La evitación experiencial ha sido definida como el fenómeno que ocurre cuando una persona no quiere ponerse en contacto con ciertas experiencias privadas (sentimientos, deseos, recuerdos, impulsos, etc. ) y se trata deliberadamente de alterar la forma o la frecuencia de tales experiencias o los contextos que los suelen ocasionar. En general, se entiende que la EA es una dimensión funcional que sirve de base a numerosos problemas psicológicos: trastornos afectivos, de ansiedad, de la alimentación, del control de impulsos, así como en los síntomas psicóticos, en el afrontamiento de enfermedades y en los procesos de dolor. En todos estos problemas existiría un factor común, una experiencia privada (pensamiento, sentimiento, recuerdo, etc. ) que el paciente pretende evitar como remedio a su malestar.
Aunque los intentos de evitación fueran fructíferos a corto plazo, a la larga se suele acabar produciendo un aumento de tales experiencias por mor del bien conocido "efecto rebote". De acuerdo con el planteamiento que se ofrece en esta comunicación un patrón rígido de EA vendría a revelar una forma de ser supersticioso que tiene el paciente. Se argumenta que en nuestra sociedad la superstición ha pasado de estar basada en una conducta públicamente observable (tocar madera, evitar una escalera, etc. ) a fundamentarse sobre comportamientos privados (evitar ciertos pensamientos, no tener "malas" emociones, etc. ) Por último se reivindica el papel de la superstición como concepto clave a la hora de entender los desórdenes psicológicos.
La fusión pensamiento-acción como factor clave en diversos desórdenes mentales.
José Manuel García Montes; Rubén Fernández García; Israel Fonieles Ortiz; Marino Pérez Álvarez.
Resumen
La fusión pensamiento-acción (TAF) hace referencia a la creencia de que los pensamientos y las acciones están indisolublemente unidos. La TAF se ha dividido en dos componentes, uno de responsabilidad y otro moral. La TAF de probabilidad se da cuando un sujeto entiende que al tener cierto pensamiento se incrementa la probabilidad de que ocurra aquello que se había pensado. Por su parte, la TAF moral aparece cuando la persona considera que tener malos pensamientos es equivalente en términos ético-morales a hacer aquello que se había pensado. La TAF se ha vinculado con el trastorno obsesivo-compulsivo, con otros trastornos de ansiedad, con sintomatología de tipo depresiva, con trastornos de la alimentación, con la aparición de síntomas psicóticos positivos y con diversa problemática psicológica típica de la infancia y la adolescencia. La presente comunicación explora este concepto como un factor común en diversos desórdenes mentales a la vez que analiza sus relaciones con otros conceptos más clásicos como el de “pensamiento mágico” o la distinción orteguiana entre “ideas” y “creencias”. Por último, se hace una crítica de la TAF al considerar que está formulada en términos dualistas y sigue prisionera de la “leyenda intelectualista” que denunció Ryle hace más de 50 años. Se sugiere que la liberación de estos errores conceptuales de base potenciaría las repercusiones que la TAF tiene para entender los desórdenes psicológicos.
El concepto “fusión pensamiento-acción” hace referencia a la creencia de que los pensamientos y las conductas están indisolublemente unidos (Berle & Starcevic, 2005). TAF puede dividirse en dos componentes, uno moral y otro de probabilidad. El “TAF moral” se da cuando la persona considera que tener malos pensamientos es equivalente en términos morales a llevar a cabo lo que se ha pensado.
El “TAF de probabilidad” se da cuando el sujeto entiende que al aparecer un determinado pensamiento se incrementa la probabilidad de que ocurra aquello que se ha pensado (Rassin, Merckelbach, Muris & Schmidt, 2001; Shafran, Thordarson, & Rachman, 1996). Los dos aspectos de la TAF no son excluyentes y, así, según señalan Shafran et al. , (1996), si una persona considera que la aparición de ciertos pensamientos puede incrementar la probabilidad de que ocurra algún mal, también se puede ver inclinada a entender que dichos pensamientos son inmorales.
El concepto se ha vinculado, desde sus mismos orígenes, con el OCD (Rachman, 1993; Rachman, Thordarson, Shafran & Woody, 1995, Shafran et al. , 1996). Con todo, la investigación sobre TAF no ha quedado circunscrita al OCD y, así, dos revisiones sobre el tema (Berle & Starcevic, 2005; Shafran & Rachman, 2004), muestran que TAF juega un papel en otros trastornos de ansiedad, en trastornos de la alimentación y en sintomatología depresiva. Igualmente, parece que se asocia con la presencia de trastornos en la infancia y en la adolescencia (Berle & Starcevic, 2005). A ello habría que añadir los resultados hallados en un reciente estudio sobre alucinaciones auditivas y metacogniciones (García-Montes, Pérez-Álvarez, Soto, Perona y Cangas, 2006) en que, aun sin haber medido formalmente TAF, parece que las creencias sobre superstición, castigo y responsabilidad en relación con los propios pensamientos juegan un papel fundamental. Llegado a este punto habría que preguntarse si con TAF no se está haciendo referencia, en el fondo, a un concepto mucho más clásico, como es el de “pensamiento mágico” (Freud 1919; Piaget, 1929). Al fin de cuentas se entiende que el pensamiento mágico –como la superstición- consiste en una atribución de efectos causales sobre algún evento a una acción o un pensamiento que no están realmente en relación de causalidad con dicho evento (Rothbaum & Weisz, 1988; Zusne & Jones, 1989). Si se parte de este concepto de pensamiento mágico, al menos la TAF de probabilidad podría ser considerada como un ejemplo de dicho fenómeno. Abundando en ello, los trabajos de Einstein & Menzies (2004a, 2004b) vienen a indicar que tanto en estudiantes universitarios como en población clínica, la TAF parece ser un tipo particular de pensamiento mágico.
El pensamiento mágico, al igual que la TAF, se ha relacionado con sintomatología neurótica en jóvenes y adolescentes como OCD, pánico y agorafobia, ansiedad de separación y ansiedad generalizada (Bolton, Dearsley, Madronal-Luque & Baron-Cohen, 2002, Evans, Milanak, Medeiros & Ross, 2002). Además, parece que los pacientes adultos con algún trastorno esquizofrénico tienen una tendencia a presentar un pensamiento mágico en mayor proporción que la población normal (Tissot & Burnard, 1980) y que otra población psiquiátrica no esquizofrénica (George & Neufeld, 1987). En este mismo sentido el pensamiento mágico se considera una de las características más influyentes en el ulterior desarrollo de un trastorno esquizofrénico (Eckblad & Chapman, 1983) y se ha vinculado con la aparición de alucinaciones visuales y auditivas (Chadwick & Birchwood, 1994; Close & Garety, 1998).
Una diferencia a tener en cuenta entre la TAF y el pensamiento mágico es que la primera se suele considerar un fenómeno normal, que se da en mayor o menor grado en todas las personas (Shafran & Rachman, 2004), sin perjuicio de que en niveles extremos pudiera acarrear desórdenes psicopatológicos diversos. Por su parte, parece que el pensamiento mágico sería una característica típica de los niños hasta los 11 o 12 años, edad en la que, al llegar a la etapa de las operaciones concretas, empiezan a distinguir nítidamente entre lo mental y lo real (Piaget, 1929). Se supone que a partir de esas edades el pensamiento mágico iría perdiendo importancia en el funcionamiento psíquico de los jóvenes, al menos en las sociedades occidentales desarrolladas. Aparte de pervivir en los niños y en los miembros de las así llamadas “culturas primitivas”, el pensamiento mágico también estaría presente en población con desórdenes psicológicos. Esta relación entre pensamiento mágico y psicopatología puede apreciarse en el DSM IV-TR (American Psychiatric Association, 2000), el cual considera el pensamiento mágico una de las características definitorias del trastorno esquizotípico de la personalidad. Además, la correspondencia hallada entre el pensamiento mágico de los niños menores de 12 años y el de los pacientes con trastornos mentales ha llevado a más de un autor a explicar los desórdenes mentales de la población adulta en términos de fallos en el desarrollo cognitivo (Burnand, Zutter, Burgermeister & Tissot, 1981; Stefanis, Delespaul, Smyrnis, Lembesi, Avramopoulos, Evdokimidis, Stefanis & van Os, 2004). En definitiva, parecería que el pensamiento mágico no afectaría (o afectaría a un nivel mucho más bajo) a la población adulta mentalmente sana de las sociedades occidentales.
Sin embargo, la investigación empírica no parece apoyar ni que exista de forma general una tendencia a ir abandonando el pensamiento mágico a medida que se entra en la adolescencia (Bolton et al. , 2002), ni que la población adulta occidental se vea libre del pensamiento mágico (Subbotsky, 2001, 2004; Subbotsky & Quinteros, 2002). La conclusión del interesante estudio de Subbotsky & Quinteros (2002) sobre el pensamiento mágico en población rural mexicana y en población universitaria británica no puede ser más esclarecedora:
Individuals do ‘give up’ their magical belief and practices as long as their official culture becomes dominated by the belief in scientific rationality. Being quite evident in the individuals’ verbal responses, this ‘surrender’ affects the individual behaviour only to a certain extent. At a certain level (i. e. in the condition in which the individual is strongly personally and emotionally involved), the individual can deviate from the beliefs of technological civilization. When acting at this level, a person can retreat into practices (like magic) that are viewed as ‘left behind’ in history by the person’s official culture and education” (Subbotsky & Quinteros, 2002, p. 540).
A nuestro juicio este comentario de Subbotsky & Quinteros (2002) se podría relacionar con la distinción entre ideas y creencias establecida por José Ortega y Gasset (Ortega y Gasset, 1986). Bien puede ser que los individuos occidentales tengan unas ideas (que se reflejarían en las respuestas verbales que se dan), pero estén en creencias distintas de lo indicado por esas ideas. Tales creencias, como formas íntimas de aprehender y tratar con la realidad, se revelarían mejor en el hacer que en el decir, sin perjuicio de que el decir sea también una forma de hacer. Lo que se pretende indicar es que la creencia es la conducta misma o, dicho de otro modo, que la conducta encarna las creencias e intenciones que la persona tiene.
Y justamente a partir de aquí, han de venir las críticas tanto al concepto de “pensamiento mágico” como al de TAF. En efecto, ambos constructos se han centrado en lo que el sujeto dice creer, en sus ideas sobre el poder de ciertos actos mágicos o de los pensamientos a la hora de alterar la realidad. A nuestro juicio, en el fondo, tanto el concepto de “pensamiento mágico” como el de “TAF” siguen presos de la “leyenda intelectualista” que denunció Ryle (1949). En definitiva, la superstición no consistiría tanto en ‘pensar’ o ‘tener ciertas ideas’ como en una forma de vivir, y, por consiguiente, de actuar, de emocionarse y, en una sola expresión, de relacionarse con el mundo.
Otro de los problemas que se podrían señalar a propósito de la TAF es que han acabado proliferando variados tipos de “fusión”. Además de la ya conocida fusión pensamiento-acción (TAF); se habla también de “thought-shape fusion” (TSF) (Radomsky, de Silva, Todd, Treasure & Murphy, 2002; Shafran, Teachman, Ferry & Rachman, 1999), que se relacionaría con los desórdenes de la alimentación, y de “thought-object fusion” (TOF) (Gwilliam, Wells & Cartwright-Hatton, 2004), que se relacionaría con el OCD. La proliferación de diversos tipos de fusiones podría ser salvada mediante un concepto más amplio que el de TAF, que englobara la experiencia del sujeto y su forma de relacionarse con ella.
En cualquier caso, creemos que el concepto de TAF posee una gran relevancia para entender mecanismos psicológicos que subyacen a diversos desórdenes mentales y que, en su caso, una fuerte fusión pensamiento-acción puede llevar a que la persona convierta algo que sólo es un pensamiento en un problema clínico.
Referencias
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