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Las rutinas, el arma más poderosa para tener una mente muy despierta



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Noticia | 21/05/2021

Cuando más desordenada es una persona y más desconcertante es la situación exterior, más necesarias son las rutinas para conjurar “la tiranía de los estados de ánimo”, concluyó el psicólogo William James. Irónicamente, el padre de la psicología moderna y el hermano mayor del escritor Henry James era una de esas personas que lo dejan todo para más tarde por padecer indecisión crónica y llevar una vida caótica, por lo que intentó aplicarse “hábitos de orden”. Cuando no lo conseguía, tomaba cloroformo para poder dormir. “Cuantos más detalles de nuestra vida cotidiana podamos entregar a la fluida custodia del automatismo, más libres quedarán las facultades superiores de la mente”, disertó James en una conferencia que impartió en 1892.


Una metamorfosis parecida afectaba a Frank Kafka. Si el escritor checo tenía por costumbre ejercitarse diez minutos al atardecer desnudo frente a una ventana abierta antes de lanzarse a escribir, Ludwig Van Beethoven preparaba rutinariamente nada más salir el sol una cafetera en la que tenía que haber sesenta granos por taza, que a menudo contaba uno a uno hasta obtener la dosis exacta. En cuanto a Benjamin Franklin seguía una rutina de 13 semanas para alcanzar la “perfección moral”. Cada semana la dedicaba a cultivar una cualidad (templanza, limpieza, moderación, etc. ), ya que pensaba que si mantenía su devoción por una virtud en concreto durante siete días seguidos, esta se convertiría en hábito.


En la práctica, no hay rutinas mejores que otras, sino que cada cual ha de dar con las suyas. A Haruki Murakami, el escritor japonés, lo que le va bien es despertarse a las cuatro de la madrugada, trabajar entre cinco y seis horas seguidas, correr o nadar por las tardes (o las dos cosas), hacer algún recado, escuchar música y acostarse a las 9 de la noche. Por su parte, Tony Schwartz, autor de The art of the Deal, el libro (1) que dio lugar en 1987 al mito de Donald Trump, reconoce usar un temporizador para trabajar en sprints de 90 minutos, que intercala con descansos significativos. Gracias a rutinas similares, dice, es capaz de separar el trabajo de las tonterías.



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Etimológicamente, la palabra rutina procede del vocablo francés route y este del latín rupta o camino abierto en el bosque, ya que cuando se abre un camino y es recorrido muchas veces se convierte en una ruta, en un camino trillado, en una rutina.


Por estar inmersos en una encrucijada que dificulta saber qué dirección tomar, sustituir las antiguas rutinas por otras nuevas ha pasado a formar parte de la hoja de ruta de los psicólogos. Según Rosa Ramos, decana del Colegio Oficial de psicología de Navarra, cuando hay discrepancias entre las expectativas y la realidad, se disparan en el cerebro toda clase de señales de angustia, a través de la amígdala. No importa si se trata de un ritual festivo como ir a cenar los viernes con los amigos o de un hábito más mundano: si no es posible hacerlo como se hacía normalmente, estamos diseñados biológicamente para molestarnos y estresarnos. Alterar una rutina, presupone hacer nuevas predicciones sobre el mundo que nos rodea, reunir información, considerar todas las opciones posibles y tomar decisiones. Y eso tiene un coste metabólico importante.


“Las rutinas nos aportan coherencia y dan sentido a nuestra vida”, recuerda Ramos. “Más del 40% de lo que hacemos es habitual”, informa. “Crear rutinas, no solamente favorece la salud mental, sino que también puede contribuir a mejorar el sueño y a revertir hábitos poco saludables”, interviene Capdevila. Por otra parte, “estructurar el día, reduce el nivel de estrés”, apunta.


Capdevila y Ramos consideran que las rutinas proporcionan, por decirlo de alguna forma, “más espacio mental”, ya que liberan la corteza prefrontal, donde se ubican funciones ejecutivas como planificar, organizar, pensar en abstracto, etc. , explican. En cambio, cuando no tenemos rutinas, el cerebro se sobrecalienta y hay menos ancho de banda disponible para reconocer sutilezas y desarrollar ideas creativas. Por si fuera poco, las rutinas no solamente ordenan la vida, sino que, además, producen placer al completarlas, seguramente por infundir confianza.


Pese a que cada persona desarrolla rutinas personales e intransferibles, Capdevila se atreve a sugerir una combinación ideal, inspirándose en el psiquiatra estadounidense, Daniel J. Siegel. La rutina fantástica podría consistir, dice, en tener un automatismo para conectar con uno mismo y reflexionar internamente, así como otra rutina para conectar con los demás. A su vez, es recomendable instaurar otro automatismo para conectar con el cuerpo y reservar algunos momentos del día a caminar, correr, hacer estiramientos en momentos puntuales para darse una pausa del trabajo, etc. También debería haber una rutina para relajarse y no hacer nada sin sentirse culpable. Finalmente, instaurar una rutina para el sueño ayuda a consolidar los aprendizajes.


Las rutinas son especialmente importantes en niños, “ya que les hacen ser más autónomos y les permiten auto-regularse mejor en sus comportamientos”, argumenta Capvedila. Cualquiera con hijos sabe que alterar sus pautas de comida o sueño puede llevarlos al descontrol. Lo mismo cabe decir, apunta, de las personas de edad avanzada, a quienes los automatismos les devuelven seguridad. Ahora bien, las rutinas, añade, pueden convertirse en un pozo sin fondo, como prueba lo mal que lo pasan ciertas personas tras retirarse de trabajos muy rutinarios. Aunque jubilarse viene de júbilo, es habitual “entrar en una fase de duelo, en caso de no crearse rutinas alternativas”, recuerda esta psicoterapeuta.


Fuente: La Vanguardia

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