El trastorno por déficit de atención e hiperactividad o TDAH es conocido por ser relativamente típico en la edad infantil, aunque hoy en día se sabe que no son pocos los adultos diagnosticados con dicha patología.
Ese es el caso de Jason Wilson, un periodista freelance que escribe normalmente en la sección de Internacional del periódico inglés The Guardian que ha contado su caso en su mismo medio y en primera persona.
Así, todo el proceso que llevó a un diagnóstico que desconocía por completo a sus 40 años, comenzó cuando el periodista realizó un test. El mismo contenía preguntas sobre si le costaba rematar sus proyectos más complicados, mantenerse sentado por largos periodos de tiempo, si interrumpía conversaciones o finalizaba frases de otras personas o si solía estar inquieto.
Cada uno de estos parámetros suponía una puntuación y Wilson acabó la prueba con un resultado altísimo, lo que le llevó a pensar que algo iba mal y a consultar con una terapeuta.
La psicóloga, amable pero insistentemente, le sometió a una serie de preguntas que cubrían prácticamente toda su vida. Por ejemplo, cómo se entretenía siendo niño -"leyendo de forma obsesiva"-, qué le había causado problemas en sus relaciones personales -"llegar siempre tarde y la falta de compromiso"-, cómo le habrían descrito sus profesores de instituto -"Brillante, pero desorganizado y distraído"- y cuán a menudo perdía cosas como las llaves o la cartera -"Todo el tiempo".
En estas conversaciones empezó a emerger un patrón que hasta él mismo, metido en su ofuscamiento, podía reconocer. "Había vivido en un estado de casi permanente distracción, que periódicamente se convertía en caos o pánico ante la posibilidad de otro día tirado a la basura, otra cartera perdida u otra tarea que se me había pasado hacer", escribe.
Wilson se dio cuenta de que, en comparación con sus compañeros de trabajo, su capacidad de organizarse era precaria y que pequeños contratiempos le podían embajonar durante todo un día, jornada que seguramente acabaría sumido en la autocompasión.
También analizó sus hábitos de trabajo y vio que, a menudo, dejaba las cosas para última hora, lo que hacía que sus artículos salieran por una serie de milagros relativos a la hora de cierre y a la aceptación de disculpas por entregar sus textos con retraso.
Su capacidad para escribir y absorber información con rapidez le había hecho avanzar en su educación y su carrera con éxito, pero su estilo de aprendizaje -relata- era "desordenado e idiosincrático". Casi todo ocurría en el último momento posible, reconoce el periodista.
Sin embargo, y a pesar de la distracción continua, Wilson admite que podía pasarse horas leyendo, o absorto en un proyecto determinado, olvidando cualquier otra responsabilidad adyacente, algo que le iba bien para su profesión de periodista pero "no para mucho más"
Hora de mirar al pasado
Relata el protagonista que, a sus cuarenta y pico años, llegó al punto al que llega mucha gente a esa edad: el de plantearse quién era y dónde estaba. Era el momento de no pensar en lo que podía haber sido y no fue y de reconocer que no se puede ir para atrás en el tiempo.
Pero, tras ese test que empezó a cambiar su vida y su posterior visita a la terapeuta, a él se le pedía exactamente lo contrario. Y se le obligaba a reconocer que la mitad de su vida había vivido ignorando que sufría un trastorno del que él mismo no era consciente y que siempre había considerado como "su personalidad". Ahora, por primera vez, un médico le daba un nombre.
Wilson resultó ser paciente de TDAH, una enfermedad que, como le explicaron, se produce por una insuficiencia o mal funcionamiento sistémico en la distribución del neurotransmisor dopamina, una sustancia relacionada con el placer, pero que también se sabe que tiene un papel esencial en la motivación personal: la dopamina ayuda a procesar cómo ajustar los tiempos, la energía, y cómo y cuándo arriesgar en busca de un resultado deseado; así mismo, también da forma a la capacidad atencional en busca de objetivos determinados. En general, es el puente entre el pensamiento y la acción final.
De hecho, Wilson lo explica bastante bien en su autorelato: "La dopamina nos hace querer cosas, nos hace atenderlas en orden, y nos guía a través del proceso de conseguirlas".
En el caso de los individuos diagnosticados con TDAH el problema es que no obtienen suficiente dopamina, o bien no la distribuyen correctamente a nivel cerebral. Y, en consecuencia, la falta de dicho neurotransmisor da lugar a un menor control del pensamiento; o más específicamente, una falta de control sobre cómo aprovechar los pensamientos y convertirlos en acciones reales. No es un déficit intelectual como tal, sino una incapacidad para proyectar correctamente la inteligencia hacia un objetivo (u objetivos) determinados.
TDAH, infradiagnosticado en la edad adulta
En general, todos los individuos tienen problemas puntuales de atención, inhibición o memoria, o incluso para regular las emociones, algo que en consecuencia puede provocar problemas en la vida moderna y las demandas laborales actuales. Sin embargo, en el TDAH esto se produce de forma continua, dando lugar a un obstáculo permanente entre "querer" y "obtener", provocando distracción y desorganización continuada.
Como ya le comentó su médico a Wilson, los individuos que sufren TDAH, sobre todo los adultos no diagnosticados, habitualmente buscan formas de estimulación cerebral, con el objetivo de obtener aumentos de dopamina cerebral, aliviando así su falta de atención habitual.
De hecho, algunos estudios sugieren que el TDAH es entre cinco y diez veces más común en los individuos alcohólicos enEEUU respecto a la población general: 1 de cada 20 adultos tiene TDAH en el país norteamericano, pero hasta 1 de cada 4 pacientes en tratamiento por abuso de sustancias lo sufre. Además, hay estudios que sugieren que los individuos con TDAH suelen iniciarse en el consumo de alcohol o drogas más precozmente, pudiendo así convertirse en usuarios problemáticos de dichas sustancias con mayor antelación. Sin embargo, las drogas de abuso no son la mejor solución para el TDAH.
En el caso de Wilson, su médico le prescribió la terapia más indicada para este caso, que el periodista define como speed [la droga recreacional] farmacológico. Se trata de una combinación de anfetamina y dextroanfetamina. Aunque le daba miedo que se le olvidara tomarla y que le cambiara la personalidad, hizo caso a las indicaciones terapéuticas.
Por el momento ha notado una mejor capacidad atencional en general, una mejor memoria, mejor organización, mejor control de las emociones, y una mayor capacidad para elaborar hábitos, con paciencia.
En general, Wilson siente que "tiene más tiempo" y "menos problemas", dado que experimenta menos frustración y desesperación, y se lo agradece al diagnóstico y la medicación. Más vale tarde que nunca.