Recientemente se ha publicado el intersante documento de consenso sobre la MICROBIOTA y el uso de PROBIÓTICOS/PREBIÓTICOS en patologías neurológicas y psiquiátricas, coordinador por los doctores Mónica De la Fuente del Rey (SEMiPyP) Ana González-Pinto (SEPB) Francisco Carlos Pérez Miralles (SEN).
En el mismo se describe que la microbiota es esencial para los seres vivos y la relación que mantenemos con ella es habitualmente mutualista, ya que sus microorganismos nos proporcionan una serie de ventajas que van desde la protección frente a la invasión por agentes patógenos y el desarrollo del sistema inmunitario, a la colaboración en la digestión de componentes de la dieta, la provisión de vitaminas y otros nutrientes esenciales o el desarrollo neurológico en las primeras etapas de la vida.
En los últimos años, se han relacionado muchas enfermedades neurológicas y del campo de la salud mental con una alteración del eje microbiota-intestino-cerebro, comunicación bidireccional, en el que la microbiota intestinal se va a comunicar con los sistemas homeostáticos (el nervioso, el endocrino y el inmunitario) en el intestino y, desde esa localización, a través de diferentes vías, con el cerebro, influyendo en su funcionamiento
Por lo tanto, además de ayudar a mantener las funciones cerebrales, la microbiota intestinal también podría influir en el desarrollo de trastornos neurológicos y psiquiátricos, incluyendo patologías relacionadas con el estrés, como la ansiedad y la depresión, o trastornos del comportamiento, como el autismo.
Esta alteración de la microbiota se puede modular con la dieta y el empleo de probióticos y prebióticos. En 2013, Timothy G. Dinan, profesor de psiquiatría y director del Departamento de psiquiatría del University College en Cork (Irlanda), en una publicación conjunta con sus colegas Catherine Stanton y John F. Cryan, lanzaron un nuevo concepto: “los psicobióticos”, que eran definidos como aquellos microorganismos vivos que producían un beneficio en la salud de pacientes con trastornos neuropsiquiátricos, es decir, una clase de probióticos capaces de producir y liberar sustancias neuroactivas (GABA, serotonina) que actúan a través del eje microbiota-intestino-cerebro. En un principio, y en base a datos preclínicos, su utilización podría estar indicada en pacientes con patología neurológica (cefaleas, esclerosis múltiple, enfermedad de Parkinson, etc. ) o en los trastornos del comportamiento (ansiedad, depresión, autismo, TDAH, enfermedad de Alzheimer, etc. ). El grado de evidencia científica de su empleo en muchas de estas patologías todavía es muy limitado, siendo la mayoría de los estudios experimentales en modelos animales, aunque, por la tipología de los pacientes, se han creado muchas expectativas.
Ahora bien, una cosa es saber que en el microbioma intestinal están presentes genes pertenecientes a rutas que dan lugar a metabolitos con actividad biológica y otra adscribir dichas funciones a microorganismos determinados, conocer las condiciones ambientales que promueven la expresión de dichos genes y poder promover la colonización por una microbiota con capacidades específicas, todo lo cual es, por el momento, ciencia ficción. Nuestro conocimiento es en realidad tan precario, que no podemos realmente asociar consistentemente comunidades microbianas concretas a cuadros clínicos determinados y ni siquiera excluir que la microbiota que relacionamos con patologías concretas sea la consecuencia, más que la causa, del cuadro que observamos.
La dieta mediterránea, que consiste principalmente en cereales, legumbres, frutas, verduras, con un consumo moderado de pescado y aves, y bajo consumo de carne, provoca cambios en la microbiota intestinal característicos y está relacionada con una disminución de la incidencia de enfermedades crónicas, como cáncer, y enfermedades autoinmunes y neurodegenerativas. Algunas de las características positivas de este tipo de dieta son sus efectos antiinflamatorios, que con frecuencia están relacionados con cambios en la composición intestinal. También el alto contenido en vitamina B se cree puede ejercer un efecto antidepresivo por su relación con la síntesis de neurotransmisores como la serotonina o la dopamina. De hecho, la evidencia científica hasta el momento sugiere que la dieta mediterránea podría ser una posible terapia en el tratamiento de desórdenes neuropsiquiátricos. También, dicha dieta porta componentes con potentes propiedades antioxidantes, como los polifenoles, a los cuales se le han atribuido efectos neuroprotectores. Otro tipo de dieta que ha adquirido una reciente fama es la dieta cetogénica (o Dieta Keto), que se caracteriza por simular los efectos de la inanición y aprovechar las reservas de grasa del organismo. En estudios animales se han observado cambios en la composición de la microbiota intestinal tras la ingestión de esta dieta. Además, la dieta cetogénica presenta propiedades neuroprotectoras mediante la disminución de apoptosis a nivel cerebral, atenuación del estrés oxidativo o la modulación de los niveles de algunos neurotransmisores, por lo que puede ofrecer efectos beneficiosos para la salud mental.
Si bien la administración de probióticos reduce el comportamiento similar a la ansiedad en los roedores, el estado actual de la investigación clínica respalda solo parcialmente a los probióticos como un tratamiento eficaz para la ansiedad. Lactobacillus rhamnosus ha sido identificada inicialmente como una especie probiótica ansiolítica candidata por estudios preclínicos y clínicos. El candidato más reciente y de mayor potencialidad que se ha destacado respecto a los efectos ansiolíticos es Lactobacillus plantarum DR7. Es necesario continuar la investigación de estas u otras cepas, incluyendo dosis más altas y una mayor duración del tratamiento.
Aquellos que estén interesados pueden acceder a la lectura completa de ese documento de consenso desde este enlace:
editor de psiquiatria.com
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