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Hacia una intervención psicopedagógica integral en el ámbito de las funciones de los orientadores escolares.

Fecha Publicación: 01/03/2007
Autor/autores: Jacobo Cano Escoriaza

RESUMEN

En la comunicación se plantea analizar las principales funciones que el orientador psicopedagógica desempeña en su puesto profesional en el ámbito educativo, ejerciendo su papel como dinamizador del cambio, la intervención a través de programas para prevenir diversas dificultades y el asesoramiento al resto de la comunidad educativa.


Palabras clave: orientadores escolares
Tipo de trabajo: Comunicación
Área temática: Psicología general .

Hacia una intervención psicopedagógica integral en el ámbito de las funciones de los orientadores escolares.

Jacobo Cano Escoriaza*; Marifé Abad Calvo**.

* Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza
Orientador y Terapeuta Familiar.  

** Profesora de la Facultad de Educación de la Universidad de Zaragoza.
Asesora de atención a la Diversidad, Centro de Profesores y Recursos Zaragoza I

En la comunicación se plantea analizar las principales funciones que el orientador psicopedagógica desempeña en su puesto profesional en el ámbito educativo, ejerciendo su papel como dinamizador del cambio, la intervención a través de programas para prevenir diversas dificultades y el asesoramiento al resto de la comunidad educativa.

Introducción

Comenzamos señalando que no pretendemos ser exhaustivos, únicamente tratamos de enmarcar el presente artículo en algunos hitos característicos acerca de la historia de la orientación. Es obvio tener en cuenta que la tarea de orientar ha estado ligada al ser humano desde siempre. En un principio, con el fin de sobrevivir y posteriormente, poder alcanzar una mayor calidad de vida. La integración social de las personas en la comunidad en la que viven ha precisado de diversas orientaciones para poder mejorar la convivencia.  

Evidentemente, la necesidad de ser ayudado es básica para emprender esta relación orientadora, donde aparecen inevitablmente factores que confluyen en un mayor o menor éxito, según hablemos de la disposición del orientado, de las actitudes y el tipo de relación de ayuda que se establezca, con elementos importantes como el nivel de confianza o la empatía.

Diversos autores (Rodríguez, 1995; Álvarez y Bisquerra, 1996; Díaz Allué et al. , 1997; Bisquerra, 1998; De Codés, 1998; Sanz, 2001) han profundizado en la historia de la orientación, en su origen y evolución, así como en el análisis del trabajo profesional de los orientadores (Solé, 1998; Repetto et al. , 1999; Sobrado y Ocampo, 2000: Rodríguez, 2004 y Soler, 2004).


Principales referencias en los comienzos del desarrollo de la orientación

Autores como Benavent (1993, 1996); García Nieto (1999) o Santana (2003) realizan completas e interesantes referencias acerca de los orígenes de la orientación. Hemos de señalar que han sido considerados precursores de dicha disciplina algunos filósofos griegos como Sócrates (470 a. C. -399 a. C. ), el cual resalta la importancia del autoconocimiento como base para cualquier relación posterior. Por su parte, Platón (428 a. C. -348 a. C. ) enfatiza en concretar las aptitudes y las diversas capacidades de las personas para poder desempeñar un rol en la sociedad. Aristóteles (384 a. C. -322 a. C. ) introduce de una forma clara el papel de la racionalidad para poder tener en cuenta las necesidades de la comunidad con los intereses o gustos de cada individuo, de tal forma que pueda desarrollarse de una forma equilibrada. Por otro lado, aunque en Grecia y Roma el futuro venía influido en gran media por la pertenencia a una determinada clase social, se intentaba también formar a los ciudadanos por parte del Estado para desarrollar el rol más adecuado para cada uno.

El hispano Lucio Anneo Séneca, en el siglo I, tomando como punto de referencia algunas aportaciones de los pensadores griegos, recoge en el capítulo seis de su obra “De tranquilitate animi” y en el capítulo segundo de su obra “De ira” las ideas concluyentes de que el ingenio es el motor para guiar al ser humano a desarrollar sus capacidades, siendo un precursor de la necesidad de tener un conocimiento psicofisiológico para conocer las preferencias de cada individuo.

Dando un salto en el tiempo, han continuado pensadores y teólogos de la Edad media como Tomás de Aquino (1226-1274) que en la “Summa Theologiae” y “Quaestiones Disputatae” diserta sobre las potencialidades del ser humano y la importancia de conocer cuál es el puesto de cada persona para desarrollarse en la sociedad que le ha tocado vivir. Ramón Llull (1235-1315), en Doctrina Pueril, remarca que cada individuo tiene una serie de destrezas y habilidades que domina en mayor medida y que desde esta perspectiva puede desempeñar determinados puestos u ocupaciones mejor que otros. Todos ellos, de alguna forma, resaltan la importancia de la personalización en el proceso educativo y de las variables que inciden en las relaciones interpersonales, y, por consiguiente, en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Ya en el Renacimiento destacan los humanistas españoles Rodrigo Sánchez de Arévalo (1404-1470), moralista segoviano y seguidor del pensamiento de Séneca –con su obra “Speculum vitae humanae” (1468) cuya versión en castellano corresponde con “El excelente libro intitulado Speio de la vida humana”- donde señala que las buenas decisiones están basadas en una oportuna y adecuada información; que cada persona posee unas cualidades y potencialidades concretas para desarrollar actividades específicas y hace especial mención en que la evolución de una profesión depende tanto de la motivación personal como de la propia cualificación y preparación. Esta obra está dividida en dos libros: en el I –que contiene 43 capítulos-describe las ocupaciones mundanas –reyes, príncipes, nobles, caballeros, jueces, alcaldes, gramáticos, músicos, herreros, carpinteros, etc. - y en el II –que contiene 30 capítulos- las profesiones religiosas. Uno de los méritos de esta obra es la descripción pormenorizada del autor acerca de diversas profesiones, de las múltiples posibilidades del ser humano para ganarse la vida. Benavent (1996: 26) recoge los tres principios en los que se basa el “Speculum vitae humanae”: 

“ En primer lugar, para decidir bien es necesaria una adecuada información. En segundo lugar, cada persona está más capacitada para determinadas ocupaciones. Finalmente, el éxito profesional se alcanza tanto de las capacidades naturales del individuo como del interés y esfuerzo que se ponga para conseguir determinadas metas”.


Por otro lado, en su obra “De arte disciplina et modo alendi et erudiendi filios, pueros et iuvenes”, referida a la educación de nobles y príncipes recoge las siguientes ideas: 

“ (. . . ) es natural que en la juventud haya diversas aptitudes y disposiciones, ya que los diversos miembros del cuerpo humano están ordenados para actos diversos” (c. IX, fol. 1580).  

Y añade “ (. . . ) si se violenta a la juventud dedicándola a un estudio u oficio contra su naturaleza, aptitud e inclinación, su trabajo será nulo e imperfecto” (c. IX, fol. 1592).

Por otro lado, el valenciano Juan Luis Vives y March (1492-1540) –con su obra “De anima et vita” (1538)- señala que el profesorado debe reunirse con cierta regularidad, hasta cuatro veces al año, para analizar las aptitudes y actitudes del alumnado y coordinar, de este modo, las estrategias oportunas e individualizadas para sacar lo mejor de cada uno. En otra obra, “De tratendis disciplinis”, concluye que no es posible orientar de forma adecuada si no tiene el mayor conocimiento posible de las potencialidades de cada individuo y que es preciso formar la racionalidad. Parece importante señalar cómo estas ideas chocan con las de aquellos profesores que consideran que el fracaso académico o la falta de hábito del alumnado proviene de niveles anteriores, y que ellos mismos no tienen porqué adaptar su estilo educativo a la forma de aprender de cada uno. Resultará, tal y como veremos en variadas ocasiones, uno de los problemas el que el profesorado no haya cambiado suficientemente la metodología, sus actitudes personales ante el hecho educativo.

El médico navarro Juan Huarte de San Juan (1529-1588) –en “El examen de los ingenios para las ciencias” (1575)-señala que toda persona nace con unas cualidades específicas para profesiones determinadas. De igual modo, cada persona es diferente, no tanto por aspectos educativos sino naturales, siendo uno de los precursores del modelo de rasgos y factores desde el que analizar la personalidad del individuo. Se explica que el ingenio se puede diagnosticar en relación con las características somáticas. Hemos de señalar que la educación implica, en sí misma, creer en la posibilidad de cambio, de mejora continua del alumnado. Resulta una siembra a largo plazo, requiere tenacidad y constancia para desarrollar habilidades, destrezas, hábitos, competencias para sacar de uno mismo las mayores posibilidades. La posición que prevalece en un principio es el carácter hereditario de las capacidades, aunque el ambiente juega su papel para ejercer su influencia. Tiene una concepción positiva de la educación en la medida en que afirma que no hay persona en el mundo, por nula que sea, a que no le diera la naturaleza alguna habilidad para realizarse a través de alguna actividad.

Es preciso señalar la influencia que han ejercido sobre la orientación otros grandes pensadores de la historia como Montaigne (1533-1592) que en sus “Essais” (1572-1580) señala la dificultad de orientar adecuadamente en las elecciones académico-profesionales a los jóvenes, debido a la complejidad de tener un conocimiento lo más completo posible.  

Continua Cristóbal Suárez de Figueroa adaptando al español la obra “Plaza Universal de todas Ciencias y Artes” (1615), considerada el primer antecedente de los estudios sobre profesiones en nuestro país. Contiene descricpiones diversas sobre profesiones así como las exigencias funcionales y aptitudinales para ejercerlas.

Escasos datos se conocen del presbítero y doctor fragatino Esteban Pujasol, continuador de Huarte de San Juan, donde recoge en su obra “El sol solo y para todos Sol, de la Filosofía sagaz y Anatomía de Ingenios” (1637) la relación existente entre los caracteres somáticos y psíquicos, averiguando el temperamento de la persona por los rasgos exteriores del cuerpo.


Por un lado, señalamos a Descartes (1596-1650), y por otro, a Pascal (1623-1662), donde en su obra póstuma “Pensées” (1660) señala que la elección de una profesión de forma adecuada era fundamental y condicionaba otros muchos aspectos futuros de la vida. Por su parte, Montesquieu (1689-1755) con su obra “El espíritu de las leyes” expone que la libre elección de una profesión condiciona el posterior desarrollo y madurez del individuo, aspecto que consideramos tiene una gran vigencia en el ámbito de la orientación académica y profesional.  

Respecto a los empiristas ingleses -entre ellos Locke (1632-1704)-, hacen hincapié en la posibilidad de cambio que señalábamos anteriormente tanto en la conducta de las personas como en el ambiente en el que se desenvuelve, señalando que la enseñanza y la experiencia modelan las actitudes y las decisiones de éstas. Esta capacidad y actitud ante el cambio y modificación de los comportamientos nos parece que es el hecho claramente diferenciador en un educador. ¿De qué serviría en la actualidad encontrar a un profesor que no creyera realmente en esta capacidad de cambio? Los factores genéticos suponen, en este sentido, un peso más reducido que podrá influir pero no determinar el progreso en el desarrollo científico y profesional.

Añaden sus aportaciones a la orientación y al proceso educativo personajes como Berkeley, (1685-1753); Hume, (1711-1776); Kant (1818-1883) y Leibnitz (1646-1716), los cuales señalan que la educación recibida en los primeros años de vida, en la familia y en la escuela, condiciona en gran medida las elecciones futuras en el ámbito profesional o vocacional. Hasta nuestros días –y estamos en esta línea de pensamiento- ha continuado la relevancia de los vínculos afectivos y su forma de condicionar el posterior desarrollo evolutivo, tanto en los aspectos más cognitivos, emocionales o sociales. Kant, por ejemplo, señala en su “Crítica del juicio” tres cuestiones fundamentales para el desarrollo humano, tal y como recoge Benavent (2003: 54): “¿Qué puedo conocer?, ¿qué podría hacer?, ¿qué puedo esperar?” aunque matiza que en la actualidad, en lugar de hacerse estos planteamientos en primera persona del singular, debería reenfocarse y responderlas desde la primera persona del plural: “¿Qué podemos conocer?; ¿Qué podríamos hacer?, ¿Qué podemos esperar”?.

En el siglo XVIII destaca la influencia de Fröebel (1782-1852) y Rousseau (1712-1778) sobre la psicopedagogía quien, éste último, con su obra “El Emilio” (1762) analiza desde la perspectiva más psicológica y de la bondad natural del ser humano las diferentes profesiones, centrándose en la importancia de conocer las capacidades del alumnado, adaptando de alguna forma la transmisión de conocimientos a las capacidades diversas de cada uno. El sistema educativo que plantea se basa en la naturaleza y en la experiencia, no en prejuicios ni rutinas.  

Por otro lado, Pestalozzi (1746-1827) es digno de mención al ser un auténtico precursor de las fichas de registro y los informes, destacando a su vez por la correspondencia fluida que mantenía con las familias de sus alumnos, aspecto capital en la actualidad dadas –en demasiadas ocasiones bajo nuestro punto de vista- las controvertidas relaciones entre la institución familiar y escolar. Influye también la obra continuadora de Huarte de San Juan, la labor del madrileño sacerdote escolapio y humanista Ignacio Rodríguez, quien en el “Discernimiento filosófico de ingenios para artes y ciencias” (1795) adapta las ideas de Huarte a la mentalidad del siglo XVIII, mostrándose en contra de enseñar a través de la violencia y reforzando la idea de adaptarse al talento de los escolares. He aquí uno de los cambios más actuales en cuanto a metodología se refiere.


En el siglo XIX influyen especialmente en la orientación autores como Edward Hazen (1823-1896) quien con su obra "The panorama of proffesions and trades" (1836) describe la variedad de itinerarios para perfeccionar la formación de las personas. Marx (1818-1883) realiza un primer escrito titulado “Consideraciones de un joven sobre la elección de un oficio” en el que precisamente se remarcaba la importancia de que cada adolescente reflexionara de manera profunda sobre la relevancia del trabajo que desempeñaría en un futuro. En este sentido, Merrill, en 1895, realiza el primer intento más sistemático de establecer unos servicios de orientación dirigido específicamente al alumnado y relacionados con el ámbito de la orientación profesional. También surgen obras que cuestionan el futuro desarrollo profesional de los jóvenes, como la que Sidney Stoddard con su referencia "What I shall do?" -¿Qué debo hacer?- y que ve la luz en 1899.

De cualquier forma, es preciso señalar el influjo del positivismo de Comte (1798-1857), del sociologismo de Durkheim (1858-1917), del pragmatismo de James (1840-1917) y Dewey (1859-1952). También ejerce su influencia el desarrollo de las técnicas psicométricas y la aplicación de la estadística a la educación con autores como Quetelet (1796-1874), Galton (1822-1911) y Spearman –el cual aporta el análisis factorial de la inteligencia con el Test de Intereses Vocacionales de Strong (1951), dando importancia al conocimiento de las aptitudes, intereses, actitudes y limitaciones de cada alumno.

Otros como Pearson (1857-1936), Thorndike (1874-1949), Guilford, Thurston o Cattell, -éste último, por ejemplo, señala la importancia de los estudios sobre la diferencias individuales y el diagnóstico psicométrico- impulsaron la utilización de los tests de inteligencia, al igual que Jastrow (1891), Munsterberg (1891), Bolton (1892), Gilbert (1897) y Woodworth (1910). Binet y Simon elaboran la primera escala mental aplicable al ámbito escolar –la escala Staford-Binet- que posteriormente desarrollará el concepto de cociente intelectual y la influencia de éste para una posterior elección académico-profesional. Las diferencias entre las personas son una evidencia.  

Hemos de precisar que el concepto de inteligencia ha pasado de ser algo puramente estático convirtiéndose en un conjunto de capacidades dinámicas y modificables. La dimensión afectiva o emocional se perfilará en pleno siglo XX como uno de los matices vertebradores y complementarios del constructo de la inteligencia. Otros como Freud, Adler, Jung, Rank o Horney, desde la vertiente más psicoanalítica, dejan su impronta exponiendo cómo el desarrollo del yo de una forma madura permite tomar elecciones responsables que permitan a cada uno crecer como persona, proyectarse y realizarse.

El catalán Cubí y Soler (1801-1875) recoge las teorías frenológicas de Gall (1758-1828) publicando “Sistema completo de Frenología” (1843), remarcando la importancia de la interrelación entre el desarrollo del cráneo y las facultades que caracterizan a cada persona así como el valor del diagnóstico. Hemos visto cómo la psicología moderna ha rechazado dichas teorías así como la neurología que demostraría la falsedad de algunos de los postulados de la frenología.  

Una década después, el médico y cirujano catalán Antonio Pujadas y Mayans (1810-1881) en su obra “El manicomio de San Baudilio de Llobregat o lecciones frenopáticas” (1858) aplica los principios de la frenología para el diagnóstico de las enfermedades mentales.

El Catedrático de terapéutica y Materia Médica, el Dr. Vicente Asuero y Cortázar, en la solenme inauguración del curso 1855-56 en la Universidad Central de Madrid, señaló, tal y como recoge Benavent (1996:44) los siguientes aspectos: 

“Las personas no nacen con las mismas facultades e igualmente aptos para el estudio o el cultivo de todas las ciencias y las artes, sino que presentan diferencias individuales innatas, según sus potencias básicas referidas al sentir, al acordarse, al juzgar y al querer”.  

Respecto a qué decide o determina a seguir la carrera o profesión que cada cual adopta, afirma que está determinada dicha elección por “la voluntad insinuada o inclulcada por los padres a sus hijos; la caprichosa elección de estos o su genuina inclinación hacia estudios o tareas especiales” (p. 43). Se cuestiona por qué medios se podría conocer o discernir el ingenio más notable en cada uno, a fin de favorecer su desarrollo con la educación profesional correspondiente. Remarca, en este sentido, la dificultad de realizar una adecuada elección vocacional y enfatiza en la importancia que debe jugar el diagnóstico de las diferentes aptitudes de las personas.

Por último, no cabe duda que la situación precaria de una gran parte de jóvenes de clase trabajadora en el siglo XIX como consecuencia de la Revolución Industrial va a influir en el desarrollo de la orientación al dedicarse ésta a desarrollar el ámbito profesional, la división de tareas y la adecuación de los diferentes puestos del mundo laboral.


Conclusiones

Es preciso realizar un renovado recorrido por la historia de la orientación psicopedagógica, ya que implica a los diversos profesionales, orientadores, que en la actualidad están llamados a ser colaboradores y protagonistas de la reforma educativa, en aras de alcanzar una educación de calidad.

Hemos podido describir las principales contribuciones históricas de diversos autores, que plasman, una vez más, la necesidad de trabajar por una educación integral, teniendo en cuenta los principios de la atención a la diversidad, la prevención y la colaboración conjunta de los diversos profesionales de la educación, siempre teniendo en cuenta el contexsto.


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