Los centros de consumo higiénico o de menor riesgo son dispositivos que en estos últimos años han aparecido en la escena como recurso para la atención de algunas subpoblaciones de usuarias de drogas, heroinómanas en sus orígenes, bien aceptados por usuarios y ciudadanía en general. Con importante incidencia mediática, mucha retórica e incomprensión en sectores vecinales no siempre bien fundamentadas en los datos de las muchas experiencias que en la actualidad están en curso. La mayoría de quienes acuden a estos centros admiten menores consumos en lugares públicos, tener más tiempo para el descanso y mayor atención a la salud. Sin incrementos en los consumos ni en la inseguridad ciudadana en el entorno urbano. Reclaman su derecho a la salud y su derecho de ciudadanía. Y los resultados parece ser que avalan la validez de estos centros como recursos de salud pública.
Ese Bilbao que tanto ha cambiado su imagen en una década, en ese tránsito de la ciudad industrial a ciudad acogedora y de servicios, presenta nueva carta de presentación para foráneos. También sus gentes. Pero atendiendo a algunas noticias de prensa del verano pasado ?2003- pareciera que hay divisiones importantes en el vecindario. Leemos en un periódico unos titulares que hacen preocuparme: ?los vecinos de la narcosala de Bilbao critican que la atención a los toxicómanos se concentre en su calle?, más noticias de prensa e imágenes en diferentes canales de televisión.
Conocemos las experiencias y a profesionales de centros ubicados en Ginebra, Barcelona, Madrid y Amsterdam. También hemos seguido los acontecimientos sociales relacionados con los nuevos dispositivos sociales y sanitarios que se han ido generando para la atención de las gentes más desfavorecidas y en concreto para la atención de las personas que tienen el infortunio de caer en la drogodependencia de alguna sustancia. Aunque ya no es noticia ni existe conflicto alguno, aun están frescos los terribles enfrentamientos relacionados con el centro de noche Hontza en el barrio bilbaíno de Zamakola.
Antes, también los padecieron, y en diversas ocasiones, quienes dinamizaban desde la comisión antiSida de Bizkaia los programas de jeringuillas y de educación sanitaria. Y esa congregación de monjitas de La Merced que decidió impulsar una residencia para hacer más llevaderos el último período de su vida a jóvenes con Sida. O cuando las instituciones públicas, ante la demanda existente, plantearon crear un centro para gitanos afectados por su dependencia a drogas ilegales en el alto de Miraflores.
Polémicas importantes también las hubo cuando en noviembre de 1991 se creó en Bilbao el primer centro de dispensación de metadona de Osakidetza, allí en Conde Mirasol. Era también un centro de nuevo, con programas de reducción de daños y riesgos, desconocido su funcionamiento en Bilbao y por ello hubo muchos recelos. Después llegaron las paradas del ?Bus de la metadona? de Txurdínada y Basurto. Hoy una veintena de centros y más de un centenar de farmacias del País Vasco son lugares donde con absoluta normalidad y discreción se dispensa la metadona.
¿Derecho a ciudadanía de quienes se drogan?
Iñaki Markez (*); Estíbalitz Bartolomé; Mónica Póo; Alaitz Picaza; José Mª Marco; Lucía Iturriaga; María Segador; Miren Ahedo; Unai Elordui (**)
(*) Psiquiatra y especialista en salud pública y drogodependencias. Osakidetza.
(**) Equipo del Centro de Consumo Higiénico de Médicos del Mundo. Bilbao
Médicos del Mundo. C/Bailen 1. Bilbao.
Tfno: 94. 4790322;
E-mail: medicosdelmundo@euskalnet.net
PALABRAS CLAVE: Centro de consumo higiénico, Exclusión, Nimby, Derecho a la salud, Drogodependiente.
[2/2/2004]
Resumen
Los centros de consumo higiénico o de menor riesgo son dispositivos que en estos últimos años han aparecido en la escena como recurso para la atención de algunas subpoblaciones de usuarias de drogas, heroinómanas en sus orígenes, bien aceptados por usuarios y ciudadanía en general. Con importante incidencia mediática, mucha retórica e incomprensión en sectores vecinales no siempre bien fundamentadas en los datos de las muchas experiencias que en la actualidad están en curso. La mayoría de quienes acuden a estos centros admiten menores consumos en lugares públicos, tener más tiempo para el descanso y mayor atención a la salud. Sin incrementos en los consumos ni en la inseguridad ciudadana en el entorno urbano. Reclaman su derecho a la salud y su derecho de ciudadanía. Y los resultados parece ser que avalan la validez de estos centros como recursos de salud pública.
Ese Bilbao que tanto ha cambiado su imagen en una década, en ese tránsito de la ciudad industrial a ciudad acogedora y de servicios, presenta nueva carta de presentación para foráneos. También sus gentes. Pero atendiendo a algunas noticias de prensa del verano pasado –2003- pareciera que hay divisiones importantes en el vecindario. Leemos en un periódico unos titulares que hacen preocuparme: “los vecinos de la narcosala de Bilbao critican que la atención a los toxicómanos se concentre en su calle”, más noticias de prensa e imágenes en diferentes canales de televisión.
Conocemos las experiencias y a profesionales de centros ubicados en Ginebra, Barcelona, Madrid y Amsterdam. También hemos seguido los acontecimientos sociales relacionados con los nuevos dispositivos sociales y sanitarios que se han ido generando para la atención de las gentes más desfavorecidas y en concreto para la atención de las personas que tienen el infortunio de caer en la drogodependencia de alguna sustancia. Aunque ya no es noticia ni existe conflicto alguno, aun están frescos los terribles enfrentamientos relacionados con el centro de noche Hontza en el barrio bilbaíno de Zamakola. Antes, también los padecieron, y en diversas ocasiones, quienes dinamizaban desde la comisión antiSida de Bizkaia los programas de jeringuillas y de educación sanitaria. Y esa congregación de monjitas de La Merced que decidió impulsar una residencia para hacer más llevaderos el último período de su vida a jóvenes con Sida. O cuando las instituciones públicas, ante la demanda existente, plantearon crear un centro para gitanos afectados por su dependencia a drogas ilegales en el alto de Miraflores. Polémicas importantes también las hubo cuando en noviembre de 1991 se creó en Bilbao el primer centro de dispensación de metadona de Osakidetza, allí en Conde Mirasol. Era también un centro de nuevo, con programas de reducción de daños y riesgos, desconocido su funcionamiento en Bilbao y por ello hubo muchos recelos. Después llegaron las paradas del “Bus de la metadona” de Txurdínada y Basurto. Hoy una veintena de centros y más de un centenar de farmacias del País Vasco son lugares donde con absoluta normalidad y discreción se dispensa la metadona.
Orígenes
Recientemente la polémica ha estado en torno a la puesta en marcha en septiembre de 2003 de un centro de consumo higiénico en Bilbao. Centro público y gratuito para aquellos usuarios de drogas que deseen realizar su consumo en absoluta privacidad, gestionado por la asociación sin ánimo de lucro Médicos del Mundo, que cuenta con el apoyo institucional así como de los grupos sociales y profesionales que trabajan en este campo sociosanitario de las drogodependencias. Se puede observar como algunos vecinos no ven con buenos ojos la iniciativa cerca de sus domicilios. Se ve que un grupo vecinos de Bilbao, a pesar del paso del tiempo y aunque minoritarios, son resistentes a la instalación de algunos centros y programas de ayuda para esos sectores de consumidores de drogas particularmente marginalizados. Alegan cuestiones de territorialidad (“sí, pero en otro lugar”), institucionales (“Osakidetza solución”), inseguridad (“habrá más delincuencia”) o medioambientales y de salud pública (“se llenará la calle de jeringuillas”). Justificar lo contrario, rebatir esas razones tan alejadas de la realidad resulta sencillo con el conocimiento de las experiencias en más de 60 ciudades. En Europa o en lugares tan alejados y occidentalizados como Canadá. y Australia.
Nimby
Los anglosajones ya han estudiado estos fenómenos que, aunque carentes de visión global, ocupan una buena parte de los comentarios de café y tasca. Aparecen y se desarrollan en los períodos iniciales del desarrollo de cualquier iniciativa social o institucional orientada a la atención de subpoblaciones con mayor desarraigo, con menos recursos. Eso viene ocurriendo con espacios y programas dedicados a los “sin techo”, drogodependientes, enfermos de sida sin recursos, emigrantes, mendigos, etc, etc. Lo llaman el síndrome “nimby” en alusión a las iniciales de Not in my back yard, no en mi patio trasero en su traducción literal. No en mi portal, no en mi barrio, ene txokoan ez! que diríamos por aquí.
Este movimiento nimby, localista y defensor de intereses económicos con pretendida argumentación salubrista, se sienten afectados. Y así se autodenominan. Su discurso se basa en consignas de rechazo y exclusión apoyándose, eso sí, en aspectos sociodemográficos de su barrio y en el temor a la mayor peligrosidad social o a la devaluación inmobiliaria. Poco importa que enfrente haya argumentos relacionados con la solidaridad, la responsabilidad social o simplemente miras más altas. Esas personas que rechazan solo están viendo la cola de un proceso que ha conducido a la necesidad de este tipo de infraestructura. No hay conciencia del origen del problema, generado hace ya más de dos décadas y que exige iniciativas sobre lo que queremos no sobre lo que rechazamos
No tienen sentido las llamadas a movilizaciones "anti-narcosala" sin conocimiento previo de los grandes bienes que han aportado y siguen aportando a sus ciudades los centros de consumo higiénico de drogas repartidos por las grandes ciudades de Alemania, Holanda, Suiza, Australia, Canadá, e incluyendo las experiencias de Madrid y Barcelona. Que en Francia, Italia, Dinamarca, Luxemburgo y Noruega sea inminente la apertura de otros centros de consumo higiénico tras las consideraciones favorables del Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías, agencia de la Unión Europea de enorme prestigio. Es importante documentarse primero, y actuar con conocimiento de causa. Añadiendo, además, que existe completa disponibilidad por parte de las entidades implicadas en el proyecto de Bilbao en cuanto a la difusión de todas las evidencias científicas y documentadas al respecto.
¿Para qué población?
Las personas drogodependientes, al igual que cualesquiera otros considerados enfermos crónicos, tienen total derecho a atención sanitaria. Los grupos de consumidores que no acuden a los centros asistenciales son más difíciles de abordar, lo cual obliga a crear nuevos dispositivos para su acercamiento. Es el derecho a la salud lo que está en juego. Derecho de muchas personas no adscritas a tratamiento alguno aunque otras sí los tengan. La mayoría de ellos tienen como fuentes de ingresos las ayudas sociales, la mendicidad, el robo y la prostitución. Con elevados porcentajes que duermen en albergues o en la calle pudiendo ser considerados indigentes. Son personas en situación de exclusión social con una dependencia a diversas sustancias. Consumen cocaína la mayoría y heroína prácticamente todos. Y un elevado número también benzodiacepinas, metadona, bebidas alcohólicas y alguna otra sustancia. La prevalencia de la vía inyectada es elevada y mayoritaria con creciente proporción de casos que utilizan la vía fumada. Su lugar de consumo preferente es la calle y otros espacios públicos. Cierto que, dadas sus especiales circunstancias, la asistencia que se les ofrezca ha de presentar particulares condiciones de provisión, por el modo de vida asociado al consumo de drogas y por las condiciones de exclusión social en que este se produce. Por ello, la asistencia que se les presta ha de estar prácticamente "al pie del cañón" cuando de usuarios de drogas en activo se trata.
Usuarios que se posicionan netamente por la utilización de los programas de intercambio de jeringuillas, las salas de venopunción, los centros de acogida nocturnos y los programas de tratamiento con heroína. Quienes se inyectan en público o tienen mayor riesgo de contraer el VIH y otras infecciones graves, quienes son consumidores diarios y sin lugar de residencia, son las personas más necesitadas y también con mayor disposición para acudir a este tipo de centros.
Resultados
¿Qué dice la literatura especializada de estos últimos años?. Pues dice que la población consumidora de drogas por vía endovenosa es receptiva a estos dispositivos, con clara tendencia a su utilización, sobre todo por parte de quienes se inyectan en espacios públicos. La existencia de estos centros en las grandes ciudades ha significado la reducción de las molestias propias del consumo de drogas en público, reduciendo riesgos de sobredosis e infecciones graves, y favoreciendo el acceso de consumidores de mayor riesgo a los centros de salud, sobre todo servicios médicos y de atención social. Se reducen los niveles de marginalidad y exclusión. Todo sin significar cambios sustanciales para los otros modos de tratamiento ya instaurados con anterioridad. Los trabajos sociológicos y científicos y varias evaluaciones de experiencias en curso también señalan que, transcurrido un tiempo no prolongado, la actitud del vecindario cambia radicalmente ante la reducción de molestias y temores que casi siempre vinculaban al abandono de jeringas y uso de drogas en la vía pública, sin oposición grave por el vecindario. Vecinos y comerciantes de esas ciudades señalaban que no se había producido aumento de la delincuencia ni inseguridad, habían disminuido las quejas del vecindario, reducido el número de jeringuillas abandonadas en la zona, sin aumento de delictividad asociable al uso de drogas.
En realidad todas estas polémicas ponen encima de la mesa la pregunta sobre si es preciso redefinir la gestión del espacio urbano. ¿Quien está autorizado para unos u otros espacios?. Esto, que viene siendo un conflicto social en tanto divide a la ciudadanía en vecindario “normal” o en transeúntes estigmatizados en realidad hace visualizar en la ciudad la cuestión de las drogas y las drogodependencias
Pero no nos equivoquemos, estos centros no son panacea alguna a la situación de un buen puñado de personas enganchadas a una sustancia que les hace sufrir y les puede llevar a la muerte un día cualquiera. Son un buen recurso para mejorar la calidad de vida de unas cuantas personas usuarias de drogas ilegales y son también un recurso estimable para el entorno. Son un modo de alejarse de la identificación del usuario o del dependiente de drogas como alguien enfermo, delincuente, criminal o marginal. De todos depende la construcción de una nueva imagen desestigmatizante: es un usuario de un dispositivo de sociosanitario o de carácter psicosocial. Pero no olvidemos que a estos centros de bajo umbral, aun rechazados por un sector del vecindario próximo, se les requiere no sólo su buen hacer profesional con poblaciones en ocasiones difíciles, sino también que garanticen la correcta urbanidad de los excluidos. Esto, en realidad, corresponde a quienes tienen posibilidades de generar más y más recursos sociales que permitan el acercamiento y la inclusión. Corresponde a las administraciones públicas, a las organizaciones sociales y a quienes se interesen por estas problemáticas saber enlazar el conocimiento científico actual y las preocupaciones de la ciudadanía, en ocasiones determinadas por convicciones y previos. A veces las personas nos hacemos ideas de las cosas antes de conocerlas.
Vivimos en este mundo globalizado; pero por eso mismo hay que saber asumir los retos que plantean los problemas de nuestra sociedad. Ser valientes ante ellos y, sobre todo, dialogar. Tener legítimas preocupaciones, y demandar las informaciones que falten para solventar cualquier percepción de riesgo es algo frecuente en nuestra sociedad, y muy diferente es imponer visiones unilaterales sin dejar espacio al diálogo. En esos centros poseen información rigurosa, científica y fiable de numerosos centros similares repartidos por todo el mundo. Son excelentes y experimentados profesionales, con quienes se puede hablar y están dispuestos a compartir preocupaciones en un trabajo orientado a la salud pública y la mejora de la salud –también mental- de los usuarios de drogas y de su entorno.
Merece la pena que quienes duden intenten comunicarse y relacionarse con ellos antes de juzgar funcionamientos sociales futuros. Así podremos hablar de regenerar confianza en la ciudadanía, así podremos hacer compatible en la ciudad la vecindad entre los unos y los otros.
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