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«Mi hijo no me escucha». Razones para entenderlo



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Noticia | 26/10/2020

Hay padres que se desesperan al hablar a sus hijos y tener la sensación de que no atienden a nada de lo que se les dice. ¿Son desobedientes? ¿No les interesa lo que les decimos? ¿tienen algún problema auditivo? Manuel Antonio Fernández, «el neuropediatra», pide un poco de calma en este asunto y explica que en la mayoría de los casos los padres se desesperan porque no tienen en cuenta los procesos mentales en los niños.


¿Por qué es tan difícil que los hijos escuchen?


Hay un aspecto madurativo y neurológico en todo este tema. El mecanismo que regula nuestra capacidad de atención la modula de forma variable en función del interés que cada tema nos genera. Este interés tiene un doble origen, una parte consciente y otra inconsciente.



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Este mecanismo de regulación de nuestra atención también afecta a otros aspectos de nuestra conducta que ya sea directa o indirectamente se relacionan con nuestra capacidad de autocontrol.


Aunque su localización no se limita a una única área del cerebro, la zona de más importancia se encuentra en el lóbulo frontal. Todas estas funciones mentales se conocen como funciones ejecutivas.


¿Es culpa de los padres que no se saben hacer respetar o de los hijos?


Ni hay culpa ni hay falta de respeto. Lo que nos encontramos en la mayoría de los casos es una clara falta de entendimiento derivada del desconocimiento del funcionamiento de los procesos mentales en los niños que llevan a que las intenciones de los padres no lleguen a buen puerto debido a la forma en la que ejecutan sus instrucciones.


Me temo que los niños no vienen con libro de instrucciones específico, pero hay una serie de aspectos sobre el desarrollo cognitivo y mental en la infancia cuyo conocimiento podría ayudar, y mucho, a los padres de cara a conseguir resultados muchos más satisfactorios en la conducta y el comportamiento de sus hijos.


¿Es una cuestión de edades? ¿En qué etapas hacen menos caso?


La verdad es que en parte sí. Este mecanismo de regulación mental va cambiando a los largo de los años porque depende directamente de nuestro nivel de desarrollo madurativo cerebral. Y aunque pensemos lo contrario, nuestra maduración neurológica no llega a su máximo en la edad infantil, sino que es un proceso mucho más largo que puede alcanzar más allá de los 20 años.


Si bien la teoría nos podría llevar a pensar que si el sistema de regulación del autocontrol mental está asociada directamente a la maduración neurológica, la edad sería un factor determinante en el desarrollo del mismo, esto es un error. No solo debemos contar con el paso del tiempo, sino con las condiciones particulares de cada etapa.


Los niños pequeños van ganando progresivamente autocontrol con el tiempo. Aún así, hay periodos de más o menos evolución, o incluso de retroceso, como es la pubertad y la adolescencia, en los que los cambios metabólicos y hormonales junto con las expectativas sociales pueden provocar importantes dificultades de autocontrol.


¿Cómo lograr que escuchen?


Dado que el sistema de regulación mental atencional funciona en base a la cantidad y la intensidad de los estímulos que recibe, debemos aprender a generar estímulos de una intensidad suficientemente alta como para que suponga una llamada de atención para nuestros hijos.


Para responder a un estímulo, lo primero que necesitamos conseguir es recibirlo y, para ello, necesitamos un mínimo de capacidad de atención selectiva. En la mayoría de los casos, este es el primer factor limitante. Podemos decir que la atención selectiva sería como una puerta cuyo tamaño varía en función del tipo de estímulo que recibamos. Por lo tanto, si generamos un estímulo suficientemente llamativo o intenso, conseguiremos que atraviese la puerta.


¿Son válidos los castigos en este caso?


La palabra castigo ha sufrido muchos desprecios a lo largo de las últimas décadas debido, entre otras razones, al desarrollo de la corriente de la mal entendida crianza respetuosa junto con la tendencia social a la ausencia de responsabilidad y la negación de la existencia de consecuencias negativas a nuestros actos.


Si bien es muy importante mantener un equilibro adecuado a nivel educativo y puede ser de gran ayuda el uso de los estímulos positivos para la potenciación de conductas adecuadas en los niños, la existencia de consecuencias negativas debe estar presente y puede ser una estrategia perfectamente válida ante situaciones conductuales incorrectas.


Hay padres que hartos de repetir las cosas mil veces, deciden hacer ellos lo que le piden a los hijos. ¿Qué consecuencias tiene esta decisión?


Las consecuencias van a ser múltiples y me temo que ninguna positiva. Estas situaciones se dan cuando los padres no han encontrado las estrategias adecuadas o creado las condiciones necesarias para conseguir que sus hijos acaben decidiendo por tomas la decisión de responder a las instrucciones dadas. A veces encontramos un problema aún más básico, y es que los hijos ni siquiera son conscientes de las indicaciones de los padres.


Hay consecuencias para los propios padres, que con frecuencia nos cuentan en la consulta su sensación de frustración ante la falta de respuesta de sus hijos ante las instrucciones a pesar de repetirlas infinidad de veces. Evidentemente sentirán frustración, enfado, tristeza, malestar, sensación de incompetencia, incomprensión…


Por otro lado, también hay consecuencias para los propios chicos, siempre que realmente estén siendo conscientes de que los padres les están hablando y dando algún tipo de instrucción. A veces, no lo son. Dando por hecho que lo saben, la principal sensación que tendrán es la de ausencia de consecuencias. Como es fácil de entender, si no hay consecuencia ante un acto negativo, nada les moverá a cambiar su actitud.


¿Cuáles son las claves para no perder la paciencia?


Ser conscientes de que en la inmensa mayoría de los casos, la falta de respuesta no es consciente ni voluntaria, solo se debe a que el estímulo que reciben no es el adecuado en tipo o intensidad. Está en nuestra manos encontrar la forma de conseguir generar un estímulo suficientemente relevante para que nuestro hijo nos responda. En muchas ocasiones puede funcionar el refuerzo positivo, pero en otras es necesario el refuerzo negativo. Lo más importante es entender cómo funciona el cerebro de un niño (y de todas las personas), para conseguir que nos dé la respuesta que esperamos.

Fuente: ABC

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