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Reactividad al estrés y psicopatologia.

Fecha Publicación: 01/03/2005
Autor/autores: Maria Martínez Vigo

RESUMEN

El concepto de estrés fue definido en el ámbito científico por primera vez en términos biológicos, y es Walter Cannon en 1911 quien se refiere a este concepto como "todo estímulo susceptible de provocar una reacción de lucha o huida", poniendo en conexión dichos estímulos externos con la secreción de adrenalina.

Con posterioridad, y basándose en los principios de la Ley fisiológica general formulada por Claude Bernard, Cannon define el término de homeostasis como todos los procesos encargados de mantener la constancia del medio interno y amplía el término de estrés para referirse a todo estímulo capaz de alterar dichos procesos(1935).


Palabras clave: estrés, psicopatologia
Tipo de trabajo: Conferencia
Área temática: Ansiedad, Trastornos de ansiedad y relacionados con traumas y factores de estrés .

Reactividad al estrés y psicopatologia.

Maria Martínez Vigo.

Fundación Jiménez Diaz, Madrid.

 

Introducción

El concepto de estrés fue definido en el ámbito científico por primera vez en términos biológicos, y es Walter Cannon en 1911 quien se refiere a este concepto como “todo estímulo susceptible de provocar una reacción de lucha o huida”, poniendo en conexión dichos estímulos externos con la secreción de adrenalina. Con posterioridad, y basándose en los principios de la Ley fisiológica general formulada por Claude Bernard, Cannon define el término de homeostasis como todos los procesos encargados de mantener la constancia del medio interno y amplía el término de estrés para referirse a todo estímulo capaz de alterar dichos procesos(1935).

Es Hans Selye, en 1936 quien redefine este concepto, acercándose al mismo no desde el estímulo externo causal, sino desde la respuesta del organismo frente al mismo:”Estrés es la respuesta inespecífica del organismo a toda exigencia hecha sobre él”.
Combinando ambas aproximaciones , Glez de Rivera (1979, 1980) formula la “Ley General del Estrés:”cuando la influencia del ambiente supera o no alcanza las cotas en las que el organismo responde con máxima eficiencia, éste percibe la situación como peligrosa o desagradable, desencadenándose una reacción de lucha-huida y/o una reacción de estrés, con hipersecreción de catecolaminas y Cortisol”.

Además de en términos biológicos, otros autores comienzan a aproximarse a definir la palabra estrés desde el punto de vista psicológico. Breuer y Freud (1983), definen “trauma psíquico” como “toda experiencia evocadora de emociones desagradables”; reelaborando Freud en 1916 esta definición:”una experiencia es traumática cuando, en un corto lapso de tiempo, produce una sobrecarga de excitación neuronal que no puede ser disipada de la manera habitual, dando como resultado alteraciones permanentes en la distribución de la energía psíquica”.

Engel, en 1962, llama “estrés psicológico” a “todo proceso, originado tanto en el ambiente exterior como en el interior de la persona, que implica un apremio o exigencia sobre el organismo, y cuya resolución o manejo requiere el esfuerzo de los mecanismos psicológicos de defensa antes de que sea activado ningún otro sistema “.
Es en este contexto donde Glez de Rivera acuña el término de “estrés vital” como “el conjunto de modificaciones en el funcionamiento basal del individuo directamente atribuibles a la eliminación o adaptación a estímulos nocivos o peligrosos, ya sean reales o imaginarios”.

Mason, en 1971, a través de la investigación con monos, describe que la activación de la corteza suprarrenal que se produce en el animal estresado, es secundaria a la reacción psicológica del sujeto frente a aun estímulo que le resulta desagradable y no necesariamente como reacción al propio estímulo. Es por tanto la interpretación psíquica de un estímulo como nocivo lo que determina la activación del eje simpático-médulo-adrenal y del eje hipofiso-cortico-adrenal. La secreción catecolaminérgica participa activamente en la regulación general del organismo, modulando funciones como la secreción neuroendocrina, el sistema circulatorio, así como la secreción y metabolismo de diversas sustancias neurotransmisoras a nivel central, fundamentalmente en relación con la MAO.

Numerosas investigaciones se han centrado en las relaciones existente entre el estrés y la enfermedad, tanto somática como psiquiátrica y múltiples autores, comenzando por Galeno han sostenido dicha conexión. Le Shan en 1959 concreta dicha idea confirmando que “el estrés produce o precipita la enfermedad”.

En relación con la patología psiquiátrica ciertos datos sugieren que la acumulación de sucesos vitales estresantes tienen una correlación positiva con la depresión, la neurosis, los episodios agudos de esquizofrenia y los intentos de suicidio (Paikel, 1976).

En la llamada “Teoría del estrés”, descrita por Valdés y De Flores en 1985, los sucesos vitales son considerados elementos perturbadores de la homeostasis y el individuo ha de adaptarse a ellos para no desarrollar dicha patología. El grado de repercusión de dichos sucesos en la homeostasis, va a venir determinada por ciertas variables externas, dentro de las que destaca la red social (Cobb, 1976; Bruhn y Philips, 1984) y de variables internas como la experiencia anterior individual (Valdés, 1983).

Una de las clasificaciones más destacadas de los factores que influyen en el desarrollo de estrés, tanto por su aplicación en la práctica clínica como por su vertiente investigadora, es la realizada por Glez de Rivera (1989, 1991), en la que distingue tres tipos de factores:


Factores internos de estrés

Incluyen las características del propio individuo en relación con la respuesta al estrés. Dentro de estas variables que modulan la respuesta ante situaciones de estrés, destaca el denominado “Indice de Reactividad al Estrés”, definido como “el conjunto de pautas habituales de respuestas neurovegetativas, cognitivas, conductuales y emocionales características del individuo ante situaciones de estrés o tensión nerviosa; situaciones percibidas como potencialmente nocivas, peligrosas o desagradables”(1981, 1983, 1984), considerándose que las variables propias del individuo y el estado en que se encuentra en el momento de responder ante situaciones estresantes, son las que determinan de forma directa la respuesta del organismo a dichas situaciones.

El “Índice de Reactividad al Estrés” (IRE-32), es un instrumento que trata de cuantificar las pautas habituales de respuesta ante factores externos generadores de estrés, reflejando que el estrés es un fenómeno en que un organismo, con sus peculiaridades de reacción (factor interno) es afectado por, y responde a un estímulo, entorno o situación (factor externo)(Glez de Rivera, 1989).


Factores externos de estrés:

Describe estresores medioambientales capaces de sobrecargar o disregular los mecanismos de defensa individuales
Un ejemplo de dichos estresores, lo constituye el índice de sucesos vitales caracterizado a partir de la “Escala de sucesos vitales” de Holmes y Rahe. (1967).

Factores moduladores:

Constituyen aquellas variables, tanto del individuo como del medioambiente que lo rodea, que no actúan sobre el estrés de forma directa, sino que indirectamente, condicionan, modulan o modifican la interacción entre factores internos y externos de estrés. Entre estos
factores cabe destacar la red social, los estados afectivos y los rasgos de personalidad.


Reactividad al estrés

Glez de Rivera señala pues que, independientemente de cómo se defina el estrés, el organismo y su homeostasis, reacciona ante un estímulo externo, entorno o situación concreta, de una forma determinada en cada individuo. Por tanto, además de considerar el estrés objetivo al que se ve sometido el sujeto, es fundamental estimar la reactividad individual frente a éste.

Selye (1956), estudió las respuestas del organismo y definió el concepto de estrés como una respuesta del todo inespecífica, ante cualquier demanda que se le haga, definiendo así el “Síndrome de adaptación general”, en el que se distinguen las fases de activación, estado y agotamiento, con diferente respuesta neuro-humoral en cada caso. Schlesinger y Revitch (1980), apoyan esta dificultad de medición de forma objetiva del estrés interno, en sus estudios que lo relacionan con variables como la violencia y el crimen.

Frente a estas dificultades de medición y en un intento de establecer una medida de factores internos de estrés, es decir, de la reactividad típica del organismo ante situaciones de estrés, Glez de Rivera desarrolla a principios de los años 80 el cuestionario “Índice de Reactividad al Estrés” (IRE), estableciendo así un instrumento para explicar de forma objetivable la forma habitual y característica en la que una persona reacciona ante una situación de estrés. La fiabilidad de este instrumento radica en evaluar consistentemente “las respuestas que le parecen más próximas a su forma habitual de reaccionar en situaciones de estrés o tensión nerviosa”. Este cuestionario, trata de cuantificar la respuesta individual al estrés en cuatro áreas bien diferenciadas: respuesta cognitiva, emocional, vegetativa y conductual. Respecto a los valores del IRE, un estudio prospectivo a lo largo de cuatro años en sujetos normales sostiene su persistencia (Monterrey, 1990) . Se ha visto la relación entre IRE y rasgos de personalidad (Morera, 1990) y la ausencia de correlación entre la edad y los valores de IRE (Glez de Rivera, 1984).

El IRE detecta fundamentalmente diferencias de “estado” más que de “rasgo”, habiéndose detectado diferencias en su puntuación al ser administrado antes y durante una situación de estrés (Monterrey y cols, 1991).

Los estudios para hacer viable dicha medición, comienzan a finales de los años 70, estableciéndose inicialmente un cuestionario de 25 items (IRE-25), para pasar definitivamente al actual cuestionario de 32 respuestas (IRE-32), permitiendo así un estudio más exhaustivo. Las primeras aproximaciones al concepto de la reactividad al estrés, se limitan a ser meramente descriptivas(Glez de Rivera, 1981; Glez de Rivera y cols, 1989), más tarde se ha investigado la relación de este concepto con su efecto modulador sobre el factor “sucesos vitales” en relación a la predisposición con la patología médica (Glez de Rivera y cols, 1989), tanto en relación a su propia definición como constructo (Bulbena y cols, 1991; Monterrey y cols, 1991), como a su relación con diferentes patologías y constructos, pertenecientes o no a la Psicopatología(Morera y Glez de Rivera, 1983; Glez de Rivera y Morera, 1984; Morera y cols, 1986; De las Cuevas y cols, 1989; Henry y cols, 1991; Glez Pinto y cols, 1994; Vizán y cols, 1995), como en relación al estrés laboral (De las Cuevas y cols, 1997; Hdez y cols, 1997), o bien en relación al cambio experimentado por procesos terapéuticos (Henry y cols, 1994).

Aunque la creencia de estrés como facilitador o factor predisponerte a enfermedad fue ya referido hace siglos por Galeno(Le Shan, 1959), es una hipótesis que necesita ser validada y si es así, es fundamental concretar los mecanismos que la producen (Leventhal y Tomarken, 1987). Bien sabido es que variables económicas, sociales, biológicas y psicológicas alteran la resistencia personal a desarrollar una enfermedad, pudiendo facilitar la precipitación de ésta. Así, al tratar de conceptualizar la relación estrés-vulnerabilidad a la enfermedad, habrá que tener en cuenta las diferentes vertientes del estrés: biológico (Selye, 1975), social (Pearling, 1983) y psicológico (Lazarus y Folkman, 1984).

Además de estos estudios cualitativos, Colmes y Rahe (1967) cuantifican el potencial estresante de diversos sucesos vitales, relacionando la intensidad de los mismos y el acúmulo de modificaciones ambientales estresantes con la aparición de enfermedad. Hay que tener en cuenta que también la propia enfermedad, tanto física como psíquica, puede anteceder a la aparición del estrés y ser causa del mismo (Kasl, 1983).

Todos estos estudios, abordan así la importancia de la reactividad al estrés como factor interno predisponente al desarrollo de diferente patología, médica y psicológica, más allá de la existencia o no de estresores externos capaces de desestabilizar el equilibrio interno del organismo.


Reactividad al estrés y psicopatología

La relación que se pretende establecer entre la reactividad al estrés y su influencia en la psicopatología ha sido investigada:

- respecto a determinados trastornos psicopatológicos concretos.
- como factor predisponente al padecimiento de determinadas patologías somáticas.
- en relación a la acción conjunta de factores internos y externos de estrés.
- como modulador de diferentes dimensiones psicopatológicas, tanto de muestras clínicas variadas como de la población general.

En términos generales, todas las categorías diagnósticas, codificadas según la CIE-10, presentan mayor Índice de Reactividad al estrés que la población general (Bulbena, 1991; De las Cuevas, 1991; Henry, 1992; Glez de Rivera, 1994 ), permitiendo probablemente extender a los pacientes psiquiátricos muchas de las hipótesis sobre el IRE como marcador de la susceptibilidad a enfermar desarrolladas con poblaciones de pacientes médicos(Glez de Rivera 1984, 1989, 1991, 1994).

Los pacientes esquizofrénicos ambulatorios presentan el menor IRE global, especialmente a expensas del subíndice vegetativo, significativamente inferior al de los pacientes depresivos y neuróticos. El IRE-cognitivo de los esquizofrénicos es, por otra parte el más alto del grupo dentro de los pacientes psiquiátricos, pudiendo indicar un especial esfuerzo por parte de estos pacientes por compensar los defectos propios de la enfermedad en ese área. Por otra parte, los depresivos presentan un perfil de reactividad inverso, con el IRE-vegetativo más alto y el IRE-cognitivo más bajo de todo el grupo de pacientes(Glez de Rivera y cols, 1994).

Estudios realizados en pacientes diagnosticados de depresión, indican que existen altas correlaciones entre el IRE-global y los síntomas depresivos(Morera y cols, 1986).

Un estudio realizado por De las Cuevas y Glez de Rivera(1996) en relación con la reactividad al estrés y la patología afectiva del personal sanitario, registra que el valor medio de la muestra global fue similar al publicado para la población general en nuestro medio(1993); no obstante, el valor obtenido en individuos que obtuvieron puntuaciones patológicas tanto en la escala de ansiedad como en la de depresión del HADS fue significativamente mayor, siendo muy similar a los informados por otros estudios sobre pacientes psiquiátricos ambulatorios(De las Cuevas y cols, 1989).

Las puntuaciones registradas en pacientes con tentativas autolíticas son notablemente más elevadas que la media hallada en la población general (Vizán y cols, 1994), así como la media registrada en pacientes afectos de patología médica (Glez de Rivera y cols, 1989; Fdez López, 1990).

Investigaciones llevadas a cabo en pacientes asmáticos crónicos, revelan un IRE-global y un IRE-vegetativo muy elevados, significativamente mayores que los hallados en la población general (Henry y cols, 1991).

Pacientes diagnosticados de disfunción Témporo-Mandibular (DTM), muestran un IRE-global, así como todas sus subescalas, con valores significativamente mayores a los de la población general, pero menores que los de muestras de pacientes psiquiátricos (Rguez-Abuín y cols, 1999).

En un estudio longitudinal realizado en funcionarios de la Administración Pública en al que se evalúa la estabilidad de la respuesta al estrés, medida por el IRE, se pone de manifiesto cierta estabilidad de la misma a pesar de la influencia de situaciones estresantes (Valdés y cols, 2003).

Al poner en relación el IRE con otros instrumentos de medición, se observa que el IRE en combinación con el “Índice de Sucesos Vitales” de Colmes y Rahe, tiene una mayor “predictividad teórica” de la susceptibilidad a enfermar, que si se valoran estos dos indicadores de forma independiente. El IRE-global, así como las subescalas y las dimensiones de psicopatología medidas por el SCL-90R de Derogatis, presentan correlaciones positivas altamente significativas entre todas las variables en muestras clínicas tanto de pacientes psiquiátricos como de pacientes con DTM; dichas correlaciones también están presentes en la población general, aunque con menor frecuencia y menor grado de correlación estadística(Rodríguez-Abuín, 1999).


Conclusiones

La investigación sobre la reactividad al estrés, ha realizado numerosas y valiosas aportaciones, que muestran cómo la alta reactividad constituye un factor inespecífico de vulnerabilidad a determinadas patologías psiquiátricas y somáticas.
Podemos considerar que el acúmulo de sucesos estresantes es favorecedor del desarrollo de estados patológicos, actuando la reactividad al estrés como factor sensibilizante o amortiguante frente al impacto de estos sucesos así como, en menor medida, el grado de adaptación general del individuo.

Es útil la cuantificación de la reactividad al estrés a través del IRE, tanto en la población general como en poblaciones clínicas.

El estudio de la relación entre las variables de reactividad al estrés junto con las dimensiones psicopatológicas de las diferentes muestras clínicas, permite comprender tanto los posibles factores psicopatogenéticos y mantenedores tanto de trastornos somáticos como psicológicos, así como la introducción de recursos psicoterapéuticos adecuados.


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