Podemos comenzar nuestra reflexión con una afirmación de Hannah Arendt que quizá por obvia suele pasarnos desapercibida: ??la vida activa no es solamente aquello a lo que están consagrados la mayoría de los hombres, sino también aquello de lo que ningún hombre puede escapar totalmente. ? Si esto es así y nos proponemos indagar sobre las relaciones y vínculos entre el quehacer humano - ese empeño al que nos consagramos y que no podemos esquivar - y su salud mental, no podemos eludir preguntarnos sobre la forma en que concebimos al ser humano y, por tanto, a la enfermedad mental. Dependiendo de cómo los pensemos, una respuesta u otra implicará una consideración muy diferente sobre cómo se relacionan actividad y salud y, consecuentemente, en la función que podría cumplir la actividad en el posible tratamiento del enfermo mental.
Si pensamos al ser humano como un organismo y la enfermedad como consecuencia de las alteraciones de los mecanismos o funciones que lo conforman; si lo pensamos como un sujeto del inconsciente y al delirio como una metáfora; si pensamos que no es más, en definitiva, que lo que hace, que como se comporta y su enfermedad un proceso de desadaptación al entorno; o si lo pensamos como una entidad con un potencial de realización innato que se! comporta como consecuencia de la forma en que percibe la realidad; decíamos, dependiendo de cómo concibamos al ser humano, nuestra investigación tomará derroteros muy distintos. En este escrito nos proponemos realizar una sucinta revisión del valor que se ha atribuido tradicionalmente a la actividad en el cuidado y atención del enfermo mental. Lo haremos desde una óptica que trate de esclarecer los vínculos entre el marco de referencia teórico en que nos ubiquemos y la función que se supone a la actividad, para aventurarnos a realizar algunas reflexiones que aspiran a aportar un poco de luz al tema que nos ocupa.
La utilización de la actividad en terapia ocupacional.
Pedro Moruno Miralles.
Doctor en psicología. Terapeuta ocupacional. Profesor Titular del Centro de Estudios Universitarios de Talavera de la Reina. Universidad de Castilla La-Mancha.
PALABRAS CLAVE: Actividad, Salud Mental, terapia Ocupacional.
(KEYWORDS: Activity, Mental Health, Occupational Therapy. )
Resumen
Podemos comenzar nuestra reflexión con una afirmación de Hannah Arendt que quizá por obvia suele pasarnos desapercibida: “…la vida activa no es solamente aquello a lo que están consagrados la mayoría de los hombres, sino también aquello de lo que ningún hombre puede escapar totalmente. ” Si esto es así y nos proponemos indagar sobre las relaciones y vínculos entre el quehacer humano - ese empeño al que nos consagramos y que no podemos esquivar - y su salud mental, no podemos eludir preguntarnos sobre la forma en que concebimos al ser humano y, por tanto, a la enfermedad mental. Dependiendo de cómo los pensemos, una respuesta u otra implicará una consideración muy diferente sobre cómo se relacionan actividad y salud y, consecuentemente, en la función que podría cumplir la actividad en el posible tratamiento del enfermo mental. Si pensamos al ser humano como un organismo y la enfermedad como consecuencia de las alteraciones de los mecanismos o funciones que lo conforman; si lo pensamos como un sujeto del inconsciente y al delirio como una metáfora; si pensamos que no es más, en definitiva, que lo que hace, que como se comporta y su enfermedad un proceso de desadaptación al entorno; o si lo pensamos como una entidad con un potencial de realización innato que se! comporta como consecuencia de la forma en que percibe la realidad; decíamos, dependiendo de cómo concibamos al ser humano, nuestra investigación tomará derroteros muy distintos. En este escrito nos proponemos realizar una sucinta revisión del valor que se ha atribuido tradicionalmente a la actividad en el cuidado y atención del enfermo mental. Lo haremos desde una óptica que trate de esclarecer los vínculos entre el marco de referencia teórico en que nos ubiquemos y la función que se supone a la actividad, para aventurarnos a realizar algunas reflexiones que aspiran a aportar un poco de luz al tema que nos ocupa.
Cuando en una conferencia pronunciada en 1957 Hannah Arendt reflexiona sobre las relaciones entre la vida activa y la vida contemplativa, señala una evidencia que no debería pasarnos inadvertida –aunque la actividad humana no haya tenido demasiada relevancia como objeto de estudio. Esta autora sostiene que, aun cuando no refutemos la creencia tradicional que concibe la contemplación como de orden superior a la vida activa: “…, no podemos durar –y nadie lo ha dudado- que es bastante posible para los seres humanos pasar por la vida sin abandonarse jamás a la contemplación, mientras que, por otra parte, ningún hombre puede permanecer en estado contemplativo durante toda su vida. En otras palabras, la vida activa no es solamente aquello a lo que están consagrados la mayoría de los hombres, sino también aquello de lo que ningún hombre puede escapar totalmente.
A pasar de ello, raramente se ha atribuido la suficiente importancia a esa característica de la condición humana, al menos no la suficientemente para detenernos a examinar la actividad y los pormenores de sus relaciones con los aspectos filogenéticos, ontogénicos, orgánicos, psicológicos, culturales y sociales del ser humano. Si acaso, su estudio ha sido fragmentario, desempeñando un papel accesorio y condicionado a otros objetos de estudio con, supuestamente, más valor –siempre como parte de entidades de mayor relevancia, dependiente de ellas o mero reflejo de otros fenómenos más importantes. Sin embargo, la actividad, como otros objetos de estudio, es un aspecto de mucha entidad e importantes consecuencias, dado que es indisociable de la vida misma, atada a la supervivencia biológica del individuo, a las necesidades vitales consecuencia de su crecimiento y mantenimiento. Ligada a los procesos biológicos de la vida, se repite indefinidamente mientras ésta dura y diariamente nos desplazamos, manipulamos los objetos de nuestro entorno y nos alimentamos. Ineludiblemente hacemos, estamos obligados perentoriamente a la actividad.
Una consecuencia directa de esta unión entre la actividad y la supervivencia del organismo es la relación de dependencia entre la actividad y la autonomía personal. La experiencia con la psicosis (con la enfermedad mental y, en general, con cualquier tipo de discapacidad) coloca en primer término las relaciones de la actividad y la autonomía personal. La imposibilidad o dificultad para llevar acabo actividades cotidianas (tan frecuentes y que, además, ocupan gran parte de nuestro tiempo diario) como alimentarse, asearse, vestirse o desplazarse implica algún grado de dependencia de otros, que crea una pérdida de la independencia personal. En otras palabras, nuestra capacidad de actuar en el mundo sin el apoyo o sustento de nadie es el reflejo del dominio y libertad sobre nuestros actos.
De ahí que la capacidad de un sujeto para desenvolverse eficazmente en su vida diaria; es decir, para realizar aquellas actividades cotidianas que son necesarias su supervivencia (como alimentarse y desplazarse) y para el mantenimiento de su salud (como asearse y vestirse), coadyuve a la consecución de la autonomía personal y una mejora calidad de vida, motivo por el que tradicionalmente han constituido un objetivo de intervención en el tratamiento de la enfermedad mental (véanse, entre otros, Kielhofner (2002) y Trombly y Radomsky (2002) y las propuestas de la Asociación Americana de terapia Ocupacional (1994 y 1999).
Si de acuerdo con la clasificación Internacional del Funcionamiento, de la discapacidad y de la Salud (CIF) concebimos la salud como algo más que la ausencia de síntomas; es decir, relacionada con el buen funcionamiento de las estructuras y funciones corporales, pero también con la capacidad para desarrollar actividades y participar socialmente, el desempeño ocupacional se encumbra en uno de los aspecto de importancia en el tratamiento de la enfermedad mental. Por tanto, la reducción del nivel de actividad, la presencia de déficit que imposibiliten o dificulten la realización de actividades, la limitación del número de ocupaciones desempeñadas o la presencia de obstáculos o barreras que entorpezcan o impidan la posibilidad individual de actuar, situaciones todas ellas tan comunes en el ámbito de la salud mental (en especial, cuando tratamos con la cronicidad), deben ser objeto de nuestra atención.
Por estos motivos, desde nuestro punto de vista, el aprendizaje, adquisición, recuperación y mantenimiento de aquellas habilidades y destrezas (que no han sido adquiridas, que se han deteriorado o perdido) que permitan a un sujeto la realización de sus actividades de automantenimiento y autocuidado de forma autónoma, constituye un elemento de especial importancia en el tratamiento de la enfermedad mental.
No obstante, la asociación de la actividad con la autonomía personal no es ni mucho menos el único lazo de la ocupación humana con la salud mental. Es obvio que el desempeño de actividades además cumple un papel fundamental en la integración y participación social más elemental. Muchas de las actividades que realizamos –como acicalarnos, vestirnos, trabajar, etc. - no sólo están relacionadas con el cuidado e independencia personal, también podemos concebirlas como requisitos previos para integrarnos en un grupo social y participar socialmente. Reguladas por normas sociales y culturales, que condicionan la forma y el momento en que las llevamos a cabo y también el motivo por el cual las realizamos, son imprescindibles para ser admitido y reconocido como un miembro de una determinada cultura y sociedad. Por tanto, constituyen el soporte mínimo para que se dé una integración social básica, permitiendo a cada sujeto realizar actividades que lo incorporan a lo social y, a la vez, se conforman en insignias que permiten reconocer a un individuo como perteneciente a una determinada cultura y sociedad.
Por tanto, si la pertenencia y participación social están relacionadas también con la salud, las actuaciones encaminadas a favorecer la participación e integración social, ya sea a través del desempeño de actividades educativas, laborales y productividad o por medio la adaptación de tales actividades o del entorno físico o social en que tiene lugar, debes ser un objetivo prioritario del abordaje de la enfermedad mental.
Pero además, retomando de nuevo las reflexiones de Hannah Arendt sobre la vida activa y la condición humana, resulta difícil eludir la paradoja que la autora advierte respecto a la finalidad última de la actividad humana. La autora subraya el hecho de que la labor –aquella que asegura nuestra supervivencia- y el trabajo –por el que producimos y modificamos el mundo que nos rodea-, son quehaceres que no constituyen fines en sí mismos, puesto que inevitablemente se convierten en medios, si tomamos como referente último al hombre, para una vida más confortable, más holgada o, simplemente, para asegurar su supervivencia.
Dicho de otra forma, aprovechando las palabras textuales de la autora en la conferencia que citábamos anteriormente:
“… la más mundana de todas las actividades pierde su sentido objetivo original, deviene un medio para satisfacer necesidades subjetivas, en sí misma y por sí misma ya no es significativa, por más útil que pueda ser” (Pág. 101).
Esta cita nos permite introducir de forma ejemplar la última de las dimensiones de la actividad humana que nos gustaría considerar cuando reflexionamos sobre la actividad en el ámbito de la salud mental; su valor simbólico.
Más allá de su vínculo con la supervivencia y la autonomía individual y más allá también de su utilidad o funcionalidad (consecuencia éstas del resultado o producto de tal quehacer, sean estos bienes de consumo, de uso o gracias a su valor de cambio), las actividades pueden adquirir para cada sujeto un valor simbólico que les dota de la potencialidad para constituirse en vehículos de expresión de la propia individualidad. Por tanto, pueden ser una manera de distinguirnos y comunicar lo que somos, nuestra unicidad; pueden contribuir también a fraguar nuestra identidad, a dar sentido a nuestra propia existencia. O, dicho con otras palabras, la actividad puede constituirse en un vía posible de relación de cada sujeto con el universo de significantes que le precede y en el cual está abocado a enlazarse.
Trabajar, estudiar, las tareas domésticas y, también, por qué no, vestirse asearse, comer o desplazarse son actividades portadoras de sentido si, cada una de ellas y en conjunto, se articulan con la historia personal y familiar, inscribiéndose en el entramado social y cultural al que cada uno pertenece, favoreciendo la construcción de nuestra propia historia, entretejida con la de aquellos que nos precedieron y también con la de aquellos que nos seguirán.
En definitiva, gracias a su valor simbólico, la ocupación humana puede configurarse como un símbolo, respondiendo a lo que uno es haciendo, contribuyendo de esa forma a dotar de significado la experiencia vital de cada sujeto.
En definitiva, cuando un sujeto se ve inmerso en la realización de ocupaciones con un alto valor simbólico, tal empeño puede promover la expresión individual, contribuir al desarrollo de la propia identidad y al establecimiento de vínculos personales, sociales y culturales que incidan, en último término, en la salud individual. Por tanto, podemos concebir la ocupación como un agente que promueve la salud mental y previene recaídas y/o la aparición de la enfermedad.
Para finalizar, a modo de conclusión, nos gustaría señalar que, desde nuestro punto de vista, la faceta ocupacional del ser humano (la actividad humana) puede ser contemplada desde diferentes perspectivas o niveles de análisis y, consecuentemente, puede servir a diferentes propósitos en el tratamiento de la enfermedad mental. De esta forma, dependiendo de las características particulares de cada sujeto (por ejemplo: de su edad, tipo de enfermedad, gravedad, evolución, contexto social, historia personal, etc. ), la ocupación puede ser considerada como favorecedora de la autonomía o independencia personal, como coadyuvante de los procesos de inclusión, pertenencia y participación social o como portadora de sentido y vehículo de la expresión individual.
Bibliografía
American Journal of Occupational Therapy. (1999) Special Issue: The guide to occupational therapy practice. 53 (3): 247-299.
American Occupational Therapy Association (1994). Uniform terminology for occupational therapy 3ª ed. 48 (11): 1047-1054.
Arendt, H. (1957). Labor, trabajo, acción. Una conferencia. En Arendt, H. (1995). De la historia a la acción. Barcelona. Paidós.
Arendt, H. (1993). La condición humana. Barcelona. Paidós.
Kielhofner, G. (2002). A model of Human Occupation: Theory and application. 3ª ed. Baltimore. Williams and Wilkins.
Moruno, P. (2001). Sobre la base conceptual de la terapia ocupacional. Revista informativa de la APETO (25): 14-20.
Moruno, P. (2000). El valor simbólico de la actividad.
Conferencia. Curso El lazo social. Talavera de la Reina. 2000.
Organización Mundial de la Salud (2001). clasificación Internacional del Funcionamiento, de la discapacidad y de la Salud (CIF). Ginebra.
Romero, D. y Moruno, P. (2003). terapia Ocupacional: teoría y Técnicas. Barcelona. Masson.
Trombly, C. y Radomsky, M. V. (2002). Occupational Therapy for Physical dysfunction. 5ª ed. Philadelphia . Lippincott Williams and Wilkins.
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