 50% de los enfermos depresivos no van a llegar a recibir el tratamiento adecuado. Una parte ni siquiera llegarán a ser diagnosticados correctamente.
Esto se debe a varias razones:
Un problema diferente es el de los enfermos con depresión que a pesar de recibir tratamiento de forma adecuada y después de varios intentos de cambio de los mismos no mejoran. Son las llamadas depresiones resistentes o refractarias al tratamiento. Esto conduce a la cronificación y a un proceso de desmoralización y desesperanza que acrecienta los síntomas y la repercusión del trastorno.
En estos casos es necesario recurrir a entornos especializados y soluciones más complejas. Se aplican terapias combinadas con asociaciones de fármacos, intervenciones psicológicas intensivas, hospitalización parcial o total y la alternativa última del denostado electrochoque, que sin embargo es aún el medio más eficaz del que disponemos.
La buena noticia es que hay investigación activa sobre el trastorno en los campos más avanzados: genética molecular, neuroimagen, neuropsicología, farmacología,… de los que esperamos resultados en un futuro próximo.
Antes, tenemos posibilidades nuevas de tratamiento, todavía excepcionales y que requieren más experiencia y evidencias científicas. Ya sea a través de los análisis de ADN para estudiar la eficacia o tolerancia a las distintas alternativas de tratamiento (tests farmacogenéticos), nuevos fármacos, como los derivados de la esketamina, o mediante técnicas de estimulación, como la estimulación magnética transcraneal profunda o la implantación de estimuladores profundos en el cerebro que funcionan con marcapasos que se controlan por telemetría.
Una enseñanza de un estudio pragmático que se llevó a cabo en Estados Unidos (STAR*D) y que se ha convertido en una referencia para el abordaje de estos enfermos, es que las estrategias secuenciales de cambio o potenciación de los tratamientos facilitan una mejoría adicional, en cada paso (hasta cuatro sucesivos), del orden de un 10% cada vez en enfermos que antes no habían respondido.
Por ello, no hay que tirar la toalla, hasta cuando nos parece que no hay nada que hacer, hay mucho por hacer.
Jerónimo Saiz
Catedrático de Psiquiatría
Universidad de Alcalá
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