Desde la primera clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) en 1893, se han revisado y publicado una serie de ediciones para reflejar los avances en salud y ciencia médica.
A la Organización Mundial de la Salud (OMS) se le confió la CIE en 1948 y publicó la sexta version que incorporaba la morbilidad por primera vez. El Reglamento de la Nomenclatura de la OMS estipula que los Estados miembros utilicen la revisión más reciente de la CIE para las estadísticas de mortalidad y morbilidad.
Han pasado ya 29 años desde que fuera aprobada por la 43a Asamblea Mundial de la Salud la CIE-10 y por tanto, tras la 72a Asamblea Mundial de la Salud que se acaba de celebrar en Ginebra (Suiza) del 20 al 28 de mayo de 2019, los Estados miembros comenzarán a presentar informes sobre estadísticas de salud basadas en el nuevo sistema el 1 de enero de 2022 (Organización Mundial de la Salud, 2019).
De manera subsiguiente está previsto que, una vez aprobada por dicha Asamblea, el Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS publique las Descripciones Clínicas y Pautas de diagnóstico (DCPD) para los Trastornos Mentales, del Comportamiento y del neurodesarrollo de la CIE-11. Estas DCPD son el resultado de un trabajo sistemático realizado durante la última década, basado en los principios de utilidad clínica y aplicabilidad global, y supone el proceso de revisión de mayor alcance internacional, plurilingüe, multidisciplinario y participativo jamás implementado para una clasificación de trastornos mentales (Reed et al. , 2019).
Entre las novedades que aporta la CIE-11 destacan la inclusión de información coherente y sistemáticamente detallada, la adopción de un enfoque a lo largo del ciclo vital (lifespan) y la aproximación cultural para cada trastorno.
Se ha incorporado una perspectiva dimensional a la clasificación, específicamente para los trastornos de personalidad y los trastornos psicóticos primarios, de tal forma que son consistentes con la evidencia actual, son más compatibles con los enfoques basados en la recuperación, eliminan la comorbilidad artificial y captan los cambios longitudinales de manera más efectiva (Reed et al. , 2019; Robles Garcia y Ayuso-Mateos, 2019).
En los estudios realizados por los diferentes grupos de trabajo, se concluye que dichas pautas se percibieron como fáciles de usar, correspondiendo con precisión a las presentaciones de enfermedad de los pacientes (es decir, la bondad del ajuste), de forma clara y comprensible pero con un nivel de detalle apropiado (Ayuso Mateos, 2018). Así mismo, parece que los DCPD requieren incluso menos tiempo que la práctica habitual de los médicos, y aportan información útil a la hora de orientar el trastorno frente a la normalidad (Reed, Keeley et al. , 2018; Stein y Reed, 2019).
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