Como a mediados de Septiembre de cada año, volvemos a la vuelta al cole (valga la redundancia). Poco a poco se nota en el tráfico de las ciudades, las dificultades para aparcar, la estrechez de los días (con cada vez menos horas de Sol) y el bullicio continuo en el transporte público, las calles o los centros de trabajo. Se acabó el asueto y toca volver a trabajar (quien pueda, claro).
Hemos vivido unos cursos marcados por la pandemia. Éste quizá sea el primero desde mediados de 2020 donde realmente se vive ya una 'vieja normalidad', o casi, sea lo que sea que es eso. Y si la pandemia ha destrozado vidas, haciendas y proyectos, y su saldo ha sido ciertamente devastador sobre nuestro país, si algo positivo nos ha traído, entre otras cosas, es la visibilización de la importancia de la Salud Mental. Con mayúscula. Aunque habrá políticos que quieran apuntarse el tanto, desde luego el principal mérito ha venido, por una parte de la sociedad, que rompiendo estigmas ha reivindicado su derecho a tener atendida esta parte tan fundamental de su salud global; y, por otra parte, de una clase psiquiátrica que por primera vez en mucho tiempo se ha mostrado orgullosa de la importancia de su profesión y unida en la consecución de objetivos que nos benefician a todos. Véase, por ejemplo, la fusión de las asociaciones profesionales SEP y SEPB en una única sociedad científica (SEPSM), cuya junta directiva acaba de anunciar su renovación. O la aprobación de la especialidad de Psiquiatría Infantil.
Sin embargo, hasta ahora prácticamente lo único que hemos hecho es anunciar el anuncio de que vamos a invertir más y mejor en Salud Mental, pero damos pocos pasos, con miedo, y a veces tomando decisiones incomprensibles. Que si contratamos un profesional más por aquí para que ayude a la prevención del suicidio. Que si desarrollamos tal programa de atención a la psicosis que llevaba años guardado en un cajón. Son pequeños avances necesarios, claro, y se agradecen. Pero lo que necesitamos es realmente un impulso fuerte, decidido y firme en prevención, sensibilización y aportación de recursos económicos y humanos. Y si, por ejemplo, no se entiende que rechacemos la financiación de la primera terapia innovadora en depresión en décadas, es de agradecer que ya nadie (o casi nadie) cuestione que estar deprimido, sufrir psicosis o incluso padecer una adicción no son problemas inventados, malestares de la vida cotidiana, u obstáculos de espíritus endebles.
Pero para que este impulso a la Salud Mental se produzca, como digo, no debemos abandonar lo fundamental: unidad de los profesionales. Y unidad, ¿en qué? Cada uno votará a quien quiera, comerá lo que le guste o incluso preferirá leer a un clásico u otro de la Psicopatología. Unidad no es uniformidad absurda. Es firmeza en permanecer juntos en algo que da sentido a nuestra profesión: por un lado, claro, el impulso de ayudar a nuestros enfermos (los últimos entre los últimos), pero, por el otro, el compromiso claro de hacerlo desde la ciencia. Sin permitir interferencias y discursos trasnochados y defendiendo el derecho fundamental de cada paciente a ser tratado según estándares científicos y validados, y no según la "orientación" de cada terapeuta. Así nos haremos valer, y así haremos valer a los más importantes: los que padecen las crueles embestidas de la enfermedad mental. Nuestra razón de ser.
Imagen: PMFarma.
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