Saber que sucede resulta de utilidad para comprender sus cambios de conducta, su atracción al riesgo, su falta de reflexión en la toma de decisiones y su impulsividad.
La adolescencia es la etapa del desarrollo en la que se da la transición hacia la vida adulta y se caracteriza por un ritmo acelerado de crecimiento. Durante este tiempo se suceden una serie de cambios neurológicos, cognitivos y socioemocionales, además de una maduración física y sexual. Todas esas experiencias incluyen la transición hacia la independencia social y económica, el desarrollo de la identidad, un aumento del egocentrismo, la adquisición de las aptitudes necesarias para establecer relaciones en los grupos y la práctica de roles.
Esta etapa asusta a muchas familias, sin embargo, no debería ser visto como un momento problemático, sino como un periodo de adaptación a la vida social como adultos, y representa una maravillosa oportunidad para el desarrollo de la personalidad y la evolución de los seres humanos. El adolescente es un ser muy sensible y sumamente adaptable, que se prepara para abandonar la seguridad del hogar e integrarse en el mundo exterior, y este es un entrenamiento lento y constante, en el que a veces tiene éxito y a veces no. Recordemos que los seres humanos aprendemos por el método de ensayo y error.
Cuando, como adultos, observamos la conducta de un adolescente, muchas veces no conseguimos entender por qué se comportan así. Esto sucede porque buscamos las causas únicamente en el medio social y cultural, ignorando los cambios que experimenta el cerebro con la irrupción de la pubertad y las influencias hormonales.
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Conocer cómo funciona el cerebro de un adolescente resulta de mucha utilidad para comprender sus cambios de conducta, su atracción al riesgo, su falta de reflexión en la toma de decisiones y su impulsividad. Estas modificaciones se encuentran determinadas, además de por los cambios hormonales, también por los que se producen a nivel cerebral y sináptico. Podemos decir que su cerebro está en obras. Este experimenta un proceso de maduración que transforma la red neuronal, entre los 12 y 24 años, cambiando de manera decisiva y compleja. Por un lado aumenta la mielinización, recubrimiento alrededor de las conexiones neuronales que permite una mayor sincronización y aumenta la velocidad de comunicación entre las neuronas favoreciendo el flujo de información. Las sinapsis más utilizadas se fortalecen y mejoran mientras que las menos utilizadas se eliminan. El cuerpo calloso se engrosa, favoreciendo una conexión mayor entre los hemisferios cerebrales a la vez que un fortalecimiento de la comunicación entre diferentes áreas del cerebro.
Los adolescentes utilizan con menor eficiencia las regiones ejecutivas situadas en el lóbulo frontal. El desarrollo de la corteza cerebral durante la adolescencia comienza en la parte posterior del cerebro (lóbulo occipital, parietal) y finaliza durante la adolescencia tardía con el desarrollo del lóbulo frontal. Dentro de este lóbulo se encuentra la corteza prefrontal, en la cual se alojan las áreas cerebrales más relevantes involucradas en las funciones ejecutivas así como es responsable del control de los impulsos. Esto supone que el adolescente se conduce con torpeza en el control de las emociones, un mayor nivel de impulsividad, dificultad en la elección de los objetivos y la adecuación a las normas sociales. Por eso los padres y madres deben convertirse en una especie de cerebro prefrontal externo, marcándoles los límites con claridad, pero activando aquello que es propio de esta etapa evolutiva: ser increíblemente creativos, solidarios y altruistas.
Además, durante la adolescencia, las regiones límbicas (emocionales) se encuentran cerca de la madurez, mientras que las regiones prefrontales todavía se están desarrollando de forma lineal, hasta más o menos los 24 años. Por esta razón, la asunción de riesgos es el producto de una competición entre ambas redes, la socioemocional y la de control cognitivo, compitiendo entre lo que quieren hacer porque les produce satisfacción inmediata y lo que deben hacer, aunque implique demora de la gratificación.
Sin embargo, se ha investigado que la falta de madurez se puede superar con las pertinentes recompensas, que empujan a tener un mayor rendimiento de la inteligencia ejecutiva. Es aquí donde tanto padres como profesores pueden jugar un relevante papel si hacen un adecuado acompañamiento educativo.
Teniendo en cuenta estos factores, las experiencias de riesgo como la búsqueda de sensaciones, emociones fuertes y novedades, no son conductas disfuncionales, ni mucho menos patológicas, sino todo lo contrario. Pueden ser conductas positivas que amplían su círculo social y pueden contribuir a su éxito, al mismo tiempo que ponen a prueba sus habilidades afectivas y cognitivas
Estos cambios durante la adolescencia ayudan a que el cerebro adolescente esté más integrado y a la creación de una mayor coordinación en el mismo. Este es un proceso de remodelación que favorece la oportunidad, pero también la vulnerabilidad. Por eso es durante este período de la vida cuando se producen la aparición de la mayoría de los trastornos de salud mental.
Existen algunas claves importantes que debemos tener en cuenta para educar mejor a un adolescente y ayudar a que su cerebro se desarrolle de forma armoniosa:
Saber que el sueño y el estrés condicionan su desarrollo cerebral:
El sueño es un factor determinante en la neuroplasticidad cerebral, ya que mantiene determinadas sinapsis, elimina otras y refuerza los procesos cognitivos. Dormir además, ayuda a estimular el aprendizaje y a fijar recuerdos, algo muy útil en época de exámenes. Aunque puede parecer que los adolescentes son perezosos, la ciencia muestra que los niveles de melatonina, la hormona del sueño, en la sangre se elevan naturalmente más tarde por la noche y baja más tarde en la mañana en comparación con la mayoría de los niños y los adultos. Esto puede explicar por qué muchos adolescentes se quedan despiertos hasta tarde y les cuesta levantarse por la mañana. Estos deben dormir unas nueve a 10 horas por noche, pero la mayoría de ellos no duerme lo suficiente y esto se complica con el insomnio tecnológico, ya que la luz azul que desprenden los dispositivos móviles, hacen que se retarde aún más la secreción de melatonina. La falta de sueño hace difícil que presten atención, aumenta la impulsividad y también puede aumentar la irritabilidad y la depresión.
Valorar sus talentos:
Es importante valorar adecuadamente sus particulares inteligencias y ofrecerles posibilidades para desarrollarlos. Si no se valoran, no van a desarrollarse, y si no se trabaja con ellos, desaparecen. Deben saber que pueden cambiar el mundo a través de sus talentos, y para ello deben entrenarlos. Pero también deben aprender a tomar decisiones no solo porque facilita la vida, sino porque brinda mucha tranquilidad a corto, mediano y largo plazo. Cuando la corteza cerebral no ha terminado su desarrollo, tomar decisiones racionales es mucho más difícil. El grosor cortical más bajo en redes cerebrales específicas que son importantes para la toma de decisiones se asocia con la elección impulsiva. La dopamina es un neurotransmisor asociado con la cognición, la búsqueda de recompensa y con ciertos trastornos psicológicos. Durante la adolescencia hay una fuerte liberación de dopamina. Esto significa que sus decisiones están basadas, en gran medida, sobre la base de procesos psicológicos de recompensa, como hemos dicho antes.
Ayudarles a desarrollar el autocontrol:
Esta habilidad emocional previene conductas violentas, mejora la atención, mejora la convivencia, el bienestar emocional y la salud, física y mental. Para ello es necesario ayudarle a conectar la parte emocional del cerebro con la parte racional, y en esto la educación emocional de los adolescentes se convierte en una herramienta imprescindible.