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El origen de la maldad en el ser humano

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Autor/autores: Carlos Fuentes Samaniego
Fecha Publicación: 15/07/2021
Área temática: Psicología general .
Tipo de trabajo:  Artículo original

Jefe del departamento de Anestesiología. Instituto de la visión. Torreón Coahuila, México.

RESUMEN

Título:

El Origen de la Maldad en el ser humano

Introducción:

A partir de 1961 la periodista Hanna Arendt escribió, en el New York Times, una serie de artículos a los que nombró “La banalidad del mal. ” Ella había asistido al juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén. “Uno esperaría -dice- que con la cantidad de crímenes imputados al asesino éste debería lucir como un monstruo y tener un comportamiento especialmente aberrante. Pero no era así: Eichman, en el juicio, fue revisado por seis psiquiatras y todos lo consideraron normal. Incluso como padre de familia sus relaciones eran mucho mejores que el promedio. Si hizo lo que hizo fue sólo porque –él dijo– sólo recibía órdenes.

En ese mismo año, se empezó un estudio en la Universidad de Yale dirigido por Stanley Milgram, que se publicó en 1964. Incluía más de mil voluntarios, que fueron reclutados mediante la colocación de letreros en el campus universitario, solicitando voluntarios para un “experimento”. Se pedía que fueran hombres, mayores de edad, pero no se dieron mayores datos. Incluso se les iba a pagar por ello; poco dinero, pero muchos jóvenes de New Haven se inscribieron, esperando le sirviera para su curriculum. Se les hizo una prueba psicológica previa para asegurarse de su normalidad. Cualquier tipo de rareza, fobias o traumas excluía al aspirante. Luego se les introducía a una sala en la que había una máquina que soltaba descargas de 15 a 450 voltios, y que aumentaba la potencia de 15 en 15 voltios. Al estudiante se le dijo que era un experimento para mejorar la memoria: ellos le leían un artículo a un sujeto visible tras un vidrio (que no era otro estudiante, sino un actor pagado) y luego le hacían preguntas sobre el tema. Si no daba la respuesta correcta debían propinarle una descarga eléctrica, por electrodos que estaban colocados sobre su cuerpo.

Cada vez la descarga se incrementaba 15 voltios. En realidad el actor no recibía ninguna descarga, pero veía una luz en donde se le indicaba qué voltaje supuestamente se le estaba aplicando, y fingía dolor acorde a la descarga. Además había otra persona: un señor, de grave aspecto, autoritario, aparentemente el jefe del experimento, que los incitaba a aumentar más y más la descarga, mientras que el actor era instruido para contestar mal a las preguntas y reaccionar dramáticamente ante las descargas. Como los estudiantes pertenecían a un nivel social superior, bien educado, se esperaba que a lo más (en caso de que un sádico se les hubiese colado) un 1% llegaría a descargar 300 voltios (en donde la descarga empezaba a ser peligrosa), un 0. 5% llegaría a los 350 voltios y el 0 % descargaría 400 o más. Los resultados fueron distintos a los esperados: todos rebasaron los 300 voltios de descarga; 65% alcanzaron los 350 voltios; 35% llegaron a los 400 o más. De hecho, sin importar que a partir de los 300 voltios el actor ya no respondiera, muchos siguieron propinando descargas. Milgram explicó los resultados como genes defectuosos provenientes de nuestra herencia animal ( un animal nunca hubiera hecho eso, propinarle un castigo innecesario a su oponente. En los animales la lucha intergrupal está ritualizada y los combates por territorio, posición social o por las hembras acaba cuando un contrincante se retira). Las conclusiones de Milgram fueron vertidas en su libro de 1964: “Los peligros de la obediencia a la autoridad”.

Diez años después de eso, en 1971, Philip Zimbardo, de la Universidad de Stanford, hizo un ensayo algo similar. Él Solicitó estudiantes, y 75 se inscribieron, de los cuales se escogieron 24. El que el número de voluntarios haya sido más bajo que en el caso de Milgram en Yale fue posiblemente debido a que a ellos sí se le explicó lo que iba a pasar y la mayoría que pidió información no les gustó el tipo de experimento: se trataba de escoger, de entre los voluntarios, al azar, un grupo en el que la mitad fueran “carceleros” y la otra mitad fueran “presos”. Los presos llevaban la de perder: estarían en una cárcel por 2 semanas, mientras que los carceleros se rotaban y podían irse diariamente a sus casas a descansar. De los 75 que aceptaron se hizo una selección, tratando de evitar a los que tuvieran cualquier signo de rareza, fobia o sadismo; y quedaron un número par, 24. Los “presos” fueron capturados por la policía normal, que no sabía que se trataba de un experimento y a la cual se le dio la información de que se trataba de personas peligrosas. Luego que eran llevadas a la Estación de Policía local, de allí se les transportaba a unas instalaciones semejantes a celdas en los sótanos de la universidad de Stanford. Zimbardo mismo era el que acicateaba a los “carceleros” para que torturaran a los “presos”

El estudio no duró las dos semanas que se tenía planeado. Ya desde el primer día hubo deserciones, reemplazos precipitados y a los 6 días, una psicóloga, a quien Zimbardo había invitado para que viera su “fantástico” experimento, en lugar de quedar impresionada, fue directo a las autoridades universitarias y éstas retiraron su permiso pues el mejor parecido a esa “cárcel” manejada por estudiantes era una en Irak manejada por soldados que estaba siendo investigada por tortura indebida a los presos. Así que el ensayo sólo duró 6 días, con la protesta de Zimbardo. Todos, incluyendo éste último, requirieron terapia psicológica post trauma. La frase recurrente entre los carceleros era: “Nunca creí lo malo que yo podía llegar a ser. ” ¡Y eso que ellos podían irse a su casa al terminar su turno y actuar como si nada! Incluso varios se dedicaron a estudiar psicología, para erradicar esas tendencias que mostraron en el experimento; para analizar eso en que se convirtieron y que no querían volver a ser.

Recordemos a los campos de concentración de Alemania (mayormente situados en Polonia) en la Segunda Guerra Mundial. Muchos actos de maldad pura fueron realizados y registrados por los exponentes de la “Operación Holocausto” que trabajaron con miras a reparaciones en dinero después de la guerra (el enemigo hizo igual de tropelías, pero a esas se les dio menos exposición mediática). Por ejemplo, de un guardia SS, en Auschwitz-Birkenau, en 1942, se dijo que, al descubrir un niño, escondido dentro de una maleta llevada por su madre, y cuyo llanto lo delató cuando la madre bajó del vagón de ferrocarril después de días de ser transportada en ese vagón para ganado, agarró al niño por las piernas y lo estrelló contra el riel metálico de un camión. Ese acto barbárico no es nada nuevo. En Babilonia el profeta Jeremías amenaza a los babilonios de que sus hijos serán estrellados contra las piedras por Ciro, y las tropas mercenarias que viajaban con las legiones romanas acostumbraban levantar niños en la punta de sus picas, según algunas representaciones pictórica los dibujos que tenemos.

Ahora bien: esos actos tan notorios de crueldad, ¿demuestran que el humano es malo por naturaleza? ¿O sólo demuestran que es obediente? Si queremos evitar el estigma de la primera posibilidad debemos explicar el porqué, una gente “normal” puede volverse tan cruel si se lo pide un agente que representa una autoridad. Vamos a tratar de explicar eso en base a la naturaleza de la percepción. Y es que la percepción lo es todo; es la mente, las sensaciones, las emociones, los sentimientos. Y tiene cualidades que le son propias; cualidades que limitan la percepción y hacen ver al mundo de determinada manera. Vamos a explicar todo esto en base a lo que hemos dichos antes, sin introducir ninguna cosa que caiga de sorpresa.

Palabras clave: maldad, Locke, Sócrates, Platón.


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