Freud señalaba en sus últimos trabajos que el perverso se las ingenia para soslayar de alguna manera el destino, esto es, la castración y que, por tanto, se ve obligado a llevar a cabo un verdadero tour de force para escapar a la inexorable ley edípica. El precio que paga es, lo sabemos, el de una Ichspaltung gracias a la cual reniega y acepta simultáneamente la castración y la ley del padre. En relación con esto, Freud observaba que el más grande deseo infantil, el de crecer y llegar a ser grande, brilla por su ausencia en los perversos. Este deseo de ser grande o adulto puede ser aniquilado por una madre seductora, una madre capaz de generar en el niño la convicción (Überzeugung) de que él es o puede ser un partenaire perfecto para ella.
La madre no deja inequívocamente sentado que prefiere al padre- que ?le hace la ley?, como dice Lacan- y deja entreabierta la posibilidad de que el niño ocupe un lugar a su lado. Esta actitud de la madre le impide al niño sentir admiración por el padre y hacer de él su modelo de identificación portador de los emblemas fálicos y encarnación viviente del ideal del yo. Esta connivencia entre madre e hijo adquiere el carácter de un pacto secreto y fuerza al sujeto a mantener una fachada de supuesta normalidad que le permita poder circular en sociedad. No hay en estos casos lo que Lacan llama la pretensión ?de alcanzar la Cosa? materna propia de los psicóticos, aspiración que les vuelve literalmente imposible adecuarse al trato consensuado con los demás.