La crisis no sola afecta las posibilidades económicas de las personas de la argentina, sino que subjetivamente se produjo un cambio en los modos de pensar y de vivir. Se producen nuevas formas de subjetivación. Aparecen formas alternativas desde donde la comunidad consigue producir medios para seguir viviendo. Maneras diferentes de expresar el reclamo y la resistencia empezaron a producirse, desde las asambleas y los cacerolazos hasta los piquetes y la recuperación de espacios colectivos que no respondían a las modalidades habituales. Encontramos que la acción social logra canalizar de la mejor manera la ira y la angustia que sienten los excluidos del sistema y los alienados a este. e buscan soluciones comunitarias que permiten romper con el aislamiento individualista, y de esta forma, se logra manifestar y sublimar la angustia n nuevos proyectos alternativos y solidarios. Surge de esta forma lo que e ha dado en llamar "terapia social. "
Esto es la contraposición a lo que la crisis ha dejado como imágenes de sujetos devastados, sumergidos en el sufrimiento horroroso al cual han sido sometidos. Inmerso en esta crisis, el analista deberá conocer los nuevos efectos que estos momentos traen aparejados en la subjetividad de las personas, como la aparición y exacerbación de nuevas patologías, problemas de salud mental: estrés, ataques de pánico, problemas de la alimentación, cargas de angustia intramitables, y una merma de la autoestima y de defensas eficaces que resguarden a los sujetos.
Ante toda esta situación el analista deberá saber reubicar su función, mantener un lugar de la ética que le permita por un lado mantener un lugar de abstinecia y neutralidad, y por otro lado crear un lugar que le permita comprender no solo las cuestiones estructurales que definen una patología, sino también los cambios y efectos socio históricos sobre la constitución subjetiva. La crisis no sola afecta las posibilidades económicas de las personas en la Argentina, sino que subjetivamente se produjo un cambio en los modos de pensar y de vivir. Se producen nuevas formas de subjetivación. Aparecen formas alternativas desde donde la comunidad consigue producir medios para seguir viviendo.
Maneras diferentes de expresar el reclamo y la resistencia empezaron a producirse, desde las asambleas y los cacerolazos hasta los piquetes y la recuperación de espacios colectivos que no respondían a las modalidades habituales. Encontramos que la acción social logra canalizar de la mejor manera la ira y la angustia que sienten los excluidos del sistema y los alienados a este. Se buscan soluciones comunitarias que permiten romper con el aislamiento individualista, y de esta forma, se logra manifestar y sublimar la angustia en nuevos proyectos alternativos y solidarios.
Surge de esta forma lo que se ha dado en llamar ?terapia social. ?Esto es la contraposición a lo que la crisis ha dejado como imágenes de sujetos devastados, sumergidos en el sufrimiento horroroso al cual han sido sometidos. Inmerso en esta crisis, el analista deberá conocer los nuevos efectos que estos momentos traen aparejados en la subjetividad de las personas, como la aparición y exacerbación de nuevas patologías, problemas de salud mental: estrés, ataques de pánico, problemas de la alimentación, cargas de angustia intramitables, y una merma de la autoestima y de defensas eficaces que resguarden a los sujetos.
Ante toda esta situación el analista deberá saber reubicar su función, mantener un lugar de la ética que le permita por un lado mantener un lugar de abstinencia y neutralidad, y por otro lado crear un lugar que le permita comprender no solo las cuestiones estructurales que definen una patología, sino también los cambios y efectos socio históricos sobre la constitución subjetiva.
La ética del analista en momentos de crisis.
(The analyst ethic in moments of crisis. )
Julieta Sourrouille.
Servicio de psiquiatría. hospital General B. Rivadavia, Buenos Aires, Argentina. Facultad de psicología de la Universidad de Buenos Aires, Argentina
PALABRAS CLAVE: Éica, Subjetividad, Sociohistórico, Deseo.
[23/2/2004]
Resumen
La crisis no sola afecta las posibilidades económicas de las personas de la argentina, sino que subjetivamente se produjo un cambio en los modos de pensar y de vivir. Se producen nuevas formas de subjetivación. Aparecen formas alternativas desde donde la comunidad consigue producir medios para seguir viviendo. Maneras diferentes de expresar el reclamo y la resistencia empezaron a producirse, desde las asambleas y los cacerolazos hasta los piquetes y la recuperación de espacios colectivos que no respondían a las modalidades habituales.
Encontramos que la acción social logra canalizar de la mejor manera la ira y la angustia que sienten los excluidos del sistema y los alienados a este. e buscan soluciones comunitarias que permiten romper con el aislamiento individualista, y de esta forma, se logra manifestar y sublimar la angustia n nuevos proyectos alternativos y solidarios. Surge de esta forma lo que e ha dado en llamar "terapia social. " Esto es la contraposición a lo que la risis ha dejado como imágenes de sujetos devastados, sumergidos en el sufrimiento horroroso al cual han sido sometidos.
Inmerso en esta crisis, el analista deberá conocer los nuevos efectos que estos momentos traen aparejados en la subjetividad de las personas, como la aparición y exacerbación de nuevas patologías, problemas de salud mental: estrés, ataques de pánico, problemas de la alimentación, cargas de angustia intramitables, y una merma de la autoestima y de defensas eficaces que resguarden a los sujetos.
Ante toda esta situación el analista deberá saber reubicar su función, mantener un lugar de la ética que le permita por un lado mantener un lugar de abstinecia y neutralidad, y por otro lado crear un lugar que le permita comprender no solo las cuestiones estructurales que definen una patología, sino también los cambios y efectos socio históricos sobre la constitución subjetiva.
La crisis no sola afecta las posibilidades económicas de las personas en la Argentina, sino que subjetivamente se produjo un cambio en los modos de pensar y de vivir. Se producen nuevas formas de subjetivación. Aparecen formas alternativas desde donde la comunidad consigue producir medios para seguir viviendo. Maneras diferentes de expresar el reclamo y la resistencia empezaron a producirse, desde las asambleas y los cacerolazos hasta los piquetes y la recuperación de espacios colectivos que no respondían a las modalidades habituales.
Encontramos que la acción social logra canalizar de la mejor manera la ira y la angustia que sienten los excluidos del sistema y los alienados a este. Se buscan soluciones comunitarias que permiten romper con el aislamiento individualista, y de esta forma, se logra manifestar y sublimar la angustia en nuevos proyectos alternativos y solidarios. Surge de esta forma lo que se ha dado en llamar “terapia social. ”Esto es la contraposición a lo que la crisis ha dejado como imágenes de sujetos devastados, sumergidos en el sufrimiento horroroso al cual han sido sometidos.
Inmerso en esta crisis, el analista deberá conocer los nuevos efectos que estos momentos traen aparejados en la subjetividad de las personas, como la aparición y exacerbación de nuevas patologías, problemas de salud mental: estrés, ataques de pánico, problemas de la alimentación, cargas de angustia intramitables, y una merma de la autoestima y de defensas eficaces que resguarden a los sujetos.
Ante toda esta situación el analista deberá saber reubicar su función, mantener un lugar de la ética que le permita por un lado mantener un lugar de abstinencia y neutralidad, y por otro lado crear un lugar que le permita comprender no solo las cuestiones estructurales que definen una patología, sino también los cambios y efectos socio históricos sobre la constitución subjetiva.
¿Un nuevo lugar para los analistas?
La crisis que afectó a nuestro país, y que se hizo sentir con mayor fuerza a fines de diciembre del 2001, no ha sido sin consecuencia para toda la sociedad argentina; lo que quiere decir también la afectación de los ámbitos de salud, y las prácticas terapéuticas. Nuevas formas de expresarse las patologías se han mostrado, desde la crisis y con anterioridad a esta. El desempleo, la falta de recursos tanto psíquicos como socioeconómicos, el malestar cultural, y la impotencia de la aislamiento que provoca el sistema, reducen la capacidad de los sujetos de encontrar soluciones a su sufrimiento sujetivo. Aparecen ligados a todas estas condiciones problemas de salud mental, como las llamadas nuevas patologías: estrés, ataques de pánico, problemas de la alimentación, cargas de angustia intramitables, y una merma de la autoestima y de defensas eficaces que resguarden a los sujetos. La crisis deja entonces imágenes de sujetos devastados, sumergidos en el sufrimiento horroroso al cual han sido sometidos.
Ante esta situación no se deben enfrentar algunos, unos pocos o bastantes, sino que es una situación de crisis social, y como tal afecta a cada uno de los sujetos de la sociedad argentina. Por lo tanto, es una aclaración obvia que los analistas también se ven afectados por esta conflictiva, se encuentran atravesados por ella al igual que cada sujeto que vive y (con)vive en esta sociedad de la actual Argentina. Es por ello que no podemos pasar por alto el entramado social que se fue, y se va, dibujando a partir del momento crítico donde estalla la crisis; y el momento de salida, o por lo menos de intento de salida, que es posterior al punto de mayor problemática. El contexto histórico social atraviesa todos los campos, y a todos los sujetos.
Pero todo esto no implica un punto de ruptura de lo que se entiende por ética del analista. Muy por el contrario se plantea como un desafío al cual todo analista deberá enfrentar. Será el lugar que se redefina, y la consecuente posición que se tome, lo que permitirá o no una dirección de la cura. Nos detendremos en ello por un momento.
Tomenos para ello lo dicho por Lacan en su seminario sobre la ética: “ Propongo que de la única cosa de la que se puede ser culpable, al menos en la perspectiva analítica, es de haber cedido en su deseo. . . . . A menudo cedió en su deseo por el buen motivo o incluso por el mejor. Tampoco esto es para asombrarnos. Desde que la culpa existe, se pudo percibir desde hace mucho que la cuestión del buen motivo, de la buena intención, por constituir ciertas zonas de la experiencia histórica, por haber sido promovida a un primer plano de las discusiones de teología moral, no por ello dejó a la gente demasiado contenta. Siempre, en el horizonte se produce la misma cuestión”1.
Esta es la visión de la ética del psicoanálisis que propone J. Lacan: la ética es en relación al deseo del analista, que nunca implica un yo moral, sino un sujeto vacío. Pero cuando hablamos de deseo, ¿qué entendemos por tal? Aquí se abre algo particularmente importante para entender una ética contextuada que permita repensar la clínica y las nuevas formas de producción subjetiva.
Tal vez se pertinente aclarar, en primer término, lo que el psicoanálisis entiende por deseo, que diremos como primera salvedad no tiene relación con los anhelos concientes. El deseo desde una visión psicoanalítica se entiende a partir de una falta estructural, de una carencia irremediable. Según ya el Padre Freud lo explicaba, hay un objeto mítico perdido, al cual el sujeto dedica toda su vida en su búsqueda. Lacan va a reformular esta noción, e introduce el concepto de objeto a. Por el puede entenderse varias cuestiones, aunque es un concepto que alberga un grado de complejidad importante. Si lo entendemos con su doble cara, vemos que se puede conceptualizarlo como resto, como aquello que queda por fuera de la simbolización, de la palabra. Pero a su vez, en la cara reversa, encontramos que el objeto a es lo que motoriza el deseo; por la falta estructural que alberga. Por lo tanto podemos decir que sin falta, sin eso que queda por fuera de la palabra sería imposible para el psicoanálisis conceptuar el deseo.
Es un deseo que parte de la singularidad del sujeto, no es colectivo, sino que se centra en una lógica individual, del uno, y no de los muchos, de las multiplicidades, de los colectivos. Es por ello que pensamos que si bien el psicoanálisis propone formas de pensar la ética que van mucho más allá de una visión moralizante, también creemos que momentos como los vividos en la Argentina de diciembre del 2001 exigen repensar las formas de subjetivación que revalsan lo individual para ser multiplicidades, flujos que se entrecruzan sin objeto y sin sujeto, colectivos que llevan consigo la singularidad multiple y no unitaria.
Veamos, para entender un poco más, cuál es la conceptualización de deseo que propone G. Deleuze y F. Guattarí : “ …. El deseo es máquina, síntesis de máquinas, disposición maquínica-máquinas deseantes. El deseo pertenece al orden de la producción, toda producción es a la vez deseante y social. Reprochamos, pues, al psicoanálisis el haber aplastado este orden de la producción, el haberlo vestido en la representación (…) el deseo no tiene por objeto a personas o cosas, sino medios enteros que recorre, vibraciones y flujos de todo tipo que desposa, introduciendo cortes, capturas, deseo siempre nómada y emigrante…”2
Para el esquizoanálisis el deseo no es conservador, para Freud será la fuerza que insiste en restaurar el núcleo narcisito perdido, considerándose por tanto, una fuerza conservadora. Volviendo al esquizoanálisis, el deseo es sinónimo de producción y viceversa, generación de cosas nuevas. Deseo y producción serán flujos creadores que propician encuentros creadores. El deseo será un devenir productivo en acto, que se produce en el campo social.
Todo esto no quiere decir que haya que derrumbar al psicoanálisis, sino que se deberá repensar ciertas nociones, conservando otras. El problema está en pensar la subjetividad, y las formas de producción de esta, de acuerdo al momento socio-histórico. Y para reforzar esta idea, introduzcamos lo que ya Lacan decía, en contraposición de lo que luego se hizo en nombre de su teoría: “que renuncie quien no pueda pensar la subjetividad de su época”. Allí es donde parece fallar el psicoanálisis y la elasticidad adaptativa que posee. Y allí mismo es donde queda cegado el psicoanálisis al no poder comprender las determinaciones socio-históricas, quedando entrampados en la lógica binaria, donde lo Uno toma la mayor de las preeminencias. Pero esto no quiere decir que las formas de cambio estén ligadas a lo que M. Viñar llamó tratamientos especiales en la época de las dictaduras militares.
En sus propias palabras “…estos pacientes no requieren tratamientos especiales porque no hay respuestas normalizables, sino un abanico de reacciones diferentes al mismo tratamiento”3. Es decir, ante las situaciones críticas donde el propio analista se encuentra envuelto por pertenecer y ser parte de una sociedad, los tratamientos especiales se presentan como una salida errónea, donde termina imperando el factor moralizante: terapias para torturados, familiares de desaparecidos; y más actualmente, para piqueteros, para nuevos pobres, para asambleistas, etc. Lo único que se consigue con ello es estigmatizar y rotular los sufrimientos subjetivos, no atendiendo más que a la propia angustia del analista que no puede encontrar más que este recurso para taponar aquello que él mismo se niega a ver. Y aquí es donde conceptos como la neutralidad o abstinencia psicoanalíticas recobran valor y actualización.
Estas posiciones preveen el llenar de sentidos previos la terapia, el rótulo moralizante que suponen las terapias especiales donde quedan cristalizados sentidos que luego son muy difíciles de modificar. Pero allí es donde se plantea el problema del fino límite que hay que conservar para poder llevar adelante un tratamiento salubre para los pacientes. Entonces, ¿cómo plantear una clínica por fuera de la ceguera dogmática que muchas veces implican las prácticas del psicoanálisis? Nuevamente aparece el entrecruzamiento del campo histórico social, de la reconstrucción de los modos en los que el psicoanálisis se ha cristalizado, naturalizado. Debemos comenzar a comprender que quien se sienta frente a nosotros en una terapia no es Un sujeto, un individuo aislado, sino que es múltiple, múltiples atravesamientos que no dejan de producir, múltiples sentidos que se encuentran en constante flujo, movimiento.
Entender esto nos habilita a repensar la ética, los lugares de dogma, que si bien en algún momento permitieron pensar la subjetividad, hoy aparecen como un obstáculo que deja por fuera las determinaciones socio-históricas, políticas, que van produciendo las nuevas formas de subjetivación.
Citas
1 J. Lacan, Seminario 7 La ética del
psicoanálisis, clase 24
2 G. Deleuze y F. Guattarí, El Anti-Edipo, Introducción al esquizoanálisis, pag. 302-306
3 M. Viñar, “La transmisión de un patrimonio mortífero” pag. 2
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