Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de psiquiatría, explica que una de las causas de este crecimiento en la incidencia de la salud mental de los jóvenes se debe a que el confinamiento les ha coincidido con un momento evolutivo especialmente sensible «puesto que es cuando comienzan a tomar decisiones, a sentirse autónomos, salir con amigos, la novia, sentirse realizados. . . y todo ello se les ha impedido de forma imperativa. Por su edad, no tienen capacidad cognitiva para relativizar porque aún no han madurado. No encuentran sentido a su vida, creen que no merece la pena, verbalizan la muerte, su desesperanza, se vuelven más inseguros, tristes, impulsivos, se autolesionan y dejan de comer porque es la única forma en la que sienten que tienen control sobre su cuerpo. . . Los padres deben estar atentos ante estos cambios, pero sin perder la perspectiva porque, al coincidir por edad con la adolescencia, puede llevarles a confusiones».
Félix Notario, presidente de la Sociedad Española de Medicina de la adolescencia (SEMA), coincide al manifestar que el confinamiento ha afectado a los adolescentes por ser más vulnerables y tener muy arraigados sus planes, salidas con amigos, rutinas, hábitos deportivos. . . «Son seres muy dependientes de su actividad social y se les obligó a romper con todo a una edad complicada».
También ha detectado que llegan a consulta con depresión y ansiedad, por autolesiones (raspaduras con objetos punzantes, quemaduras, ingesta de pastillas. . . ) con el objetivo de aliviar su sensación de vacío, y por trastornos alimenticios (anorexia fundamentalmente).
En general, «su estado de ánimo se ha visto resentido y algunos han encontrado refugio en las pantallas. Ahora, tras el confinamiento, les cuesta más incorporarse a sus rutinas. Los más vulnerables tardarán más en recuperar su vida anterior, por lo que es muy positivo que salgan con sus amigos y retomen sus relaciones sociales. Los padres deben aprovechar las vacaciones para animar a los chicos a salir y a realizar actividades, pero sin obligarles».
No obstante, Celso Arango advierte a los padres que si ven a sus hijos con cambios sospechosos de comportamiento, «no retrasen hasta después de las vacaciones la cita con un especialista bajo el típico “ya iremos depués del verano” porque hay que evitar que sigan sufriendo y su desazón se cronifique en el tiempo», concluye.
Síntomas que no hay que pasar por alto
Los expertos destacan los siguientes cambios a tener en cuenta: irritabilidad, tristeza, susceptibilidad, aislamiento, alteraciones del sueño y de la alimentación, sensación de cansancio constante, higiene descuidada, marcas en brazos y piernas, sensación de vacío y desconexión social, empeoramiento académico y falta de disfrute por cosas que antes sí le ilusionaban.
Las señales con las que llegan a consulta son: autolesiones, intentos de suicidio, problemas de identidad, trastornos de alimentación, depresión y ansiedad.