Desde el principio de la pandemia, algunos Gobiernos han actuado como si la gente fuera el problema y no la solución. Hurtando información para evitar una supuesta reacción de pánico irracional, que nunca sucedió. O promoviendo medidas de brocha gorda, como si la ciudadanía no supiera entender reglas complejas. También se ha creído que las personas son frágiles de carácter, incapaces de soportar las restricciones durante mucho tiempo. Fatiga decisoria, lo llaman. En esta controvertida teoría basó Boris Johnson —y otros líderes— su estrategia inicial: la gente no aguantará mucho tiempo con las medidas, más vale que las retrasemos todo lo posible, venían a decir. Mientras tanto, una mayoría abrumadora de los ciudadanos se han ido confinando y desconfinando sin rechistar, lavándose las manos, usando a todas horas mascarillas, incluso en las playas. Mes tras mes. Sin agotarse.
Ahora, cuando golpea la segunda ola, se habla de fatiga pandémica. Un reportaje en el New York Times culpaba a esta fatiga mental de los brotes que sufre Europa, asegurando que son “el indicio más revelador de que la gente está confundida o ha dejado de atender las indicaciones”. Muchos medios han hablado en España de “un hartazgo que pone en riesgo las medidas”. Todo a partir de un informe que la Organización Mundial de la Salud, en su rama europea, publicó en octubre con recomendaciones para hacer frente a este fenómeno psicológico, que define como “desmotivación para seguir los comportamientos de protección recomendados”.
Retratar a las personas como débiles y carentes de determinación puede usarse para explicar los contagios en lugar de las políticas gubernamentales.
El problema es que los expertos en la psicología del comportamiento creen que esa fatiga no existe. La última revisión de la literatura científica sobre este asunto concluye que es una “invención política” que “no proporciona una base sólida para la formulación de políticas”. “Hay poca evidencia de que exista o de que afecte el cumplimiento de las medidas (. . . ). La fatiga conductual no es un fenómeno real”. No hay estudios que muestren que existe ese cansancio que lleva dejar de cumplir las normas, más bien al contrario: lo habitual es incorporarlas con mayor naturalidad a medida que pasa el tiempo. “Retratar a las personas como débiles y carentes de determinación puede usarse para explicar los contagios en lugar de las políticas gubernamentales”, lamenta la psicóloga social Susan Michie, directora del Centro para el Cambio de Comportamiento de la University College de Londres. “Este es el peligro de psicologizar la pandemia”, añade esta experta, que forma parte del grupo de asesores científicos del Ejecutivo británico para la pandemia.
Los datos que se conocen no respaldan la idea de que se está erosionando el cumplimiento. En España, la impresión es que sigue siendo robusto, sin signos de fatiga. “No parece que exista en nuestra población, ya que los porcentajes de cumplimiento son altos”, señala la presidenta de la Sociedad Española de epidemiología, Elena Vanessa Martínez. El porcentaje de la ciudadanía que evita los lugares abarrotados y que ha mejorado su higiene ronda el 80% desde abril y los que llevan siempre mascarilla se mantienen cerca del 90% desde julio hasta ahora, según los estudios de YouGov.
No parece que exista en nuestra población, ya que los porcentajes de cumplimiento son altos
“La población se está portando muy bien”, añade Martínez, que trabaja en la Dirección General de Salud Pública del Ministerio de Sanidad. La encuesta Cosmo-Spain, que coordina el Instituto de Salud Carlos III, lo deja claro: “La adherencia a las medidas preventivas recomendadas por las autoridades sanitarias sigue siendo alta. Las medidas de prevención que la población dice haber realizado siempre siguen siendo por este orden: usar mascarillas (90%), lavarse las manos y/o usar gel hidroalcohólico (85%) y guardar distancia física de dos metros (80%)”, en niveles idénticos en septiembre a los de junio. Sin embargo, Sanidad incluyó el concepto de fatiga pandémica en su borrador de plan navideño: “Se empieza a observar una desmotivación para el cumplimiento de las medidas de prevención, que la OMS ha denominado fatiga pandémica”. El ministerio no quiso explicar dónde observan esa desmotivación por tratarse de un borrador.
Esta encuesta es la rama española del estudio global con el que la OMS está siguiendo el comportamiento de la ciudadanía en la pandemia. Una encuesta que, supuestamente, justifica este temor a la fatiga. “Aunque la fatiga se mide de diferentes maneras y los niveles varían según el país, ahora se estima que ha alcanzado más del 60% en algunos casos”, aseguró el director regional de la OMS en Europa, Hans Henri Kluge. Al preguntar por esa cifra, una portavoz de la OMS dice que no puede aportar datos más concretos y matiza que hay sitios en los que esa fatiga llega “hasta el 60%”. Y añade que “se expresa a través de un número creciente de personas que no siguen o aceptan suficientemente las recomendaciones y restricciones o disminuyen sus esfuerzos para mantenerse informados sobre la pandemia”. El porcentaje de españoles que consultan a menudo información sobre la pandemia en los telediarios se mantiene en el 62%, tanto en junio como en septiembre, por poner un ejemplo de la propia encuesta que usa la OMS.
Responsabilizar a las personas por sus acciones es válido si existe un marco que les permita cumplir, solo entonces podremos juzgar si los individuos cumplen o no las precauciones
La presidenta de los epidemiólogos apunta a una clave importante que se obvia al hablar de fatiga: los factores socioeconómicos. “Los incumplimientos que vemos no están relacionados tanto con fatiga sino con problemas laborales y económicos”, avisa Martínez. El sociólogo de la salud Rafael Serrano añade: “La estructura social determina un mayor estrés vivencial; el virus no entiende de clases, pero sí su repercusión. La angustia no es igual si tienes trabajo y jardín que si no tienes empleo y vivís siete personas en un piso”. “Por eso hay que apostar por medidas que ayuden a aliviar factores sociales, económicos”, apunta Serrano.
Y eso es lo que propone el informe de la OMS sobre la fatiga, cuyas medidas y recomendaciones están en general dirigidas a problemas de gestión, no a la debilidad de carácter de la población. “El informe es excelente y proporciona estrategias para ayudar a las personas a adherirse a las restricciones. Sin embargo, darle el título de fatiga pandémica no describe con precisión la naturaleza del problema de mantener la adherencia ni ayuda a señalar soluciones”, indica por correo Michie, que ha escrito varios artículos criticando esta teoría junto a prestigiosos colegas. Por ejemplo, el informe sugiere que se paguen las bajas asociadas a la covid para que se cumplan las cuarentenas, que se impongan restricciones claras, bien motivadas y justas, y que se eviten las confusiones con mensajes contradictorios entre autoridades.
El porcentaje de españoles que evita los lugares abarrotados y que ha mejorado su higiene ronda el 80% desde abril y los que llevan siempre mascarilla se mantienen cerca del 90% desde julio hasta ahora.
La gente no se cansa de cumplir medidas que saben que funcionan y salvan vidas, pero sí cuando no tienes para comer y tienes que salir a buscar ingresos a pesar de la cuarentena. O cuando ven que los esfuerzos no ofrecen resultados en la evolución de la pandemia o cuando se quiebra la confianza con las autoridades. Algo que sí ha observado Eve Wittenberg, investigadora del Centro para la Ciencia de las Decisiones en Salud de la Universidad de Harvard, en distintas regiones de EE UU: “Se da principalmente entre las personas que viven en áreas donde se han impuesto restricciones y se seguían las recomendaciones, pero ahora lo están haciendo menos, probablemente debido a la frustración porque perciben que la inversión de tiempo y esfuerzo no sirve para nada”.
Wittenberg sí cree que se esté dando el fenómeno, al menos en su país, y también apuesta por resaltar la parte importante de responsabilidad individual de la gente. “Responsabilizar a las personas por sus acciones es válido si existe un marco que les permita cumplir”, advierte la experta de Harvard, “solo entonces podremos juzgar si los individuos cumplen o no las precauciones”. Michie añade que la falta de confianza en el Gobierno es un factor muy importante que socava la adhesión: “Los países que lo han hecho mejor tienden a tener gobiernos de confianza”. En España, donde cada medida se polariza políticamente y el Gobierno central ha tenido que declarar un estado de alarma dirigido a una autonomía, la confianza en todas las autoridades está por los suelos. En general, añade la experta, la adherencia ha sido buena cuando las personas entienden que lo que se les pide que hagan marcará la diferencia, cuando están motivadas para cuidar a sus seres queridos y comunidades y cuando el Gobierno ha permitido un sentimiento de solidaridad colectiva, en lugar de debilitarlo culpando a sectores de la sociedad.
No es una simple discusión académica. Cuando el nuevo coronavirus llegó a Europa, el Gobierno de Johnson y el de Suecia confiaron en esta endeble teoría de la fatiga para no confinar a sus ciudadanos. La explicación del Gobierno británico fue que “si actúas demasiado pronto, la gente se fatiga. . . Es un camino largo”. Michie, junto con más de 600 científicos del comportamiento, suplicaron en una carta en marzo a Johnson que no tomara decisiones basándose en una tesis sin pruebas y que confinara a la población como estaban haciendo con éxito otros países. Fue un error que, como sus propios asesores científicos reconocieron, costó muchas vidas.