¿Son perversos los homosexuales? Sí lo eran en la óptica de la psiquiatría y del psicoanálisis clásicos, pero hoy en día ha cambiado tanto la valoración social de la homosexualidad que decir que los homosexuales son perversos suele ser visto como un prejuicio homofóbico que sólo se animarían a sostener algunos trogloditas, de esos que gustan exhibir desafiantemente su rudeza. Para colmo de males, ciertos avispados voceros de la comunidad gay han denunciado recientemente que el discurso homofóbico se ha sutilizado y opera con renovada eficacia en los brumosos márgenes del discurso oficial. Así las cosas, únicamente siendo activista gay se estaría a cubierto de las insidias del discurso homofóbico, puesto que, así como se asegura que son algunas mujeres las que alientan el machismo, se podría llegar a decir que muchos gay alimentan el discurso homofóbico, quizá a su pesar. Volveremos sobre este punto. De todos modos, resulta más que evidente que la liberalización de las costumbres de las últimas décadas ha vuelto admisibles hoy muchas cosas que antaño eran censuradas, excluidas y aun castigadas.
La OMS ha declarado que la homosexualidad no es una enfermedad y hay consenso general en rechazar la discriminación de personas a causa de su preferencia sexual, concibiendo a ésta última como el resultado de una libre elección personal que es privativa de cada quien y sobre la que no es lícito que otras personas se expidan. También volveremos sobre esto. Como colofón, el término mismo perversión, con mucha carga semántica negativa, por así decir, ha sido dejado de lado en favor del neutro parafilia, el cual, bien analizado, también señala que se trata de una afinidad (filia) ubicada ?al lado? (para) de no otra cosa que ?lo normal?. ¿Qué razones puede llegar a tener alguien- pongamos por caso un analista- para sostener que hay cuando menos algunos sujetos homosexuales que son perversos o con una estructura perversa? Freud nos ha instado insistentemente a tres cosas: a no ser innecesariamente remilgados y ?llamar a las cosas por su nombre?, a ?decirlo todo?, esto es, a no guardarse nada y ser capaz de ventilar esas intimidades que todos preferimos ocultar por pudor o lo que sea y, en tercer lugar, a no moralizar, verdadero nervio de la abstinencia psicoanalítica. Trataremos, pues, de decir lo que pensamos sin recurrir a los eufemismos más que cuando la benevolencia así nos los solicite. Por otra parte, es crucial para nosotros saber si es posible develar el funcionamiento de las estructuras perversas a fin de dejar atrás los desaciertos de las especulaciones pseudocientíficas y las limitaciones de las declaraciones puramente ideológicas.
Homosexualidad y perversión.
Juan José Ipar.
¿Son perversos los homosexuales? Sí lo eran en la óptica de la psiquiatría y del psicoanálisis clásicos, pero hoy en día ha cambiado tanto la valoración social de la homosexualidad que decir que los homosexuales son perversos suele ser visto como un prejuicio homofóbico que sólo se animarían a sostener algunos trogloditas, de esos que gustan exhibir desafiantemente su rudeza. Para colmo de males, ciertos avispados voceros de la comunidad gay han denunciado recientemente que el discurso homofóbico se ha sutilizado y opera con renovada eficacia en los brumosos márgenes del discurso oficial. Así las cosas, únicamente siendo activista gay se estaría a cubierto de las insidias del discurso homofóbico, puesto que, así como se asegura que son algunas mujeres las que alientan el machismo, se podría llegar a decir que muchos gay alimentan el discurso homofóbico, quizá a su pesar. Volveremos sobre este punto.
De todos modos, resulta más que evidente que la liberalización de las costumbres de las últimas décadas ha vuelto admisibles hoy muchas cosas que antaño eran censuradas, excluidas y aun castigadas. La OMS ha declarado que la homosexualidad no es una enfermedad y hay consenso general en rechazar la discriminación de personas a causa de su preferencia sexual, concibiendo a ésta última como el resultado de una libre elección personal que es privativa de cada quien y sobre la que no es lícito que otras personas se expidan. También volveremos sobre esto.
Como colofón, el término mismo perversión, con mucha carga semántica negativa, por así decir, ha sido dejado de lado en favor del neutro parafilia, el cual, bien analizado, también señala que se trata de una afinidad (filia) ubicada “al lado” (para) de no otra cosa que “lo normal”.
¿Qué razones puede llegar a tener alguien- pongamos por caso un analista- para sostener que hay cuando menos algunos sujetos homosexuales que son perversos o con una estructura perversa? Freud nos ha instado insistentemente a tres cosas: a no ser innecesariamente remilgados y “llamar a las cosas por su nombre”, a “decirlo todo”, esto es, a no guardarse nada y ser capaz de ventilar esas intimidades que todos preferimos ocultar por pudor o lo que sea y, en tercer lugar, a no moralizar, verdadero nervio de la abstinencia psicoanalítica. Trataremos, pues, de decir lo que pensamos sin recurrir a los eufemismos más que cuando la benevolencia así nos los solicite. Por otra parte, es crucial para nosotros saber si es posible develar el funcionamiento de las estructuras perversas a fin de dejar atrás los desaciertos de las especulaciones pseudocientíficas y las limitaciones de las declaraciones puramente ideológicas.
Fórmulas lacanianas
Recordábamos en otro artículo sobre la perversión que en ella el falo está forcluido en el deseo de la madre. El deseo de ésta no se dirige hacia ningún hombre viviente y se vuelve hacia el niño sin que medie algún deseo paterno que acote la sofocante seducción materna. Precisamos también que seducir es convencer a alguien de que él o ella es exactamente lo que deseamos. De esta constelación resulta, entonces, que el falo no está metaforizado en el perverso. Esta metaforización del falo se inscribe, desde luego, dentro de lo que Lacan denomina más ampliamente metáfora paterna, proceso por el cual el significante materno o fálico cae bajo la barra y el psiquismo del niño se organiza bajo el patrocinio del significante Nombre del Padre. El padre pasa a ser ahora el propietario del falo y por ello es que se hace desear por la madre y suscita la codicia del niño, introduciéndolo de tal modo en las vicisitudes de la castración- de la falta- y del amor, que, imaginariamente al menos, disimula y encubre la falta.
Al verse el perverso- futuro homosexual- privado de los auxilios de la metáfora, queda atrapado en una extenuante cabalgata metonímica de objetos que tienen que cumplir con una condición (Bedingung) sine qua non: la de tener un pene, como si la presencia de tal órgano reasegurase contra o desmintiese directamente la temida castración. Y en esa desesperada desmentida están sostenidos, con un ahínco análogo a aquel con el que los psicóticos se aferran a las inquietantes verdades que sus delirios les revelan1. La tendencia al deslizamiento propia de la metonimia explica la sexualidad promiscua, tan frecuente, si no universal, en estos sujetos. Es ya un clásico en las películas y novelas del noir el homosexual que encamina sus angustiados pasos a los baños de las estaciones ferroviarias y sostiene allí múltiples encuentros sexuales con otros habitués del lugar.
Lacan supone que en los sujetos psicóticos la metáfora paterna se ve reemplazada por una así llamada metáfora delirante, en la cual el significante Nombre del Padre es rechazado y otro significante distinto hace las veces de significante fundamental, pero no dice nada de una metáfora específica en las estructuras perversas, dejando una incógnita en lo que respecta a la sustitución del significante materno. Estamos, pues, en una situación intermedia en la que el falo no está metaforizado pero no se ve sustituido por un delirio. Siguiendo a Freud, Lacan postula un mecanismo- desmentida, renegación (Verleugnung), propio de las perversiones por el cual, en una pirueta sorprendente y al costo de una escisión del yo (Ichspaltung), el sujeto perverso acepta y desmiente simultáneamente la castración, Y todo ello, según Freud, por medio de juicios y no como el rechazo psicótico (Verwerfung), que se sitúa más allá de toda actividad judicativa. Tenemos nuevamente a los perversos a medio camino entre psicosis y neurosis. Como se ve, lo que Lacan llama metáfora no es un proceso que se da completo o no se da en absoluto sino que es susceptible de articulaciones diversas, por lo cual habría que encontrar una fórmula que conviniese a los sujetos perversos. De cualquier modo, y esto es lo que importa, hay acuerdo en decir que existen estructuras perversas o, lo que es lo mismo, que la perversión está estructurada, con lo cual se asume que no es un desorden, ni una aberración, ni un equívoco de la naturaleza sino un modo entre otros de organizarse el psiquismo.
Pero toda estructura genera sus propios desechos e imperfectamente se desembaraza de ellos como mejor puede. Así, los neuróticos no tienen otro remedio que enfrentar la fatalidad de sus síntomas y los psicóticos la cruz de sus a menudo intrincados delirios. Ocurre, pues, que ninguna estructura es redonda y se ve exenta de recurrir a algún suplemento que la estabilice en el disgusto. Ciertos perversos creen firmemente haber llevado hasta el final lo que Freud denominaba investigación sexual infantil y aseguran que su “orientación sexual” es producto de su libre elección y que no habría, por tanto, resto alguno del cual desprenderse. Esta argumentación ha sido “comprada” por muchos psiquiatras y aun por la OMS, confirmando “científicamente” la inexistencia de angustia en dichos sujetos. Esto es manifiestamente falso: todas y cada una de las excursiones balnearias de las que hablamos más arriba va precedida por una intensa angustia que en muchos casos pasa desapercibida a pesar de su intensidad o que es directamente negada. Por lo demás, la elección del objeto sexual nunca es libre y el encuentro con él siempre se verifica bajo el apremio de la angustia, aun la creación del objeto fetiche, destinado a ser una especie de talismán que transforma mágicamente la angustia en excitación sexual.
Un fantasma homosexual
En el film El beso de la mujer araña, cuyo guión se basa en la novela homónima de Manuel Puig, se nos presenta a un grupo de homosexuales que comparten lánguidamente sus vidas en una espera interminable: esperan un hombre. No un homosexual como ellos sino un “verdadero” hombre, un hombre cabal, léase un heterosexual. Podría decirse que, como lo señala Freud en El hombre de las ratas, siendo la cobardía un lote común de los heterosexuales, éstos no resultarían ser a la postre “tan hombres”. Más allá de eso, queda claro que se trata indudablemente de un fantasma de índole sentimental, amorosa. La espera es, desde luego, inútil: los hombres no sólo prefieren a las mujeres sino que, además, un mandamiento antihomosexual preside sus indecisas mentes. En realidad- la película lo ilustra perfectamente-, lo que termina ocurriendo es que el protagonista encuentra lo que podríamos llamar la “instancia masculina”, merced a la cual puede dar a su existencia un giro por completo inesperado. Es obligado por la policía a compartir una celda con un preso político con el fin de sonsacarle información, más no encuentra allí ni al príncipe de sus ensueños ni a objeto amoroso alguno, sino que incorpora, por así decir, la masculinidad y concluye arriesgando y ofrendando su vida en una misión de carácter político. Se despide de su madre, la encomienda a sus amigos y parte al encuentro de su novedoso y fatal destino. Eso es ser un hombre: tener un objetivo elevado y no fallar a la hora de cumplir con la palabra empeñada, entrar de lleno en la simbolización, jugarse por una idea, ser un poco iluso, acaso romántico. La ley de la pura conveniencia está, nos lo señala Lacan, del lado de lo femenino.
Este fantasma sentimental de encontrar “un hombre” y la expectativa esperanzada que lo acompaña ponen a estos homosexuales del lado del amor y, en principio, en las antípodas de la promiscuidad que mencionamos. Nadie ama o está enamorado de un sinfín de personas sino de una sola: el amor unifica no sólo al sujeto sino que incide sobre sus pulsiones reuniéndolas y dirigiéndolas a un único objeto amoroso por vez. No es privativo de la perversión, sin embargo, el ser enamoradizo y cambiar a menudo de objeto amoroso. Muchos perversos fundan su superioridad respecto de los neuróticos en el hecho de suponerse a sí mismos exentos de las tontas cursilerías en que se ven envueltos los enamorados, aunque, a la luz de este fantasma sentimental quizá universal entre ellos, tal presunción sea puramente defensiva y también ellos sufran de historias de amor, bien que ocultas- ocultadas- en los pliegues de una burlona pirotecnia verbal que ensalza los placeres sobrehumanos por ellos alcanzados.
Esta implicación de muchos homosexuales en las venturas y desventuras del amor hace que muchos de ellos breguen por el reconocimiento social de su condición y aspiren al matrimonio e incluso a la adopción de niños a fin de conformar familias con los mismos derechos que las familias “normales”, relativamente raras hoy en día. Por estas razones, mucho se especuló acerca de si son verdaderos homosexuales con una estructura perversa o si se trata más bien de neuróticos en pos de una reivindicación. Para complicar más las cosas, el ideal sexual de los 90 admite la bisexualidad, otra categoría ambigua y proteiforme. Pero no debemos confundir la clasificación de los sujetos según sus costumbres con una nosología psicoanalítica o psiquiátrica. Foucault- un homosexual célebre- señalaba que la idea de una clasificación de individuos era perversa en sí misma y que su fin no era otro que alcanzar la domesticación o sujeción de los sujetos y su normalización, lo cual en clave analítica se entiende como hacerlos pasar por la castración.
Mucho se ha dicho que se es neurótico, perverso o psicótico según cómo se tramite en cada caso la pulsión y en cómo se relacione ésta con su objeto, abandonando la idea de que cada estructura se organiza en relación a un mecanismo específico (represión, desmentida o renegación y rechazo o forclusión). Y se acuñan fórmulas para distinguir unas estructuras de otras: así, los neuróticos construyen fantasmas, que podemos examinar en el relato de sus ensueños diurnos, mientras que, en el otro extremo, se hallan los psicóticos, en quienes se dice que no está constituido el cuerpo pulsional y que están, por tanto, expuestos a las impulsiones, visto este término como un negativo de la pulsión. El perverso nuevamente a mitad de camino, entre la impulsión y el fantasma, participando confusamente de ambos: se habla por un lado de escena perversa, noción próxima a la de fantasma, y, por otro, están las impulsiones y compulsiones que señalamos más arriba.
Lo que caracteriza la posición del perverso en relación a la pulsión es su pretensión de alcanzar por medio de su acto perverso una satisfacción (Befriedigung) completa, erigiéndose en amo y maestro (maître) del goce, en contraste con su primo neurótico, dominado o acorralado por sus floridos síntomas. Sabido es que para demandar análisis es necesario imaginarse como la víctima de desgraciadas circunstancias y de malvados progenitores: esta pretensión de erigirse en Amo del goce aleja al perverso de la consulta y lo compele a intentar rebatir las teorías, incluso las psicoanalíticas, sobre la génesis de las perversiones.
Conclusión
Como las Justine y Juliette del marqués, tenemos dos estampas contrapuestas que forman una unidad: la deprimente miseria neurótica frente a la apabullante lozanía de la perversión. Pero esta imagen triunfante de la perversión de los libertinos del XVIII contrasta con los homosexuales de hoy, que luchan por la consecución de un reconocimiento que les resulta esquivo. Ese afán por cobijarse bajo la ley únicamente puede ser entendido en relación a una pérdida de goce: para criar niños hay que desistir de la promiscuidad y de las tortuosas escenas en las que imaginariamente tales goces supremos eran alcanzados. Los viejos libertinos realizaban intrincadas ceremonias de casamiento y retenían a su lado a sus hijos y parientes desde luego no con el fin de disfrutar de la concordia familiar sino con el exclusivo propósito de gozar mancillando las costumbres que la moral tradicional recomendaba y prescribía como sagradas o elevadas.
Perversos eran los de antes, así como histéricas también eran las de antaño. Quizá, después de todo, tenga algo de razón Freud cuando aseveraba que el efecto del psicoanálisis sobre la sociedad toda obligaría a la neurosis- y, por lo que se ve, también a las perversiones- a replegarse y a proveerse de nuevos y más discretos disfraces, abandonando las estridencias y obviedades de otrora.
El fantasma que examinamos someramente de encontrar un hombre heterosexual es, en resumen, una búsqueda del falo simbólico, corporizado en un objeto no reductible al rol de partenaire de una escena perversa, sino que se trataría de un objeto que simbolizaría la falta misma, a la que el sujeto ha esquivado toda su vida pero cuya interrogación de alguna manera persiste y, eventualmente, podría conducirlo a un análisis.
Nota
1 Los neuróticos, por su parte, se aferran a la posición de víctimas de padres malvados, según reza la novela familiar.
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