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TRASTORNOS ALIMENTARIOS Y ADICCIONES EN ACTIVIDADES DE ALTO RENDIMIENTO: DEPORTE Y ARTE

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Autor/autores: Amador Cernuda Lago
Fecha Publicación: 02/05/2018
Área temática: Alimentarios, Trastornos alimentarios y de la ingestión de alimentos .
Tipo de trabajo:  Conferencia

Universidad Rey Juan Carlos

RESUMEN

La experiencia profesional de haber intervenido en siete ciclos olímpicos y de llevar tres décadas de intervención con artistas de alto nivel en danza, música y teatro, me ha llevado a profundizar en este aspecto que, aunque no es mayoritario, tiene una incidencia lo suficientemente importante y con unas consecuencias que hacen necesaria una consideración en el ámbito sanitario. Por mi experiencia, he constatado que el problema no es tanto de la elite profesional -porque alcanzar la élite es de por si un filtro-, como de las fases preparatorias y de iniciación profesional que es donde detectamos serios problemas de adicción y trastornos alimentarios. Se ha realizado un estudio en el que han participado 197 deportistas de elite, 175 artistas de alto nivel, 215 deportistas en fase de iniciación y 276 estudiantes de artes escénicas, a los que se han aplicado diferentes pruebas de cribado (screening), autoinformes y test como el EDI-3-RF y el STAI de Spielberger. Los resultados obtenidos muestran una escasa incidencia de sujetos en riesgo en las muestras de profesionales consolidados (3, 76%), pero hemos encontrado una incidencia preocupante a nivel de iniciación y primeras etapas de profesionalización (14, 86%) que debería ser conocida a nivel sanitario y que requiere algún tipo de acción educativa socio-sanitaria para prevenir su aparición y consecuencias. Se ha observado en los individuos afectados una incidencia alta del factor ansiedad rasgo.

Palabras clave: TRATORNOS ALIMENTARIOS, ALTO RENDIMIENTO, DEPORTE, ARTE, ANSIEDAD RASGO


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TRASTORNOS ALIMENTARIOS Y ADICCIONES EN ACTIVIDADES DE ALTO RENDIMIENTO: DEPORTE Y ARTE
Prof. Dr. Amador Cernuda Lago
amador.cernuda@gmail.com

INTRODUCCIÓN
La incursión en la temática de las patologías alimentarias en actividades artísticas como la
danza, donde el cuerpo y su estética es un elemento fundamental, o en otras áreas artísticas
en las que el cuerpo es un elemento presente en la escena expuesto a la visión, análisis y
crítica pública, con lo que ello implica en los procesos psicológicos del artista, ha abierto
nuevas miras y horizontes que invitan a explorar más allá de los estereotipos vigentes. Es
necesario continuar en esta línea esclarecedora, que se basa en principios de exigencia y rigor
científico, aplicándola a la investigación sobre las artes, tal y como se viene realizando en el
ámbito del deporte.
El bailarín profesional, como artista coreográfico, precisa ser definido y valorado en su
idiosincrasia, y no etiquetado en base a falsas creencias o prejuicios injustificados. Solo la
Ciencia detenta el poder capaz de contrarrestar la influencia, en ocasiones nefasta, de los
medios de comunicación y de la ignorancia del público, devolviendo a la Danza su dignidad.
Los trastornos alimentarios pueden entenderse como aquellos trastornos psiquiátricos en los
que la persecución de la delgadez y el miedo a engordar, junto con la alteración de la
percepción de la silueta y la dependencia de la opinión ajena, provocan alteraciones graves de
la conducta alimentaria y del estado psíquico de la persona. Ésta, esperando obtener una
mayor seguridad, intenta establecer una identidad personal vinculada a la apariencia estética
corporal; como resultado, toda su vida y el control de la misma giran en torno al control
alimentario. Desde el momento en que este proceso se declara, podemos hablar de la
aparición de un trastorno de la conducta alimentaria (TCA).
Los TCA evocan dos formas aparentemente opuestas: la restricción con la Anorexia Nerviosa
(AN) y el exceso con la Bulimia Nerviosa (BN), y cuadros afines o no especificados (TCANE), y
son la tercera enfermedad crónica entre la población femenina adolescente y juvenil en las
sociedades desarrolladas y occidentalizadas. La enorme relevancia que los TCA han obtenido
en las últimas décadas se debe principalmente a su creciente incidencia, a la gravedad de la
sintomatología asociada y a la gran resistencia que presentan al tratamiento. Pero, aun cuando
no se cumplan todos los criterios diagnósticos para un TCA, los comportamientos o
consecuencias asociados con los desórdenes alimentarios pueden ser graves a largo plazo.
Actualmente, se presentan muchas formas de problemas alimentarios subclínicos que pueden
conllevar problemas físicos y psicológicos, los cuales podrían posteriormente asociarse al
desarrollo de trastornos alimentarios clínicos. La intervención temprana puede prevenir dicha
indeseada progresión hacia un caso clínico de TCA, así como, la prevención de consecuencias
físicas, psicológicas y sociales.
Estos trastornos tienen un inicio volitivo seguido de una pérdida de control modulada por la
desnutrición y los cambios biológicos consecuentes. Si el sujeto presenta una cierta
predisposición psicológica, acrecentada por factores medioambientales estresantes, es posible
que el trastorno se desarrolle con mayor facilidad. Tal y como defienden Woerwag-Mehta y
Treasure (2009), la etiopatogenia de un TCA reside en la interacción entre los factores de
riesgo genéticos y biológicos inespecíficos, y puede ser mantenido por refuerzos biológicos,
psicológicos y sociales, determinando su gravedad y potencial cronicidad.
Los bailarines son un grupo de riesgo para el desarrollo de TCA debido a las exigencias físicas,
tanto estéticas como de rendimiento, que su profesión impone. Dichas exigencias incluyen un
índice de masa corporal (IMC) y un porcentaje de grasa corporal (%GC) muy por debajo de los
valores medios de la población general, lo que conlleva una búsqueda constante del peso ideal,
y contribuye a la insatisfacción con la propia imagen corporal (Simas y Guimarães, 2002,
Cernuda 2015).

Aunque autores como Stice (2002) defienden que es la insatisfacción con el propio cuerpo, con
la imagen corporal, el factor que mayormente contribuye al desarrollo de ciertos trastornos
como la AN y la BN, los individuos que luchan contra dichas patologías y contra hábitos de
alimentación de naturaleza sub-clínica se ven influenciados por múltiples factores, tal y como
se mostrará más adelante.
El incremento de la incidencia y la prevalencia de los casos clínicos y subclínicos han favorecido
la evolución de todos los aspectos del conocimiento en esta temática: desarrollo de los criterios
diagnósticos, epidemiología, etiología y tratamiento. Todo ello gracias al incremento de
profesionales dedicados al estudio de estos trastornos y al volumen de investigaciones que se
han llevado a cabo, especialmente en la última década. Los medios de comunicación y las
revistas científicas de psicología y psiquiatría dedican monográficos y reportajes especiales a
esta problemática, se constituyen sociedades científicas nacionales e internacionales, y se
crean servicios y clínicas de tratamiento específico.
La danza, y en concreto el ballet, aparece generalmente en la bibliografía internacional de las
últimas décadas como una de las actividades físicas artístico-deportivas más propensa al
desarrollo de estas patologías. Dado su componente atlético, que demanda altos niveles de
rendimiento, el ejercicio de la danza parece adolecer de un riesgo permanente de la conducta
alimentaria desviada; además, es cierto que la perfección de ejecución técnica requerida se
enmarca siempre dentro de las directrices estéticas y artísticas imperantes que, en el caso del
ballet, pueden llegar a un cierto grado de estereotipación nociva.

Sin embargo, no es sólo una lógica aplastante sino sobre todo la investigación científica la que
defiende la incompatibilidad, a medio y largo plazo, de practicar tanto el deporte (estético o
no) como la danza a nivel profesional o de élite, dentro de un cuadro de TCA.
Tal y como defiende Turón (1999), la alimentación juega un papel fundamental en el desarrollo
psicológico, ya que a través de la alimentación materna el niño conoce y aprende las
sensaciones de seguridad, afecto y bienestar. Esa relación establecida durante la infancia entre
el confort y el disconfort con la comida se mantendrá a lo largo de toda su vida, siendo lógico
que la ansiedad, la depresión o los estados de ánimo en general influyan de forma decisiva en
los procesos de la alimentación.
Tanto el exceso como el defecto en la alimentación conllevan consecuencias que se suelen
traducir en enfermedades como la anorexia, la bulimia nerviosa y la obesidad. Este tipo de
enfermedades son también denominadas patologías de la sociedad de la abundancia o del
bienestar, como apuntan Contreras-Hernández y Gracia-Arnáiz (2005).
Dado que a la anorexia y a la bulimia se les confiere una etiología de tipo psicológico, en la
actualidad estas patologías forman parte de los problemas mentales, mientras que la obesidad
es clasificada como una enfermedad de tipo metabólico. No obstante, numerosos estudios
vinculan la obesidad con el resto de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) por sus
claros orígenes y consecuencias sociales, lo que lleva a considerarla generalmente como un
trastorno cultural (Garine y Pollock, 1995).
Mientras que la obesidad se relacionaba en otras épocas con la salud, la riqueza y la belleza,
actualmente se ve valorada muy negativamente, y no sólo por sus riesgos a nivel físico. A su
vez, la delgadez se equiparó a enfermedad y fealdad, pero en la actualidad su significación
social se ha invertido y se potencia un canon de belleza y unas características morfológicas que
implican un bajo peso y que se encuentran en clara contradicción con nuestras características
étnicas (Turón, 1997).
De igual forma que ocurre de forma general con las patologías psiquiátricas, se está realizando
un acercamiento a los aspectos biológicos de los TCA, en una perspectiva psicobiológica que
recuerda, en cierta manera, a la tradición hipocrática (Léonard, Foulon y Guelfi, 2005).
Cuando se habla de trastornos de la alimentación de tipo clínico, se hace referencia a la AN, la
BN y a los trastornos alimentarios especificados y no especificados, reconocidos por el
Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM, en su quinta versión), de la
American Psychiatric Association (APA). La obesidad se considera igualmente un trastorno de
la conducta alimentaria, pero no está repertoriado en el DSM-5 (APA, 2013).
Como veremos más adelante, la multifactorialidad es la opción más extendida en la comunidad
científica para la explicación de la etiopatogenia de los TCA. Junto a los factores de riesgo o
predisponentes, existen factores precipitantes y mantenedores de la patología. Dichos factores
son de naturaleza biológica, especialmente genética, sociocultural y psicológica.

Aunque los TCA son considerados una cuestión de gran importancia en términos de salud
pública, dado que cruzan las fronteras raciales, económicas y educativas, los poderes públicos
y los medios de comunicación no parecen estar suficientemente sensibilizados con la creciente
incidencia social que estos trastornos están adquiriendo.
La anorexia atlética se define como el conjunto de comportamientos alimentarios subclínicos
detectados en los deportistas que no presentan a priori un TCA claramente definido, pero que
aplican al menos un método de control ponderal como el ayuno, los vómitos provocados y el
uso de laxantes o diuréticos. Se caracteriza por una disminución del aporte energético y del
peso, incluso manteniendo un buen nivel de rendimiento (Filaire, Rouveix y Bouget, 2008).
Sabemos que el desarrollo de los TCA está ligado a múltiples factores, tanto contextuales,
socioculturales, genéticos, biológicos, psicológicos como comportamentales. La práctica del
deporte presenta riesgos ligados a la esencia misma de la disciplina: la frecuencia de los
entrenamientos, el reglamento, la restricción alimentaria aconsejada, el comienzo temprano en
ciertos entrenamientos específicos, los acontecimientos traumáticos, las lesiones, la subcultura deportiva, el sobreentrenamiento, la personalidad y el estilo de enseñanza del
entrenador, etc. Dichos riesgos estarían más presentes en algunos deportes, especialmente el
riesgo de TCA (Cernuda 2010a, 2010b, 2011, 2012; Sundgot-Borgen, 1994):
- Los deportes ligados a una cierta estética corporal, como el patinaje y la gimnasia.
- Los deportes en los cuales la delgadez suele asociarse al rendimiento, donde los atletas más
pesados son considerados más lentos (deportes de resistencia).
- Los deportes con categorías de peso, que pueden inducir a la restricción alimentaria.
Las consecuencias de los TCA pueden observarse en el sistema endocrino, cardiovascular,
metabólico, digestivo y reproductor. Los trastornos psicológicos consecuentes son igualmente
importantes.
Algunos atletas de alto nivel muestran un miedo intenso a ganar peso, incluso estando por
debajo de su peso ideal, manteniendo un bajo aporte calórico y realizando una cantidad de
ejercicio excesiva. Pueden presentar algunos de los rasgos psicológicos característicos de los
pacientes con trastornos del comportamiento alimentario, como son: una baja autoestima, una
ansiedad elevada, imagen corporal distosionada, culpabilidad, vulnerabilidad al estrés o un alto
grado de perfeccionismo, que roza la obsesión, y tendencias obsesivo-compulsivas.
A pesar de los pocos estudios disponibles en la actualidad, sabemos que los TCA no son
materia exclusiva del sexo femenino, ya que el número de hombres afectados se acrecienta
cada vez más y el mundo del deporte no se encuentra exento de esta tendencia.
Los deportistas se ven confrontados a un cúmulo de situaciones propicias al desarrollo de TCA.
Aunque los datos varían considerablemente entre los diferentes estudios realizados, se ha
observado entre un 1% y un 62% de frecuencia de TCA en las mujeres deportistas y entre 0%
y 57% en los hombres. Mientras que para los sujetos sedentarios el deseo de adelgazar es una
finalidad, para el deportista es un medio que apoya el deseo de mejorar su rendimiento;
porque a menudo, los deportistas equiparan la delgadez con la forma física, y por ende, con el
rendimiento. Sundgot-Borgen (1994), presenta el concepto de anorexia athletica, una variante
de la AN en el atleta que reagrupa una serie de características nutricionales, psicológicas y
factores ligados al entrenamiento que le confiere una entidad propia.
La anorexia athletica (AA) se diferencia de la AN y de otros TCA en varios puntos, según Dale y
Landers (1999):
- La restricción de la AA tiene como objetivo la mejora del rendimiento.
- La variación ponderal, inscrita en los ciclos de ganancia y pérdida de peso, depende del
entrenamiento realizado.
- Los síntomas pueden aparecer simultáneamente o aislados, lo que dificulta el diagnóstico y el
tratamiento de la AA.
- La sintomatología remite al finalizar la carrera del atleta, siendo por lo tanto, transitoria.
- En la AA no existe distorsión de la imagen corporal, presente en la AN.
A largo plazo, las restricciones alimentarias repercuten en la composición corporal,
aumentando los riesgos de problemas cardiovasculares, trastornos del metabolismo y del
sistema endocrino. A continuación se presentan los criterios diagnósticos de la AA (SundgotBorgen, 1994):

- Pérdida de peso superior a 5% del peso ideal.
- Retraso en la menarquia (tras los 16 años).
- Trastornos menstruales (amenorrea u oligoamenorrea).
- Problemas gastrointestinales.
- Ausencia de enfermedad o psicopatología que justifique la pérdida ponderal.
- Imagen corporal deformada.
- Miedo extremo a ganar peso y/o a la obesidad.
- Restricción alimentaria (inferior a 1200 kcal/j).
- Recurso a métodos purgativos.
- Episodios de hiperfagia.
- Ejercicio físico compulsivo.
La dificultad estriba en discernir si las conductas alimentarias anómalas en ciertos deportes
son consecuencia de un TCA subyacente, o si son típicas de los deportistas de élite,
especialmente en determinadas disciplinas. Para autores como Engel, Johnson, Powersc,
Crosbyd, Wonderlichd, Wittrocka, y Mitchel (2003), la clave está en el tipo de disciplina
deportiva practicada. La relación más fuerte que estos investigadores han encontrado entre la
restricción alimentaria y el deporte, es la de los casos de la gimnasia y la lucha, disciplinas en
las que el recurso al vómito sería más frecuente. Los resultados de los estudios de Johnson,
Powers, and Dick, (1999) en deportistas, indican que el 35% de las atletas y el 9,5% de los
atletas presentaban riesgo de padecer anorexia. Para explicar estas diferencias, se avanzan
diversas hipótesis:

1. Las mujeres sufren una mayor presión para mantenerse delgadas.
2. En las mujeres existe, en mayor medida, una necesidad de adecuarse a un ideal
sociocultural y estético, o a un morfotipo que permita mejorar el rendimiento.
3. Las transformaciones físicas y psicológicas de la adolescencia aumentan el riesgo de
desarrollo de un TCA.
Para Sundgot-Borgen (1994) existen además otras causas de dicho desarrollo: un régimen
prolongado con fluctuaciones ponderales, un cambio de entrenador, y una enfermedad o
lesión.
Sabemos que el desarrollo de TCA ya no es una característica exclusivamente femenina, y que
el desarrollo de estas patologías tiene probablemente el mismo origen para ambos sexos.
Según los estudios de Sundgot-Borgen y Torstveit (2004), los trastornos pueden sobrevenir
tras periodos de régimen (en 13% de los casos de deportistas masculinos y 60% de
femeninos), o tras lesiones (25% en ambos casos). El riesgo sería mayor en deportes como el
judo, la lucha, la hípica, la marcha y el culturismo (Lantz, Rhea y Mesnier, 2004; Rouveix,
Bouget, Pannafieux, Champely y Filaire, 2007). Thiel, Gottfried y Hesse presentaron ya en
1993 un studio sobre luchadores y remeros, con un 52% de comportamiento bulímico, lo que
supone un triple de la tasa de bulimia de la población masculina sedentaria.
Otros estudios (Byrne y McLean, 2001), han demostrado la estrecha relación entre los
deportes exigentes con el físico y la prevalencia de TCA, además de un mayor desarrollo de
trastornos clínicos, con respecto a otras disciplinas deportivas. Sería el caso de los deportes de
resistencia.
La prevalencia de TCA en el deporte puede ser causada, o bien porque los sujetos con una
predisposición al desarrollo de TCA se sienten atraídos por ciertas disciplinas, o bien porque las
exigencias de ciertas disciplinas obligan a los deportistas a encontrar estrategias que afectan a
su comportamiento alimentario (Byrne y McLean, 2001), y muy especialmente en el caso de
los deportes de riesgo. Además, los deportistas coincidirían con los pacientes de TCA en rasgos
de personalidad, tales como la orientación al éxito, el perfeccionismo y la tendencia obsesiva y
compulsiva (Lantz, Rhea, y Mesnier, 2004). El deportista de élite (de alto nivel) presentarían
mayor riesgo de sufrir un TCA que los de menor nivel (Smolak, Murnen, y Ruble, 2000).
Incluso, la práctica deportiva moderada, fuera de los circuitos de competición, tendría un
efecto protector sobre los TCA.
La práctica del deporte suele conllevar una reorganización de la alimentación, ya sea por el
importante gasto energético o por los horarios de entrenamiento. El modo de vida del
deportista se adapta, así como, la conducta alimentaria, que puede sufrir desestructuraciones
(por el tipo de alimentos, horarios o número de comidas al día), falsas creencias, o ingestion
de suplementos. Los hábitos nocivos pueden instalarse especialmente en casos de comienzo
temprano de la restricción alimentaria, y de pertenencia a un grupo homogéneo. Es común que
los TCA aparezcan o se intensifiquen al principio de la temporada, atenuándose al finalizar
ésta. De hecho, consideran el extremo control del cuerpo, ya no como una patología
subyacente, sino como un medio de optimizar su capacidad de rendimiento (Reinking y
Alexander, 2005).
Según Toro (1996) se encuentran deportistas de sexo femenino con trastornos de la ingesta
en la práctica totalidad de las disciplinas deportivas, que niegan a menudo que estén
sometidas a dieta a pesar de la dramática obviedad de su pérdida de peso.
Sundgot-Borgen realizó en 1993 un destacado estudio en el que evaluó la cantidad de
nutrientes ingerido por un grupo de deportistas de élite noruegas, diagnosticadas de AN y BN.
Resultó que seguían dietas muy bajas en calorías y nutrientes (los nutrientes más deficitarios
que se encontraron fueron: proteínas, calcio, hierro y vitamina D), cuya media era más baja
incluso que la recomendada para las mujeres trabajadoras (Miguel Tobal, Martín Díaz, y Martín
Díaz, 1998; Miguel Tobal, Martín Díaz, y Legido Arce 2002). Otro trabajo de similares
características es el llevado a cabo por Davis., Katzman, Kaptein, Kirsh, Brewer, Kalmbach,
Olmsted, Woodside, y Kaplan, (1997), quienes concluyen que el ejercicio físico de alto nivel
interviene en el desarrollo y mantenimiento de los trastornos de la alimentación, afectando
más a la anorexia que a la bulimia nerviosa.
La tríada de la atleta
El denominado "síndrome de la tríada de la atleta" , "tríada" o "la tríada de la atleta femenina"
fue descrita por primera vez en 1992 por el Colegio Americano de Medicina Deportiva (ACSM)
como un síndrome consistente en desórdenes alimentarios, amenorrea y osteoporosis que se
desarrolla en mujeres jóvenes y adultas con actividad física (Otis, Drinkwater, Johnson,
Loucks, y Wilmore, 1997). Posteriormente, el mismo organismo en 2007 definió la tríada de la
atleta femenina como "las interrelaciones entre la disponibilidad energética, la función
menstrual y la densidad mineral ósea, y puede llegar a manifestarse con síntomas clínicos tan
serios como trastornos de la conducta alimentaria, amenorrea funcional hipotalámica y
osteoporosis" (Nattiv, Loucks, Manore, Sanbom, Sundgot-Borgen, y Warren (2007). Los
componentes de la tríada están relacionados entre sí en su etiología, patogénesis y
consecuencias. El síndrome suele comenzar con trastornos alimentarios. La nutrición
inadecuada, combinada con el ejercicio físico intenso, deriva en un déficit de energía y con el
tiempo esta deficiencia energética altera el eje gonadotropo de la mujer, dando lugar a
trastornos menstruales e hipoestrogenismo. La ausencia de estrógenos y una alimentación
insuficiente (con déficit de vitaminas y minerales) producen una disminución de la densidad
mineral ósea y osteoporosis. Un mayor riesgo de fracturas por estrés es la consecuencia obvia
de esta cadena de acontecimientos fisiopatológicos (Ivkovic, Franic, Bojanic, Pecina, 2007).

Factores de riesgo
Cualquier mujer que practique deporte está en riesgo de desarrollar algún componente de la
tríada. No obstante, existen unos factores vinculados a la aparición de TCA en la práctica
deportiva que pueden conducir al desarrollo de la tríada (Varela y Silvestre, 2010):
- Personalidad del deportista.
- Insatisfacción corporal debida a las presiones a las que están sometidas en cuanto a la
alimentación y/o al peso por motivos de rendimiento deportivo.
- Especialización deportiva precoz.
- Existencia de deportes y modalidades de riesgo.
- Deportes de resistencia en los cuales se resalta el peso corporal bajo (carreras de larga
distancia, ciclismo, esquí campo a través).
- Deportes en los cuales se otorga un puntaje subjetivo al rendimiento (danza, patinaje
artístico, buceo, gimnasia, aeróbicos).
- Deportes en los que se requiera para la competencia de ropa que revele la silueta (voleibol,
natación, buceo, carreras campo a través, esquí campo a través o de pista y animadoras).
- Deportes en los que se resalta la condición del cuerpo pre-púber para el éxito en el
rendimiento (patinaje artístico, gimnasia, buceo).
- Deportes en los que se utilicen categorías de peso para la participación (carreras de caballos,
algunas artes marciales, lucha libre, remo).
- Aumento del volumen de actividad física acompañado de restricciones alimentarias.
- Utilización habitual de otros métodos poco saludables para la pérdida de peso:
Métodos térmicos (saunas, vestimentas de plástico)
Toma de laxantes y diuréticos
Vómitos provocados y autoinducidos
Ayuno prolongado
Restricción de fluidos
Píldoras adelgazantes
- Ejercicio físico excesivo y/o extenuante.
- Acontecimientos traumáticos para el deportista.
- Comentarios despectivos.
La mayoría de las atletas que sufren la tríada no buscan un tratamiento por sus propios
medios, a no ser que hayan observado una disminución en su rendimiento.
A continuación se muestran una serie de signos y síntomas correspondientes a la tríada,
propuestos por Morgenthal, (2002). La presencia de algunas de estas características no
necesariamente indica la existencia de alimentación desordenada o de la tríada. Sin embargo,
la probabilidad de que estén presentes uno o más componentes de la tríada aumenta a medida
que se incrementa el número de características enumeradas:

Fatiga
Anemia
Depresión
Fracturas por estrés
Disminución de la capacidad para concentrarse
Intolerancia al frío
Hipotermia
Frío y descolorido en pies y manos
Aumento de las glándulas parótidas
Dolor de garganta
Signo de Russell
Erosión del esmalte dental por la frecuencia de los vómitos
Distensión y dolor abdominal
Estreñimiento
Piel seca
Edema en cara y extremidades
Mareo
Bradicardia
Hipotensión ortostática
Dolor de pecho
Lanugo
Carotenemia
A menudo, existe un descontrol o una conducta alimentaria errónea, lo que puede conllevar la
aparición de acciones inadecuadas como vomitar, o utilizar medicamentos diuréticos o laxantes
con el propósito de perder peso de forma rápida. Con este tipo de conductas se produce un
desequilibrio hidroelectrólico, que sumado a la insuficiente ingesta calórica produce una
desnutrición de la deportista. Las consecuencias de dicha desnutrición serán la pérdida
relevante de fuerza, de resistencia, de tiempo de reacción, de capacidad de concentración y de
velocidad.

METODOLOGÍA
Sujetos
Se ha realizado un estudio en el que han participado 197 deportistas de elite, 175 artistas de
alto nivel, 215 deportistas en fase de iniciación y 276 estudiantes de artes escénicas, a los que
se han aplicado diferentes pruebas de cribado (screening), autoinformes y test como el EDI-3RF, el STAI de Spielberger.

Instrumentos
Inventario de Trastornos del Comportamiento Alimentario (EDI--3--RF) (Eating Disorders
Inventory) (Garner, Olmstead y Polivy, 1983). El EDI--3 es una medida estandarizada que
ofrece puntuaciones objetivas y perfiles de gran utilidad para el enfoque del caso y para la
planificación del tratamiento de personas con sospecha de diagnóstico de TCA. Permite además
realizar un rápido screening de los sujetos en riesgo y está especialmente indicado para su uso
en centros educativos o centros de atención primaria. El cuestionario está basado en un
conjunto de reglas de decisión que, a partir de las escalas de riesgo y varios datos críticos
(IMC del sujeto, presencia de patrones de alimentación insanos), indican si es necesario
derivar al sujeto a un servicio de atención especializada para descartar o confirmar la
presencia de un TCA. Permite obtener, entre otras, tres puntuaciones en las correspondientes
escalas: obsesión por la delgadez, comportamientos bulímicos e insatisfacción corporal,
además de una puntuación total.
En relación a la fiabilidad de la prueba aplicada, la consistencia interna establecida por el
estadístico alfa de Cronbach, ha mostrado para el instrumento EDI--3--RF un valor de 0.91;
valores que concuerdan con los aportados por estudios previos que implican una fiabilidad que
podría ser considerada como excelente (George y Mallery, 1995).
Análisis de datos
Se emplearon técnicas descriptivas (tendencia central y dispersión) para el análisis global de
resultados, y técnicas inferenciales para el contraste de hipótesis. De manera complementaria
fueron utilizadas técnicas correlacionales con el fin de estudiar, fundamentalmente, las
características del instrumento. Los análisis fueron realizados a través del programa IBM
Statistics SPSS 19. En todos los casos se ha tomado el valor 0.05 como valor de significación
que corresponde con un nivel de confianza del 95%.
Dentro del análisis inferencial, con el fin de seleccionar las pruebas estadísticas más adecuadas
a las características de los datos muestrales, se realizó un análisis previo de normalidad y
homogeneidad de las distintas variables dependientes mediante los estadísticos de
Kolgomorov-Smirnov y Shapiro-Wilk (normalidad) y F de Levene (homogeneidad).
Los análisis inferenciales se realizaron por medio de técnicas paramétricas, y en el segundo
por medio de técnicas no paramétricas. En concreto, las pruebas utilizadas fueron: (1) T de
Student, para el análisis de diferencia de medias en las escalas de los dos cuestionarios en
función del grupo de edad , y (2) U de Mann--Whitney, empleado para la comparación de
diferencias en los rangos de las puntuaciones en los cuestionarios en función del género.
Finalmente, realizamos un análisis complementario con el objetivo de conocer la cantidad de
participantes que se encuentran en una situación de riesgo real de padecer TCA y que, en
función de las puntuaciones obtenidas en el cuestionario EDI--3--RF, deberían ser derivados a
un especialista para un análisis más extenso.

Siguiendo los criterios propuestos en el propio cuestionario, hemos incluido en esta categoría a
los sujetos que obtuvieron en la escala de Obsesión por la delgadez (DT) una puntuación igual
o superior a 12 puntos.
Los análisis relativos a las diferencias de edad mostraron que las puntuaciones obtenidas en
diferentes grupos resultaron ser estadísticamente similares.
Las diferencias de género en las puntuaciones en todos sus componentes resultaron
estadísticamente significativas, a favor de las mujeres que puntuaron más alto en todas las
escalas, excepto en la escala B del EDI--3--RF (comportamientos bulímicos), en la que los
hombres obtuvieron puntuaciones ligeramente más elevadas realizamos un análisis
complementario con el objetivo de conocer el porcentaje de la población deportiva y artística
participante que se encontraba en riesgo de padecer trastornos de la conducta alimentaria
según los criterios diagnósticos planteados en el EDI--3--RF. Este cuestionario considera un
claro punto de corte que permite decidir al evaluador cuándo una persona debe ser derivada a
un especialista para un estudio más riguroso de su caso, por encontrarse en riesgo elevado de
padecer un TCA. Concretamente, sugiere considerar la escala DT (obsesión con la delgadez)
como medida de screening, planteando la necesidad de derivar a las personas que obtengan
una puntuación de 12 o más en este componente. Siguiendo este criterio, comprobamos que el
13,7% de los varones y el 31,3% de las mujeres estaban incluidas en este grupo de alto
riesgo.

RESULTADOS
De los 863 participantes en este estudio, el 43% (372) son deportistas y artistas de elite, y el
57% estudiantes de artes escénicas y deportistas no profesionales. En el grupo de elite hemos
detectado 39 sujetos con problemas de TCA, que representan el 10,48% de la población de
elite y el 4,5% de la población total. Con problemas de Obsesión por la delgadez, una
puntuación superior a 12 en la escala DT hemos detectado 41 sujetos en el grupo de elite, lo
que representa un 11% de la población de élite. Sin embargo de la población de estudiantes
de artes escénicas y de deportistas aficionados hemos detectado con problemas de TCA en una
población estudiada de 491 sujetos, 127 sujetos, que representan el 28,5% de la población no
de elite y el 14,7% de la población total estudiada, siendo el factor superior a 12 en obsesión
por la delgadez obtenido por 141 sujetos, lo que representa el 28,7% de la población de no
elite, y el 16,3% de la población total. Dentro de este grupo de alto riesgo, se observaron
diferencias de género, el 31,3% de las mujeres, frente al 13,7% de los varones.
DISCUSIÓN
Los resultados generales observados en este estudio preliminar indican que existe una
proporción importante de estudiantes de artes escénicas que se encuentran en riesgo de
padecer un Trastorno de la Conducta alimentaria, presentando puntuaciones relativamente
elevadas en los distintos componentes.
Las puntuaciones obtenidas en el cuestionario EDI--3--RF indican que los que participaron en
el estudio muestran niveles significativos de obsesión por la delgadez, rasgos bulímicos o
insatisfacción corporal elevada, todos ellos claros factores de riesgo asociados al desarrollo de
TCA (Mazzeo y Bulik, 2009).
Partiendo de la puntuación de una de las escalas de este instrumento observamos cómo el
porcentaje de personas que deberían ser remitidas a un especialista clínico para una
evaluación más extensa es muy elevado (31%). Esto indica que más de la cuarta parte de los
artistas y deportistas consultados presentan sentimientos en relación a su propio cuerpo
asociados a una fuerte insatisfacción corporal y que, siguiendo criterios clínicos, deberían ser
sometidos a posteriores análisis que permitieran discernir si padecen ya de hecho algún tipo de
TCA.
Resulta especialmente llamativo constatar que en una de las puntuaciones del EDI--3--RF, la
correspondiente a la presencia de conductas bulímicas, los participantes varones han obtenido
puntuaciones significativamente más elevadas que sus compañeras. Por el momento, no
tenemos ninguna explicación que pueda arrojar luz sobre este resultado inesperado, aunque
trabajos previos han constatado un importante aumento de la insatisfacción corporal y los TCA
entre los hombres de países occidentales en los últimos años (Andersen, 2005, Cernuda,
2013). Conviene profundizar en esta línea en futuros trabajos y considerar posibles variables
que estén influyendo en la aparición de esta diferencia de género, infrecuente en el área de los
TCA. En este sentido, habría que considerar por ejemplo la orientación sexual de los
participantes, pues estudios recientes indican crecientes tasas de TCA entre hombres
homosexuales (Feldman y Meyer, 2007). En este sentido, no debemos olvidar las reservas
manifestadas en algunos trabajos (Andersen, 2005) en relación a la aplicación de este tipo de
instrumentos en varones, diseñados en general para detectar las características del trastorno
en población femenina. Además, las prácticas incluidas en esta escala están directamente
relacionadas con la presencia de atracones y conductas de alimentación descontroladas.
En definitiva, los datos contemplados en este trabajo destacan la gran relevancia social de los
aspectos relacionados con la imagen corporal y los trastornos de la conducta alimentaria,
considerados por algunos expertos como una epidemia en los países occidentales (Gordon,
2000). Como hemos visto, estos problemas parecen ser especialmente significativos en la
muestra analizada, quienes parecen estar en riesgo elevado de desarrollar un problema de
este tipo.
El rol preventivo que pueden ejercer profesores, psicólogos y en general cualquier profesional
de la educación que trabaje con niños y jóvenes es indudable (Yager y O´Dea, 2005). Sin
embargo, consideramos especialmente importante ampliar el conocimiento que poseemos
sobre las actitudes, conocimientos y creencias de estos profesionales en esta área, así como
sus propias situaciones de riesgo, pues cualquier intervención de tipo preventivo o clínico que
se realice en este sentido debe partir de las mismas para resultar óptima.
Los datos que obtenidos en este trabajo y en otros estudios previos (O´Dea y Abraham, 2001;
Yager y O´Dea, 2009) parecen indicar la necesidad de comenzar las tareas de formación e
intervención en este área durante los primeros años universitarios de aquellos que serán
futuros educadores y sanitarios. Destacamos además, junto con estos autores , la necesidad
de implementar estrategias de intervención y prevención dirigidas específicamente a los
estudiantes de nuestras universidades, a los deportistas y artistas en formación tal y como se
viene haciendo desde hace años en otros países como Estados Unidos (Taylor, Bryson, Luce,
Cunning, Doyle, Abacal, Wilfley, 2006). A pesar de no encontrarse en la etapa de la
adolescencia, en la que el riesgo de este tipo de trastorno alcanza sus cotas máximas, los
niveles observados son suficientemente alarmantes como para plantearse este tipo de
intervenciones.

CONCLUSIONES
Los resultados de este estudio nos indican que existe un alto riesgo de desarrollar problemas
alimentarios en poblaciones para las que el cuerpo es un instrumento importante para
desarrollar su labor y en las que el peso y la estética juegan un papel importante en el
perfeccionamiento de la técnica.
Las mujeres son más proclives a experimentar estos problemas, y los varones cada vez
muestran índices más altos de problemática.
Es importante observar que en el mundo profesional y la élite las incidencias son mínimas y se
podrían considerar anecdóticas, respeto a los datos que muestran los aficionadosabrumadoramente más contundentes en sintomatología
Es necesario desarrollar programas de prevención basados en la información y divulgación de
los problemas de conducta alimentaria, y formar con especial interés a los futuros sanitarios en
estos aspectos cada vez más necesarios para realizar una buena detección y tratamiento de los
mismos, igualmente hay que facilitar materiales adecuados a los educadores porque pueden
realizar una extraordinaria labor de información y prevención.

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