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Actualidad y Artículos | Salud mental   Seguir 35

Noticia | 11/10/2019

Salud integral y suicidio. A propósito del Día Mundial de la Salud Mental



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Manuel Martín Carrasco, vicepresidente de la SEP, reivindica en este artículo la necesidad de una estrategia nacional multisectorial integral para prevenir el suicidio, con motivo del Día Mundial de la Salud Mental que se celebró ayer, 10 de octubre.


 


La salud es uno de los recursos más valiosos que tenemos las personas. Y uno de los que más interés despierta. Por ejemplo, una búsqueda simple en Google con el término “Salud” arroja la cifra de 1. 550 millones de resultados, mientras que “Dios” se queda en 495 millones. En realidad lo consideramos el último recurso y lo equiparamos a la vida humana misma. Como cuando decimos, al comprobar que no nos ha tocado la lotería: “al menos nos queda la salud”.


Sin embargo, esta popularidad no se traduce en una idea clara de lo que significa la salud. Se trata de un concepto cambiante, en evolución. Por ejemplo, hasta hace pocas décadas, salud era un equivalente de “falta de enfermedad”, y ceñía sobre todo al ámbito de la salud física. Pero la famosa definición de la Organización Mundial de la Salud de 1946 estableció que la salud es «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades». Esta definición ha recibido numerosas críticas, pero algunas de sus ideas han calado hondo. Por ejemplo, que el bienestar de la persona va a más allá de no padecer enfermedades, y que depende de varios aspectos o dimensiones.


Posteriormente se han realizado numerosos intentos de hacer operativa esta definición. Uno de los más famosos es el denominado modelo “biopsicosocial”, desarrollado por George Engel en 1977. Para este autor, la salud se entiende mejor en términos de una combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales y no puramente en términos biológicos. Contrasta con el modelo reduccionista tradicional, puramente biológico, que postula que los procesos de enfermedad pueden ser explicados únicamente en términos de una desviación de la función normal provocados por un agente patógeno, genético, anormalidad del desarrollo o lesión.


Este modelo, que sigue vigente especialmente en disciplinas como la psiquiatría, la fisioterapia, la terapia ocupacional y el trabajo social clínico, ha servido de inspiración a otros, que lo complementan con algunas otras dimensiones que también parecen importantes para la salud.


Así han surgido, por ejemplo, los modelos ambientalistas o ecológicos, inspirados en la teoría de sistemas y el pensamiento sistémico, con autores como René Dubos. En este tipo de modelo, la salud solo es posible en el contexto de una relación ecológica equilibrada y compensada; es decir, favorable a la vida humana pero en un proceso permanente de variación biológica y de adaptación del hombre a su ambiente.


Finalmente, una de las aportaciones más recientes a los modelos de salud es la reincorporación de la dimensión transcendental o espiritual del ser humano. Hablo de rescate de esta dimensión porque ya estaba presente en la visión la salud de todas las culturas y civilizaciones en un momento de su desarrollo – el llamado modelo sobrenatural de enfermedad -, pero que luego fue relegado, al menos en Occidente, al atribuírsele como principales desventajas el situar al hombre en una posición pasiva y obstaculizar el progreso del conocimiento científico.


La renovada importancia de la dimensión transcendental de la salud se basa en dos observaciones. La primera, el hecho de que el resto de dimensiones de la salud se correlacionan positivamente con la presencia y el cultivo de la dimensión espiritual, siempre que se trate de una espiritualidad intrínseca, puesto de relieve por autores como Harold Koening. La segunda, la constatación de que el sufrimiento no es la principal amenaza para la dignidad humana, sino la pérdida de sentido, puesta de relieve principalmente por Viktor Frankl a partir de su experiencia personal en el holocausto nazi.


Este hecho plantea un imperativo ético para los médicos y para el conjunto de los agentes de salud, en sus diversas disciplinas. Si la dimensión transcendental o espiritual es importante para las personas que atendemos, es nuestra obligación tenerla en cuenta, comprenderla y alentarla en aras de su sanación.


Quizás por primera vez en la evolución del concepto de salud, estemos completando el círculo, justo en el momento en el que el fenómeno del suicidio alcanza dimensiones epidémicas. La Organización Mundial de la Salud hizo públicas en 2014 unas estimaciones según las cuales alrededor de 800. 000 personas se suicidan al año en todo el mundo, uno cada 40 segundos. A la vez, por cada persona que consuma el suicidio, otras 20 lo intentan sin éxito. Con toda probabilidad, estas cifras han quedado obsoletas. Los daños son incalculables, y no solo por las vidas truncadas, sino por el inmenso dolor que se genera en el entorno de cada una de ellas.


Desde mi punto de vista, lo opuesto a la muerte no es estrictamente la vida, sino más bien la vida con salud, considerándola desde el punto de vista multidimensional que hemos descrito más arriba. Cuando la Organización Mundial de la Salud dedica el día mundial de la salud mental de 2019 a la prevención del suicidio, probablemente aprovecharemos para reivindicar programas de prevención en el medio escolar y laboral, en el papel de la atención primaria, o en la puesta en marcha de programas específicos dentro de los servicios de salud mental. Por supuesto, estas iniciativas son necesarias, sobre todo porque cuentan ya con evidencia científica sobre su efectividad. El suicidio puede prevenirse, pero es necesaria una estrategia nacional multisectorial integral; a día de hoy apreciamos ya grandes diferencias entre distintas comunidades autónomas acerca de la intensidad y el tipo de programas aplicados.  


Pero no creo que sea suficiente. La prevalencia de las enfermedades mentales se mantiene relativamente estable, mientras que la de las conductas suicidas aumenta. En mi opinión, el sufrimiento generado por la enfermedad mental predispone al suicidio y a veces lo condiciona, pero la decisión final se toma desde la desesperanza y muchas veces desde la rabia, con frecuencia potenciados por el empleo de alcohol y otras sustancias. Y en estos motivos, las dimensiones trascendental y social de la salud tienen una importancia crucial. La pregunta correcta sería por lo tanto, ¿qué tipo de sociedad hemos construido en la que personas solitarias y frustradas, sin un sentido para su vida, opten cada vez más por quitársela? La respuesta que demos a la pregunta y sobre todo lo que hagamos para cambiarla será en mi opinión el mejor programa de prevención del suicidio.


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