En este work se reflexiona y se propone un modelo carencial para explicar cómo se puede generar la drogodependencia.
Este modelo se apoya en concepto de vínculo y en la droga como objeto transicional patológico.
Drogodependencia: un modelo carencial.
Fernando Mansilla Izquierdo.
Ayuntamiento de Madrid
E-mail: ferdinan@correo.cop.es
PALABRAS CLAVE: Vínculo, Objeto transicional patológico.
(KEYWORDS: Attachment, Patological transitional object.)
[2/2/2004]
Resumen
En este work se reflexiona y se propone un modelo carencial para explicar cómo se puede generar la drogodependencia. Este modelo se apoya en concepto de vínculo y en la droga como objeto transicional patológico.
Abstract
This work reflects and proposes a lack pattern to explain how the drugdependence can be generated. This pattern is based in the concept of attachement and the drig as a patological transitional object.
Parece que la madre del drogodependiente deseó el embarazo para utilizarlo como adherencia para taponar su propia pérdida.
Una madre con patología vincular, que ha sufrido deprivación afectiva y que la hace llevar ese cable vincular colgando hasta que nace el hijo al que espera para conectarlo el vínculo.
El drogodependiente tuvo que atravesar, pues, un período de frustración afectiva materna, si no carencia sí de insuficiencia relacional cualitativa (falta de adecuación profunda de la respuesta de la madre a las necesidades de su hijo) y quedó entre el deseo de afecto y una incapacidad para establecer una relación satisfactoria (Soulé y Lauzanne, 1.993)
Así algunos señalan carencias imaginarias que limitan los cambios afectivos con el mundo exterior y la realidad que él representa (Bergeret, Leblanc et cols., 1.988).
Y el vínculo que establece el hijo va de la culpa y el miedo a que la madre le castigue con el abandono, la pérdida de ella, la pérdida de objeto. El drogodependiente sufre constantemente con esa culpa y esa pérdida, tratando de repararla.
En términos de Winnicott (1982), la madre no seria lo suficientemente buena y por tanto no podría capacitar al hijo para enfrentarse al fracaso y para tolerar la frustración.
Dado ese tipo de carencia materna. Esta madre puede tener más de un hijo drogodependiente, tantos como necesite para sentirse completa.
Es posible observar una actitud ambivalente de la madre, transmisora de la patología vincular, para con el hijo drogodependiente, que es el depositario del núcleo depresivo de ésta y se ve obligado a hacer patente a través de la droga la depositación de la que es objeto, con el que intenta aliviar a la madre de su melancolía.
A menudo nos encontramos ante una madre físicamente presente pero depresiva, que hace rupturas continuas en su estado de ánimo dejando sobre los hijos múltiples experiencias traumáticas de separación, y un padre desvalorizado y ausente que no fue capaz de rescatar a la madre para él y le permitió fusionarse con el hijo.
Se sabe que la relación de apego es una conducta instintiva que tiene como objetivo el acercamiento y la unión con la figura materna o la proximidad de otros miembros de la misma especie (Schaffer and Emerson, 1.964).
La angustia de separación es un trauma básico e inevitable que reporta bien resuelto un paso hacia la autonomía y la capacidad para estar solo. Así pues, la angustia de separación o de abandono es una respuesta natural e inevitable (Bowlby, 1.969).
Para el niño es necesario encontrar personas con las que establecer vínculos afectivos de forma que tales personas ejerzan como figuras de apego. Figuras que les permitan discernir su YO del YO de los demás.
La falta de estas figuras e incluso la incapacidad de estas pueden generar la difusión de la identidad.
Así, todo investimiento posterior reactivará la herida temprana con una intensa angustia de abandono y surgirá la autoagresión como modo de buscar afecto.
Es frecuente encontrar progenitores o familiares significativos fallecidos cuando el drogodependiente era pequeño. Muchos de ellos han muerto de forma inesperada o traumática (Coleman y Kaplan, 1.980).
Experiencias de pérdida que generan duelos no elaborados y por tanto afectos dolorosos: ansiedad, culpa y depresión.
El drogodependiente suele haber padecido abandono o rechazo (personalidad abandónica) lo que le supone la fragilidad del Yo, lleno de fisuras que intenta cerrar con la droga. Quizás incorpora la droga para compensar un Yo agujereado, un narcisismo fallido. Narcisismo éste tan deficitario como el de la madre (Farias y Anghileri, 1.986).
El primer movimiento de búsqueda de droga suele realizarse durante la adolescencia porque es ésta una fase especialmente crítica, quizá porque reproduce el proceso iniciático y porque los conflictos de separación alcanzan un pico (Coleman, Kaplan y Downing, 1.988).
Es constatable que muchos adolescentes han consumido droga pero sólo algunos se convierten en drogodependientes. Es necesario que existan bases psíquicas, familiares y sociales predisponentes (Kalina, 1.988); para estos la droga como señala Chein y cols. (1964), es adaptativa, funcional y dinámica.
Se produce un estado que les lleva a la repetición cada vez más compulsiva. Es el mito del eterno retorno que se desvanece (Bulacio y otros, 1.988).
El drogodependiente desea salir de la situación simbiótica en la que es el objeto parcial de la madre, sin identidad propia. Además padece patología vincular y débil apego por percibir actitudes ambivalentes y temor a ser abandonado, lo que dificulta las identificaciones primarias.
Carencias identificatorias que limitan al sujeto a una pasividad ante presiones exteriores (Bergeret, Leblanc et cols., 1.988).
Podríamos pensar que el drogodependiente carece de identidad y trata de formarla a través de la droga, pero no es la droga la que le sustrae la identidad, sino que por tener en ella un hueco es por lo que el adolescente recurre a la droga.
No es la droga la que hace al drogodependiente si no a la inversa (Freda, 1.985). A partir de un sentimiento de vacío, la droga aparece como algo rellenante (Paz Strubrin, 1.986).
Quizá por ello Vera Ocampo (1.988) señaló que el vínculo del drogodependiente con la droga aparece bajo el doble signo de la necesidad y la exclusividad.
El drogodependiente se encuentra encerrado en el círculo narcisismo-madre fálica, expresando su imposibilidad de salir del consumo de la droga. Su narcisismo patológico le conduce a descargar la agresividad hacía afuera y a proyectar la culpa en los demás (Solé Puig, 1.983).
La madre es cómplice en la burla de la Ley, de modo que la Ley queda desvalorizada; pero el drogodependiente la persigue inútilmente con constantes acting-out, por eso comete delitos inexplicables y absurdos, no roba por conseguir un bien ajeno sino para ser descubierto y para que se le pongan límites, ya que posee un débil superyo.
Olievenstein (1.986) ve en el drogodependiente un pasado traumatismo simbólico o real, denominado el estadio del espejo roto, alrededor del cual se organiza una búqueda de identidad que lleva sucesivamente al estadio de la desmesura, a la ambivalencia andrógina y al estado de la fusión con el producto. El drogodependiente juega con la muerte (coma por tóxico) y una vez superada se siente reconfortado se ve más fuerte porque la ha vencido. Aunque sólo corre el riesgo para tener derecho a vivir, para ser una persona porque carece de sentimiento de existir, de ser un individuo. Para algunos drogodependientes el juego acaba con el conocimiento de su seropositividad y para los más con el desarrollo de la enfermedad.
Persiguiendo su identidad los drogodependientes realizan movimientos hacia la independencia y separación. La separación le angustia, por eso lo intenta de forma brusca y desesperada, de manera que la separación siempre resulta fallida, por lo que todos de un modo u otro continúan dependiendo de la madre.
Funciona la relación cuya característica es que las interacciones afectivas son regidas por la pseudomutualidad (Wynne y Rickoff, 1.958) y la pseudohostilidad (Wynne, 1.961) en las que está prohibida la divergencia y la identidad. La falta de límites les impide decir NO.
Por eso, el drogodependiente y su familia pasan de la brusca separación a la reconciliación fusional.
El objeto transicional simboliza a la madre y su utilización la reunión con ella (Winnicott, 1.982). Por tanto disminuye la angustia de separación permitiendo al niño soportar mejor las ausencias de la madre y facilitar el proceso de separación-individuación (Mahler, 1.969).
La entrada en la adolescencia es el inicio de segunda etapa de separación-individuación.
El renacer pulsional durante la crisis de adolescencia y la confrontación ante la obligada independencia y separación llevan al drogodependiente a buscar la seguridad en un objeto transicional patológico (Paz Strubin, 1.987) cuya función no será representar a la madre para elaborar su ausencia sino sustituirla. La droga le produce el beneficio de obturar la angustia, la posibilidad de negar la pérdida y cubre su deseo de independencia con ella como objeto exclusivo. El objeto transicional patológico parece evitar no sólo, el sentirse solo, sino también el sentirse abandonado. De forma que lo que termina construyendo es un "Yo fingido".
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