Actualmente, en los países occidentales, muchos estudios médicos muestran que las mujeres viven más años que los hombres, pero su calidad de vida y su nivel de salud es sensiblemente menor. El hecho de pertenecer a una clase social determinada o a un sexo en concreto, condiciona nuestra vida en general y la salud en particular. La cultura interioriza, las diferentes condiciones de los trabajos de unas y otros, las desiguales responsabilidades y los diferentes esfuerzos. En España las mujeres trabajan una media diaria de cuatro horas más que los hombres (en otros países esta cifra se dobla).
El tiempo no es sólo una cuestión de organización personal, la estructura social es la que realmente organiza y distribuye los tiempos de las personas que viven en ella para un mejor control de sus recursos y actividades y de esta forma regular los horarios laborales, los del ocio, los de relación con el entorno, los de creación, etc. Algunos datos sanitarios revelan que una mujer que acude a un servicio de urgencias espera más que un varón aunque su enfermedad tenga la misma gravedad, y lo mismo sucede a la hora de aplicar ciertas medidas preventivas. Muchos problemas de salud se estudian en los hombres y posteriormente se extrapolan a las mujeres, sin tener en cuenta las posibles diferencias biológicas o psicosociales. En este trabajo se reflexionará sobre algunos de los aspectos que influyen mas directamente en la salud de la mujer.
Mujer y salud: Diario de una mujer emocionalmente liberada.
Sara Covadonga Granda Mariño.
Equipo de Continuidad de Cuidados C. Hospitalario “Arquitecto Marcide Prf. Novoa Santos”.
Resumen
Actualmente, en los países occidentales, muchos estudios médicos muestran que las mujeres viven más años que los hombres, pero su calidad de vida y su nivel de salud es sensiblemente menor. El hecho de pertenecer a una clase social determinada o a un sexo en concreto, condiciona nuestra vida en general y la salud en particular. La cultura interioriza, las diferentes condiciones de los trabajos de unas y otros, las desiguales responsabilidades y los diferentes esfuerzos. En España las mujeres trabajan una media diaria de cuatro horas más que los hombres (en otros países esta cifra se dobla). El tiempo no es sólo una cuestión de organización personal, la estructura social es la que realmente organiza y distribuye los tiempos de las personas que viven en ella para un mejor control de sus recursos y actividades y de esta forma regular los horarios laborales, los del ocio, los de relación con el entorno, los de creación, etc. Algunos datos sanitarios revelan que una mujer que acude a un servicio de urgencias espera más que un varón aunque su enfermedad tenga la misma gravedad, y lo mismo sucede a la hora de aplicar ciertas medidas preventivas. Muchos problemas de salud se estudian en los hombres y posteriormente se extrapolan a las mujeres, sin tener en cuenta las posibles diferencias biológicas o psicosociales. En este trabajo se reflexionará sobre algunos de los aspectos que influyen mas directamente en la salud de la mujer.
Introducción
Una vez más, numerosos estudios del ámbito de la medicina señalan que existe un mayor porcentaje de demanda de asistencia sanitaria por parte de la mujer, bien como paciente o bien como depositaria de la salud del resto de la familia.
Los motivos de su consulta son variados pero llama la atención que un gran porcentaje lo haga por cansancio, sentimientos depresivos, ansiedad, insomnio. A ello debemos sumar el porcentaje que sufre de dolores crónicos, especialmente de espalda y rodillas….
Estudios en el ámbito de la Medicina diferencial de genero corroboran los estragos que para la salud de la población tienen la desigualdad y la injusticia social, ya que hablamos de salud en relación con el genero, porque la enfermedad de muchas de estas mujeres no se originan por el hecho biológico de serlo, sino por las condiciones en que han vivido y aun viven, debido a las creencias y los mandatos sociales
Todos los estudios médicos actuales muestran que las mujeres viven mas años que los hombres en todos los países occidentales: en el año 2000 se hallaba para la ciudad de Barcelona una diferencia de siete años entre hombres y mujeres, situándose la media de la esperanza de vida en 79. 1 años. A pesar de ello, su calidad de vida y su nivel de salud son sensiblemente menores, siendo especialmente precarias cuando se recorre el tramo final de la vida.
Además se hallan también diferencias importantes en la calidad de la asistencia sanitaria recibida y en la realización de prácticas preventivas. Esta afirmación se concreta en el hecho de que una mujer que vaya a un servicio de urgencias, esperará para ser atendida, bastante más que un varón, aunque su enfermedad tenga la misma gravedad.
El ámbito en que más se ha dado a conocer esta desigualdad corresponde a las enfermedades cardiovasculares. En ellas el esfuerzo diagnostico y terapéutico realizado a mujeres es menor que a los hombres. La Dra. Mª Teresa Ruiz describe lo que se conoce como síndrome de Yentl:
“Como Yentl, la mujer hebrea que tuvo que disfrazarse de varón para entrar en la sinagoga y tener la posibilidad de estudiar, es necesario que la mujer manifieste síntomas similares a los de los varones, para que la enfermedad se reconozca como tal, cuando hay que tener en cuenta que las fases iniciales de la enfermedad no tienen porque manifestarse de forma similar en ambos sexos”
Esta terrible desigualdad que conduce a la muerte a muchas mujeres ocurre porque, entre otras cosas, tradicionalmente se estudian los problemas de salud en los hombres y luego los resultados se extrapolan a las mujeres, sin tener en cuenta las posibles diferencias biológicas ni Psicosociales.
Como profesionales sanitarios sabemos que los síntomas, además de indicadores de una enfermedad, tienen siempre un valor simbólico personal y social, y nacen de una experiencia subjetiva y particular intransferible e intercambiable. Por ello considero que es nuestra responsabilidad preguntarnos: ¿Que subyace en la queja somática? ¿Cuál es nuestra actitud frente a ella?
Las enfermas perpetuas
A lo largo de la historia de la Humanidad, los individuos fueron aprendiendo, a través de los valores transmitidos por la cultura, religión y costumbres, el comportamiento que cada uno debía asumir según fuera hombre o mujer. Por lo general la mujer se destinaba a la procreación, el cuidado de los hijos y del hogar, mientras que del hombre se esperaba que fuera capaz de garantizar las necesidades de su familia y su subsistencia. Esta diferenciación, donde lo femenino se debe supeditar a lo masculino, trasciende a todas las esferas de la vida y provoca una relación de poder donde el hombre es el dominante, mientras que la mujer, su papel y sus tareas son devaluadas socialmente.
En el caso de las mujeres, la misma Biblia, acuña la versión de que la mujer es un hombre incompleto, en la misma línea de Platón, para quien la mujer es un “hombre castigado”, y Aristóteles para quien la naturaleza siempre pretende hacer un varón, pero cuando se produce un fallo en el proceso de reproducción o el útero ha sido mal alimentado, nace una niña.
Desde que Hipócrates describió a las mujeres como “perpetuas enfermas” la medicina no ha dejado de ejercer el control social sobre el cuerpo de las mujeres, primero como complemento de la moral religiosa y mas tarde cuando en el siglo de la Ilustración la ciencia tomo el relevo a la religión, de forma hegemónica
Es el poder social de cada época quien ha dictado la posición general de inferioridad natural de las mujeres, pero, después la medicina ha transmitido la misma idea, dando una visión de la mujer como un ser débil y permanentemente enfermo para anular sus necesidades de autonomía
Así por ejemplo la Medicina del siglo XIX, mantuvo dos posiciones diferentes para los dos tipos básicos de mujeres que en función de las diferentes clases sociales, había en la sociedad.
Las mujeres de clase acomodada llegaron a estar dominadas por la enfermedad. El aislamiento de sus hogares, la falta de motivación, la represión de sus facultades las condujeron a un estado hipocondríaco puesto de manifiesto por una “invalidez permanente”. En este momento nació la histeria, enfermedad femenina por excelencia.
En la misma época las mujeres de clase obrera no tenían tiempo de practicar la invalidez femenina. Si las adineradas eran débiles y enfermizas, las pobres eran las mas resistentes, incluso en comparación con los varones de su misma clase social.
En 1844 un industrial ingles testifico ante el Parlamento, que el solo empleaba mujeres en sus talleres mecánicos:
“ …. Y doy total preferencia alas mujeres casadas, especialmente a las que tienen en casa a familias que dependen de ellas ; son esmeradas y dóciles, mas que las solteras, y están obligadas a llegar hasta el limite de sus fuerzas para hacer frente a las necesidades de la vida”
En el fondo de ambas situaciones tan dispares, había una misma ideología que condenaba a las mujeres. A unas las somete a la abulia y a la enfermedad y a las otras las condena a la pobreza, la enfermedad y la muerte. Solo hubo un momento en que existió un vínculo entre ambas mujeres y fue en torno a la salud, cuando las sufragistas lograron salir al espacio público y tener derechos políticos. Entonces se origino un movimiento a favor de la sanidad pública para mejorar la salud de los barrios bajos y a favor del control de la natalidad. Por una vez las mujeres estaban implicadas en la lucha por su propia salud.
La mujer emocionalmente liberada
Toda mujer por el hecho de serlo es una ama de casa en potencia. Eso significa que, tanto si tiene trabajo o profesión remunerada como si no, recaerá en ella la responsabilidad de mantener la casa y la familia en condiciones de higiene y bienestar. Esta obligación social, multiplica por dos el horario de trabajo femenino, con graves efectos perjudiciales sobre su salud. Un estudio en el 2002 revelaba que dos de cada diez amas de casa presentaban un cuadro de cansancio emocional, actitud distante con la familia, irritablilidad y baja autoestima. Con frecuencia a estos síntomas, se unían otros, como dolores de cabeza o gastroenteritis. Tales síntomas constituyen el síndrome de Burnout.
El cuerpo es como un diario personal en el que se va escribiendo todos los capítulos de la propia vida: amor, agresividad, desengaño, tristeza, ternura, cansancio, angustia, ilusión, soledad. Si las mujeres no tienen palabras para expresar sus sentimientos, si no tienen espacios ni tiempos para elaborarlos, el cuerpo seguirá actuando como catalizador de los mismos.
Somos mujeres y somos enfermeras, mi propuesta es asumir nuestra autonomía personal y nuestra responsabilidad profesional desde la libertad que nos da el conocimiento y gestión de nuestras emociones.
Alguien dijo alguna vez:
“Cuando gestiones el miedo, aparecerá la belleza de tu voz”
Sara Covadonga Granda Mariño
Bibliografía
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