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La práctica de la medicina en la sociedad contemporanea: un esbozo.

Fecha Publicación: 01/03/2006
Autor/autores: Fernando Ruiz Rey

RESUMEN

Este artículo esboza algunas características culturales de la sociedad contemporánea y sus repercusiones en la medicina práctica y teórica. Se señala la fragmentación del conocimiento científico, incluyendo, las investigaciones clínicas, y se destaca la dimensión ética de la praxis médica.


Palabras clave: Filosofía, Práctica médica, Sociedad contemporánea
Tipo de trabajo: Conferencia
Área temática: Psiquiatría general .

La práctica de la medicina en la sociedad contemporanea: un esbozo.

Fernando Ruiz Rey.

PALABRAS CLAVE: filosofía, práctica médica, sociedad contemporánea

(KEYWORDS: philosophy, medical practice, contemporaneous society)

Resumen

Este artículo esboza algunas características culturales de la sociedad contemporánea y sus repercusiones en la medicina práctica y teórica. Se señala la fragmentación del conocimiento científico, incluyendo, las investigaciones clínicas, y se destaca la dimensión ética de la praxis médica.

Abstract

This paper outlines some cultural features of contemporaneous society and its influence in the theory and practice of medicine. The fragmentation of the scientific knowledge is pointed out, including the clinical research. The ethical dimension of medical practice is emphasized.



La crisis de la Época Moderna produjo la quiebra de la certeza de la razón como instrumento absoluto del conocimiento del mundo, incluyendo al hombre y a la sociedad en su devenir histórico. La intensa creencia en el racionalismo generada en ese periodo histórico-cultural y, el desarrollo abrumador de la ciencia moderna, fueron desplazando la fe religiosa al terreno de la subjetividad humana, sin otorgarle crédito en la adquisición de conocimiento objetivo de ninguna realidad; Dios y sus Mandamientos fue relegado al ámbito de lo personal. La combinación de estos fenómenos culturales dejó una profunda huella en la sociedad contemporánea, le extirpó la fuente de fundamentos sólidos para que el hombre integre de modo significativo y satisfactorio, los conocimientos contextualizados y fraccionados generados por la ciencia, con las otras parcelas de certeza con que se topa en su experiencia personal. El ser humano, tanto individual como colectivamente, se encuentra -en gran medida- sin metas ni dirección que estructuren su vida y den sentido al sufrimiento y a la muerte. El hombre ya sin creencia en un absoluto, tiende a vivir el momento, guiado principalmente por sus meros deseos y apetitos, tratando de preservar un bien común para la comunidad en que vive, limitado a una concordia funcional, a menudo, más ilusoria que real.

Esta descripción de la sociedad contemporánea no afecta naturalmente a todos sus miembros por igual, aún quedan los que se aferran a la fe modernista decimonona o abrazan una cierta racionalidad matizada, que esperan que eventualmente pueda dar sentido a sus vidas y ofrecer pautas sólidas para la organización satisfactoria de la comunidad y sus miembros. Otros se refugian en sus familias al alero de alguna Iglesia, otros menos atinados, se entregan confundidos a un culto que los embriaga y, muchos, simplemente se desplazan en sus vidas sin meditar, viviendo al día con satisfacciones superficiales y pasajeras. Pero los rasgos anotados para caracterizar lo que se ha venido llamando la postmodernidad son válidos para describir algunos aspectos del nuevo paradigma que nutre a la sociedad occidental de nuestro tiempo.

A pesar de los tremendos abusos y sufrimientos engendrados como consecuencia de la inflación de la racionalidad humana en ideologías políticas mesiánicas y despóticas desarrolladas durante el siglo XX, la modernidad nos ha legado algunos frutos positivos que merecen preservarse; para sólo mencionar dos: la ciencia experimental y la democracia liberal; ambos de relevancia en medicina. El primero primariamente como fundamento de la ciencia médica, y el segundo, incidiendo en la organización de los servicios médicos y en la organización de la Salud Pública.

La crisis de la época moderna y sus consecuencias para la sociedad contemporánea afectan también, como es de esperar, a la medicina en su teoría y en su praxis. Así, las Ciencias Básicas médicas que soportan la práctica de la profesión continúan avanzando con asombrosos resultados, pero ya sin la aspiración de poder llegar algún día a poseer el conocimiento completo de la biología humana y, menos aún, del vivir y enfermar del hombre. Las ciencias experimentales están inevitablemente limitadas por sus métodos y procedimientos, dejando siempre en el trasfondo, al ser humano que las realiza con sus perspectivas y supuestos. Algo similar se puede decir de aquellas disciplinas científicas que colaboran en el actuar del médico como son la sociología, la psicología y otras, que se ven limitadas en sus procedimientos experimentales por el objeto mismo que estudian y utilizan más bien, modelos que claramente dependen de concepciones teóricas particulares. Los logros de todas estas disciplinas científicas son indiscutibles y de innegables beneficios en la prosecución de la salud individual y comunitaria; no obstante, fragmentarios y de intrínseca limitación.

La situación del médico practicante se complica, porque los conocimientos que emergen de las disciplinas básicas y accesorias no son aplicables automáticamente al enfermo particular. El facultativo se ve frente a un individuo concreto que sufre y padece, con una compleja biología y una única condición psico-social que escapan a las generalizaciones del conocimiento emanado de las ciencias experimentales, que trabajan con situaciones controladas y específicas. Además, ya no es posible en rigor, concebir al enfermo exclusivamente como una máquina de material biológico, regido por leyes naturales que lo dominan en su totalidad y lo hacen susceptible de una manipulación científica estricta; simplemente, ese ser sufriente, ese ser humano: siente, piensa, y busca entender su padecer y el sentido de su vida finita. Ese ser que tenemos enfrente, al igual que nosotros, es una persona, no un montón de materia, ni un objeto a manipular.

El paciente por ser persona, no es inmune a las condiciones de la sociedad contemporánea y, por tanto, en mayor o menor grado, se verá afectado por la fragmentación de las funciones sociales, por la lucha de intereses que aspiran por atraer su atención, por los abusos políticos y económicos y, esencialmente, por la falta de dirección clara para su acción individual y comunitaria, que dé, sentido a su existencia. No es difícil imaginar, y se constata a diario, que en estas condiciones el ser humano cae fácilmente en el tedio, en la confusión y en la frustración, convirtiéndose en una víctima fácil de la adicción, de la depresión y de la ansiedad, con la consecuente vulnerabilidad para desarrollar trastornos emocionales serios, y propenso a accidentes y enfermedades físicas. La intervención del médico en estas condiciones se hace aún más compleja y difícil.

Siguiendo el empirismo propio de todas las ciencias de la naturaleza, la medicina ha intentado sistematizar la experiencia clínica y los conocimientos derivados de las ciencias básicas para poder aplicarlos lo más adecuadamente posible; de este modo surgió la llamada medicina basada en la evidencia o en Pruebas, para controlar experimentalmente los procesos diagnósticos y pronósticos y, principalmente, los procedimientos terapéuticos. Este movimiento representa un esfuerzo loable para eliminar la simple experiencia clínica no sistematizada que, a menudo suele repetir e inveterar errores; y, fundamentalmente, la medicina basada en la evidencia intenta estandarizar los procedimientos médicos para maximizar la eficiencia en su aplicación. Pero claro está, este conocimiento derivado de la investigación clínica, además de exhibir las limitaciones de los procesos estadísticos aplicados a situaciones concretas, representa una probabilidad media en muestras determinadas de pacientes que no corresponden necesariamente al caso clínico concreto del enfermo particular que el médico trata en su praxis diaria. La limitación del conocimiento científico se hace una vez más evidente a nivel de estas investigaciones, aunque se utilicen diversas estrategias estadísticas y procedimientos en base a narrativas de casos.

Frente a las limitaciones de la aplicabilidad automática de los datos ofrecidos por las ciencias básicas y clínicas, y la complejidad biológica y psico-social del hombre en la sociedad actual, el médico no tiene otra opción que proceder con prudencia y ejercer un juicio clínico educado y reflexionado para elegir –de la mejor información disponible- el curso de acción más apropiado para su paciente; la responsabilidad del médico no desaparece con la ciencia, por el contrario, se hace más claramente indicada. Con el ejercicio de la responsabilidad en las acciones profesionales, el médico entra de lleno en el ámbito de la ética.

Es oportuno señalar que la crisis del modernismo y la pérdida de la fe, han dejado a la ética sin fundamentos firmes para basar y orientar la conducta de los hombres en su vida personal y social. Las comunidades adoptan principios generales de convivencia que se hacen ley del Estado para preservar una cierta armonía en la dinámica de la sociedad, dejando la determinación de la mayoría de los valores morales al arbitrio de las personas, con tal que no perturben la armonía señalada.

En medicina hemos contado tradicionalmente con el Juramento Hipocrático, proyectando los principios generales de la actividad del médico, pero ahora este código no es suficiente. La complejidad de los problemas éticos que plantea la investigación y la tecnología médica son bien conocidos, por lo que ha sido necesario generar técnicos en ética médica y constituir comités especializados para resolver y guiar a los médicos e investigadores en su actividad profesional. Se opera allí, en gran medida, con una racionalidad parcial y un pragmatismo consensual cuyos fundamentos esconden raíces en la moral tradicional mezclada con el espíritu postmodernista que adhiere a una libertad individual solamente limitada por la armonía funcional necesaria para evitar conflictos graves en la comunidad. Las dificultades que la situación ética genera en medicina y en la sociedad en general, son serias y fuente de enconadas controversias.

El análisis de los intrincados problemas de la bioética va más allá de esta corta y somera presentación de la situación médica en la sociedad contemporánea. Sin embargo, es conveniente destacar dos principios éticos que afectan a todos los médicos practicantes, entre otras razones, porque el público general, particularmente los pacientes, esperan y exigen que se cumplan, respaldados en algunas comunidades por una legislación correspondiente. Una exigencia ética se refiere a la idoneidad profesional del médico, incluyendo su formación médica en una universidad apropiadamente acreditada y una adecuada educación médica continuada mientras el facultativo ejerza la profesión. Se espera y se exige que el médico posea un nivel de conocimientos teóricos y prácticos que reflejen la información pertinente disponible en su medio (publicaciones médicas, cursos de capacitación, etc. ).

El segundo principio ético exigido al médico es el respeto a la autonomía del paciente. Esto es, la intervención propuesta por el facultativo (incluyendo las técnicas de evaluación diagnóstica) es ofrecida al paciente para que éste –debidamente informado- decida si acepta el servicio y los riesgos que implica. En otras palabras, la tradicional actitud: “el médico sabe lo que hace…”, sin considerar el consentimiento informado del paciente, no es aceptable. Naturalmente hay excepciones a esta autodeterminación del paciente, pero estas excepciones se van especificando legalmente, no dependen de la sola decisión del médico. Este principio sin dudas cambia la relación médico-paciente, se deja atrás un paternalismo médico para entrar al desarrollo de una relación más simétrica en la que se espera que el paciente participe responsablemente.

Como podemos apreciar, la práctica de la medicina en la sociedad contemporánea no resulta tarea fácil. Más aún, si agregamos las presiones asistenciales requeridas por los administradores de la salud (estatales o privados) cuyo objetivo primordial es maximizar la eficiencia económica en la prestación de servicios. Pero tampoco hay que olvidar que el médico es miembro de esta sociedad contemporánea, y por tanto, también respira el espíritu del nuevo paradigma que la impregna. Es fácil entonces que el médico olvide la tradicional vocación de servir, para entregarse a la búsqueda de la sola satisfacción del prestigio académico o del éxito económico y, con éllo, se llene de resentimiento y frustración, o vanagloria y espuria pretensión.

Reflexionar acerca de lo que significa vivir y practicar la profesión en la sociedad contemporánea, no es una actividad ociosa para el médico.


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