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Estilo de vida, salud y sociedad de la información. 1

  • Autor/autores: Eulàlia Hernández i Encuentra; Manuel Armayones Ruiz; Lourdes Valiente i Barros.

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Artículo | Fecha de publicación: 17/07/2008
Artículo revisado por nuestra redacción

¿Sociedad tecnológica? No. El uso que la persona hace de la tecnologíaParece que aún no hay un acuerdo establecido sobre cómo llamar a nuestra sociedad. Los sociólogos destacan algunos aspectos que podrían ser considerados clave: la información, el conocimiento, y la Red como forma de estructura y expresión; de este modo hablaríamos de la Sociedad de la información, Sociedad de la inf...



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¿Sociedad tecnológica? No. El uso que la persona hace de la tecnología

Parece que aún no hay un acuerdo establecido sobre cómo llamar a nuestra sociedad. Los sociólogos destacan algunos aspectos que podrían ser considerados clave: la información, el conocimiento, y la Red como forma de estructura y expresión; de este modo hablaríamos de la Sociedad de la información, Sociedad de la información y el conocimiento (Castells, 2002) o de la Sociedad Red (Castells 2000). En los tres apelativos existe un acuerdo mayoritariamente establecido: la información (comunicación del conocimiento) se configura como la base de las relaciones de producción, de las experiencias y de las relaciones interpersonales (los tres procesos alrededor del cuales los sociólogos organizan las sociedades) y la Red sería una forma de representar la estructura compleja de esas relaciones.



Hasta ahí parecería que nos hemos olvidado de la tecnología y, ¿no sería el uso de la tecnología el elemento definidor de nuestra sociedad? Si así fuera, sería más adecuado usar los términos de Sociedad tecnológica o Cibersociedad (Jones, 1998), o Sociedad On-line (Howard y Jones, 2003) poniendo énfasis en las experiencias de uso personales de la tecnología (Lorca y Jadad, 2006).



Si bien el acuerdo respecto al papel de la información en la sociedad es amplio, no está claro el papel que ejerce la tecnología. Su presencia es innegable, así como su importancia, pero queda por establecer si su papel es el de causa de los cambios en la sociedad, el de consecuencia de ellos o el de un elemento en covariación con ellos.

“The current commercially run, communication oriented internet emerged only after a long process of technical, organizational and political restructuring.” (Abbate, 1999, p2).



Siguiendo la frase de Abbate (op cit), autores como Anderson y Tracey (2001); Wellman y Haythorntwaite (2002); o Castells (2002) proponen una nueva perspectiva, presentando la tecnología como una forma de expresión de la sociedad y su evolución. De acuerdo con ello, la tecnología (internet, banda ancha, ipods, domótica, telefonía móvil…) sería un conjunto de instrumentos que usan las personas para sus actividades diarias. Sin duda nuevos instrumentos, pero las necesidades que cubren siguen siendo las tradicionales y clásicas. De este modo, la tecnología vehicularía el cambio social y no sería la causa de éste. Porque, a pesar de que la tecnología se ha establecido en todas las esferas de la sociedad y proliferan las “e” en cada una de las disciplinas y campos sociales, no todo el mundo la usa (p.ej. las personas mayores manifiestan que no les interesa o no la necesitan). Es más, tomando internet como uno de los elementos tecnológicos principales, sigue persistiendo la idea de trasladar al plano online las actividades de la propia vida. Y ello es tomado por algunos como el mantenimiento de la separación entre el mundo real y el mundo virtual (Howard y Jones, 2003; Selwyn, Gorard y Furlon, 2005), y otros identifican como el principio de la fusión e indisolubilidad entre ambos mundos (Armayones y Hernández, 2007). En consecuencia, parece difícil sostener que sea la tecnología únicamente la que está promoviendo los cambios sociales.

Los tres elementos señalados hasta el momento (comunicación, Red y tecnología) se configuran alrededor de la persona como eje central de la sociedad. La persona es quien teje su proyecto de vida, la que debe disponer de la información y medios necesarios para dirigir su actividad personal y laboral de manera ágil, flexible y segura. Es ella la que debe establecer su propia red dinámica de relaciones. Con lo que no debería extrañarnos que algunos estudios muestren que es precisamente la persona que tiene un proyecto personal propio e independiente quien revelen unos índices más altos de uso de la tecnología (Castells y Tubella, 2002).



Numerosos estudios sobre la sociedad actual se detienen en el análisis de dos elementos básicos de la conducta humana: a) la comunicación, señalando que actualmente la persona tiene la posibilidad de estar en contacto permanente con sus congéneres (Katz y Rice, 2002), aunque se trate de un contacto controlado a voluntad (Rheingold, 2002); y b) la descripción y la comprensión del estilo de vida de los ciudadanos (Anderson y Tracey, 2001). Este segundo es el enfoque que adoptamos en el presente artículo.

Nuevas sociedades, nuevos estilos de vida

En las ciencias psicosociales existe un acuerdo en considerar el estilo de vida como un patrón de conductas que organiza la vida cotidiana de las personas en un contexto social y cultural. En relación con la salud, el estilo de vida, que tradicionalmente se ha referido a las conductas que representan factores de riesgo para la salud (p.ej. hábitos tabáquicos, baja actividad física, dietas desequilibradas…), presenta hoy día una posición más positiva focalizando su estudio en las conductas cotidianas que promueven la salud y la calidad de vida de las personas (Cockerham, 2000).



En este marco, cabe destacar dos elementos que consideramos importantes. El primero de ellos es que habitualmente el estilo de vida está considerado como un conjunto de conductas aisladas. Hecho que afecta la práctica de la salud pública, concretamente los programas de intervención actuales que intentan cambiar conductas específicas (por ejemplo los hábitos de sueño) sin considerar el contexto ni la incidencia sobre otros ámbitos de la vida de la persona (la vida familiar y horarios de comidas, p.ej.). (Coreil, Levin y Gartly Jaco, 1992; Boixadós, Pousada y Valiente, 2005).



El segundo se relaciona con la rutinización de la conducta de las personas. Si el estilo de vida es un conjunto de conductas cotidianas, y que por tanto no necesitan ser decididas en cada momento (Rodríguez-Suárez y Agulló, 1999), la acción consciente de las personas respecto al estilo de vida que adoptan sólo sería imprescindible ante la situación de un cambio en su estilo de vida, y no para el mantenimiento de un estilo una vez adoptado.



Por ello, será especialmente importante estudiar el estilo de vida en nuestra sociedad cambiante; que está sufriendo cambios cualitativos importantes acompañados por la incrustación de las tecnologías de la información y la comunicación en nuestra vida cotidiana, donde la salud y su cuidado han dejado de ser la mera ausencia de enfermedad para ser un bien de consumo y disfrute. Consumo que parece desaforado a tenor de la proliferación de productos y publicaciones con contenidos eminentemente dirigidos a potenciar y promover la salud y el bienestar, haciendo un gran hincapié en los aspectos más psicológicos de estas amplias dimensiones (satisfacción, autoestima, felicidad…).



¿Qué cambios sufre el estilo de vida de las personas en la sociedad actual?; ¿Podemos identificar claramente efectos favorables y adversos para nuestra calidad de vida y bienestar? Nuestra respuesta a ambas preguntas defiende que cualesquiera que sean los efectos, éstos no van a depender tanto de la tecnología o de la sociedad, sino de las personas que utilizan la tecnología y viven en esta sociedad tecnificada. Ellas deberían ser provistas de los conocimientos y formación necesarios para vivir saludablemente con la tecnología. Veámoslo.

Nuevos estilos de vida; ¿Cambios en la calidad de vida?

A la luz de las características de la sociedad del conocimiento creemos que los patrones clásicos de estilo de vida son insuficientes para entender nuestra conducta y su relación con la salud y calidad de vida en esta sociedad actual inmersa en la tecnología, la información y la Red. Por una parte, ahora más que nunca la información y el conocimiento a los que acceden los ciudadanos están posibilitando que éstos sigan patrones de conducta saludables. Los ciudadanos del siglo XXI parecen más saludables puesto que fuman menos, van al gimnasio dos o tres veces a la semana, siguen una dieta rica en cereales, frutas y hortalizas, realizan controles de salud, etc. Pero también forma parte del estilo de vida la forma en qué se realizan estas actividades de la vida diaria, y en cómo se viven.



Así, en una sociedad que ha sido descrita como descentralizada, multitarea, multirol, sincrónica, líquida (Castells, 2002; Wellman y Haythornthwaite, 2002; Bargh y McKenna, 2004; Bauman, 2003), parece que nuestro estilo de vida puede fácilmente definirse a partir la necesidad de gestionar una gran cantidad de tareas de forma simultánea, y de nuestra interacción generalizada con la tecnología. Por ejemplo, un ciudadano común de nuestra sociedad lleva el teléfono móvil conectado las veinticuatro horas de día, juega a golf o va esquiar los fines de semana, va al gimnasio dos o tres veces por semana, está matriculado en la academia de inglés, se programa unas vacaciones a Estados Unidos o un safari fotográfico para todo su mes de vacaciones, visita grandes superficies comerciales varias veces al año, va de rebajas el primer día, ve la televisión hasta las dos de la mañana sintonizando distintos canales, sigue los programas de telebasura para poder comentar con los compañeros de trabajo, está dado de alta al Messenger y chatea diariamente con cuatro o cinco amigos a la vez, envía o reenvía mensajes de correo electrónico a los amigos diariamente, está leyendo el último bestseller de moda, sigue una dieta, tiene navegador en el coche, una pda como agenda telefónica, realiza gestiones a través de un dispositivo electrónico a distancia, juega con la wii en familia… Este patrón de conducta (que puede parecer excesivo pero es real), permite a la persona sentirse miembro de la sociedad, “estar al día”, ser como los que le rodean, ser igual de importante que los demás. Y ello le sirve para identificarse y definirse como una persona de su tiempo.

Sin embargo, la necesidad de realizar treinta tareas diarias, tres o cuatro de ellas en paralelo, ejerce una presión temporal sobre la persona que desemboca fácilmente en la experiencia de sentimientos de insatisfacción, de frustración y de culpa. La persona se lamenta porque se cree incapaz de controlar las tareas de su vida diaria y tiene la ilusión de que si incorpora dispositivos de última tecnología a su vida, podrá tenerlo todo apuntado, todo ordenado, podrá trabajar más, y realizar todas las tareas que no puede completar en el día.



Esta ilusión está formada en base al aura de modernidad, reconocimiento social y en definitiva de valoración positiva respecto al uso, y sobre todo al uso intensivo de la tecnología. En determinados contextos sociales y profesionales es realmente difícil afirmar, sin ser sospechoso de “disidente” que el uso de las tecnologías debe modularse igual que cualquier otra cosa. Que no es inadecuado apagar el teléfono móvil al llegar a casa, que el tener un servicio de correo electrónico asociado a nuestro móvil no implica tener que contestar los mensajes en el momento de recibirlos, y en definitiva que no siempre se está localizable o simplemente que en ocasiones una persona puede decidir “no estar localizable”.



Así nos encontramos con hombres y mujeres con herramientas tecnológicas en los sitios más insospechados, y en muchas ocasiones no consiguen tener la sensación de que realmente estén consiguiendo aprovechar mejor el tiempo por adelantar tareas, sino que dichas tareas pasan a ser programadas para realizarse en los “espacios muertos” (por ejemplo la sala de embarque de un aeropuerto, o en las gradas de un estadio de deportes). Con ello, la persona continua con la misma sensación de carga y presión laboral que hace unos años cuando no disponía de tanta tecnología. ¿Es ésta la mejor solución de entre las posibles? Seguramente no, porque se acrecientan los pensamientos como: “no llego”, “necesito más tiempo”, “deseo disfrutar más de la vida”, “estoy siempre corriendo y no llego a nada”… y la ilusión de control se quedó en una mera utopía.



Paradójicamente, para recuperar las riendas de la vida multitarea, la persona realiza actividades que le permitan liberar tensión y olvidar la sensación de falta de control (taichi, stretching, pilates, spinning, artes marciales, yoga, ikebana...) lo que le lleva a tener aún más tiempo ocupado, más tareas a realizar y menos tiempo disponible. En estas situaciones “la solución intentada”, la manera de enfrentarse a un problema de “estrés” o de “necesidad de desconectar” se acaba convirtiendo en otra fuente de estrés si cabe aún mayor. A todo esto, muchas organizaciones establecen políticas de conciliación que analizadas en profundidad no tienen el efecto esperado, y probablemente en muchas ocasiones es porque los propios empleados-ciudadanos no son capaces de beneficiarse de ellas.



Hay muchas personas que son plenamente conscientes de haberse subido a un carro trepidante y que pueden disfrutar del camino, sobre todo en sus vidas laborales. Quizás sacrifican aspectos de su vida personal que consideran menos prioritarios o porque piensen que vendrán tiempos en los que no deberá trabajar con tanta prisa. Pero también hay muchos ciudadanos que se ven inmersos en los cambios del estilo de vida acaecidos en nuestra sociedad sin haberlo elegido, y entre ellos están aquellos que tienen dificultad para adaptarse a la tecnología por distinto motivos (nivel de formación, edad, situación personal o simplemente posición ante la vida). Estas personas pueden experimentar incomodidad, desconfianza e inseguridad y puede aparecer en ellos la sensación de que se vive en un mundo impredecible, poco fiable, incontrolable e inseguro. Justo lo contrario de lo que las personas necesitan para mantener su salud, bienestar y felicidad (Avia y Vázquez, 1998), por lo que hay que pensar en estrategias que permitan que toda la sociedad pueda incorporar la tecnología en su estilo de vida cotidiano y beneficiarse de ella. Un ejemplo de ello son la política de la unión europea i2010, o las iniciativas del Instituto para la Innovación y Bienestar Ciudadano I2BC del Parque Tecnológico de Andalucía.

¿Y entonces?

Si algo no tiene sentido en una sociedad cambiante, que requiere a sus ciudadanos una velocidad de adaptación muy superior a la que debían tener ciudadanos de otras épocas, es una “receta” para solucionar los problemas.

Y aún así somos conscientes de que lo más fácil pudiendo acceder a inagotables fuentes de información, experiencias, testimonios, etc, sería dar una receta a modo de material de instrucciones o de autoayuda. Sin entrar a valorar el nivel científico de muchos de estos textos vale la pena destacar que su efecto no parece ser el esperado, al menos para sus lectores, habida cuenta de que en muchas ocasiones acumulan textos sin acabar de encontrar el sosiego esperado en una espiral interesante desde el punto de vista editorial, pero quizás no tanto desde el de la salud.



Desde nuestro punto de vista la estrategia para lograr que muchas personas perciban realmente cómo el nuevo estilo de vida incrustado de tecnología aumenta su bienestar, su calidad de vida y en definitiva, y utilizando terminología al uso, les hacen “más felices” requiere abordar la complejidad del problema desde varios frentes. Apuntemos simplemente algunos datos de cómo este proceso ya se ha iniciado y como creemos que puede continuar.



Refiriéndonos a estrategias de promoción de la salud y prevención de los efectos derivados de un estilo de vida como el descrito para muchos ciudadanos de la sociedad de la información y el conocimiento, se podría intervenir a varios niveles:



• A nivel de análisis de las necesidades y percepción que tienen los ciudadanos sobre las demandas –múltiples y simultáneas- de esta nueva sociedad en la que ya estamos absolutamente inmersos. Son por tanto necesarios estudios rigurosos en los que se analicen las experiencias de los usuarios.



• Asesorando a organizaciones públicas y empresas sobre como casar adecuadamente las posibilidades tecnológicas con las necesidades de los usuarios a través del seguimiento y análisis de la evolución de distintas variables individuales como las de satisfacción, tipo de uso de la información, cambios decisionales, efectos psicológicos positivos o negativos, etc.



• Analizando detenidamente los movimientos sociales que han empezado a centrar su atención y actuación precisamente sobre los cambios en el estilo de vida determinados por las nuevas tecnologías y sus efectos sobre las personas: tanto a nivel físico como psicológico.



Pero en cualquier caso, el objetivo de todos debe ser el devolver el control de la propia vida al ciudadano, favorecer la autorregulación y, en definitiva, contribuir a que las personas “serenen” su estilo de vida y puedan utilizar las nuevas tecnologías de la manera más adecuada para aprovechar todas sus posibilidades sin perder por ello la serenidad necesaria para rendir al máximo, tanto en lo profesional como en lo personal.

Referencias

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