Las patologías psicológicas se multiplican tras la covid y se hacen más visibles en el mundo del trabajo.
“El nuevo Atlas de Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud dibuja un decepcionante panorama de fracaso mundial a la hora de prestar a las personas los servicios de salud mental que necesitan, en un momento en el que la pandemia de la covid-19 está poniendo de manifiesto la creciente necesidad de apoyo”. Con esta advertencia, la OMS conmemoraba el pasado domingo el Día Mundial de la Salud Mental, tratando de visibilizar unos problemas que suelen permanecer ocultos entre quienes los sufren, que son muchos. De hecho, más de la mitad de los trabajadores mundiales encuestados por la firma de selección Hays aseguran que la pandemia ha impactado negativamente en su bienestar emocional. Y un 64% de los españoles reconoce que en los últimos doce meses ha sufrido algún cuadro de ansiedad, fatiga o agotamiento a causa de su situación laboral. Porque, como admitía Alain Dehaze, consejero delegado de Adecco Group, en una reciente entrevista, nueve de cada diez directivos y mandos medios no han sabido gestionar a sus equipos durante la covid, lo que ha provocado una oleada de casos del síndrome del quemado.
La verdadera pandemia que está por llegar es la de la salud mental, afirma José de las Morenas, coordinador de la Secretaría General de Salud Laboral de UGT. La covid-19 ha hecho mella en el estado emocional de la sociedad y el mundo laboral no es ajeno a ello. Muchos profesionales están sufriendo una sobrecarga de estrés que pasará factura a los servicios de salud españoles, que no están preparados para atender las crecientes necesidades ciudadanas por su insuficiente dotación de psiquiatras y psicólogos, alerta
Aunque es difícil cuantificar el malestar psicológico de los españoles, dado que las bajas por estrés, ansiedad o depresión se engloban en el apartado general de contingencias comunes, los datos de IQVIA indican que el consumo de fármacos no ha dejado de crecer tras casi 17 meses de pandemia: el uso de somníferos y relajantes ha aumentado un 6% entre agosto de 2020 y 2021 y el de depresores del sistema nervioso un 4% [los tranquilizantes suben en esa proporción, pero los antidepresivos se venden casi un 5% más y los psicoestimulantes un 6, 5% por encima].
Isabel Aranda, vocal del Colegio Oficial de la psicología de Madrid, admite que el incremento del 20% en las consultas se mantiene, pero con la vuelta a la presencialidad en las oficinas la problemática a tratar ha cambiado: “Ahora es la frustración en lugar de la fatiga pandémica. Para muchas personas el teletrabajo ha supuesto un aumento de su calidad de vida y, de repente, se han visto obligadas por decreto a volver a la oficina, incluso en cifras anteriores a la pandemia. Esto está generando mucha frustración y malestar. Dos de cada cuatro personas están afectadas por el retorno al centro de trabajo”. Porque la presencialidad no evita las reuniones por Zoom o Teams. Y el hecho de trabajar con fórmulas mixtas provoca mucho desgaste, “hay bajas médicas debido al sobreestrés, y los psicólogos clínicos están reportando un aumento de las consultas por depresión y tristeza acumulada del 40%; el síndrome ansiosodepresivo es lo que más tratamos ahora mismo”, explica.
Porque la covid ha duplicado o triplicado los índices de alta tensión laboral, los riesgos de mala salud mental y los problemas de sueño respecto a 2016, sostiene Clara Llorens Serrano, investigadora de la Universidad Autónoma de Barcelona y del Instituto Sindical de Trabajo, ambiente y Salud (ISTAS). La encuesta COTS que realiza periódicamente esta fundación promovida por CC OO arroja que solo entre 2020 y 2021 la carga de trabajo que ha de hacerse en un tiempo determinado y sobre la que el trabajador tiene bajo poder de influencia (lo que denomina alta tensión) ha pasado del 44, 3% de 2020 al 45, 8% de 2021. El riesgo de tener mala salud mental ha crecido casi cuatro puntos entre los trabajadores que tienen sus necesidades básicas cubiertas y más de cinco puntos entre quienes sus reducidos salarios no les permiten cubrirlas. Algo semejante a lo que está ocurriendo con los problemas para conciliar el sueño o con el consumo de fármacos: casi uno de cada cuatro (23, 9%) encuestados los ha utilizado en el último mes, siendo más de la mitad (13, 8%) nuevos consumidores.
Desigualdad
Llorens Serrano hace hincapié en la exposición desigual de los trabajadores a todos estos riesgos psicosociales, muy superior en el caso de los empleados precarios y las mujeres, y también en ocupaciones como ayudantes de cocina, gericultoras, trabajadoras de ayuda a domicilio, técnicos de emergencias, cajeras y reponedores, auxiliares de enfermería, camareros y limpiadores.
Pero el problema no es nuevo, señala esta experta, que recurre a la película de Charles Chaplin Tiempos Modernos (1936) para demostrar que ya entonces, aunque no se llamaran riesgos psicosociales, se veía que las condiciones de trabajo estaban claramente relacionadas con la salud mental. “La evidencia científica es bestial”, dice Llorens Serrano, que alude a una metarrevisión de 72 estudios mundiales de los últimos diez años para confirmar que cuando se trabaja en condiciones deficientes y con bajo poder de decisión sobre las tareas la posibilidad de caer en depresión es del 77%. Si la inseguridad laboral es elevada, la posibilidad es del 71% y del 77% en el caso de la ansiedad. “Es de denuncia que estas patologías no se consideren enfermedades laborales”, aprecia, al mismo tiempo que considera que es inaceptable que socialmente no hagamos nada ante estos riesgos conocidos (tal y como indica la Ley de Riesgos Laborales), que van a crear problemas de salud pública. “La prevención de riesgos psicosociales es el patito feo de la prevención de riesgos laborales”.
Aunque, según un estudio de Sodexo, el 60% de las empresas consideran el bienestar físico y emocional de los empleados el principal reto a abordar, lo cierto es que son pocas las que evalúan seriamente los riesgos psicosociales de sus plantillas y menos aún las que toman medidas para prevenirlos, como dice la ley, según los sindicatos, que creen que se ha de ir al origen del problema: “cambiar las condiciones laborales: que las plantillas se adecúen a la carga de trabajo existente, que se generen métodos de trabajo más participativos y menos jerárquicos, que se corrijan las deficiencias en los procesos y que se cambie el uso ilegal que se da al contrato temporal”, indica Clara Llorens Serrano. “Estamos avisando de que estos riesgos psicosociales llevan a adicciones a fármacos, drogas y alcohol. Pero también para evitar suicidios por situaciones de estrés o miedo a perder el trabajo”, señala De las Morenas.
Aún son pocas las empresas que dan flexibilidad total a sus empleados para elegir dónde y cuándo quieren trabajar. Pero entre las que lo hacen (ING, Liberty Seguros o pfsGROUP), el compromiso de los trabajadores se mantiene por encima del 90%, según Beatriz Ortega, responsable de Experiencia del Empleado para el oeste de Europa de Liberty y muchos han mudado su residencia.
Alegrías y penas de la nueva ley
El Congreso admitió a trámite hace menos de un mes la primera propuesta de Ley General de Salud Mental a instancias de Unidas Podemos, un gran salto para los expertos consultados por cuanto la atención psicológica se vuelve prioritaria y se determina la necesidad de contratación de profesionales. “Es urgentísimo que se apruebe porque su aplicación no va a ser inmediata”, anima Isabel Aranda, del colegio de psicólogos madrileño. Sin embargo, esta experta y los sindicatos echan de menos que se le preste atención en ella al mundo del trabajo, que en Europa es el origen de entre el 17% y el 35% de las depresiones, según Clara Llorens Serrano, de la UAB.
Los Estados aportan de media un 2% de sus presupuestos públicos a la salud mental, un porcentaje que apenas ha variado en los últimos años, según la OMS, que asegura que más del 70% del gasto público total se asignó a hospitales de salud mental en los países de ingresos medios, en comparación con el 35% en los países de ingresos altos. Menos del 50% de la población mundial recibe atención para afecciones psicológicas, el 40% en el caso de la depresión y el 29% en el de la psicosis.
Sin embargo, el número de trabajadores especializados en salud mental ha aumentado, pasando de nueve trabajadores por cada 100. 000 habitantes en 2014 a 13 trabajadores en 2020.