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Un modelo integrativo de terapia de pareja.

Autor/autores: Evelyn Peckel
Fecha Publicación: 01/01/2004
Área temática: Tratamientos .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

Dentro de la reciente tendencia a desarrollar modelos integradores y tomando como base algunos de los planteamientos de Paul Wachtel, hemos desarrollado un modelo para comprender la dinámica de pareja que combina lo psicodinámico y lo interaccional. Psicodinámico en tanto que se asume que el pensar, sentir y actuar pueden ser comprendidos en función de la dinámica entre lo consciente y lo inconsciente, dinámica marcada por las vicisitudes del desarrollo psíquico. Interaccional en cuanto que estos procesos personales se producen dentro de un contexto de relaciones en el cual tanto lo interno como el contexto interactúan en un proceso continuo de retroalimentación.

El conflicto de pareja es visto como un círculo vicioso, patrón reiterativo e insatisfactorio de relación que se desea cambiar pero que, paradójicamente es mantenido por lo que hemos denominado enganches y trampas inconscientes. Los primeros hacen referencia a la forma como se atrapan mutuamente los miembros de la pareja en la perpetuación del conflicto mientras que las segundas hacen referencia a los mecanismos mediante los cuales cada uno se protege de enfrentar sus propias representaciones y conflictos inconscientes. De esta manera, mostramos cómo el conflicto de pareja es mantenido por ambos miembros y aunque resulta insatisfactorio, cumple la función de resguardar a sus miembros. Brevemente se expondrán los objetivos de la terapia, el proceso terapéutico con sus técnicas. Igualmente, se analizarán el papel del terapeuta en el proceso y la función de la relación terapéutica en el cambio. Ilustraremos la exposición con casos de la práctica clínica.

Palabras clave: terapia de pareja


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Un modelo integrativo de terapia de pareja.

Carmen Elvira Navia; Evelyn Peckel; María Isabel Navia.

 

Resumen

Dentro de la reciente tendencia a desarrollar modelos integradores y tomando como base algunos de los planteamientos de Paul Wachtel, hemos desarrollado un modelo para comprender la dinámica de pareja que combina lo psicodinámico y lo interaccional. Psicodinámico en tanto que se asume que el pensar, sentir y actuar pueden ser comprendidos en función de la dinámica entre lo consciente y lo inconsciente, dinámica marcada por las vicisitudes del desarrollo psíquico. Interaccional en cuanto que estos procesos personales se producen dentro de un contexto de relaciones en el cual tanto lo interno como el contexto interactúan en un proceso continuo de retroalimentación.

El conflicto de pareja es visto como un círculo vicioso, patrón reiterativo e insatisfactorio de relación que se desea cambiar pero que, paradójicamente es mantenido por lo que hemos denominado enganches y trampas inconscientes. Los primeros hacen referencia a la forma como se atrapan mutuamente los miembros de la pareja en la perpetuación del conflicto mientras que las segundas hacen referencia a los mecanismos mediante los cuales cada uno se protege de enfrentar sus propias representaciones y conflictos inconscientes. De esta manera, mostramos cómo el conflicto de pareja es mantenido por ambos miembros y aunque resulta insatisfactorio, cumple la función de resguardar a sus miembros.

Brevemente se expondrán los objetivos de la terapia, el proceso terapéutico con sus técnicas. Igualmente, se analizarán el papel del terapeuta en el proceso y la función de la relación terapéutica en el cambio. Ilustraremos la exposición con casos de la práctica clínica.

Abstract

Based on some thoughts and proposals made by Paul Wachtel, we propose a model to understand couple’s interaction that integrates the psychodynamic and the systemic perspectives. It takes into account the internal world and its dynamic, as well as the context in which the individual dynamics takes place. The individual and his/her environment are seen as mutually defined and redefined in a circular process.

We developed three concepts to explain the couple conflictive dynamic: vicious circles, hooks, and unconscious traps. Couple’s conflict is viewed as a vicious circle, a reiterative pattern of relationship that even though unsatisfactory, it is perpetuated and maintained by the hooks and traps of the members of the couple. Hooks are those ways in which both members mutually trap themselves in the vicious circle while traps refer to those mechanisms through which each individual perpetuates and protects him o herself of confronting unconscious representations. Hooks help us understand how the context maintain our internal representations and tramps make reference to the individual dynamics.

Briefly we describe therapeutic goals and the therapeutic process, plus the role of the therapist in the process. Clinical examples are used to exemplify the concepts.



Hasta hace unos pocos años tanto la formación como la práctica psicoterapéutica se caracterizaban por la lucha entre escuelas y modelos que se nos presentaban, no solo como visiones completas del mundo, sino como mutuamente excluyentes. Cada modelo reclamaba el estatus de ser “el verdadero”; sus adherentes trataban con desdén los otros modelos, criticándolos sin conocer muy a fondo sus planteamientos, congruencias e incongruencias (Safran, 1998, Wachtel, 1997). Era una situación de polarización en la que predominaba el ataque entre escuelas que se buscaban las falencias mutuamente.

Cada vez resulta más evidente que ninguno de los modelos clínicos ha comprobado ser el único válido, eficaz y verdadero. Al mismo tiempo, se observa un movimiento hacia una posición de mayor humildad, en tanto que se acepta que cada uno de estos resulta limitado para comprender la totalidad del funcionamiento psíquico humano y ya se reconocen solo como uno de los múltiples lentes posibles para observar, comprender y explicar el mundo de lo psíquico (Safran, 1998). Esto ha dado lugar a una mayor apertura al diálogo y el nacimiento de tendencias que buscan integrar modelos y aproximaciones teóricas, no en el sentido de convertirse en una amalgama indiscriminada de técnicas, sino en la búsqueda de puntos de convergencia y en el planteamiento de modelos más globales.

Los modelos y teorías clínicas podrían clasificarse en dos grandes grupos: aquellos que tienden a centrar su mirada en el individuo y los que hacen énfasis en el contexto como fuente explicativa del funcionamiento psicológico del ser humano. Si bien ninguno desconoce el importante papel que desempeñan cada uno de estos dos aspectos, si resulta evidente que la atención se centra sobre alguno de los lados de la relación. Según algunos autores, entre ellos Wachtel y Wachtel (1986), individuo y contexto se influyen, moldean y modifican mutuamente en un proceso circular continuo. A lo largo del desarrollo vamos formando un conjunto de representaciones de nosotros mismos (“Self”) en relación con los demás, así como de lo que nos rodea y del vínculo emocional que nos liga a ello. Estas representaciones funcionan como “modelos de trabajo” (Rosen, en Judith Siegel, 1992) mediante los cuales nos relacionamos con el mundo; al mismo tiempo, cada nueva interacción o bien nos ratifica esos modelos o nos confronta con la necesidad de modificarlos para continuar de nuevo en nuestro continuo proceso de relación con el mundo. En este sentido, individuo y contexto se definen, mantienen o redefinen mutuamente en un proceso circular en el que decir dónde y cómo empieza el círculo, y dónde termina, resulta ser una decisión arbitraria y siempre relativa.

En este proceso la persona enfrenta su contexto de relaciones con la representación de sí mismo y de su relación con los demás que se ha venido formando a lo largo de su vida y que la lleva a interpretar las acciones de aquellos con quienes se relaciona de una manera particular. A su vez, los demás reaccionan o bien perpetuando o dando la oportunidad de modificar esas representaciones personales internas.

Si una persona se representa a sí misma como alguien que siempre puede más y para quien lo logrado nunca es suficiente, y a los demás como la madre admirada a quien nunca lograba satisfacer, tenderá a menospreciar sus actuaciones, a presentarlas buscando una aprobación siempre deseada, más nunca realmente esperada pues no se cree realmente merecedora de ella. Sintiéndose siempre menos que suficiente, tenderá a relacionarse con el mundo comunicándole su sensación de “siempre se puede ser o hacer mejor” y buscando personas y medios exigentes que la mantengan en su carrera por alcanzar el ideal de perfección. Inmersa siempre en contextos regidos por el logro y la búsqueda de la perfección sus ejecuciones nunca serán suficientes; tanto ella como su contexto se exigen mutuamente en una carrera sin fin que perpetúa la sensación de nunca satisfacer a quienes ama (Navia, Ppeckel, & Navia, 2003).

En este sentido es que Wacthtel y Wachtel (1986) afirman que las representaciones de nosotros y nuestra relación con los demás se mantienen no a pesar de las circunstancias externas sino precisamente en colaboración con ellas. Terminamos repitiendo patrones del pasado que nuestras interacciones presentes mantienen, tanto por nuestra forma de enfrentar estas nuevas situaciones y la reacción que generamos en quienes nos rodean, como por el tipo de contextos y de personas que elegimos para relacionarnos.

Estos patrones de relación con el entorno casi siempre funcionan de manera automática y, si bien podemos llegar a ser conscientes de ellos, por lo general esto no es lo que sucede. Con frecuencia desconocemos su motivación y mecanismos de acción. Aun cuando a veces quisiéramos romperlos, pareciera que estuviéramos atrapados por ellos. Lo cierto es que aquello desconocido que nos motiva a reaccionar de una determinada manera y a buscar personas y contextos que mantienen esa insatisfactoria forma de relación y manejo del entorno, nos atrapa.
Indudablemente, confrontar nuestras formas de relación con el mundo y lo que nos motiva a ello, genera temor y angustia. Implica confrontar, aceptar y dejar atrás situaciones del pasado que nos han marcado, arriesgar a relacionarnos con el mundo de manera diferente a como siempre lo hemos hecho, abrirnos a la posibilidad del fracaso y el dolor, enfrentarnos a nuestras falencias y capacidades, aceptarlas y construir con ellas.


Relación de Pareja, conflicto y Trampas Inconscientes

En línea con lo anterior, vemos la pareja como un sistema en el que participan primordial, más no exclusivamente, dos personas que traen a este nuevo sistema su identidad, su forma de interpretar y relacionarse con el mundo, sus deseos, sus necesidades y en fin, su funcionamiento psíquico marcado por las experiencias pasadas y presentes. En este proceso interactivo confluyen: 1) las historias de cada uno, manifiestas a través de su manera de relacionarse con el otro; 2) las interacciones actuales que modifican o perpetúan patrones de relación; 3) la identidad, necesidades y conflictos de cada miembro y 4) las relaciones de cada uno con sus sistemas familiares, laborales, sociales y culturales.

Cada uno es actor y contexto para el otro. Actor en tanto que cada uno piensa, siente, se comporta y lo motivan ciertas cosas. Contexto en cuanto que interpreta y reacciona a lo del otro. Ambos miembros son colaboradores en la creación de una sucesión de acontecimientos en la cual no nos interesa determinar quién es el enfermo, el culpable o la víctima, sino entender el proceso circular de interacción.

Una pareja se establece mediante lo que hemos denominado enganches. Enganchar significa agarrar algo atrapándolo para que quede sujeto, como en una cadena en la que los aros se entrelazan unos con otros. Cuando el gancho casa en la pieza complementaria, se produce el enganche; de lo contrario, los aros se sueltan (Navia, Peckel y Navia, 2003). La compatibilidad de maneras de ser y de pensar, las formas similares de abordar las cosas, las diferencias que permiten que el uno complemente al otro, la atracción física, etc. son todas formas como las parejas se enganchan.


Los enganches pueden ser conscientes o inconscientes y constructivos o tramposos. Los enganches conscientes se montan sobre aquellos aspectos de cada miembro de la pareja que les son conocidos y aceptados como parte de la relación. Los enganches inconscientes hacen referencia a la atadura mediada por las representaciones de nosotros mismos y la relación con el entorno que nos son desconocidas y nos llevan a reaccionar de maneras automáticas. Los enganches constructivos son aquellos que favorecen el crecimiento de la pareja y de sus miembros, mientras que los tramposos lo impiden, encerrando a la pareja en círculos viciosos de interacción.


Los enganches tramposos se montan en lo que hemos denominado trampas inconscientes. Como su nombre lo indica, las trampas son formas en las cuales las personas se atrapan a sí mismas perpetuando formas insatisfactorias de actuar y relacionarse con el entorno. Consisten en el desarrollo de una serie de estrategias, fundamentadas en las representaciones inconscientes, y encaminadas a prevenir el logro de lo conscientemente deseado. Lograr esto implicaría confrontar aquello que es desconocido y genera angustia (Navia, Peckel y Navia, 2003).

Las representaciones internas de cada miembro de la pareja se van formando a través de la vida y las relaciones. Cada uno aprende, usualmente de manera inconsciente, a esperar ciertas cosas de los demás y a prescindir de otras. A pesar de ser a veces doloroso, se vive con esas expectativas y se las perpetúa en las relaciones. Por ejemplo, una persona que ha crecido en un medio carente y sometida al abandono afectivo, aprende a esperar poco de sus relaciones afectivas. De esa manera, busca a otros para quienes comprometerse afectivamente sea difícil y al establecer este tipo de relaciones, mantiene su expectativa interna de ser una persona a quienes todos pueden abandonar o poco merecedora de un amor incondicional. Aunque conscientemente lo que más se desea es ser amado, inconscientemente se espera lo contrario. Por lo tanto, no solo no se encuentra el anhelado compromiso afectivo, sino que se hace todo aquello que lleva a los otros a alejarse y evitar el compromiso. El temor real no es a no ser amado, sino precisamente a serlo. En este caso, ser amado obligaría al individuo no solo a enfrentar anteriores abandonos, que han dejado su huella, sino que lo coloca en una posición de vulnerabilidad. Si bien podría por fin desarrollar ese anhelado compromiso, también surge el temor de no ser merecedor del mismo y la posibilidad de no lograr lo que desea.

Cuando obtener aquello que deseamos más profundamente implica confrontar, y eventualmente, deshacer esa representación interna y dicho enfrentamiento es vivido como muy amenazante y generador de angustia, surgen formas de funcionamiento relacional que nos protegen de ello e impiden lograr ese deseo. En otras palabras, quedamos atrapados tanto por el temor como por la funcionalidad de las formas de relación que desarrollamos a lo largo de la vida. Esas son las trampas inconscientes.


El conflicto en la pareja sería la resultante de la interacción entre conflictos internos, su expresión en la relación y la reacción del otro ante ellos, generando ciclos reiterativos que producen malestar e impiden que la pareja se movilice. Es la puesta en escena interaccional de las diversas trampas, que se mantiene a través de enganches tramposos que construyen los círculos viciosos.  El círculo vicioso es la reiteración de un patrón insatisfactorio de relación que se desea cambiar, pero que resulta imposible hacerlo. Al estar montados sobre conflictos y dificultades inconscientes de cada uno de sus miembros, estancan a la pareja en su crecimiento y desarrollo generando esos procesos interaccionales reiterativos que con frecuencia se observan en las parejas en conflicto.

Veamos lo anterior con un ejemplo de la práctica clínica.
Carlos y Sandra acuden a terapia de pareja porque su relación se había convertido en una serie innumerable de peleas. Discutían porque Sandra le reclamaba a Carlos por llegar tarde, por dedicarle más tiempo al trabajo, a su familia y a sus amigos que a ella. Algunas veces Carlos se alejaba molesto y en otras ocasiones le respondía que ella no hacía más que controlarlo y exigirle todo el tiempo, pero que no se detenía a pensar en todas aquellas veces en las que él si estaba y le colaboraba en el hogar. Sandra se sentía abandonada y Carlos controlado y vigilado constantemente.

Al iniciar la terapia, Carlos manifestó: “Si Sandra dejara de reclamarme todo el tiempo porque no estoy en casa, si no me llamara a la oficina a preguntarme por la hora en que pienso llegar, yo seguramente llegaría temprano y le dedicaría más tiempo, porque a mí me gusta estar con ella. Pero no soporto que ella me esté controlando todo el tiempo. Esa actitud me hace no querer llegar nunca a la casa”. A lo que Sandra respondió: “Si yo no te llamara tu te quedarías allá sin importarte nada, si no te estuviera diciendo que necesito que me ayudes y me colabores tu ni te inmutarías. Si tu me demostraras que me quieres, toda mi inseguridad cesaría y dejaría de molestarte”.

Carlos y Sandra estaban encerrados en un círculo vicioso en el que ella exigía y reclamaba afecto mientras que él se mantenía distante. Y cada uno consideraba que su comportamiento era el obvio resultado de la forma como el otro actuaba: Sandra pensaba que tenía todo el derecho de exigir porque él no daba y Carlos sentía que no iba a dar en tanto ella no parara de acosarlo.

Al indagar sobre la historia de cada uno, Carlos manifestó que a los doce años su madre los abandonó sin explicación alguna; simplemente se fue, dejando a sus hijos a cargo del padre, quien mantuvo la familia unida delegando en ellos las responsabilidades del hogar para así poder continuar trabajando. Esta fue una experiencia traumática que cambió su vida; el medio seguro, predecible y confiable dentro del cual se crió se rompió de manera abrupta e inesperada. El temor al abandono y la rabia hacia las mujeres, a quienes inconscientemente veía como seres poco confiables, comenzaron a regir sus relaciones.
Según contaba, sus relaciones de pareja fueron siempre inestables y por lo general repetía el mismo patrón. Durante la conquista se mantenía pendiente y se mostraba cariñoso y atento pero cuando empezaba a surgir la necesidad de un compromiso a largo plazo, el amor y el interés que antes sentía parecían desaparecer y se alejaba poco a poco. Este comportamiento desencadenaba una actitud de reclamos constantes por parte de sus parejas, lo que le servía de excusa para distanciarse aún más. Decía sentirse cansado de no poder mantener una relación comprometida y estable; sin embargo, el patrón se había repetido sin cesar y estaba empezando de nuevo.

El abandono por parte de su madre contribuyó a que se desarrollaran, entre otras, dos representaciones internas: por una parte, la de “ser una persona tan poco valiosa que hasta su misma madre lo podía dejar” y por la otra, que las mujeres “son poco confiables y pueden abandonar súbitamente”. Estas representaciones le generaban inseguridad frente a las relaciones de pareja, inseguridad que manejaba huyendo del compromiso. Paradójicamente, aunque manifestaba desear mantener un vínculo estable, siempre terminaba alejándose y encontrando en el comportamiento de las mujeres una excusa para ello.

Por su parte, Sandra manifestó haber crecido en un ambiente muy exigente en el que no había muchas manifestaciones de afecto y aprecio, y en el que la mayoría de sus logros pasaban inadvertidos; simplemente estaba cumpliendo con lo que debía ser o hacer, o siempre había algo más por hacer o alcanzar. Nunca sintió que lo que lograba era suficiente y esperaba siempre un reconocimiento que jamás llegaba. Sentía que solo era reconocida y tomada en cuenta cuando necesitaban algo de ella y aunque jamás había intentado buscar el apoyo de su familia, creía que si alguna vez lo hacía no lo recibiría, idea que hasta el momento nunca había realmente puesto a prueba. A través de estas y otras experiencias, Sandra se fue formando la imagen de no ser una persona a quien los demás pudieran querer y apreciar y su modelo interno e inconsciente de relación indicaba que no podía confiar en que los demás la apoyarían y amarían, únicamente en la medida en la que la necesitaran y pudiera ofrecerles algo, modelo que fue reafirmándose en cada una de sus experiencias de pareja. Según contaba, tendía a aburrirse en aquellas relaciones en las que el otro estaba siempre pendiente de ella y que, por el contrario, le gustaban los hombres desapegados emocionalmente, a los que creía que nunca iba a atraer. Conquistarlos se convertía en todo un reto que por lo general lograba y la hacía sentir importante y valiosa. . . al menos por un tiempo. No obstante, ese desapego que en un principio la atraía, se transformaba posteriormente en fuente de sufrimiento y frustración. Se sentía abandonada, comenzaba a reclamar por todo y la asaltaban las dudas con respecto a si la querían o no. En algunas ocasiones su insatisfacción la llevaba a terminar con la relación mientras que en otras, eran ellos quienes se alejaban aburridos de tanto reclamo.

Aunque ambos manifestaban sentirse insatisfechos y desear cambiar la situación, desconocían que el mismo conflicto que los perturbaba les cumplía una función: para Carlos, los continuos reclamos de Sandra eran la “disculpa perfecta” para no involucrarse y no enfrentar enfrentar la dolorosa posibilidad de experimentar el abandono, experiencia que él asociaba inconscientemente con las relaciones. Paralelamente, la distancia que Carlos ponía le daba pie a Sandra para reclamar y estar pendiente de las fallas del otro y, por lo tanto, de no enfrentarse con el hecho de que internamente las relaciones se representaban como situaciones en las que no recibiría afecto y apoyo. Al mismo tiempo, se percibía a sí misma como poco merecedora de cualquiera de los dos. De esta manera, el conflicto cumplía la función de protegerlos y resolverlo les implicaría confrontar esos modelos internos que guiaban sus relaciones, así como los temores y la angustia asociados.

Sandra y Carlos se encontraban en un círculo vicioso en el que las acciones de cada uno de ellos generaba una respuesta en el otro que mantenía y perpetuaba el círculo. A su vez, este patrón les ayudaba a mantener sus propias trampas inconscientes: la tendencia controladora de ella y su demanda constante de atención le reaseguran a Carlos que ella estaba con él; no obstante, su insatisfacción constante y sus amenazas de separación lo ayudan a mantenerse alejado y distante. Al mismo tiempo, las fallas constantes de Carlos en satisfacer las demandas de su esposa resguardan a Sandra de enfrentar su temor a no ser valorada y querida por alguien a quien amaba y admiraba.

A primera vista la situación de una pareja parecería fácil de resolver. El dice: “Si ella dejara de controlarme, yo sí me metería más en la relación y hasta sería más cariñoso, pero como no hace sino estarme persiguiendo y reclamándome eso hace que yo me aleje”. Ella responde: “Si él me demostrara que me quiere y que yo soy su prioridad, toda mi inseguridad cesaría y dejaría de molestar”. Incluso nosotros como terapeutas podríamos ver la situación como algo sencillo de solucionar. Bastaría con prescribir a cada uno hacer lo que el otro desearía, pues las peticiones suenan sensatas si uno se coloca en el lugar de cada uno de ellos.

Esto es lo que Elkhaim (1986) ha llamado la paradoja de las parejas: el cambio más deseado y anhelado en el otro es al mismo tiempo el más temido. Y es que los conflictos de las parejas y los círculos viciosos de interacción, a pesar de ser insatisfactorios, se mantienen porque siempre cumplen una función a cada uno de los miembros.

Si bien el individuo, a través de su forma de relación con el medio, se coloca en una situación tramposa de perpetuación de relaciones insatisfactorias, las personas que se encuentran a nuestro alrededor también contribuyen a mantener esas trampas. ¿Cómo mantiene el contexto esta situación? En la medida en que reacciona frente a nuestras formas de relacionarnos confirmando las expectativas inconscientes y protegiéndonos de confrontar los deseos y necesidades inconscientes que nos generan temor. En este sentido es que planteamos que las trampas, si bien surgen de un conflicto entre buscar lo que deseamos y el no hacerlo por la angustia que ello genera, son a su vez, mantenidas por la forma como el contexto nos responde a ello. Es así como consideramos que una relación constructiva sería aquella que nos da el espacio para arriesgarnos en el cuestionamiento de esos modelos internos de relación que funcionan de manera automática y en el desarrollo de formas alternativas de relación con el entorno, que den lugar a nuevas representaciones y modelos internos.

Enganches, círculos viciosos y trampas son conceptos que nos permiten comprender la dinámica de funcionamiento de las parejas y los sistemas de relación. El contenido de estas dinámicas variará en cada caso particular y esa será precisamente una de las labores dentro de la terapia.

 

La terapia de Pareja

A través del proceso terapéutico se busca que los consultantes identifiquen la forma en la cual se enganchan manteniendo los círculos reiterativos de interacción, indaguen sobre las motivaciones inconscientes de ello y al mismo tiempo, reconozcan y fortalezcan aquellos aspectos que, a pesar de la insatisfacción, nutren y mantienen la relación. Es un espacio de construcción conjunta entre consultantes y terapeuta que busca, en última instancia, llevar a los miembros de la pareja a hacerse conscientes de su participación en la problemática y manejar sus reacciones automáticas frente al otro. Así, promover una mayor libertad de escogencia y de acción. A lo largo del trabajo terapéutico se genera el desarrollo de formas alternativas de entender y significar su realidad; al mismo tiempo, al crearse un espacio de comunicación respetuosa en el que se exponen y se van conociendo aspectos más personales, cada uno empieza a verse y ser visto como es y no como se desearía que fuese.

Así el terapeuta haya conocido muchos casos iguales o tratado mucha gente, es importante empezar con cada pareja como si nunca se hubiese visto otra. Es decir, es necesario comprenderla desde su mundo particular, evitando encerrarla en categorías diagnósticas o clasificaciones preestablecidas que brindan explicaciones que frenan un proceso de construcción y desarrollo de hipótesis que serán puestas a prueba y comprobadas solo en la medida en que les sean útiles a la pareja para comprender lo que le sucede. En este sentido, todo proceso terapéutico se asemeja a un proceso de investigación donde no sabemos de antemano las respuestas sino que las vamos planteando y corroborando a lo largo del camino. Técnicamente, preguntar mucho acerca de la interacción alrededor de las quejas planteadas por cada uno, es lo que ayuda al terapeuta a entender y poder mostrar el patrón relacional, involucrándolos a ambos en las dificultades. Asimismo, mantener una actitud curiosa, de apertura a nuevas comprensiones y posibilidades de entender (Cecchin, 1987), en donde el terapeuta no sabe de antemano lo que le sucede a otro, favorece la exploración de nuevas formas de resignificar la realidad. Al igual que en la terapia individual, poder formar la alianza de trabajo depende de una actitud terapéutica que proporcione holding, comprensión y aceptación; se busca entender a cada uno y la interacción desde su propio marco de referencia. Lo fundamental es entender la vivencia que cada uno tiene sobre la situación y evidenciarles el patrón interactivo en el cual se encuentran inmersos al iniciar la terapia, dándoles así una comprensión diferente sobre su conflicto y lo que genera insatisfacción.


A partir de lo narrado por las parejas alrededor de sus quejas, el terapeuta va dilucidando y ayudándoles a ver el círculo de interacción en el cual se encuentran atrapadas, es decir,  qué hacen y cómo contribuye cada uno al mantenimiento del problema. Aunque por lo general los dos miembros de la pareja acuden a la terapia, ello no implica que ambos se sientan parte del problema. Algunos(as) acuden forzados por las amenazas del otro, otros(as) por acompañar a su pareja para que un tercero les confirme que el problema no es de ellos y en la mayoría de los casos, si bien afirman que el problema es de los dos, esto termina siendo un discurso vacío pues, al observarlos en interacción, se evidencia que realmente culpan y responsabilizan al otro Si bien siempre se culpan uno a otro, es fundamental en una primera fase lograr la participación de ambos en la terapia. Para alcanzar esto no basta con decirles que ambos son responsables; es conveniente írselos mostrando a través de la interacción circular que se evidencia en sus narraciones y en el espacio terapéutico. Con ello se busca generar una comprensión sobre lo relacional abriendo el camino a que se pregunten: “QUE ESTOY HACIENDO YO PARA QUE ESTE PROBLEMA SE PRESENTE O SE MANTENGA”? “¿QUÉ ESTÁ HACIENDO EL OTRO PARA AYUDARME A MANTENER LA FORMA COMO YO ACTUO, PIENSO Y SIENTO?”


En estos círculos se va determinando aquello que cada uno siente, hace o deja de hacer y que llevan al otro a responder de una forma particular; en otras palabras, ver el cómo se enganchan respondiendo automática e irreflexivamente frente a las acciones del otro y perpetuando el círculo interactivo.

Catalina vive diciéndole a Jorge cómo debe manejar la relación con su familia de origen para que aprenda a ponerle límites; para Jorge, el problema no es la relación con su familia sino los celos que siente Catalina hacia sus padres. Sin embargo, cuando se trata de algo relacionado con su familia, Jorge siempre lo hace a espaldas de Catalina, acción que la indispone enormemente y la lleva a agredirlo diciéndole frases como: “Ud. es poco hombre, parece un niño dependiente que se deja manejar por sus padres”. En este círculo de interacción el disparador para ella es que él oculte las cosas y para él, que ella trate de limitar la relación con su familia.

Las preguntas circulares tales como ¿Qué hace ella para que él responda ocultándole las cosas?, ¿Qué hace él para que ella reaccione indicándole cómo poner los límites?, ¿Cuando él oculta la información, ella qué hace?, ¿Cuando ella lo cuestiona, él qué hace?, son una herramienta terapéutica importante para evidenciar el patrón interactivo y las reacciones automáticas mutuas que mantienen el círculo vicioso. Se abre así un espacio de reflexión ante esas reacciones que perpetúan una situación reiterativa en la que cada uno explica y justifica sus actuaciones en función de lo que el otro hace. Al mismo tiempo, permite mostrar a cada uno la forma en la que sus acciones protegen al otro de caer en cuenta de sus propias dificultades y los lleva a comprender que aquello que es del otro no lo puede transformar sino solamente esa persona. En este caso, el comportamiento de Catalina ha impedido que Jorge haga consciente sus dificultades para individuarse de su familia de origen; al mismo tiempo, Jorge, escondiendo información, contribuye a que Catalina no haga consciente su necesidad de controlar.

A medida que se va viendo la participación de cada uno, se puede comenzar a entender la dinámica de la pareja a la luz de las trampas individuales de los miembros de la misma. El objetivo aquí es comprender la imposibilidad de lograr lo anhelado, profundizando sobre la angustia que generaría la ruptura del enganche. Es decir, por una parte, se va dilucidando aquello que los engancha produciendo malestar y por otra, aquello que a través del enganche los protege de enfrentarse a cambios propios y del otro, deseados pero temidos. Pedro se queja de que Juana es una persona descuidada tanto con su arreglo personal como en lo que se refiere al hogar; llega tarde, trabaja mucho, no organiza las cosas de la casa. A su vez, Juana se queja de que Pedro la critica por todo. En otras palabras, Pedro desearía que Juana se comprometiera más con su nuevo hogar y Juana, que Pedro la aceptara como es. En un esfuerzo por complacerlo, Juana propone que ella va a asumir la dirección del hogar pero como condición deben deshacerse de la empleada; ésta ha sido enviada por su suegra y siempre que Juana le indica algo ella le dice que “así no se hacía en la casa de don Pedro”. Al plantear esta posibilidad, Pedro le advierte que ella no va a tener tiempo para entrenar ni para dirigir a una nueva persona, así que debe pensarlo muy bien. Juana, sin pensarlo dos veces, afirma que Pedro tiene razón y tal vez cambiar a la empleada no sería tan buena idea después de todo; para ella sería muy difícil entrenar a alguien más.

Resulta evidente en el ejemplo anterior que cuando Juana intentó plantear un mayor compromiso con la pareja Pedro inmediatamente encontró todos los impedimentos posibles; en este sentido, Pedro mismo sabotea el logro de su deseo: una mujer comprometida con su hogar que asume la organización del mismo. Y es que para Pedro lograr ello le implicaría independizarse de su familia de origen y aprender a aceptar a alguien diferente. Al acceder rápidamente sin siquiera intentar probar su capacidad de hacerse cargo de las responsabilidades del hogar, Juana se confirma, una vez más, que ella no va a ser capaz y no se arriesga a hacer lo que piensa y siente; de esa manera evita enfrentar la posibilidad de ser aceptada como es. Queda claro entonces que el patrón de enganche no se puede romper únicamente con una prescripción de cambio, pues si no se clarifica la amenaza y se comprende el temor, dicho cambio será imposible.

Las preguntas denominadas por Tomm (1987, a, b) como reflexivas, los señalamientos y las interpretaciones son algunas otras de las herramientas técnicas que podemos utilizar para ir dilucidando los temores, necesidades y defensas inconscientes de cada uno. Las primeras llevan a las personas a cuestionar los contextos de significado desde los cuales interpretan la realidad, al tiempo que abren otras posibilidades de significación de la misma. Igualmente, mediante ellas se puede abrir el camino hacia una interpretación de las motivaciones inconscientes de cada uno. Con las interpretaciones y señalamientos el terapeuta aporta su comprensión de lo observado, complementado el trabajo realizado mediante las preguntas, tanto reflexivas como circulares.

Vale la pena aclarar que no todas las parejas necesitan ni están dispuestas a hacer un trabajo de esta naturaleza. Aunque acuden a terapia y plantean el deseo de realizar un trabajo terapéutico, lo que buscan es alguien que los ayude a separarse. En estos casos el objetivo será el de ayudarlas a sobrepasar la crisis o a enfrentar la decisión ya tomada pero no asumida de los miembros de la pareja.


El Terapeuta en el Proceso

Concebimos la terapia de pareja como un proceso relacional en el que el terapeuta participa, no como un experto que mira desde fuera, sino que entra a formar parte del mismo ocupando una doble posición: la de observador y la de participante activo. Como participante activo se convierte en contexto relacional para cada uno de los miembros y la pareja; en este sentido, cada individuo actuará con el terapeuta y despertará en él o ella aquellas reacciones que generalmente suscita en otros contextos. A diferencia de lo que sucede en la vida diaria y en la pareja misma, el terapeuta evita actuar las posibles reacciones o aquello que el otro le genera. En su lugar, pone en palabras lo que está sucediendo e interrumpe el círculo interactivo. Como observador, se mantiene vigilante ante sus propias reacciones y las de los demás buscando entender el proceso interactivo, promover formas alternativas de significar la relación y de actuar en ella.

Esta actitud de auto-observación permanente, aunada a la aproximación circular y curiosa por parte del terapeuta, son las que le permiten mantener una posición de neutralidad. Dentro de este contexto entendemos neutralidad como la disposición del terapeuta a entender a la pareja como un todo y a aliarse con ella como un sistema. Si bien el terapeuta siempre trata de evitar ponerse de parte de alguno de los dos, en aquellas ocasiones en las cuales esto sí sucede es indispensable trabajar y entender la alianza generada entre el terapeuta y alguno de los consultantes.

El terapeuta entonces entra como un tercero a la relación ayudando a la pareja a deshacer los círculos, enganches y trampas, lo que permitirá desarrollar una nueva forma de interactuar y comunicarse. Cuando la pareja asume aquellas funciones que en un comienzo le son dadas al terapeuta, éste se puede retirar de la relación y la pareja puede continuar sola.


Referencias

Cecchin, G. (1987). Hypothesizing, Circularity, and Neutrality Revisited: An invitation to curiosity. Family Process, 26, 4, 405-413.

Elkhaim, M. (1986). A systemic Approach to Couple Therapy. Family Process, 25, 1, 35-42.

Navia, C. E. ; Peckel, E. , & Navia, M. I. (2003). Relaciones que nos atrapan. Por qué las construimos y cómo las deshacemos. Bogotá: Editorial Norma.

Nichols, M. (1984). Family Therapy. Concepts and Methods. N. Y. : Gardner Press, Inc.

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