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Perspectiva de un residente: Una propuesta teórica en torno al dolor



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Noticia | 29/05/2021

Dice Kant en su Fundamentación para una metafísica de las costumbres que “Cada cual debe tratarse a sí mismo y a los demás nunca simplemente como un medio, sino siempre como un fin en sí mismo”, añadiendo un poco más adelante, “debido a su dignidad intrínseca”. Se hará eco de esto mismo Camus en El mito de Sísifo cuando afirme: “Sí, el hombre es su propio fin. Y es su único fin. Si quiere ser algo, es en esta vida”. Esta profunda intuición de Kant, en la que se apoyará para basar su libertad moral y su ética categórica, me sirve para intentar, a partir de ahí, una aproximación inicial a la visión clásica –tradicional– del dolor y el sufrimiento.


Pues bien. Parece que los seres vivos de alguna manera son fines para sí mismos, porque despliegan espontáneamente una serie de actividades o funciones naturales que tienden a preservar los, a desarrollarlos hasta un cierto límite y a transmitir su especie (nacer, crecer, reproducirse y morir, que decían los textos del colegio). Podríamos definir así a un organismo viviente como unidad autofuncional y autoteleológica (del griego telos, fin o propósito). Y digo unidad porque, parafra seando a otro filósofo alemán, Robert Spaemann, esa finalidad consistiría en un descansar-en-sí-mismo, en una independencia interior, en la capacidad activa de ser un absoluto.


En este rango de cosas, una prueba de que la unidad viviente es la medida de su propio fin es que los organismos están siempre amenazados por peligros que pueden obstaculizar sus funciones; en cierta manera, eso es vivir, superar las resistencias de los objetos. A estos obstáculos que se nos interponen, dentro de este negociado que llamamos medicina, se les tiende a llamar enfermedad, inhabilidad, handicap; conceptos estos que si lo pensamos, nunca se aplican a cosas inanimadas. Una piedra no puede caer enferma.



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Encontramos en este momento otra dimensión que me interesa. Cuando pensamos en obstáculos, empiezan a resonar ecos de lo peligroso, de lo adverso. Hace su aparición “lo malo”. Me detengo aquí. Siguiendo la noción platónica, el mal consistiría en aquello que es y no debería ser. El bien, por ende, consistirá en aquello que debería ser y, además, es. Desde esta óptica, el cumplimiento, el uso adecuado de sus funciones por los seres vivientes adquiere calificación de “bien” cuando se desarrolla de acuerdo a “como debería ser”. Por ejemplo, un páncreas funciona bien si produce la insulina suficiente como para mantener el aprovechamiento metabólico de los nutrientes.


Sin embargo (me permito un pequeño rodeo), es importante recalcar que el “deber ser” funciona siempre como una apreciación humana. Igual que una piedra no padece una enfermedad, tampoco es capaz de valorar asuntos como el “deber”. Así, pensar en términos de “deber ser” es algo que exige una valoración externa al simple sistema funcional. Es decir, es una consideración relativa y contextual que solo puede darse si se reflexiona sobre ello. Dicho de un modo más neto, el bien y el mal como consecuencias del deber ser, surgen en el universo sólo con la vida y, más concretamente, con la vida reflexiva.


Tenemos, por tanto, a un ser humano que se considera fin de sí mismo y que ve peligrar esa finalidad debido a una serie de elementos que pueden llegar a imposibilitar que se desarrolle. Demos un paso más. Los animales, en contraposición a las plantas, están dotados de las funciones biológicas de la cognición y de las emociones. Piensan y sienten. Entre cognición y emoción se da una correspondencia mutua. Los animales perciben objetos de su entorno o perciben partes de su cuerpo. Las sensaciones correspondientes aparecen de modo vivencial en su conciencia a la manera de fenómenos perceptivos. Algunas de estas percepciones, y entre ellas muchas de las asociadas al cumplimiento y desarrollo de esas funciones naturales preservadoras de las que hablábamos arriba (alimentación, sexualidad, etc), van asociadas en el momento de su integración a una sensación placentera “refleja”. Si comemos, la saciedad. Si nos relacionamos sexualmente, el placer sexual. Por otro lado, no cabe duda que otras experiencias perceptivas, entre ellas una buena parte de las que resultan un perjuicio funcional (defensa, agresión, etc), se acompañan de sensaciones desagradables o dolorosas. Parecería como si lo bueno biológicamente, el ejercicio eficaz de las funciones biológicas, en la vida animal se sintiera agradablemente. Es más, podría ser que de manera aprendida, esa reciprocidad entre cumplimiento funcional y bienestar provocara la reflexión acerca del “deber ser” que antes mencionaba. En contraposición, lo defectuoso, la enfermedad, la privación física, se manifiesta generalmente en forma de sensaciones negativas como malestar, cansancio, dolor. Sensaciones de un cuerpo malogrado. Dice en este sentido Aristóteles en su Ética a Nicómaco que el dolor sobreviene cuando el sujeto cognitivo padece la privación de un bien natural.


De esta manera hemos acabado hablando de dolor. Hemos explicado ya cómo se produce la asociación entre “mal” y “disfunción”, de la misma manera en que se asocia “bien” y “función adecuada”. El dolor aparece como la dimensión afectiva que da testimonio del valor de las adversidades de modo negativo. Es decir, el dolor aparece como la sensación refleja negativa de lo que no debería ser, pero es. Se podría ir un poco más allá y, como afirmaba García-Baró, sugerir que “el dolor es la experiencia consciente del mal, la experiencia del mal como mal”.


Para finalizar, un apunte. Valga decir, hablando de dolor, que si bien es cierto que el dolor somático, el dolor físico, suele ser el primer referente en que se piensa, éste no agota el ámbito de lo desagradable. Existen otros malestares que no son propiamente físicos y que surgen cuando algo malo afecta a las capacidades psíquicas o conductuales como tales, o cuando se malogra la relación del sujeto con sus objetos. El sujeto, al advertir estos males, sufre. Por ejemplo, no obtener un deseo, no ser capaz de relacionarse adecuadamente, sentirse incapacitado.


El Dr. Paúl de la Cruz Ballano es médico residente de psiquiatría.

Fuente: Univadis

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