Los especialistas se preparan para las consecuencias psicológicas de la cuarentena en el foco original de la pandemia.
“Mi hermana está enferma y yo tengo la culpa”, lloraba al otro lado del teléfono una voz de mujer joven. Entre sollozos, explicó que las dos compartían un piso de alquiler en Wuhan. Su hermana menor había querido volver a su localidad natal, pero ella se había negado. Entre el sí y el no, el bloqueo de la ciudad impuesto repentinamente el 23 de enero para impedir la propagación de la epidemia de la Covid-19 las dejó atrapadas en el foco original del coronavirus. Días después, la pequeña empezó a sentirse mal. Tenía fiebre y los hospitales de la ciudad, desbordados, no podían atenderla. La llamada a aquella línea de atención psicológica era un último recurso.
Liu Xianlang (seudónimo), una veterana psicóloga, no recuerda ya cuántos casos similares atendió desde que el 25 de enero, dos días después del cierre de Wuhan, quedó asignada a responder las llamadas de esa línea, junto a otras 20 personas. Aquel día atendió 40 consultas en tres horas; recibió otras 200 más. “Al principio la gente estaba muy asustada. Algunos se habían quedado atrapados en Wuhan. O gente de Wuhan en otros lugares, que se veía rechazada por venir de donde venían. Estaban aterrorizados”, cuenta.
A la joven aplastada por el sentimiento de culpabilidad le explicó que la enfermedad de su hermana no era responsabilidad suya. A un banquero despavorido, el único habitante que quedaba en un complejo residencial del que el resto se había marchado en estampida, le recomendó ejercicios de respiración, escuchar música suave, distraerse con alguna serie de televisión o videojuegos, hablar por teléfono con amigos o familia. “Al principio, la gente necesitaba explicaciones sobre lo que estaba ocurriendo, oír mensajes de tranquilidad”, explica Liu. En una ciudad presa del pánico, del desconocimiento y la confusión, en la que un personal sanitario no daba abasto para atender a los enfermos que se multiplicaban y los rumores, ella misma tuvo que informarse a toda prisa en Internet sobre el coronavirus y los síntomas que causaba para poder calmar a sus oyentes.
“Respondí una vez a un médico. La llamada solo duró tres minutos. Trabajaba en un hospital donde había muerto mucha gente y él estaba asustado. Tenía un hijo pequeño en casa. Contábamos con una línea telefónica especial para el personal sanitario, pero llamaron muy pocos. Falta de tiempo, seguramente. Y cierto sentido de la vergüenza, también. Sentían que tenían que ser ellos quienes ayudaran a la gente, no ir pidiendo ayuda”.
Tras los primeros días de pánico, la situación se estabilizó. El Gobierno central envió cerca de 42. 000 profesionales sanitarios, procedentes de otras provincias chinas, que descargaron a los locales. El material protector, escasísimo al principio, comenzó a llegar. La prolongación del confinamiento estricto a los 11 millones de habitantes de la ciudad transformó las llamadas iniciales de terror a lo desconocido en peticiones de auxilio de personas que se declaraban incapaces de controlar su furia o su tristeza. De personas con síntomas de depresión, o con pensamientos suicidas.
Un estudio de la Sociedad China de psicología encontró en febrero que un 42, 6% de 18. 000 ciudadanos chinos analizados dieron síntomas de ansiedad relacionada con el coronavirus. Un 16, 6% de 14. 000 examinados mostraron indicios de depresión en distintos niveles de gravedad.
Todo un desafío para el sector chino de la salud mental, un país donde los problemas psicológicos aún son un enorme tabú y que adolece de suficientes profesionales cualificados. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), China solo tiene 2, 2 psiquiatras por cada 100. 000 personas, muy por debajo de los 9, 6 de España o los 21, de Argentina.
Aunque se ha levantado, este miércoles, el bloqueo de la ciudad, Liu y sus colegas prevén que la larga cuarentena, que seguirá restringiendo durante un buen tiempo los movimientos en Wuhan, se cobrará un precio en la salud mental de sus habitantes. Estudios sobre el principal precedente de la pandemia actual, la epidemia de SARS en 2003 que mató a casi 800 personas en todo el mundo, encontraron problemas persistentes de depresión, ansiedad o estrés postraumático entre los pacientes que sobrevivieron y los médicos que los trataron. Una revisión de 24 estudios sobre psicología de las cuarentenas, elaborada por investigadores del King’s College y publicada en la revista The Lancet en febrero, encuentra que incluso tres años después del aislamiento se han reportado episodios de estrés postraumático.
Una encuesta elaborada por expertos de la Universidad de Pekín, no publicada pero que cita la prestigiosa revista Caixin, encontró que, de 311 profesionales sanitarios que trabajaron en primera línea en la epidemia en Wuhan, una tercera parte sufrió algún tipo de problema psicológico.
Wuhan dice adiós a su bloqueo; a su confinamiento, aún no del todo
“Nos estamos preparando para algún tipo de estrés postraumático colectivo. Muchas organizaciones y empresas están buscando psicólogos, y dan cursillos de formación a consultores que puedan ofrecer algún tipo de asistencia básica… No tenemos gente suficiente. Va a haber mucho trabajo. Todo el mundo en Wuhan padece algún tipo de trauma", apunta Liu. "Muy especialmente, la gente que ha perdido a algún ser querido”. Según las cifras oficiales, en esta ciudad han muerto más de 2. 500 personas con coronavirus, y se han infectado 50. 000. En toda China, las cifras rondan los 3. 300 y 82. 000, respectivamente.
Las llamadas a la línea de asistencia de la psicóloga son todavía “seis o siete veces más” que antes de que comenzara la crisis. Pero ya no la cascada que multiplicaba por 50 o 60 el número habitual, un indicio de que la situación en Wuhan retorna a la normalidad. Liu ha detectado el regreso de otro fenómeno: han vuelto las llamadas de pervertidos sexuales. “Habían desaparecido durante la cuarentena. La gente está recuperando sus comportamientos de siempre”.