El conocimiento de las plantas de cannabis se remonta a fechas muy antiguas, situando su localización en regiones del Asia Central y zonas limítrofes, y posteriormente también a otras más alejadas. Utilizada por las propiedades curativas (en la práctica medicinal de diferentes épocas), o por los efectos psicológicos (usos religiosos, usos recreativos).
Los usos generalizados y los usos restringidos, incluso llegando a la prohibición, también se han sucedido en diferentes etapas históricas y diferentes áreas geográficas de nuestro mundo.
Pinceladas históricas.
Mónica Póo; Iñaki Markez; Cristina Merino; Carlos Romera.
* Psicóloga clínica. Master en Drogodependencias ekimen@euskalnet. net
** Doctor en neurociencias. Médico psiquiatra en el Servicio Vasco de Salud (Osakidetza)
imarkez@euskalnet. net
*** Licenciada en Derecho. Master en Criminología y en Drogodependencias
craycmo@euskalnet. net
**** Licenciado en Derecho, Master en Criminología. Master en Mediación de Conflictos
craycmo@euskalnet. net
Contacto: EKIMEN, Investigación sobre Sustancias y Salud mental
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[2/2/2003]
El conocimiento de las plantas de cannabis se remonta a fechas muy antiguas, situando su localización en regiones del Asia Central y zonas limítrofes, y posteriormente también a otras más alejadas. Utilizada por las propiedades curativas (en la práctica medicinal de diferentes épocas), o por los efectos psicológicos (usos religiosos, usos recreativos). Los usos generalizados y los usos restringidos, incluso llegando a la prohibición, también se han sucedido en diferentes etapas históricas y diferentes áreas geográficas de nuestro mundo.
- Se sabe de la utilización de cannabis sativa en las sociedades chinas de hace cinco mil años, con amplios cultivos para la obtención de fibras y aceite de sus semillas. El emperador Huang Ti (2600 a. C) autor de “Nei Ching”, libro de medicina con recetas, algunas de ellas vigentes en la actualidad, y donde aparecen las primeras referencias documentales del uso médico con cannabis. El emperador mítico Shen Nung escribió poco después otros textos sobre las tradiciones trasmitidas, organizando la llamada Pen tsao ching, que algunos fechan en 2737 aC, siendo la primera farmacopea conocida con unas 300 medicinas, entre ellas el cannabis, recomendándolo para el tratamiento del beri-beri, la malaria, estreñimiento, problemas menstruales y señalando que la ingesta excesiva podía producir “visiones diabólicas” (Touw, 1981), sin olvidar su uso contra parásitos.
- El cannabis se menciona en los Veda, textos sagrados que conforman las bases de la civilización hindú relacionándolo con el dios Shiva “que trajo la planta para el uso y la alegría del pueblo”, descrita como hierba sagrada en el Atharvaveda, 4º libro de los vedas escrito entre 1500 y 1200 a. C.
- Los sumerios en Mesopotamia usaban cannabis 4000 años a. C. En tablas de escritura cuneiforme conservadas desde que reinara Asurbanipal (669-626 a. C). En Asiria ya se conocía utilizado en baños terapéuticos para “envenenamiento de las piernas” (posiblemente trastornos articulares), en disolución para “depresión del espíritu” o para la impotencia. En Escitia y Armenia también eran conocidas celebraciones y ritos con esta planta, documentada ya por el historiador griego Herodoto (485–425 a. C), siendo
- En los imperios de Grecia y Roma también se cultivó abundantemente el cáñamo, principalmente para su uso industrial: cuerdas, tejidos para ropa, velas, etc. Su uso medicinal es descrito por algunos de los grandes autores de la época, cuyos conocimientos fueron fuente del saber farmacológico durante muchos siglos: Plinio “el Viejo” (23 – 79 a. C) en Nature Historiarum Libri XXXVII señala que “sus semillas hacen a los genitales impotentes. Su jugo expulsa de las orejas cualquier gusano que haya entrado en ellas, pero a costa de un dolor de cabeza. Es tan potente su naturaleza que cuando se vierte agua, se dice que puede hacerla cuajar, y al beber de este agua se regulan las tripas de las bestias de carga. Su raíz, cocida en agua, alivia los calambres de las articulaciones, así como la gota y otros dolores similares” (Brunner, 1973). Dioscórides que falleció el año 90 d. C, a quien se asigna haber otorgado la actual denominación cannabis sativa, escribió el herbario De Materia Médica, la obra más importante durante siglos sobre botánica médica, relató acerca de las propiedades del cannabis frente a inflamaciones, dolores, edemas y la “materia dura” de las articulaciones. Galeno (131–200 a. C), el médico griego más conocido escribió que las semillas de cáñamo eran “de digestión pesada y nociva para el estómago y la cabeza pero elimina las ventosidades” y su “zumo de toda la hierba, verde, instilado en los oídos para combatir los dolores producidos por opilaciones”, aliviaba los músculos en extremidades, aunque podría producir conversación carente de sentido. Describió que los romanos “fríen y consumen estas semillas acompañadas de otros postres”, tomando también pequeñas hogazas que producían sed pero de efectos embriagantes tomadas en exceso pues “su cálido y medicamentoso vapor se sube a la cabeza”.
- En el Coran no hay referencias al cáñamo, pero la medicina árabe bajo influjo de las corrientes grecorromanas de los primeros siglos d. C y de la medicina india, describió los usos medicinales del cannabis para diversas afecciones, expandiendo su consumo en sus territorios hasta la península Ibérica por el oeste y hacia Persia por el este. El hashish, hierba en árabe, fue el término utilizado con uso muy extendido aunque prohibido en algunas épocas históricas por los legisladores islámicos, motivo por el cual a pesar de la frecuente práctica médica no fue recogido en los tratados médicos de la época. El emir Soudoumi Schekhounia, de Arabia, lo prohibió en 1378, y para el historiador árabe Al Magrii fue responsable de la decadencia de la sociedad egipcia (Gold, 1991). En el siglo XIII, Ibn al-Baytar mencionó que los marinos musulmanes consumían habitualmente hachís para luchar contra el mareo mientras navegaban.
- En Europa, en la edad media, la Inquisición impuso la prohibición del método científico, la medicina herbaria y reprimió a cuantos se apartaron de la ortodoxia de la Iglesia medieval (Conrad, 1998) por lo cual las condiciones higiénicas eran desastrosas y los cuidados sanitarios se convirtieron en una esfera misteriosa. Hasta el siglo XIX no tiene lugar la popularización y difusión del uso de cannabis en Europa, principalmente por sus propiedades curativas. El compendio Complete Herbal (Culpeper, 1814), recogió la farmacopea clásica, sintetizó los usos terapéuticos conocidos del cannabis incluyendo información como “herbido en leche e ingerido ayuda a aliviar la tos seca y caliente” y una amplia lista de aplicaciones tópicas para la fiebre, la picaduras de tijereta, gota, inflamaciones, dolores de cadera, quemaduras y “articulaciones nodosas”. O’Shaughnessy (1842), médico del ejercito colonial ingles en Calcuta, aplicaba “tintura de cannabis” a personas con reumatismo, tétanos, epilepsia, rabia cólera y a dosis reducidas para aliviar dolores dentales o articulares, aumentar el apetito, como afrodisíaco, antidiarreico, frente a la adicción del opio o al cloral. La incorporación del cáñamo a la farmacopea inglesa supuso el alivio en importantes áreas de la medicina, más tarde extendida al continente europeo y a EE. UU.
Las propiedades psicofarmacológicas fueron descritas por J. J. Moreau de Tours en su obra “Du hashist et de l’aliénation mentale” en 1840, reflejando desde una perspectiva humanista y natural los ocho síntomas cardinales tras una intoxicación con hachis: “inexplicables sentimientos de felicidad, disociación de ideas, errores en la apreciación del tiempo y el espacio, exacerbación del sentido del oído, ideas fijas, alteración de las emociones, impulsos irresistibles e ilusiones o alucinaciones”. Su texto ha sido base y orientación de quienes han identificado el consumo de cannabis con las posibilidades de tratamiento o para reproducir la enfermedad mental.
Los sectores médicos americanos a finales del siglo XIX imitaron y trasladaron los conocimientos de sus colegas ingleses. En el propio Indice Merck de 1896 ya aparecieron 6 formas de preparación que contenían cannabis, permaneciendo hasta 1950. Existían al menos treinta preparados farmacéuticos con cannabis promocionados por laboratorios poderosos ya en la época como eran Ely Lilly, Parke Davis y Squibb Co. (Sassman, 1938). La tintura y el extracto de cannabis, reconocidas como drogas legales, estuvieron en los tratados de farmacopea de EE. UU. entre 1850 y 1942, vendida de forma libre en farmacias en forma de extracto de cáñamo o de resina (hachís) hasta el Convenio de Ginebra en 1925 que lo restringió a “fines médicos y científicos”. Su uso se prohibió en 1937 a raíz de promulgar el Congreso la “Marijuana Tax Act” a través de un entramado argumental de motivaciones económicas, sanitarias, morales y xenófobas, colocando a la marihuana bajo control federal e imponiendo de hecho la prohibición de su uso médico o recreativo lo cual se mantiene hasta nuestros días.
Paulatinamente, las cuatro grandes sustancias de uso recreativo (alcohol, opio, marihuana y cocaína) fueron satanizadas para posteriormente imponer leyes con el objetivo de “reformar las costumbres y mejorar la sociedad”. No existían motivaciones científicas, rechazando incluso los grandes estudios realizados hasta esos momentos: El Informe de la Indian Hemp Drug Commission (1893) elaborado por el ejército británico a solicitud de la Cámara de los Comunes, el Estudio del Consumo en la zona del Canal de Panamá (1916-1929) realizado por el ejército de EE. UU. y La Guardia Committee Report on Marijuana (1944), completísimo informe sobre los riesgos sanitarios y los efectos psicológicos por el consumo de cannábicos en la ciudad de Nueva York, que refutó los presuntos riesgos presentados al Congreso en defensa de la prohibición de la marihuana. El texto fue “olvidado” en los archivos de la municipalidad y no publicado íntegramente hasta 1969. En todos estos informes científicos se reflejaba que “. . . el consumo habitual no provoca apreciables problemas sanitarios, sociales o de escalada a drogas más fuertes, no debiendo considerar al cannabis como sustancia que causa adicción”.
Curiosamente, a pesar de la Prohibición impuesta en 1937, el presidente Franklin Roosevelt (1933-1945) volvió a legalizar el cáñamo en 1942 durante tres años. El cultivo y la producción de hemp. (*) debido a su condición de material estratégico para la defensa y para la elaboración de tiendas de campaña, cordelería, paracaídas, uniformes, calzado, etc. En 1951 el Congreso de Estados Unidos aprobó la Boggs Act, normativa que imponía condenas de dos años por “primera implicación” (consumo o tenencia de cualquier cantidad de droga), sin posible perdón o libertad condicional si era reincidente. Además, existía la prohibición al estamento médico de algunos fármacos señalados en la Ley Harrison de 1914, y todo ello endurecido con la Narcotics Control Act de 1956, la más severa de las normativas aprobadas en Estados Unidos a nivel federal que elevaba a cinco años la pena por “primera implicación” e imponía pena de muerte por la venta de heroína a menores de 18 años (Escohotado, 1989). No obstante el mercado ilegal vio incrementar los precios, las adulteraciones y el número de traficantes. La marihuana mantuvo importantes consumos en amplios sectores sociales, si bien clandestinamente, con algunas eclosiones como ocurriera en los años 60 y 70. De nuevo en los últimos años de la década de los 90, hay un nuevo despunte de los consumos, como uso recreativo mayoritariamente si bien un número considerable de personas con diferentes dolencias se viene automedicando convencidas de los beneficios sobre su salud.
(*) cáñamo.
La prohibición en EE. UU. fue determinante para las resoluciones posteriores de la ONU, a pesar del rechazo de los sectores liberales liderados por la Asociación Médica Americana y la Asociación de Jueces que cuestionaron la política seguida por errónea y contraproducente, criticaron los castigos y la coacción frente a la medicina curativa y lamentaron la injusta legislación que negaba los derechos constitucionales en aras de una cruzada contra las drogas. El doctor William Woodward, el miembro más influyente de la asociación médica estadounidense (AMA) entregó un escrito que llegó a ser toda una profética advertencia: “La finalidad y consecuencias evidentes de esta ley consisten en imponer tantas restricciones a las aplicaciones medicinales que dejará de emplearse. . . Servirá para privar a la población de los beneficios de un medicamento que, si se sigue investigando, podría resultar de considerable valor”.
Desde el año 1961 la Convención Única de Estupefacientes de Nueva York, promovida por Naciones Unidas, que aunque reconoció que “el uso médico de los estupefacientes continuará siendo indispensable para mitigar el dolor. . . garantizándose su disponibilidad”, reconociendo al usuario de drogas adicto como “enfermo”, promulgó la creación de un sistema de listas donde se incluyeron las sustancias entendidas como peligrosas. Curiosamente hubo muchas sustancias lícitas de consumo cotidiano en la época que quedaron ausentes (anfetaminas, barbitúricos, narcóticos, ansiolíticos) así como el THC (tetrahidrocannabinol), principio activo del cáñamo, que fueron introducidas en el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971 celebrado en Viena (Markez, 1998) situándolas junto a otras sustancias de la contracultura de la época: LSD, mescalina, psilocibina, . . . no generadoras de adicción ni tolerancia. . El lema de Nueva York fue “Un mundo libre de drogas en 25 años” y transcurridos 40 años desde aquella Convención continúa siendo el texto orientador de las políticas sobre drogas en casi todos los países del mundo a pesar de la elevada afectación sobre la salud pública, las numerosas violaciones de los derechos humanos y los muy elevados costes sociales y económicos. Epidemias de enfermedades graves (sida, hepatitis), criminalización de los consumidores y de los campesinos productores de drogas, promoción de consumos inseguros, generación de conductas violentas, deterioro medioambiental, encarcelamientos, etc. , son parte importante de las consecuencias de modelos y políticas prohibicionistas.
La última Convención, también celebrada en Nueva York en junio de 1998 bajo el lema “Un mundo libre de drogas, podemos conseguirlo”, se centró en la reducción de la demanda de drogas ilícitas, perseguir el blanqueo de capitales, la cooperación judicial y represiva, vigilar los movimientos de las sustancias precursoras, la eliminación del cultivo ilícito (“La Asamblea General de junio de 1998 ofrece una oportunidad histórica mundial (. . . ) la eliminación o reducción substancial del cultivo de coca, la adormidera y el cannabis para el año 2008”). Se reconoció la existencia de 140 millones de consumidores habituales de cannabis, en constante aumento, al igual que los cultivos. Se planteaba la reducción de estos solamente como intención, sin programas de erradicación ni de sustitución, conociéndose que las cantidades aprehendidas rondan el 1% (U. N. , 1998).
Sin embargo, una constante del prohibicionismo reflejado en estas convenciones de Naciones Unidas viene siendo confirmar el deber/ derecho estatal para intervenir en lo íntimo mientras determina la peligrosidad. De este modo ¿qué drogas serían peligrosas? Las prohibidas. La prohibición determina la naturaleza farmacológica y no al revés.
Una mirada epidemiológica. Observar unos datos del grado de consumo de los cannábicos nos puede acercar a la entidad de esta sustancia, fundamentalmente en los espacios recreativos. Se estima en más de 150 millones de personas, 2, 5% de la población mundial, quienes consumen cannabis. Con experiencia con el cannabis en algún momento de la vida adulta(*) muy variable de unos a otros países con cifras de consumo que van desde casi un 10% en Finlandia hasta aproximadamente el 20 o 25% en Dinamarca, Francia, Irlanda, Países Bajos, España y el Reino Unido (OEDT, 2001), el cannabis es la droga ilícita de mayor consumo y disponibilidad en todos los países de la Unión Europea estimándose en más de 40 millones las personas de edades comprendidas entre 15 y 64 años, que la han consumido y más de 12 millones quienes la han utilizado en el último año. Un 16 y un 5% respectivamente de esa población (OEDT, 2000), con tasas de prevalencia de consumos que varían según la edad, superando el 30% en la población de 25 años (Björn Hibell et al, 1997), con tendencia a la homogeneización en las tasas de consumo y al aumento neto en los diferentes países. Se ha ido generalizando el consumo de cannabis, siendo este probablemente el cambio más importante en el fenómeno del consumo de drogas ilegales (Gamella et al, 2001). ello debido a un mayor contacto con los derivados del cáñamo como el hachís y también con la marihuana, en muchas ocasiones provenientes del autocultivo, que ha adquirido una importante extensión en los últimos años. En un reciente estudio del Observatorio Europeo de drogas y Drogodependencias comparando a cuatro países del sur (Hartnoll, 2001) sobre la experiencia con cannabis entre adolescentes ofrece cifras claramente por encima de la media en España y en Francia (Tabla 1).
Tabla 1 Consumo de cannabis en 3 Países europeos
A nivel europeo, el consumo de derivados cannábicos representa el mayor porcentaje en cuanto a la utilización de sustancias ilegales, con prevalencias de consumo similares en los diferentes estados y tendencia a la estabilización de uso en los adolescentes (Barrio, De la Fuente y Camí, 1993). Del análisis de la literatura científica (McGree, 2000) se desprende que la edad de mayor prevalencia de inicio en el consumo de cannabis es anterior a los 20 años y que la mayor frecuencia de consumo es entre los 16 y 18 años.
Para finalizar, señalar que no se ha podido establecer una relación causal entre las diferentes prevalencias en los distintos países europeos y sus políticas sobre drogas. Países con políticas más liberales en materia de drogas y otros con enfoques más restrictivos presentan tasas de prevalencia similares.
En estas últimas décadas los usos terapéuticos del cannabis han quedado eclipsados por la beligerancia y el activismo propagandístico contra el consumo recreativo de la planta.
La reducción de las aplicaciones farmacológicas se ha acompañado del creciente consumo recreacional tanto en Europa como en EE. UU. Ante el creciente autoconsumo frente a algunos síntomas y enfermedades, importantes instituciones médicas y sanitarias de EE. UU. y Europa han iniciado investigaciones orientadas hacia nuevas posibilidades terapéuticas. Las recientes investigaciones con cannabinoides hacen augurar un futuro prometedor, si bien el desarrollo de los programas de investigación, farmacológica y clínica, deberá crecer aun mucho más.
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