Autor/autores:
Laiana A. Quagliato y Antonio E. Nard
El trauma infantil tiene consecuencias devastadoras tanto para las víctimas como para la sociedad en general. El maltrato durante la infancia incrementa significativamente el riesgo de que las personas desarrollen trastornos psiquiátricos en la edad adulta, afectando gravemente su calidad de vida. En particular, los traumas infantiles de naturaleza interpersonal, intencional y cr&oa...
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El trauma infantil tiene consecuencias devastadoras tanto para las víctimas como para la sociedad en general. El maltrato durante la infancia incrementa significativamente el riesgo de que las personas desarrollen trastornos psiquiátricos en la edad adulta, afectando gravemente su calidad de vida.
En particular, los traumas infantiles de naturaleza interpersonal, intencional y crónica, se han asociado con un aumento en las tasas de depresión, ansiedad y un mayor riesgo de desarrollar trastornos por consumo de sustancias. A pesar de la clara asociación entre el maltrato infantil y la salud mental en la adultez, aún no se comprende completamente cómo contribuye el trauma en la infancia al desarrollo de estos trastornos.
La evidencia científica sugiere que el impacto del trauma en el desarrollo neurológico depende tanto de la ventana temporal en la que ocurre el maltrato como de la cantidad de episodios traumáticos vividos. Estos factores pueden influir significativamente en el pronóstico de los trastornos mentales en la adultez, y este hallazgo se correlaciona con los modelos de psicotraumatología utilizados para trastornos relacionados con el trauma, como el trastorno de estrés postraumático (TEPT).
En el caso del TEPT, se han identificado cuatro trayectorias sintomáticas diferentes que siguen los individuos después de experimentar un evento traumático. Estos patrones incluyen: la vía resiliente, donde los individuos mantienen niveles bajos de síntomas de manera constante; la vía crónica, caracterizada por altos niveles de síntomas persistentes desde el inicio; la vía de recuperación, donde los síntomas son elevados al principio pero disminuyen con el tiempo; y la trayectoria de aparición tardía, en la que los síntomas son bajos inicialmente pero aumentan con el tiempo.
Entre más severo sea el trastorno postraumático, más difícil resulta su tratamiento, lo cual es especialmente cierto en los casos de TEPT complejo, que a menudo es resistente a las terapias convencionales. Usando el TEPT como ejemplo, se puede entender cómo el trauma acumulado puede generar una carga alostática, un concepto que se refiere a la acumulación de estrés crónico que afecta múltiples órganos y sistemas en el cuerpo, lo que lleva a una desregulación fisiológica. En casos extremos, esta sobrecarga alostática puede desencadenar enfermedades físicas o mentales.
El trauma infantil es uno de los precursores más comunes de la sobrecarga alostática, y esta acumulación de estrés no solo afecta el equilibrio fisiológico del cuerpo, sino que también activa el sistema inmunológico de manera desregulada.
Se ha planteado la hipótesis de que esta activación inmunológica crónica podría desempeñar un papel en las alteraciones del sistema nervioso central observadas en muchos trastornos mentales relacionados con el trauma. La relación entre la activación del sistema inmune y los trastornos mentales subraya la complejidad del impacto a largo plazo del trauma infantil, lo que requiere un enfoque integral para su tratamiento y prevención.
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