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Estimulación cerebral profunda para el síndrome de Tourette grave



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Noticia | 13/07/2021

La estimulación cerebral profunda (ECP) ha cosechado buenos resultados en el tratamiento de los trastornos del movimiento, principalmente en la enfermedad de Parkinson, el temblor esencial y la distonía. Pero mucho menos conocido es su potencial beneficio en otro tipo de trastornos neurológicos y psiquiátricos.


Un equipo multidisciplinar, compuesto por neurólogos, psiquiatras, neurofisiólogos y neurocirujanos, del hospital Universitario de La Princesa con amplia experiencia en la ECP busca extender su beneficio a nuevas indicaciones. “Al año efectuamos unos 50 casos con esta técnica para tratar sobre todo trastornos del movimiento”, comenta a DM José Antonio Fernández Alen, jefe de Neurocirugía del centro madrileño. Puesto que es centro de referencia (CSUR) de este tratamiento, el paso natural es aprovechar ese conocimiento para otras enfermedades, como ciertos casos de trastorno obsesivo-compulsivo o de depresión. “En el fondo, es dirigir la misma técnica quirúrgica a otras dianas”, apunta Fernández Alen.


Una de esas enfermedades es el síndrome de Gilles de Tourette, un trastorno que siempre se ha visto a caballo entre la neurología y la psiquiatría. Recientemente, este equipo de especialistas ha tratado con éxito un caso grave del síndrome, algo que solo se ha realizado en unos 150 pacientes en todo el mundo.


Los tics son habituales en la infancia
Aunque el síndrome de Tourette es un trastorno relativamente frecuente, los casos muy graves, que pueden considerarse candidatos a cirugía son escasos, “pero existen”, recalca la neurocirujana Cristina Torres. “Y es importante que nuestros colegas médicos sepan que para esos pacientes puede ser útil la opción quirúrgica”.


El mal de Tourette es una de esas enfermedades distorsionadas por la ficción (a excepción del relato que hace el neurólogo Oliver Sacks de un paciente, Ray, batería de jazz que llega a encontrar cierto sentido vital en sus tics). Sin embargo, el retrato de estos pacientes que a menudo vemos en el cine no suele corresponderse con la realidad de este trastorno.


Para empezar, esta enfermedad es más común de lo que se suele pensar, y la incontinencia verbal y la coprolalia no están entre los síntomas más habituales. Lydia López Manzanares, neuróloga y coordinadora de la Unidad de Trastornos del Movimiento, expone que el síndrome de Tourette se presenta “en el 1% de los niños, en forma de tics, motores y fonatorios, caracterizados por ser múltiples y que van cambiando con el tiempo. En muchos casos, se acompaña de comorbilidades psiquiátricas como trastornos obsesivo-compulsivos y déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que es lo que plantea más problemas al llegar a la adolescencia”.


Normalmente, el trastorno suele desaparecer al entrar en la edad adulta: se estima que en torno a los 18 años, la mitad de los casos remiten. “No tenemos clara la etiología; parece que hay un componente familiar”, apunta la neuróloga. Surge por una alteración en el circuito de los ganglios basales y otras estructuras cerebrales.


La psicoterapia y, si se precisa, el tratamiento farmacológico obtienen buenos resultados, sobre cuando el diagnóstico es precoz y se realiza un control por equipo especializado. "Estos niños, bien controlados, pueden tener un desarrollo cognitivo normal y algunos tienen altas capacidades. Sin embargo, en casos excepcionales, no es posible controlarlos con las terapias habituales y los tics interfieren con el desarrollo. Así ocurrió con el paciente que hemos operado recientemente. El síndrome le produjo fracaso escolar y problemas conductuales y cognitivos que ha arrastrado durante años, impidiendo su adaptación social plena. Es en este tipo de pacientes donde la cirugía puede aportar un beneficio, sobre todo si se llega a tiempo para evitar que aparezcan lesiones estructurales”.


La neurocirujana Marta Navas, también parte de este equipo multidisciplinar, explica sobre la aplicación de la ECP en el síndrome de Tourette que no es necesaria la colaboración directa con el paciente, por lo que se puede hacer con anestesia general; también recuerda que es una intervención bilateral.


“La introducción del electrodo en el cerebro se realiza mediante la técnica estereotáctica, lo que consigue una gran precisión en el abordaje del área que está implicada en la producción de los síntomas. Es un procedimiento reversible y debe regularse según las necesidades del paciente para equilibrar potenciales efectos adversos con el beneficio clínico”, explica Navas.


Planificación individualizada
“Lo más importante es realizar una planificación adecuada de las coordenadas estereotácticas específicas para cada enfermo. La selección de dónde se van a colocar los electrodos en el tálamo o en zonas adyacentes requiere que el equipo estudie el caso en profundidad, para determinar la sintomatología predominante y la que más limita”, continúa la neurocirujana. No hay grandes series de pacientes tratados así –el primero se refiere en 1999-, por eso, cada caso se maneja de forma muy individualizada.


“Tenemos que ir muy despacio”, opina Navas, “por el estigma negativo que se asocia a la psicocirugía, consecuencia de errores del pasado”.


En cambio, las técnicas neuroquirúrgicas actuales son reversibles y muy seguras. El problema ahora es el desconocimiento sobre lo que pueden ofrecer, y que no se deriva lo suficiente a los equipos médicos con más experiencia, que pueden evitar sufrimiento a determinados pacientes.

Fuente: Diario Médico
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