El protocolo actual indica que los que han resultado contagiados reciben una sola dosis. Algunos estudios y expertos dicen que se podría prescindir de ella.
La inicial escasez mundial de vacunas contra la infección por SRAS-CoV-2, sobre todo en los países menos desarrollados, agravada por las incertidumbres sobre las de AstraZeneca y Janssen, ha obligado a establecer prioridades entre los grupos más esenciales -sanitarios- y vulnerables -mayores de 60 años y enfermos de riesgo- y, tras algunas vacilaciones, a decidir inocular con una sola dosis a las personas que han pasado la infección a fin de optimizar y acelerar las campañas inmunizadoras.
Algunos sin embargo dudan de la necesidad de vacunar, incluso con una sola dosis, a los inmunizados por la propia infección. Bastaría con los anticuerpos y memoria inmune generados por el contagio. Los datos recabados hasta ahora indican que la inmunidad permanece.
Un trabajo recién prepublicado en MedRxiv por un equipo de la Universidad de las Islas Feroe ha confirmado en 400 contagiados que la tasa de anticuerpos se mantiene al menos durante doce meses. La seropositividad en esas personas fue superior al 95 % en tres fases de muestreo. Hubo una disminución general en los títulos de IgG con el tiempo. Después, se estabilizó. Curiosamente, añaden los autores, dirigidos por María Skaalum Petersen, “los títulos IgG siguieron una curva en forma de U con niveles más altos de anticuerpos entre los grupos de edad mayores (67+) y los más jóvenes (0-17) en comparación con los grupos intermedios”.
Comprender el nivel de protección que confieren la infección y la vacunación es por eso fundamental para el diseño de políticas equilibradas de distribución de vacunas. Un equipo multicéntrico de Israel, país que encabeza la tasa mundial de vacunaciones, ha analizado la base de datos de la población israelí para evaluar la eficacia de la protección tanto de la infección previa como de la vacunación.
En su estudio, también prepublicado en MedRxiv, indican que la vacunación ha tenido una eficacia del 92, 8% tanto en la reducción de hospitalizaciones como de muertes y enfermedad grave. Del mismo modo, el nivel estimado global de protección en los que se habían infectado es del 94, 8%. “Nuestros resultados -concluyen los autores encabezados por Yair Goldberg- cuestionan la necesidad de vacunar a individuos previamente infectados”.
No siempre es igual
A pesar de esas dudas, que parecen lógicas desde el punto de vista inmunológico, otros expertos no lo ven tan claro. Jennifer T. Grier, inmunóloga de la Universidad de Carolina del Sur, escribía hace un mes en The Conversation que “la protección inmune no siempre es igual. La fuerza de la respuesta inmune, el tiempo que dura la protección y la variación de la respuesta inmune entre las personas es muy diferente entre la inmunidad de la vacuna y la inmunidad natural por el SRAS-CoV-2. Las vacunas ofrecen una inmunidad más segura y fiable que la infección natural”.
Aducía estudios que han observado escasez de anticuerpos y de células T en el 7-9% de los infectados, sobre todo los asintomáticos. Las reinfecciones, no demasiadas por ahora, apoyarían estas reservas. Sin tener en cuenta, claro está, la amenaza de las variantes: con la brasileña ya se ha observado, por ejemplo, que los contagiados con la cepa china original no estaban tan protegidos de ella, algo que también puede suceder con las vacunas actuales; de ahí las actualizaciones que ya preparan algunos laboratorios.
El seguimiento de los vacunados con Pfizer y Moderna muestra anticuerpos en el 100% de casos y en una cantidad seis veces mayor que la producida por la inmunidad natural, según un trabajo del hospital Mount Sinai, en Nueva York, publicado este mes en The New England Journal of Medicine. “Las vacunas no son perfectas, pero producen fuertes respuestas de anticuerpos y células T que ofrecen un medio de protección más seguro y confiable que la inmunidad natural… La inmunidad natural contra la infección es simplemente demasiado poco fiable frente a un virus tan devastador”, concluía el equipo de Florian Krammer.
Respuestas más altas
Entre el 9 de diciembre de 2020 y el 9 de febrero de 2021, investigadores de las Universidades de Sheffield, Oxford, Liverpool, Newcastle y Birmingham analizaron muestras de sangre de 237 sanitarios para comprender sus respuestas de células T y anticuerpos tras recibir la vacuna de Pfizer. Las personas que previamente habían sido infectadas mostraron respuestas más altas de células T y anticuerpos después de una dosis en comparación con las que no habían tenido covid-19 y habían recibido también una dosis. Entre los contagiados, la respuesta de las células T se expandió tras la vacunación para reconocer más regiones de la proteína spike. Es decir, confirmaban, la vacunación proporciona una mejor protección que la infección natural.
Según los resultados de este estudio, denominado Pitch y prepublicado en The Lancet, entre lo no infectados con dos dosis de la vacuna de Pfizer, la respuesta de las células T fue tan fuerte como la de los contagiados con una dosis. En estos, las respuestas de anticuerpos fueron 6, 8 veces más altas y las de células T 5, 9 veces más altas. Entre las personas que no habían tenido covid-19 y habían recibido una dosis, las respuestas de anticuerpos y células T estaban en un nivel similar o superior al de aquellos que habían sido infectados previamente pero no habían sido vacunados. Hubo un aumento de 10 veces en la respuesta de células T después de la vacunación en personas con infección previa frente a los infectados.
Más efectos secundarios
Pero ¿qué cantidad de anticuerpos se necesitan para mantener a raya al coronavirus? Varios análisis han observado que los generados por la infección natural serían suficientes, y en algunas circunstancias más eficaces que los de las vacunas. Quizá por ello se están notificando más efectos secundarios en los vacunados con las inyecciones de ARNm previamente contagiados que en los vacunados no infectados anteriormente. ¿Reacción del organismo ante el exceso de anticuerpos?
Alfredo Corell, catedrático de Inmunología de la Universidad de Valladolid, es un firme partidario de no vacunar a los que han pasado la enfermedad. “No haría falta volver a inocular de momento nada. Ni siquiera una dosis”, reconoce a Diario Médico. “Y tampoco haría falta poner un límite tan estricto de 65 años. Si la persona mayor tiene anticuerpos no habría que vacunarla, aunque tenga 80. Se ha optado por el proteccionismo y se han desaprovechado dosis que hubieran sido más útiles en personas que no estaban inmunizadas”.
Y remite a un artículo que publicó en febrero en The Conversation: “La inmunidad natural -escribía- ha demostrado ser eficaz en la inmensa mayoría de los casos, pues apenas se han producido reinfecciones (y con la cantidad de virus circulando es esperable que estén sucediendo miles de exposiciones diarias en personas que ya pasaron la enfermedad). Además, se ha demostrado que la infección produce una inmunidad protectora en macacos a los que se les vuelve a exponer al virus”. Y concluía: “Hay que ahorrar dosis de los ya inmunizados y proteger a los más vulnerables. No es el momento de dudar de uno de los mecanismos esenciales de la respuesta inmunitaria”.
Al final de la cola
En una tónica parecida, aunque menos atrevida, se pronunciaba la Sociedad Española de Inmunología: si bien aconseja por su mayor riesgo vacunar a todas las personas de más de 60 años hayan o no pasado la covid-19, en menores de 60 años sin factores de riesgo asociados (inmunodepresión, enfermedades concomitantes…) que hayan pasado la enfermedad deberían vacunarse al final de la campaña. Mientras no haya suficientes vacunas, “interesa proteger primero a quien no demuestra una respuesta específica al SARS-CoV-2 con la presencia de anticuerpos”.
Si en el mundo hay ya 150 millones de personas diagnosticas oficialmente que han resultado contagiadas, cifra que puede ser cinco veces mayor según numerosos estudios de seroprevalencia en la población general, podría al menos retrasarse la inmunización de esas personas mientras los suministros de vacunas sean limitados.
Con la perspectiva, incierta, de una revacunación al cabo de uno o dos años, siempre y cuando se compruebe pérdida paulatina de inmunidad, algo que por ahora no se ha observado, o bien obligados por una variante que eluda las vacunas actuales, gestionar bien las dosis disponibles acelerará la tan ansiada inmunidad colectiva.