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Covada o zorrocloco. Simulación y patriarcado.

Autor/autores: Javier S. Mazana
Fecha Publicación: 01/03/2006
Área temática: Psiquiatría general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

El término covada proviene del francés "couvade", que significa incubar o empollar de las aves, otros estudiosos lo derivan de la expresión latina "puerperio cubare" o encamarse durante el puerperio o postparto. En la covada o zorrocloco, al nacer un niño el padre se acuesta en la cama y gime, llora y grita simulando los dolores del parto o simplemente se acuesta con el recién nacido. Así recibe los cuidados que realmente necesita la madre. La aproximación a esta conducta es compleja y multifactorial: la antropología, la sociología, la biología darwinista o la psiquiatría. Se interpreta como un intento de compartir con abnegación los dolores y sufrimiento de la mujer de tal suerte que los hombres "hacen suyas" empáticamente las ansias de la maternidad; el marido ocuparía el puesto de la mujer para atraer sobre sí los peligros que los espíritus pueden arrojar sobre la puérpera en forma de infecciones mortales, supone también el reconocimiento de la jerarquía del padre en la generación de los hijos. Hay que tener en cuenta que el principio de maternidad queda establecido en el momento del parto mientras que el de paternidad es una pura presunción.

A la postre, la covada podría representar un principio evolutivo para la destrucción de la sociedad matriarcal. Hace unos meses escuché por vez primera el término zorrocloco de la boca de un amigo canario culto, que me lo refirió como una costumbre ancestral en Gran Canaria, y en general en este archipiélago español, según la cual y ya desde antiguo, el marido guardaba cama durante y después del parto de su mujer, convirtiéndose en el receptor de presentes y agasajos. Zorrocloco, voz con valor sustantivo que aquí se pronuncia y se escribe sorrocloco, hace alusión pues a esa actitud que adopta el marido de las parturientas durante los primeros días después del alumbramiento, cuando se aprovechaba de las ventajas que se le daban a la mujer (caldo de gallina, vino dulce. . . ), y por extensión, sirve para adjetivar al individuo listillo y aprovechado, al hombre astuto y observador, cachazudo, zorro, taimado. Desde un punto de vista filológico y lingüístico podríamos concluir pues que se trata de un subtipo antropológico que representa al que finge que es bobo sin serlo; el zorrocloco aparece así como el hombre tardo en sus acciones y que parece lelo o pánfilo, pero que por el contrario no se descuida en su utilidad y provecho, frente al mamarón, ? calificativo que denota a aquél que simulándose tonto, procura participar de fiestas y agasajos en que no tiene parte.

Palabras clave: Covada, zorrocloco, Simulación, patriarcado


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Covada o zorrocloco. simulación y patriarcado.

Javier S. Mazana.

Doctor en Medicina, Académico Real Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz de Tenerife.

Resumen

El término covada proviene del francés \"couvade\", que significa incubar o empollar de las aves, otros estudiosos lo derivan de la expresión latina \"puerperio cubare\" o encamarse durante el puerperio o postparto. En la covada o zorrocloco, al nacer un niño el padre se acuesta en la cama y gime, llora y grita simulando los dolores del parto o simplemente se acuesta con el recién nacido. Así recibe los cuidados que realmente necesita la madre. La aproximación a esta conducta es compleja y multifactorial: la antropología, la sociología, la biología darwinista o la psiquiatría. Se interpreta como un intento de compartir con abnegación los dolores y sufrimiento de la mujer de tal suerte que los hombres “hacen suyas” empáticamente las ansias de la maternidad; el marido ocuparía el puesto de la mujer para atraer sobre sí los peligros que los espíritus pueden arrojar sobre la puérpera en forma de infecciones mortales, supone también el reconocimiento de la jerarquía del padre en la generación de los hijos. Hay que tener en cuenta que el principio de maternidad queda establecido en el momento del parto mientras que el de paternidad es una pura presunción. A la postre, la covada podría representar un principio evolutivo para la destrucción de la sociedad matriarcal.



Hace unos meses escuché por vez primera el término zorrocloco de la boca de un amigo canario culto, que me lo refirió como una costumbre ancestral en Gran Canaria, y en general en este archipiélago español, según la cual y ya desde antiguo, el marido guardaba cama durante y después del parto de su mujer, convirtiéndose en el receptor de presentes y agasajos. Zorrocloco, voz con valor sustantivo que aquí se pronuncia y se escribe sorrocloco, hace alusión pues a esa actitud que adopta el marido de las parturientas durante los primeros días después del alumbramiento, cuando se aprovechaba de las ventajas que se le daban a la mujer (caldo de gallina, vino dulce. . . ), y por extensión, sirve para adjetivar al individuo listillo y aprovechado, al hombre astuto y observador, cachazudo, zorro, taimado. Desde un punto de vista filológico y lingüístico podríamos concluir pues que se trata de un subtipo antropológico que representa al que finge que es bobo sin serlo; el zorrocloco aparece así como el hombre tardo en sus acciones y que parece lelo o pánfilo, pero que por el contrario no se descuida en su utilidad y provecho, frente al mamarón, ‘ calificativo que denota a aquél que simulándose tonto, procura participar de fiestas y agasajos en que no tiene parte.  

¿De dónde arranca esta costumbre ancestral en el sentido que le estamos dando de simulación del parto por parte del marido en busca de una renta o beneficio? En Hispanoamérica, esta curiosidad es recogida por J. M. Balcázar refiriéndose al territorio boliviano con una teleología nueva: ahuyentar a los malignos, esto es, engañar a los diablos para que no hicieran daño a la mujer ni al recién nacido, al mismo tiempo permitía al padre afirmar su paternidad. Pretendería hallar un equilibrio entre las energías masculinas y femeninas para combatir el mal, compartir a partes iguales el dolor del parto. El término más general para esta conducta observada en todos los tiempos y culturas es el de covada, proveniente del latín “cubare” que significa estar acostado, guardar cama, siendo el padre, cuando la madre va a dar a luz, el que se acuesta y grita de dolor como si fuera él el que pare, con ello intenta afirmar la paternidad biológica* en una genuina pantomima. Se trata de una auténtica enfermedad mental cuyo origen desconocemos. A la postre sería un acto ritual por el cual el padre, a través de ese comportamiento, acepta y reconoce familiar y socialmente que ese neófito es hijo carnal suyo (recordemos la figura del paterfamilias en la Antigua Roma). Para comprender este “fenómeno” se han propuesto explicaciones psicodinámicas (el marido suplantaría el papel de madre identificándose volitivamente con la parturienta), e incluso se postula la existencia de cuadros psicóticos subyacentes. La covada en un sentido mítico y sagrado expresa también el vínculo físico entre padre e hijo en un contexto totémico y mágico donde los animales, los árboles, la luz, el sol y los astros, el fuego y las deidades telúricas o celestes, juegan un papel destacado.

Se ha propugnado asimismo que es un invento de las mujeres para que el padre se quedase en casa a ayudarla, y crearle deseos para hacerle más vástagos prodigándole cuidados y mimos. . . . Otros sitúan el origen de la palabra covada en el francés "couvade", que significa incubación (de couve, incubar, el empollar de las aves). La simulación del estado gestacional por el marido que persigue una plena identificación con el rol de la maternidad de la esposa, le lleva a padecer náuseas y vómitos, antojos, síntomas psicosomáticos como dolores abdominales y musculares, odontalgias, ansiedad y variaciones ponderales§. La hominización ha hecho posible que los hombres sufran empáticamente la ansiedad que acompaña a la maternidad, y se han descubierto en el hombre variaciones significativas en los niveles plasmáticos de cortisol, prolactina y testosterona durante el embarazo de su pareja que disminuyen en el postparto o puerperio.


La primera mención documentada de la covada data del siglo III a. C. Apolonio de Rodas, gramático y director de la Biblioteca de Alejandría, la describe así en su obra Los argonautas: ". . . llegaron a la Tibarénida. En ese país, cuando las mujeres han dado hijos a sus hombres, son estos quienes gimen, caídos en los lechos, con las cabezas envueltas; y ellas los cuidan con solicitud, les hacen comer y les preparan los baños que convienen a las recién paridas". No se ha podido averiguar si este pasaje fue recogido de versiones orales micénicas, es decir, si los expedicionarios de hace 3500 años encontraron llamativa esta conducta de los tibarenos o si se trata de una acotación del propio Apolonio. En el siglo I a. C. , el historiador Diodoro de Sicilia mencionaba en su libro V que los corsos tenían una costumbre semejante: "Con el nacimiento de sus hijos observan un hábito muy extraño: no tienen cuidado alguno de sus mujeres que están de parto; cuando una ha dado a luz, el marido se acuesta, cual enfermo, y permanece encamado un número fijo de días, como una recién parida". Marco Polo trató de explicar este comportamiento chocante al observarlo en la provincia de Kardandan y la ciudad china de Vochang, en 1275, y aventuró que debía tratarse de una especie de resarcimiento o indemnización, puesto que la madre sufre al parir, el padre tiene que hacerlo también imponiendo algunas restricciones a su vida. El preceptor de Luis XIV, François de La Mothe Le Vayer, escribe en su Observations sur la composition des livres, a mediados del siglo XVII, que este uso es habitual en toda América, Canadá y otros muchos lugares. En 1818, en su Historia de las Naciones Bascas de una y otra parte del Pirineo Septentrional y costas del Mar Cantábrico, desde las primeras poblaciones hasta nuestros días (Imprenta de la Viuda de Duprat. Auch), el notario J. A. Zamácola asegura que las vizcaínas "apenas parían, se levantaban de la cama, mientras el marido se metía en ella con el chiquillo".  

Durante el siglo XIX se recogen en un fichero del Museo Etnológico y Antropológico de Madrid testimonios de esta costumbre. En Ibiza tan pronto como se presenta el parto, el marido se mete en la cama con su mujer, tomando tazas de caldo como ella y colocando al recién nacido entre los dos. En Canarias se dice que los hombres ya no se acuestan mientras lo hace la puérpera, "pero continúan haciéndose agasajar al igual que sus mujeres paridas (. . . ) comen y beben lo mismo, las mismas veces y durante el mismo número de días". En Tamarite (Huesca), las vecinas invitadas a festejar el nacimiento se aproximaban al lecho donde yacían los cónyuges, el hombre tenía colocado su falo bajo un lienzo y ellas lo tocaban a la par que proclamaban sus felicitaciones. Hasta mediados del siglo XX se ha constatado alguna forma de covada en países como Laponia, Borneo, Inglaterra, Francia, Brasil, Alemania. . . En Casas de Ves (Albacete) el hombre, además de acostarse con el recién nacido le ponía su camisa y quemaba la placenta en una hoguera ritual. En Alabama y Carolina del Sur bastaba con que el sombrero del padre estuviera sobre la almohada del lecho de la parturienta.

En Silió (Cantabria) se celebra la llamada fiesta de la Vijanera, que está emparentada con las denominadas mascaradas o representaciones rito-teatrales de las que habla Kepa Fernández de Larrinoa, de tipo carnavalesco pertenecientes al ciclo festivo de invierno de las sociedades rurales europeas. En la fiesta de la Vijanera aparecen personajes típicos como, entre otros, el zorrocloco, la preñá, el médico, la enfermera, el viejo y la vieja, la brujuca. La representación del parto de la preñá comienza cuando el marido de la parturienta entra en escena buscando al médico, los camilleros suben en camilla a la parturienta, la cual no cesa de gritar por los dolores del parto que se avecina.


El médico comenta que la mujer es muy exagerada, ésta grita aún más y los espectadores se ríen en recíproca complicidad. Con la ayuda del médico y la enfermera, la preñada pare una serie de distintos animales (gatos, conejos, gallos) que son lanzados por los aires hacia los espectadores, con las consiguientes carcajadas. Terminado el parto, todos exclaman “¡Viva la Vijanera!”y se reinicia el desfile de los personajes por las últimas calles del pueblo en dirección a la plaza de la iglesia. Existe un libro muy curioso y cuya lectura engancha que habla de multitud de aspectos de la antropología de la covada y que no es fácil conseguir. Su autor es Enrique Casas Gaspar y la obra de marras de obligada lectura para todo aquel que quiera iniciarse en este apasionante mundo es "La covada y el origen del totemismo", que se publicó en Madrid por la Editorial Paez entre los años 1930 y 1950 (el ejemplar que dispongo viene sin fecha), aunque en 1991 lo reeditó una editorial madrileña privada llamada Fomento Empleo Minusválidos.


Notas

* Creemos que la maternidad provoca en algunas mujeres trastornos mentales con celotipias, sentido anormal de la posesión de las crías, etc. , y una pérdida de la masculinidad del varón. El aserto de Freud sobre los celos femeninos del pene puede que explique por qué el hombre se encama y luce su miembro viril ante las vecinas.

§ Cfr. , Castelazo L. , Calderón J. Historia de la obstetricia y la ginecología en Latinoamérica. Bogotá: Impr. Distrital, 1970.

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