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Noticia | 12/08/2020

Turno para la salud mental



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Es el caso de la salud mental, un campo en el que el panorama antes de la crisis ya era inquietante. Según la encuesta nacional de 2015, diez de cada cien adultos y doce de cada diez adolescentes necesitaban algún tipo de atención. De hecho, Colombia es uno de los países que más pérdidas de años saludables tienen por trastornos mentales. Cincuenta y nueve por ciento de los años de vida que se pierden por discapacidad están dados por enfermedades no transmisibles, y de esa cifra, 19 por ciento corresponde a trastornos mentales de algún tipo. El 35, 4 por ciento de los años de vida perdidos por discapacidad en el país corresponden a alteraciones mentales. A este cuadro tan preocupante hay que añadir que solo uno de cada diez pacientes recibe atención adecuada. Muchos factores confluyen para producir tan alarmantes cifras. Pero hay uno especialmente crítico: las enfermedades mentales siguen siendo un tabú. Por desgracia, tener un trastorno mental es aún un estigma. No solo en el plano social, también en el laboral y el familiar. Quien ha sido diagnosticado de una de estas enfermedades, según el imaginario popular, no tiene cómo desenvolverse en sociedad. Y nada más errado.


Y así estaban las cosas hasta el confinamiento. El encierro, como era previsible, empeoró las cosas. Un estudio a cargo de la Universidad Javeriana divulgado la semana pasada reveló que 68, 1 de los adolescentes que tomaron parte presentaban algún nivel de depresión, y de ellos, un 17 por ciento tenía sintomatología grave. Se halló, así mismo, que el 53, 4 del total presentaba diferentes niveles de ansiedad. Aterrador.


Hay más: la mitad de los encuestados afirmaron que el confinamiento les había afectado muchísimo su vida. El 39 por ciento, que las restricciones por todos vividas les impedían desempeñarse en actividades básicas. Y casi la tercera parte dijo que sus problemas definitivamente se habían incrementado por la falta de contacto social. Así mismo, uno de cada tres expresó que le afecta en gran medida que alguna persona en su hogar haya dejado de trabajar. Uno de cada cinco manifiesta angustia derivada de dificultades para adquirir alimentos básicos.


Se puede añadir lo revelado por un artículo publicado en la revista científica ‘Brain, Behavior, and Immunity’: de 402 adultos sobrevivientes al covid-19, 265 presentaron alteraciones mentales que sobrepasaban la media definida para estos casos. Cuarenta por ciento ha experimentado cuadros graves de ansiedad; otro 40 por ciento, insomnio; 28 por ciento, trastornos vinculados con estrés postraumático.


Las cuarentenas han sido importantes para controlar las cifras, es cierto, pero es verdad también que su impacto en esta terreno obliga a desplegar ya mismo una atención integral.

El panorama es más que preocupante. Está claro que la vivencia del confinamiento pone a prueba de manera radical la salud mental de las personas. Son muchos los factores: la sensación de peligro constante, los cambios abruptos y drásticos en hábitos y rutinas, la imposibilidad de interacción sana con el entorno, la inestabilidad laboral, la vulnerabilidad que se experimenta al evidenciar las carencias del sistema sanitario. A esto se añade cómo la disminución o ausencia total de actividad física impacta directamente en la calidad del sueño, por no mencionar los trastornos alimentarios que también se incuban o se agravan cuando ya existían.


¿Qué hacer entonces? El año pasado, el Ministerio de Salud ya había definido este problema como algo prioritario, trazando una política integral con un documento Conpes, pero la iniciativa quedó relegada en marzo por obvias razones. Por lo pronto, el ente ministerial ha decidido garantizar la continuidad de la atención de quienes ya venían con diagnóstico real o latente de alteraciones emocionales. Se han facilitado mecanismos normativos para facilitar dicha atención, virtual o presencial. Se dispusieron también canales de apoyo, líneas telefónicas específicas a nivel departamental. Pero no es suficiente.


Una cuarentena tan larga tiene efectos inciertos. Algunos con consecuencias impredecibles hacia el futuro. Los confinamientos han sido importantes para controlar las cifras, es cierto, pero es verdad, asimismo, que su impacto en la salud mental obliga a desplegar ya una atención integral, dentro de un contexto preventivo. Llegó el momento de entender que su atención es tan importante como la de la salud física. Y es la hora también de enfrentar tabúes, de dejar de estigmatizar y de entender que enfrentar esta realidad con una actitud sincera, humilde y abierta de la sociedad sin duda ayudará a que esta no se convierta en algo parecido a otra pandemia.


 


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