En el artículo se analiza la cuestión de la construcción de la ciudadanía que resulta central en el marco de la crisis política, social, económica y cultural que afecta con especial énfasis a los países de nuestra región y el papel que le corresponde a la escuela en la misma, en la perspectiva de un nuevo sujeto ciudadano. La compleja y profunda construcción sociohistórica de la ciudadanía es fundamentalmente pedagógica ya que opera sobre la conformación del imaginario y de los hábitos y actitudes que expresan distintos roles y posiciones dentro del sistema político y la sociedad civil. Estas acciones se despliegan en el ámbito de la educación informal, pero fundamentalmente en el de la educación formal y sistemática.
RESUMEN:
En el artículo se analiza la cuestión de la construcción de la ciudadanía que resulta central en el
marco de la crisis política, social, económica y cultural que afecta con especial énfasis a los
países de nuestra región y el papel que le corresponde a la escuela en la misma, en la
perspectiva de un nuevo sujeto ciudadano. La compleja y profunda construcción sociohistórica de
la ciudadanía es fundamentalmente pedagógica ya que opera sobre la conformación del
imaginario y de los hábitos y actitudes que expresan distintos roles y posiciones dentro del
sistema político y la sociedad civil. Estas acciones se despliegan en el ámbito de la educación
informal, pero fundamentalmente en el de la educación formal y sistemática.
ABSTRACT:
In the article one analyzes the question of the construction of the citizenship that is central within
the framework from the political crisis, social, economic and cultural that affects with special
emphasis the countries of our region and the paper that corresponds to him to the school in the
same one, in the perspective of a new citizen subject. The complex and deep sociohistórica
construction of the citizenship is fundamentally pedagogical since it operates on the conformation
of imaginary and the habits and the attitudes that express different rolls and positions within the
political system and the civil society. These actions unfold in the scope of the informal education,
but fundamentally in the one of the formal and systematic education.
La formación del ciudadano es, sin duda, una de las metas más importantes y prioritarias de las
agendas político-educativas contemporáneas. La salud del sistema y de la democracia, la
supervivencia de sus instituciones y las condiciones de gobernabilidad, pero sobre todo de
legitimidad, dependen de las acciones ético-educativas que se encaren a efectos de capacitar a
cada ciudadano para la práctica responsable, racional y autónoma de su ciudadanía; en este
sentido,
la construcción de una ciudadanía crítica y participativa parece ser la clave para
resolver la diversidad de conflictos emergentes que reflejan la profunda crisis que afecta
actualmente a este régimen: desigualdades, exclusiones y discriminaciones, en algunos casos;
corrupción política, apatía y escepticismo cívico, en otros. Un ejemplo, el problema de género y
ciudadanía, que requiere la gestación de condiciones favorables para el acceso equitativo de
varones y mujeres a las oportunidades, las decisiones políticas y los servicios sociales.
El concepto de ciudadanía
El concepto de ciudadanía ha sido siempre polémico. Sin embargo, en los últimos años se ha
vuelto un tema central en los contextos político-estratégicos y teóricos
Teóricamente la ciudadanía ha sido abordada desde marcos muy diferentes, distinguiéndose dos
grandes líneas de pensamiento: la tradición liberal y los enfoques sociohistóricos. Los teóricos
demócratas liberales han elaborado un concepto de ciudadanía que tiene como objetivo alcanzar la
igualdad de derechos de los ciudadanos frente al Estado. Esta concepción aboga por un significado
de ciudadanía que implica el acceso a los derechos políticos. Esta tradición tiene sus raíces en la
antigua filosofía griega, que separaba lo público de lo privado, y que dio origen a dos tipos
distintos de leyes: las que se refieren al derecho público y las que se refieren al derecho de
familia.
Tal distinción fue reproducida en los tiempos modernos por los teóricos del contrato social El
dilema teórico que se asocia a esta línea de pensamiento es la separación entre lo público y lo
privado. El valor político de la ciudadanía está conceptualmente ligado a la esfera pública, y por
ende limitado espacialmente. Alcanzar la ciudadanía significa participar, es decir, ganar acceso al
sistema político a través de procedimientos como el voto.
Las diferentes concepciones de participación ciudadana han sido clasificadas por Gaventa y Jones
(2002) a partir de tres grandes corrientes ideológicas: la visión «liberal», la visión «comunitaria» y
la visión del «nuevo pensamiento republicano». Las teorías de cuño «liberal» promueven una idea
de la ciudadanía como estatus, que otorga a los individuos un conjunto de derechos universales
garantizados por el Estado. Estos individuos actúan racionalmente de acuerdo a sus intereses y el
papel de Estado es proteger a estos individuos en el ejercicio de estos derechos.
En la visión «comunitaria», el pensamiento se centra en la noción del compromiso social del
ciudadano y su sentido de pertenencia a la comunidad (Smith, 1998). Los individuos sólo pueden
realizar sus propios intereses y desarrollar su identidad a través de la deliberación sobre cuál es el
«bien común». La libertad individual es maximizada en el servicio público y la priorización del bien
común sobre el interés individual. En el nuevo «pensamiento republicano», se combinan las
concepciones liberales del interés individual con la red que le provee la comunidad en tanto sentido
de pertenencia y de posibilidad de asociación (Isin y Wood, 1999, citados por Aduriz, I y Ava, P,
2006). ). Al igual que la visión comunitaria, enfatiza aquellos aspectos que hacen a la cohesión
social, pero rescata los deberes propios de las obligaciones del contrato liberal (por ejemplo el
votar).
Se incluye el concepto de democracias deliberativas, en contraste con las restricciones
representativas de la visión liberal, por lo que la idea de una identidad de comunidad cívica está
fundada en una cultura común de lo público (Habermas, 1998, citado por Aduriz, I y Ava, P
, 2006). ).
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Ahora bien, reconociendo que la participación ilimitada es un derecho inalienable, pero que su
ejercicio involucra responsabilidades propias de una ciudadanía madura, hace falta redefinir el
concepto de ciudadano en términos ético-comunicativos ya que la participación como requisito
fundamental de la democracia radical debe ir acompañada de un principio procedimental básico:
que en la toma de decisiones se tengan en cuenta las opiniones de todos los afectados, reales y
potenciales y que las normas de acción que se consensuen en este proceso, se fundamenten en
criterios susceptibles de ser universalizados.
Esta nueva concepción de la ciudadanía, que está involucrada en el ideal del interlocutor válido
planteado por Cortina, tiene consecuencias decisivas en el plano socioeducativo. Desde una
perspectiva práctica o empírica, la idea del interlocutor como "todo aquel ser dotado de
competencias comunicativas" presenta limitaciones en cuanto a su posibilidad de realización, en el
sentido de restringir la condición de auténtica ciudadanía a aquel sector de la sociedad con
estadios lógicos y morales superiores, con amplios antecedentes de escolarización y un bagaje de
información sociocultural significativo, que tiene -y ha tenido desde muy temprano-, numerosas
oportunidades de participación en distintas instancias de toma de decisiones.
Por ello, y tal como Dewey (1953) lo ha planteado, es imposible pensar en una sociedad
democrática, justa y solidaria sin una educación amplia e igualitaria que pueda imprimir en cada
uno de sus miembros el carácter de una auténtica ciudadanía. Pero, la relación entre democracia y
educación que postula Dewey (1953) sigue interpelándonos como un ideal. Su concepción de una
democracia participativa, abierta e inclusiva y de una educación entendida como la provisión de
igualdad de oportunidades para el pleno desarrollo de las potencialidades y la justa apropiación de
los bienes materiales y culturales de una sociedad, se recupera y refleja en los reclamos de
quienes luchan por quebrar el carácter conservador y exclusor de las democracias
contemporáneas.
La compleja y profunda construcción sociohistórica de la ciudadanía es fundamentalmente
pedagógica ya que opera sobre la conformación del imaginario y de los hábitos y actitudes que
expresan distintos roles y posiciones dentro del sistema político y la sociedad civil. Estas acciones
se despliegan en el ámbito de la educación informal, pero fundamentalmente en el de la educación
formal y sistemática. La formación del ciudadano es un objetivo fundante de los sistemas
educativos nacionales, cuyos currícula, textos y marcos normativos institucionales se encargan de
trasmitir determinados valores, concepciones y estereotipos que conforman la noción individual y
colectiva de ciudadanía.
A la par, tales valores, concepciones y estereotipos se internalizan mediante otro tipo de
mecanismos y dispositivos implícitos y ocultos, que parecen tener mayor eficacia que los
contenidos explícitos a la hora de naturalizar una determinada imagen y patrón de
comportamientos. Los contenidos implícitos forman hábitos y actitudes que se reproducen sin que
medie una racionalización, y de esta manera configuran mentalidades que permiten a los alumnos
identificarse con determinados modelos y paradigmas que responden a ciertos mandatos sociales.
Por ello se hace particularmente necesario revisar los procesos de construcción de la ciudadanía,
para reconocer cuáles han sido las representaciones y los valores que la educación ha contribuido
a producir y afianzar, determinando su validez sociomoral, al margen de su legitimación política.
Como señala De Sousa (1995), el Estado-nación desde el siglo XIX, y durante prácticamente todo
el XX, fue el espacio social y político hegemónico para la ideología liberal. Los otros dos espacios,
el local y el transnacional, fueron formalmente declarados como inexistentes. Esta situación está
siendo cuestionada hoy día. Además, el propio peso de las demandas nacionales y étnicas obliga a
una reconceptualización del Estado.
En la cuestión de la construcción de la ciudadanía resulta central el marco de la crisis política,
social, económica y cultural que afecta con especial énfasis a los países de nuestra región.
Ninguna modificación de este escenario podrá operarse si los actores involucrados como agentes
directos no asumen un nuevo rol e identidad. Se plantea pues la necesidad de pensar en un nuevo
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sujeto ciudadano, para lo cual se hace imprescindible mirar primero hacia el pasado a fin de
reconocer las concepciones que se gestaron históricamente y de las que hoy se sostienen, de
discriminar los valores, representaciones y estereotipos implicados en estas concepciones y en el
conjunto de prácticas sociales que en ellas se fundan y de valorar el papel que le cupo a la escuela
en esta conformación. Esta mirada retrospectiva puede ayudar a tomar conciencia y a posicionarse
mejor frente a la realidad que se quiere interpretar y transformar, para, a partir de este análisis,
poder reconfigurar los supuestos y las bases normativas de la construcción de la ciudadanía del
siglo XXI.
La globalización, el mercado, como principal referente para solucionar todos los problemas
económicos e incluso políticos, esto es, la sustitución casi total de la política por la economía, los
cambios producidos en los Estados de Bienestar, la crisis de los partidos y de la representatividad
de éstos, hacen que el tema de la ciudadanía entre en debate.
Según Muguiro Ibarra (2000), en la década de los 70, cuando hacíamos referencia a la historia de
nuestros países, nuestro punto de interés no era la ciudadanía, sino más bien los movimientos
sociales, los actores sociales, en cuanto a su cercanía o no del poder, y éste relacionado con el
poder en el Estado. No hay más que recordar nuestros análisis de coyuntura de los años 70, en
donde jugaban un papel preponderante los grupos de poder y cómo se movían en el marco del
Estado.
"Hemos pasado de discursos antisistema, que ponían énfasis en la necesidad de cambio-deorden, a discursos donde lo que interesa es el reforzamiento de la institucionalidad, la
universalización de las reglas de juego democráticas, la extensión de las formas de participación
ciudadana"
Las relaciones entre la sociedad y el Estado han cambiado demasiado y en poco tiempo, y
entonces se han tenido que replantear dichas relaciones, porque, además, estos cambios no han
venido solos, sino acompañados de una ideología neoliberal, que ha vuelto a identificar, casi
exclusivamente, ciudadanía con propiedad o con mercado, y donde se propugna un Estado
reducido al máximo. Es normal que, si se cambian los términos de referencia, se cambien los
puntos de interés. Pero esta ideología, que se intenta reproducir dos siglos después, viene
también acompañada de los cambios y de las conquistas que se han producido en estos dos siglos.
Ahora, ni el más liberal puede sacar de su programa algunos derechos
La ciudadanía no se puede explicar sin procesos de individuación, donde las relaciones jerárquicas
dejan de hacernos uno más en la comunidad; pero, además, el proceso nos va haciendo personas,
esto es, con determinados roles ante la sociedad, y que nos confieren identidad y solidaridades,
que hace unos años estaban determinados por el mundo del trabajo. Vicente Santuc afirma que el
proceso de ciudadanía nos va diciendo "sé persona", afírmate como tal. Por eso, para Eduardo
Cáceres, "la ciudadanía es la relación por excelencia del hombre moderno de cara a la cosa
pública", que exige a la vez autonomía, el valerse por uno mismo. "Ser ciudadano es una forma de
entenderse, una clave semántica, que convive con otras en este conglomerado de sociedades y
tiempos que es el Perú de hoy".
El mismo concepto de ciudadanía expresa un punto de partida de un proceso en el que se pasa de
ser súbdito a ciudadano. Norberto Bobbio lo llama "el pasaje de la prioridad de los deberes de los
súbditos a la prioridad de los derechos de los ciudadanos". Por este mismo carácter de proceso y
de diferenciación entre países, "no existe una historia única de la ciudadanía en el mundo
moderno. Su emergencia y desarrollo no siguen un único patrón ni asumen la misma forma. Ni el
punto de partida, ni el proceso, ni los resultados son idénticos. "
El campo de la ciudadanía, observa Hopenhayn (2001), se enriquece a medida que la porosidad de
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la industria cultural y la comunicación global permite reclamar y promover derechos culturales. La
bandera de la comunicación democrática se alza como promesa en que se funda la tecnología, la
política y la subjetividad; y muchos sueñan con una nueva utopía que sustituya el viejo valor de la
igualdad por el emergente valor de la diferencia. En lugar de clases sociales se invocan actores e
identidades culturales cuyo potencial de emancipación no podría ser universal, sino que radicaría
en el juego democrático de las diferencias. La comunicación se reconoce como fundante de la
ciudadanía en tanto interacción que hace posible la colectivización de intereses, necesidades y
propuestas. Pero, al mismo tiempo, en tanto dota de existencia pública a los individuos
visibilizándolos ante los demás y permitiendo verse -representarse ante sí mismos. Ese
reconocimiento de la comunicación como condición de posibilidad de la ciudadanía es, al tiempo,
condición de posibilidad de la política. Sergio Caletti (2002) ha desarrollado in extenso esa
proposición. A su juicio, ello es así en un doble sentido. En primer lugar porque la política no
puede ser pensada al margen de la "puesta en común de significaciones socialmente
reconocibles"; en segundo lugar porque es ese procedimiento de puesta en común lo que habilita
que justamente "lo común" pueda convertirse en "horizonte" para las aspiraciones provenientes de
múltiples y diversas aspiraciones y acciones ciudadanas.
La ciudadanía -planteará Carretón (1995)- es la reivindicación y reconocimiento de derechos y
deberes de un sujeto frente a un poder. Si los ámbitos o esferas de la sociedad no se
corresponden, si se separan y se autonomizan, si a su vez la política se restringe en su ámbito de
acciones y pierde su función integrativa, si aparecen múltiples dimensiones para poder ser sujeto
y si, a su vez, los instrumentos que permiten que esos sujetos se realicen son controlados desde
diversos focos de poder, lo que estamos diciendo es que estamos en presencia de una redefinición
de la ciudadanía en términos de múltiples campos de su ejercicio
Así, la ciudadanía comenzó a nombrar, en la última década del siglo pasado, un modo específico
de aparición de los individuos en el espacio público, caracterizado por su capacidad de constituirse
como sujetos de demanda y proposición en diversos ámbitos vinculados con su experiencia: desde
la nacionalidad y el género hasta las categorías laborales, y las afinidades culturales. Pero esta
ampliación que lleva a algunos pensadores a hablar de "nuevas ciudadanías" definidas en el marco
de la sociedad civil no llega a encubrir, como bien lo señala Hugo Quiroga (citado por Mata, 2004),
que el debilitamiento de la clásica figura de la ciudadanía -marcado por un evidente escepticismo
hacia la vida política- implica serios desafíos para pensar en la transformación de los órdenes
colectivos injustos vigentes en nuestras realidades.
Uno de los debates más importantes dentro de las ciencias sociales y del diseño de políticas
públicas gira en torno a la posibilidad de construir sistemas políticos que incluyan dentro de los
derechos ciudadanos (libertad, igualdad, equidad) el reconocimiento de la diversidad cultural. O,
dicho de otro modo, según Füller (2004), de elaborar una nueva propuesta: la ciudadanía
compleja. Esta última sostiene que, tanto el derecho a la pertenencia como el derecho a la
diferencia son principios básicos, no derechos especiales. Por lo tanto, el consenso entre los
pueblos debería incluir el compromiso en torno a estos dos tipos de derechos. Asimismo, este
consenso, sólo podría ser el resultado de acuerdos interculturales.
En una acepción más concreta se trata de una propuesta ética que busca perfeccionar el concepto
de ciudadanía de manera que se concilien los derechos ciudadanos de Libertad, Igualdad, Equidad
con el reconocimiento de la diversidad cultural, de la diferencia. El reto que se presenta es pues
conferirle significados al vocabulario de los derechos a fin de incluir la diferencia y avanzar en la
construcción de la ciudadanía diferenciada
Según Ansión (1994) las culturas, no son cosas, pertenecen al mundo interno de las personas.
Una cultura es un conjunto de formas acostumbradas y compartidas de ver el mundo, de hacer las
cosas, de resolver problemas, de relacionarse con los demás, con la naturaleza y con uno mismo.
Es una manera de ver y conocer el mundo, si por conocer no entendemos solamente la relación
con el mundo mediante nuestro intelecto, sino también a través de nuestros afectos, nuestro
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sentido ético y estético y, en general, todo nuestro cuerpo.
Si compartimos con otros determinados hábitos y códigos culturales, es porque los hemos ido
incorporando en nuestra socialización y vamos comprobando su utilidad para movernos en nuestro
mundo, en nuestras relaciones sociales diarias.
Aún más, el solo hecho de reconocer en el otro maneras a veces muy sutiles de expresarse (un
gesto, una entonación de la voz. . . ) nos sirve para ubicarnos con respecto a él, reconociendo lo
que compartimos y lo que nos diferencia. En tal sentido, como precisa Ansión, diremos que
pertenecemos a una misma cultura si "nos entendemos" sin mayores dificultades, si reaccionamos
de modo básicamente similar frente a los problemas, si compartimos hábitos comunes que nos
parecen "naturales".
Aproximaciones a su estudio
Danilo Moreno en La construcción de ciudadanía y narrativas de ciudad: Las mediaciones urbanas
en los procesos cognitivos de los jóvenes, ciudad educadora y escuela (2001), plantea los
aspectos más relevantes de un proceso de investigación que se iniciara en 1993 en torno a la
ciudad (de Bogotá) como objeto de estudio.
Parte de interrogantes como ¿qué hacen los ciudadanos con las imágenes de ciudad proyectadas
en los medios? ¿Cómo se configura hoy el sentido de ciudadanía? ¿Qué imagen de ciudad
presentan los medios y qué imaginarios arman las audiencias? ¿Qué usos y resignificaciones hacen
estas audiencias de dichas imágenes?
A partir de estas interrogantes, busca establecer la relación entre dichas imágenes y las
representaciones sociales que las audiencias configuran. Desde esta perspectiva, una sociedad
intercultural rompe, a través de las "pantallas", los conceptos de espacio y de fronteras e impulsa
imaginarios en los que se cruza lo lejano y lo cercano, lo rural y lo urbano. Por eso, en busca de
esos imaginarios se propone, como herramienta metodológica, la recopilación de relatos.
¿Cómo se construye el sentido de ciudadanía? Una primera aproximación permite plantear que se
construye ciudadanía a partir del contexto fragmentado, caracterizada por lo nómada, lo múltiple,
lo simultáneo y lo efímero. Dicha construcción se teje desde la interacción que se vive con las
diferentes mediaciones sociales (Barbero, 1985). Ver la ciudad como una mediación implica dos
cosas:
a) la ciudad como una productora de signos, de significantes, que sólo tendrán sentido en la
acción de la práctica significante, y
b) ver la construcción de ciudadanía implica mirar el problema desde las audiencias, en este caso
el ciudadano.
En dicha interacción, según Canclini (1985) se tejen ciudadanías híbridas, en donde se mezclan
signos de lo lejano y lo cercano. Espacios en los que se evidencian los vertiginosos contrastes: la
cultura popular, la masiva, la global, junto a otras culturas locales. Así, la construcción de
ciudadanía se caracteriza por integrar, en un solo escenario, los contrastes, los lugares comunes
de todas las ciudades del mundo, pero también sus enormes diferencias.
En la investigación sobre las imágenes de ciudad que tienen los jóvenes (el grupo social con el que
se desarrolló la investigación), Moreno comprueba que existen múltiples miradas, atravesadas por
las contradicciones. Ciudadanías dispersas. Los relatos, fruto de la investigación, evidenciaron
infinitos recorridos. Dentro de la multiplicidad de imágenes que se encontraron aparecieron: la
ciudad gris, la ciudad del amor, la ciudad peligro, la ciudad ternura, aventura y, por su puesto, la
ciudad mediática que se construye desde el espectáculo de los medios, que configura espacios de
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simulación, de simulacro.
Formación ciudadanía
Formar para la ciudadanía es una prioridad importante hoy en día en cualquier país del mundo.
Entre las distintas instancias en que esta formación puede ocurrir, la escuela es un lugar
privilegiado. Allí las competencias necesarias para el ejercicio efectivo de la ciudadanía no
solamente se pueden aprender sino que se pueden practicar en ambientes reales. Sin embargo,
esto no ocurre de manera espontánea. La formación para la ciudadanía debe diseñarse con base
en principios claros, implementarse con persistencia y rigor, y evaluarse permanentemente para
garantizar que se está teniendo el impacto deseado.
La formación ciudadana y el ejercicio de la ciudadanía constituyen la estrategia o el medio para
alcanzar procesos de justicia social, pero a su vez, la garantía de justicia desde el Estado requiere
el reconocimiento de deberes y derechos ciudadanos, con criterios de equidad social, que hagan
posible mejorar las condiciones y calidad de vida de la población, con oportunidades en términos
de acceso y distribución de recursos.
¿Qué son las competencias ciudadanas?
Las competencias ciudadanas son el conjunto de habilidades cognitivas, emocionales y
comunicativas, conocimientos y actitudes que, articulados entre sí, hacen posible que el
ciudadano actúe de manera constructiva en la sociedad democrática. Las competencias
ciudadanas permiten que los ciudadanos respeten y defiendan los derechos humanos,
contribuyan activamente a la convivencia pacífica, participen responsable y constructivamente en
los procesos democráticos y respeten y valoren la pluralidad y las diferencias, tanto en su
entorno cercano (familia, amigos, aula, institución escolar), como en su comunidad, país o a nivel
internacional. En resumen, las competencias ciudadanas se refieren a saber interactuar en una
sociedad democrática.
Grupos de competencias ciudadanas
Se clasifican las competencias ciudadanas en los siguientes grupos:
(1)
(2)
(3)
(4)
respeto y defensa de los derechos humanos
convivencia y paz
participación y responsabilidad democrática
pluralidad, identidad y valoración de las diferencias
Cada uno de los cuatro grupos de competencias ciudadanas está compuesto por
competencias de
distintos tipos: conocimientos, competencias cognitivas, competencias emocionales, competencias
comunicativas y competencias integradoras. Estas últimas integran y articulan en la acción misma
todas las demás competencias. Por ejemplo, la capacidad para manejar pacífica y constructivamente
conflictos, que sería una competencia integradora, requiere de ciertos conocimientos sobre las
dinámicas de los conflictos, de algunas competencias cognitivas como la capacidad para generar
opciones creativas ante una situación de conflicto, de unas competencias emocionales como la autoregulación de la rabia y de ciertas competencias comunicativas como la capacidad para transmitir
asertivamente sus intereses cuidándose de no agredir a los demás.
Cada uno de estos grupos representa una dimensión fundamental de la ciudadanía y por este
motivo, se encuentran articulados en el marco del Respeto, la Promoción y la Defensa por los
Derechos Humanos
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La misión de la escuela pública ha sido crear un grupo que comparta valores comunes, por encima
de sus particularidades. Por tanto, lo que hace pública a esta escuela, no es sólo el servicio al
público (que pueden prestarlo centros privados), sino "crear" público o ciudadanos. De ahí la
oposición que Postman (1999) formula contra determinadas orientaciones multiculturales en Estados
Unidos.
Por su parte, en su excelente libro La comunidad de ciudadanos. Acerca de la idea moderna de
nación, Dominique Schnapper desde la tradición republicana francesa documenta cómo la
democracia moderna va vinculada a la creación del espacio público nacional, donde la escuela
pública ha desempeñado un papel de primer orden en la creación de la comunidad de ciudadanos.
La idea de nación, contra críticas infundadas, surgió como modo de integrar a todos los individuos
en la vida de una comunidad política, para lo que debe ignorar las particularidades de sus miembros.
De ahí el laicismo como componente fundamental, en tanto que hay que primar lo compartido y no
lo que diferencia.
Conclusiones
1. El concepto de ciudadanía ha sido siempre polémico. Sin embargo, en los últimos años se ha
vuelto un tema central en los contextos político-estratégicos y teóricos
2. Teóricamente la ciudadanía ha sido abordada desde marcos muy diferentes, distinguiéndose dos
grandes líneas de pensamiento: la tradición liberal y los enfoques sociohistóricos.
3. La ciudadanía no se puede explicar sin procesos de individuación, donde las relaciones jerárquicas
dejan de hacernos uno más en la comunidad; pero, además, el proceso nos va haciendo personas,
esto es, con determinados roles ante la sociedad, y que nos confieren identidad y solidaridades, que
hace unos años estaban determinados por el mundo del trabajo
4. Las competencias ciudadanas son el conjunto de habilidades cognitivas, emocionales y
comunicativas, conocimientos y actitudes que, articulados entre sí, hacen posible que el ciudadano
actúe de manera constructiva en la sociedad democrática. . En resumen, las competencias
ciudadanas se refieren a saber interactuar en una sociedad democrática
5. La propuesta de educación ciudadana tendrá validez en la medida en que vaya unida,
metodológicamente, con los intereses de los que se educan
6. La conciencia de derechos y obligaciones es un proceso, requeriría de un enfoque constructivista,
que recoge las experiencias y vivencias de los alumnos y alumnas para, sobre ellas, ir construyendo
lo que significarían esos derechos y obligaciones en su vida
7. Este proceso en el aprendizaje debe partir de la afirmación de la persona, y de su subjetividad, si
se sienten o no parte de una comunidad educativa, social, familiar; si sienten algún sentido de
igualdad
8. La definición de ciudadano es el de una persona que se siente igual a los demás,
9. Es inherente al ciudadano tener el poder de participar en aquel espacio o comunidad que siente
como propio, ser escuchado y escuchar a los demás.
10. La cuestión de la construcción de la ciudadanía resulta central el marco de la crisis política,
social, económica y cultural que afecta con especial énfasis a los países de nuestra región
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