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Actualidad y Artículos | Psiquiatría general   Seguir 83

Noticia | 22/06/2021

La ansiedad rompe la vida de niños y jóvenes



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No existen datos globales actualizados sobre el aumento de los problemas en la salud mental de los jóvenes porque, como reconoce una fuente del Ministerio de Sanidad, llevan “año y medio desbordados por la covid-19 y las estadísticas llegan siempre muy a posteriori”. Pero los médicos que asisten en urgencias hablan de “explosión”, de “preocupación”, y de cómo en algunas comunidades autónomas se han tenido que adelantar todos los planes previstos para aumentar las camas hospitalarias de psiquiatría infantil y juvenil con el objetivo de hacer frente a un problema al que tampoco ayuda el silencio, el miedo y la vergüenza que todavía provoca reconocer que se sufre un trastorno relacionado con la salud mental.



Javier Quintero, jefe del servicio de psiquiatría del hospital Infanta Leonor de la Comunidad de Madrid, explica que ya había un panorama preocupante pero que “la pandemia lo ha reventado todo”. “En mi hospital podíamos ver dos casos graves de adolescentes a la semana y ahora llegan tres o cuatro cada día. Esa es la escala”, asegura. Una afirmación que corrobora un reciente informe de la Asociación Española de Pediatría, que refleja que las urgencias psiquiátricas en menores desde el inicio de la pandemia se han incrementado un 50%. El Gobierno no es ajeno al problema y la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, avanzó el 10 de junio que durante 2021 se elaborará el plan Escuchar y acompañar, que analizará en profundidad cuál es la realidad de la salud mental de los niños y jóvenes españoles. Aunque en el mismo acto en el que habló de este proyecto, reconoció que “se están produciendo situaciones en las que los niños y jóvenes españoles no están recibiendo el apoyo necesario para poder salir adelante ante situaciones difíciles”.


Un informe publicado a principios de junio por la Organización para la cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) también advirtió a sus países miembros sobre la urgencia de dedicar más medios económicos y humanos a la salud mental. El estudio recordaba que antes de que el problema se disparara, los costes individuales y sociales causados por estas patologías ascendían a un 4, 2% del producto interior bruto (PIB) ―incluyen gastos directos para el tratamiento de las patologías mentales, el impacto por la reducción de la tasa de empleo y la caída de la productividad―, por lo que consideraban una necesidad buscar remedios más eficaces para mejorar la situación.


 


Irene Bautista, psicóloga y experta en gestión emocional en psicología IBH, explica sobre la ansiedad: “Es un mecanismo que nos invita a la lucha y a la huida cuando algo va mal y, cuando no gestionamos bien los conflictos y las emociones, nos desbordamos, y la pandemia ha venido a agravar la situación”. “Los adultos”, continúa, “creemos que las preocupaciones de los niños, adolescentes y jóvenes son banales porque tienen la vida por delante. No sabemos validar lo que sienten”. Quintero añade otra visión: “Pensamos que solo es la adversidad psicosocial lo que condiciona el bienestar mental, pero no es así. Ciertos cuadros aparecen con más frecuencia en situaciones de adversidad pero los ricos también lloran, y no sabes cómo. Además, disponer de dinero añade otro problema porque abre el acceso precoz a conductas como el consumo de alcohol y drogas”.


Psiquiatra y psicóloga están de acuerdo en un aspecto que a su juicio es básico: “Estamos generando generaciones cero resilientes, les hemos enseñado que el no no existe, y es mentira; que la frustración hay que edulcorarla, y lo que hay que hacer es afrontarla; que la cultura del esfuerzo es un rollo… Todo esto hace que el niño sufra menos, pero crea personalidades más débiles a los 15, a los 16 o a los 18”, sentencia Quintero. “Son unos analfabetos emocionales, los adultos también”, añade Irene Bautista. “No estamos conectados, no sabemos lo que sentimos y vamos sobreviviendo a las demandas. Me voy encontrando mal pero no me escucho y no tengo recursos para saber qué me pasa. Los hemos sobreprotegido porque no nos gustan las emociones desagradables, pero al resolverles los problemas mermamos sus capacidades, sienten que no son capaces, comienzan a quedarse en casa, a aislarse, a no hacer nada, llega la depresión, como no tienen ganas no salen a hacer cosas y se refuerza el círculo”, explica esta experta.


Falta de resiliencia, problemas de comunicación, incapacidad para el esfuerzo, falta de autoridad, la poderosa influencia de los modelos idealizados que proliferan en las redes sociales y el poder de las críticas despiadadas, la sobreprotección y la dificultad para tolerar la incertidumbre son argumentos que se repiten. Pero todos los especialistas coinciden en que lo más peligroso es cuando el problema no se verbaliza. “A mí me encanta cuando el chaval pide ayuda porque hay un punto de conciencia, una agarradera para trabajar”, reflexiona Quintero. “La mayoría de las veces eso no ocurre y no siempre resulta fácil que el entorno lo detecte porque frecuentemente el cambio no es extremo. Es como la teoría de cocer una rana: si la metes directamente en agua hirviendo, salta y se escapa, pero si la metes en agua fría y vas calentando el agua despacito, se queda quieta y se cuece sin que nadie haga nada”.


 

Fuente: El País
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