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Ponte en mi lugar. Notas sobre la empatía

Autor/autores: Marcelo Blasi
Fecha Publicación: 01/03/2006
Área temática: Psicología general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

Diversas definiciones de empatía circulan en elámbito académico y profesional. Sin intenciones de refutar ninguna de ellas, hay una aproximacvión particular -que involucra la idea de "tomar el lugar del otro" o "ponerse en el lugar del otro", que el artículo considera un error teórico y técnico.

Palabras clave: empatía


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Ponte en mi lugar. Notas sobre la Empatía

Marcelo Blasi.

Licenciado en psicología. Universidad CAECE - Universidad de la Marina Mercante. Argentina

Y comprendimos que aquel imbécil era un gran clínico.
MARCEL PROUST. A la sombra de las muchachas en flor

Diversas definiciones de empatía circulan en elámbito académico y profesional. Sin intenciones de refutar ninguna de ellas, hay una aproximacvión particular -que involucra la idea de "tomar el lugar del otro" o "ponerse en el lugar del otro", que el artículo considera un error teórico y técnico.

Introducción

Existen varias definiciones de empatía que circulan en el ámbito académico y profesional. Sin ánimo de refutar ninguna de ellas –accesibles en la vasta bibliografía sobre estos temas–, expondré en las líneas que siguen algunas ideas personales al respecto.

Personales no significa originales. Ni siquiera correctas. Sólo pretendo apuntar algunos matices que considero útiles, tanto desde la teoría como de la práctica, intentando aportar argumentos para escapar del cliché y acercarse a una reflexión que posibilite continuar indagando sobre este concepto quizá esencial para el establecimiento de una relación terapéutica.

Antes de continuar, debo hacer algunas aclaraciones:

· El concepto que repasaremos en este artículo, está íntimamente imbricado con el de rapport. Lo tratemos en particular, sin desconocer que forma parte de un proceso complejo y muy difícil de separar en la práctica.

· Tanto la empatía como el rapport son fenómenos que se presentan en cualquier relación humana. Que aquí se tenga en cuenta el aspecto psicoterapéutico, no implica desconocer que también se presentan –y se intenta manipular con mayor o menor éxito– en la comercialización de productos o en el manejo de personal1.  

 

Ojos de perro azul

Every breath you take 
And every move you make 
Every bond you break, every step you take
I'll be watching you 
STING. Every breath you take

Más de una vez he escuchado decir, y he leído, y se me ha porfiado, que empatía es algo así como “ponerse en el lugar del otro”: el terapeuta vendría a ponerse en el lugar del paciente. Mediante este incómodo artilugio, el paciente se sentiría entendido, comprendido y, de esta forma, se expresaría con la mejor de las predisposiciones, permitiendo que se establezca un buen rapport. La Real Academia Española parece estar de acuerdo con esta definición, ya que en su diccionario sostiene algo similar, agregando que esto permitiría comprender las emociones ajenas a través de un proceso de identificación con el otro.

A todo esto se agrega que, a fin de recorrer este camino desde el lugar terapeuta hasta llegar al lugar del paciente, el clima debe ser distendido, amable, confortable. Que sólo –o principalmente– de esta manera, las gentes nos sentimos cómodas, bien predispuestas. Comprendidas.

Sin entrar en debates2 psicoanalíticos, epistemológicos o filosóficos acerca de la relación entre discurso, verdad y realidad, entre subjetividad y objetividad, entiendo que existe un acuerdo mínimo en que cada persona tiene una forma particular de ver el universo: un conjunto de mitos, creencias, palabras, sensaciones y presupuestos, que configuran su propia versión, su cosmovisión, de la realidad en general y de su vida en particular. Con esta versión, transcurrimos con mayor o menor éxito nuestra vida cotidiana, nos acercamos o nos alejamos de las otras personas, tenemos parejas e hijos, estudiamos, trabajamos. O no. Pero, como sea, desde esa explicación vivimos y morimos. Desde una interpretación que elegimos cada día, a cada minuto.

Hasta aquí, no resulta necesario hablar de lugar, aunque es obvio que una visión particular de las cosas nos implica adoptar ciertas posiciones particulares en nuestra vida. De lo que se trata, sin embargo, es que esa visión, esa versión, esa transcripción del universo –que nos involucra–, está imbricada con una paleta de colores particular, con un registro musical propio, con un significado lingüístico personal, con emociones y sensaciones y percepciones que se interrelacionan, superponen y determinan mutuamente.

Este palimpsesto personal ha merecido numerosos análisis teóricos. El psicoanálisis, el Cognitivismo, la Programación Neurolingüística, la hipnosis Ericksoniana, por mencionar sólo a los más notables, hablan detalladamente de la relación que existe entre los diversos aspectos mencionados. Aquí alcanza con un simple ejemplo: la frase “. . . un pedazo de barrio, allá en Pompeya . . . ” tiene diferentes significados para una adolescente de Berlín, para un funcionario de la Oficina de Catastro, para un cantor de tangos y para mí.

El asunto es ¿qué hacer con eso en psicoterapia?

 

Un lugar en el mundo

You could say I lost my faith in science and progress
You could say I lost my belief in the holy church
You could say I lost my sense of direction
You could say all of this and worse, but
If I ever lose my faith in you
There'd be nothing left for me to do
STING. If I lose my faith in you

 

Ahora bien: ¿qué significaría que, para establecer una relación terapéutica, el terapeuta ocupe ese lugar del otro –del paciente–? ¿Es posible? Y si lo fuera ¿es aconsejable? Más aún, ¿es necesario, para entender a alguien, ocupar su lugar?


Adelanto que no comparto el criterio que define la empatía como ocupar el lugar del otro.  

La psicoterapia, cualquier psicoterapia, es una relación. Y una relación, cualquier relación, es una estructura que implica lugares, locus. Cada parte de una relación cualquiera –personas, objetos, constructos, teoremas– es lo que es, precisamente, en relación con la o las otras partes de esa relación. Cada uno de nosotros es en relación con los demás; no sólo porque nadie es, por ejemplo, “bueno” o “malo” (o “gordo” o “flaco”, o cualquier cosa) en esencia, sino porque la misma definición de “bueno” o “malo” (o “gordo” o “flaco”, o cualquier cosa) implica una relación entre términos3.

Planteado así, sugiero que empatía no es ocupar el lugar de otro –del paciente, en este caso– sino, básicamente, dos cosas:

a. – Entender, en la mayor medida posible, la cosmovisión del otro, para captar los códigos y actitudes que se derivan de ella; lo cual, en definitiva, es el bagaje con el que se desempeña en la vida, con lo que se comunica y lo que le produce placer o displacer.

b. – Comunicarse, en la mayor medida posible, dentro de los parámetros que esa cosmovisión determina.

Esto no implica ningún cambio de lugar sino, por el contrario, conservando el lugar que es propio, entender los códigos ajenos para utilizar el mismo lenguaje4 y, de esa manera, establecer un buen rapport, una relación en la cual el paciente siente que es comprendido: que es escuchado.  

El ponerse en el lugar del otro, dicho así, sin matices, deriva, a mi entender, un problema teórico y un problema práctico.

El teórico, ya ha sido esbozado. Siendo una relación una cuestión de lugares5, resulta desaconsejable rotación alguna. Por el contrario, sólo desde el lugar que es propio, puede operarse terapéuticamente. No olvidemos que, en una terapia, el paciente busca alguien que lo entienda, sí, pero que lo ayude a cambiar, a estar mejor; no busca un amigo o amiga –es dable suponer que ya tiene– sino un terapeuta.

En cuanto a lo práctico, considero que, por varias razones, resulta, si no imposible, al menos muy desaconsejable. Ya que, por un lado, implicaría que sólo se entendería a otra persona mediante un proceso de identificación, lo cual deja abierto el flanco de que esa persona sienta que es comprendida. Por otro lado, si bien resulta del todo necesaria esa comprensión, el trabajo no se agota en ella sino que hay que operar o permitir cambios. En suma, que la empatía no es un fin en si misma, sino que es una herramienta terapéutica.  

No alcanza con saber alemán ni para entender a Goethe ni para escribir una novela en ese idioma.

¿Hay alguien allí afuera?

When I find myself In time of trouble Mother Mary comes to me Speaking words of wisdom Let it be LENNON–McCARTNEY. Let it be

Retomando la definición que esbozamos en el apartado anterior, entendemos que, ya que la visión que cada uno de nosotros tiene del universo y de uno mismo involucra múltiples aspectos, la empatía debe desglosarse en varios tópicos, cada uno de los cuales tiene una problemática que le es propia y cuyo desarrollo excede los objetivos del presente trabajo.

Lo que podemos decir aquí es que existen diferencias sustanciales entre entender el lenguaje verbal de un arquitecto, y comunicarse desde allí, que ponerse en su lugar. Que no es lo mismo comprender las sensaciones que puede despertar un desgarro que le impide participar de una Olimpíada a un deportista de alta competencia, que ponerse en su lugar.  

Esta especie de decodificación –y la consecuente puesta en práctica de esos códigos–, nos obliga a apelar a una amplia gama de recursos. Que van desde las experiencias, sensaciones y emociones personales, a la lingüística, la historia, la literatura, el cine, la plástica, etc. Es verdad que, en algún punto, todos hablamos de las mismas cuestiones fundamentales. Pero también es verdad que cada uno lo hace a su manera.  

La comprensión, ese clima sutil, evanescente, de que hay alguien que entiende y que sabe qué hacer con eso, obliga a disponer de una amplia gama de recursos, afectivos e intelectuales.

Entender, comprender, significa, entre otras cosas, no sólo el trabajo de aproximación a los códigos personales de quien tenemos frente a nosotros sino, además, poder acercarse a esa visión del mundo para comunicarnos desde ella.

Para hacer ese trabajo, y sin intención de agotar –ni mucho menos– las perspectivas desde las que es posible el acercamiento que se propone, enumeraré algunos de los múltiples aspectos que sería conveniente tener en cuenta.

El hombre ilustrado

Life is What happens to you While you are busy Making other plans JOHN LENNON. Beautiful boy.

Las experiencias, los ángulos, las vocaciones, los intereses, si bien no infinitos, son intrincados y múltiples. Tanto FREUD como LACAN ponían especial énfasis en la necesidad de adquirir una vasta cultura para desarrollar una tarea tan compleja y sensible como entender y ayudar a quienes recurren a un terapeuta. De todas formas, es una verdad de Perogrullo que, para entender a alguien, no alcanza con el intelecto, sino que resulta del todo necesaria una gran sensibilidad.


Claro que para resolver estas cuestiones, existen variados y utilísimos manuales con diversos decálogos a seguir. Sin embargo, continúo con cierta tendencia humanista que se vale más de la exploración de relaciones humanas singulares, que de los esquemas generales buenos–para–todos y que, en definitiva, no le sirven a nadie.

Guardando, en lo posible, el precario equilibrio que impone un enfoque subjetivo que no descuide, al mismo tiempo, la objetividad, entiendo que deben atenderse dos aspectos principales:

1. – lenguaje verbal: Más allá de aquellos comportamientos “automáticos” relacionados con el cuerpo6, lo que caracteriza al animal humano es la palabra. Es en ella donde se despliega, principalmente, la subjetividad.

No descuido, con este enfoque, las singularidades que podríamos llamar biológicas, esas que se manifiestan en la postura corporal, la respiración, las miradas o los tonos de voz. Por el contrario, sin desatenderlo, se prioriza lo cultural, ese artefacto que nos caracteriza como seres sociales y, al mismo tiempo, particulares, y a través del cual navegamos nuestras vidas.

La palabra, entonces, en sus diversas acepciones7, merece especial atención. Desde la simple vertiente del significado particular que puede adquirir un vocablo en el marco cotidiano del sujeto (por su oficio o profesión, por ejemplo) hasta el que puede obtener en virtud de su historia personal.

En este contexto, adquiere relevancia la plasticidad referencial del terapeuta. En esa plasticidad, interviene la demanda cultural de la que hablábamos unos párrafos más arriba. A mayor abundancia de marcos referenciales a los que se pueda recurrir, mayores serán las posibilidades de comprensión de los parámetros que le son expuestos.

Por otra parte, el comportamiento “automático” (es decir, el lenguaje no verbal), por ser inconsciente, serán de suma utilidad para complementar el análisis del lenguaje verbal, sobre todo para detectar la mayor o menor congruencia entre ambos.

Tanto la teoría del Arco reflejo de John DEWEY, como el trabajo de Albert ELLIS, por mencionar unas pocas referencias, echan luz sobre las complejas relaciones entre percepción, sensación, reflexión y reacción humana. Esas relaciones no pueden estar ausentes en el lenguaje verbal.  

Por el contrario, supongo que es principalmente en la palabra donde se entrecruzan los ámbitos personal y cultural, donde se materializa el entramado de lo personal e individual con lo colectivo; donde lo subjetivo –en gran medida inefable– se simboliza.

2. – Estilo de la relación: Un análisis exhaustivo del concepto empatía no puede obviar el aspecto transferencial, que también se despliega en las relaciones humanas y es de capital importancia en psicoterapia. Aquí no se entrará de lleno en el estudio de la transferencia.  

Esto que me atrevo a denominar estilo de la relación, tiene anclajes en la transferencia y resulta de gran utilidad para comprender desde dónde, con qué herramientas, esa persona que tenemos delante se relaciona con nosotros.

Entre esos mecanismos que deben evaluarse, se encuentran tanto los simbólicos como los históricos; a tal fin, debemos tener presente –entre otros–el concepto de repetición.

Merece particular atención el comportamiento durante la sesión, ilustrativo de aquél otro que sólo conocemos referencialmente, oblicuamente, a través del relato del propio involucrado. Supongo que mediante la observación de este estilo, podemos inferir, con cierto grado de seguridad, si esos comportamientos “externos” a la sesión que nos son relatados, guardan cierta coherencia con lo que nosotros percibimos. Este aspecto –con su, insisto, fuerte contenido transferencial8 –, nos facilitaría un acercamiento inconsciente, ya que permitiría, por un lado, una mejor decodificación de las situaciones concretas que nos son descriptas y, por otra parte, un trabajo en el nivel latente, que no es relatado pero sí se despliega en la realidad.


Conclusión

En función del escueto bosquejo del concepto de empatía que se ha expuesto aquí, que merece otros desarrollos, puedo decir que, lejos de colocarse en el lugar de otro, entiendo que la comprensión sólo puede darse conservando los lugares propios de la relación terapéutica.

Esa comprensión, vital en toda terapia, es efectiva y razonable si el terapeuta trabaja con las herramientas que pone en juego a cada momento: su sensibilidad, su intelecto, su cuerpo. Y, por sobre todas las cosas, su escucha.


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