Rafael Argullol, ganó el premio Nadal 1993 con La Razón del mal. El argumento se centra en una epidemia psiquiátrica con casos aquejados de trastorno de personalidad con cierto aturdimiento -exigencias de la ficción-. Argullol disecciona la descomposición de una sociedad, y sale a la palestra la delación, el temor, el pillaje y la superstición. Una obra de renovada actualidad donde el autor clama por la lucidez frente al paroxismo de la irracionalidad. Parte de esa irracionalidad la constituyó en la Antigüedad la imploración a los dioses para conjurar los miedos. El arte a lo largo de los siglos también se ha imbuido de este carácter terrorífico y a la vez fascinante que queda reflejado en artistas como Brueghel, y El Bosco.
Si antes se echaba mano a los dioses, ahora se hace en algún modo lo inverso, o sea, se echa mano a los gobiernos que son objeto de la cólera popular cuando estas calamidades se baten sobre la Humanidad. Y los virus -que no vienen en el mejor momento nunca-, tampoco lo hacen ahora, toda vez que las crisis repetidas que desde que apareció el SARS hace 17 años han aumentado el rechazo hacia los gobiernos. No les deja ningún margen de error.
Meteduras de pata como la que cometió Gerald Ford en 1976 en respuesta a algunos casos de peste porcina declarados en una base militar en Nueva Jersey serían hoy escándalo. Allí el temor de un retorno de la gripe del 18 hizo que obligase a vacunar a toda la población americana durante su campaña electoral para la reelección. No hubo epidemia, pero no gracias a la vacuna, sino que puso la venda antes que la herida el presidente americano. Por cierto, las elecciones las perdió Gerald Ford en beneficio de Jimmy Carter. He ahí pues un ejemplo de sobrerreacción. En el polo diametralmente opuesto como ejemplo de baja reacción se sitúa un desfile festivo en medio de la gripe española en Filadelfia. Fue una auténtica catástrofe.
Otra institución a estudio es la OMS. Parece que si bien tuvo magníficas decisiones en epidemias previas como el SARS en 2003 con su recomendación rápida de los viajes y desplazamientos a no realizar y que pudo parar la extensión, sin embargo, se la critica por su reacción tardía ante el Ébola. Y hoy pues tampoco parece que su director haya asegurado la coordinación técnica de la lucha contra el coronavirus a nivel mundial. Aunque no parece que haya que imputarle toda la responsabilidad por cuanto que refleja cómo se ejercen los liderazgos en todas las escalas de decisión y en situaciones de crisis como la que nos toca.
Otras paradojas de la historia. Siempre hay una figura sobrenatural, metafísica, inalcanzable, un leviatán que surge. Si con la gripe del 18 se habló del tango como elemento cuasi etiológico ahora es la mundialización que obviamente rápidamente aprovechan las mentes más conspicuas para arrimar el ascua a su sardina y que los más crédulos se apunten.
Los riesgos económicos de estas epidemias son importantes. Curiosamente, antes de la peste negra los salarios eran bajos y las rentas altísimas. Tras la peste negra de Europa, con dos tercios de la población fallecidos, se produce el fenómeno inverso con caídas de las últimas y alza de los salarios. Se vino a decir que la edad de oro del bacilo coincidía con la edad de oro del obrero. Mas allá de ello se considera que la debacle económica no se eterniza. Con una excepción, el SIDA, que ha dejado una impronta en África que aún no somos capaces de evaluar en toda su amplitud. Y por fin veremos qué pasa con China. Así por ejemplo no se sabe el impacto que supondrá la pandemia a la «Fabrica del mundo» -como se le viene a denominar-. China produce el 80% del total de los principios activos de los medicamentos genéricos del mundo junto a la India. Por no hablar de los GAFA (Google+ Appel +Facebook + Amazon) y las consecuencias que sobre ellos tendrá el enlentecimiento de la economía china. ¿Este virus puede cambiar el curso de la historia? Se le llama ya un game-changer, algo que literalmente cambia «la regla del juego», como se atribuye normalmente a una tecnología de ruptura con efectos duraderos como los smartphones o la inteligencia artificial.
En tiempos de oscurantismo y crisis, la relectura de clásicos es aconsejable y Camus es uno de ellos. El escritor hace una disección en La Peste de cómo los sujetos afrontamos una epidemia. Cómo saca lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Para Camus la peste, la plaga, la epidemia, es la alegoría de la ausencia de la solidaridad entre los hombres. Y Camus en su escepticismo existencial considera que el esfuerzo modesto pero tenaz del médico protagonista es el que hace la grandeza humana. Desde la soledad del hombre se va fraguando la necesidad de trabajar juntos. La Peste es un asunto de todos y el médico cuida de todos. Camus asegura la posibilidad de resistir lo absurdo de la condición humana por medio de la acción y la solidaridad. Si algo intenta el escritor es transmitir la afirmación de la complicidad. El Dr Rieux escapa de la soledad, asegura su pertenencia a una comunidad y reconoce la igualdad entre los individuos. El egoísmo, el vuelo corto, el tacticismo no es solo perteneciente a algunos grupos o chivos expiatorios «los políticos», «los emigrantes», «los chinos». Sirve para la autosatisfacción y desde luego no todos somos santos sin Dios parafraseando a Camus. La carencia de una gobernanza global ante los problemas que nos enfrentamos exigirá reformular órganos de decisión y el tipo de sociedades hacia las que nos encaminamos. Eso sí, teniendo en cuenta que en tiempos de crisis -y la historia lo documenta repetidamente- las ideologías políticas no se comportan igual, lo mismo que los hombres. Y aquí, aparte de la globalización, el término generalizado «los políticos» que se escucha con cierta repetición retrotrae a épocas de crisis bien oscuras con dichos pródromos acusatorios y expiatorios que produjeron que las sociedades se degradasen a veces trágicamente.