Se presenta una revisión de los principales factores cognitivos y emocionales que, según la investigación existente, se pueden relacionar con el abuso de sustancias.
Así, se revisa el papel de la búsqueda de sensaciones, de la impulsividad, de la autoestima, de la sensibilidad a la ansiedad y de la soledad. Para cada uno de estos factores se estudian, a su vez, posibles variables que puedan estar modulando su relación con el abuso de sustancias (género, cultura, etc. ). Se concluye que existen datos contundentes que respaldan una estrecha relación entre el abuso de sustancias y la búsqueda de sensaciones y la impulsividad. Pare el resto de factores cognitivos y emocionales se requiere una mayor investigación al respecto.
Factores cognitivos y emocionales implicados en el abuso de sustancia: Una revisión de datos empíricos.
García Montes, José Manuel; Fernández García, Rubén; Fornielles Ortiz, Israel; Muyor Rodríguez, José María.
Resumen
Se presenta una revisión de los principales factores cognitivos y emocionales que, según la investigación existente, se pueden relacionar con el abuso de sustancias. Así, se revisa el papel de la búsqueda de sensaciones, de la impulsividad, de la autoestima, de la sensibilidad a la ansiedad y de la soledad. Para cada uno de estos factores se estudian, a su vez, posibles variables que puedan estar modulando su relación con el abuso de sustancias (género, cultura, etc. ). Se concluye que existen datos contundentes que respaldan una estrecha relación entre el abuso de sustancias y la búsqueda de sensaciones y la impulsividad. Pare el resto de factores cognitivos y emocionales se requiere una mayor investigación al respecto.
Existen muy variadas formas de abordar las relaciones entre personalidad y abuso de sustancias. Entre otros factores, una cuestión a tener en cuenta es qué se entiende por “personalidad” y qué instrumentos se utilizan para evaluarla. En función de este criterio se podría entender que existen tres grandes enfoques (Pedrero, Pérez, de Ena & Garrido, 2005).
Así, en primer lugar, cabría hablar de un enfoque clínico. Desde esta perspectiva, el estudio de la “personalidad” en el consumo y abuso de sustancias se centraría, fundamentalmente, en indagar hasta qué punto existe alguna relación entre dicho abuso y el padecimiento de alguno de los trastornos de personalidad recogidos en el eje II del DSM IV TR (Amerinca Psychiatric Association, 2000).
Siguiendo este enfoque, Martínez-Raga, Valderrama, Cervera , Tarazona, Moreno, Bolinches & Leal (1996) hallaron que el 50 % de los pacientes admitidos en el hospital Clínico Universitario de Valencia para un tratamiento de desintoxicación padecían también algún trastorno de personalidad, siendo el de “personalidad antisocial” el más prevalente. Igualmente, se halla sólidamente establecida la relación entre trastornos límite de la personalidad y el abuso de sustancias (Trull, Sher, Mink-Brown, Durbin et al. , 2000). Sin perjuicio de la importancia que tiene indagar la comorbilidad entre trastornos de personalidad y abuso de sustancias para llegar a una mejora comprensión de su etiología y prognosis, este enfoque puede presentar ciertas limitaciones. Entre éstas se podría destacar el hecho de que el estudio de la personalidad se centra exclusivamente en sus desórdenes, dejando fuera del campo de investigación un amplio elenco de rasgos y variables personales que podrían estar influyendo en el abuso de sustancias. Además, podría ser que la relación entre ciertos trastornos de la personalidad y el abuso de drogas se debiera a terceras variables que influyeran tanto en uno como en otro fenómeno. Así, se ha sugerido que la impulsividad podría ser un proceso psicológico común entre el trastorno límite de la personalidad y el abuso de sustancias (Bornovalova, Lejuez, Daughters, Rosenthal & Lynch, 2005).
A nuestro juicio estos problemas podrían ser subsanados en parte si se adopta un enfoque de rasgos. Según esta aproximación, habría que entender la personalidad como una serie de rasgos o factores estables que diferencian a los individuos entre sí. Así, siguiendo el modelo PEN de Eysenck, Lodhi & Thakur (1993) encontraron que las personas consideradas “adictas” puntúan más en los factores de “psicoticismo” y “neuroticismo” y menos en las de “extraversión” y “mentira” del cuestionario de personalidad de Eysenck (Eysenck, Eysenck & Barrett, 1985) que un grupo de comparación de personas no adictas. Este tipo de estudios vienen a secundar las recientes sugerencias del comité del DSM que ha recomendado una mayor investigación en modelos alternativos de la personalidad basados en la asunción de la dimensionalidad y la continuidad (First, Bell, Cuthbert, Cristal et al. 2002). Con todo, existen igualmente importantes problemas con esta aproximación. Entre ellos habría que destacar la variedad de teorías existentes, de tal forma que los rasgos a considerar en las investigaciones dependen, en gran medida, del modelo teórico que se adopte. Además, el concepto de “rasgo” es fundamentalmente estático y, por consiguiente, no puede llegar a describir ni a explicar la personalidad como un sistema dinámico de funcionamiento interpersonal (Pervin, 1994).
Por último, una tercera posibilidad a la hora de abordar la relación entre personalidad y abuso de sustancias sería adoptar un enfoque centrado sobre los factores cognitivos y emocionales que influyen en la conducta interaccional de las personas (Pedrero et al. , 2005) y, más en particular, en el consumo habitual de sustancias. Esta perspectiva, desvinculada de único modelo teórico, atendería a aquellas variables de personalidad que o bien se han venido revelando significativas en la investigación previa o bien es posible suponer que, de una u otra forma, influyen en el consumo de drogas. A este respecto cabría destacar, entre otros factores, la búsqueda de emociones la impulsividad, la autoestima, la sensibilidad a la ansiedad o la soledad. A continuación pasaremos a revisar brevemente estos factores y su influencia sobre el consumo de sustancias.
Así, por lo que se refiere a la búsqueda de emociones cabe decir que ha sido definida como un patrón de personalidad caracterizado por la necesidad de tener una variedad de sensaciones y experiencias nuevas y complejas así como la predisposición para asumir riesgos físicos y sociales por el puro placer de sentirlos (Zuckerman, 1994). Se ha mostrado que la búsqueda de sensaciones es un indicador especialmente robusto del inicio al uso y abuso de una gran variedad de sustancias durante la adolescencia (Andrucci, Archer, Pancoast & Gordon, 1989; Jaffe & Archer, 1987; Pedersen, 1991; Pedersen, Clausen & Lavik, 1989; Simon, Stacy, Sussman & Dent, 1994). Además, una elevada puntuación en “búsqueda de sensaciones” se ha asociado con diversas variables relativas al consumo de sustancias como “cronicidad de la dependencia”, “vulnerabilidad al uso” y “co-ocurrencia de otros desórdenes psiquiátricos”, tanto en personas adictas a la cocaína que buscan tratamiento como en muestras de consumidores de cocaína estudiadas en su propia comunidad (Ball, Carroll & Rounsaville, 1994). Por otra parte, parece ser que los mismos sistemas neuronales que subyacen a la búsqueda de actividades nuevas se hallan también implicados en los efectos reforzantes del uso de drogas (Bardo, Donohew & Harrigton, 1996). En esta misma dirección, Zuckerman & Kuhlman (2000) han señalado que “la dopamina es la clave para entender el impulso hacia actividades peligrosas, particularmente en el ámbito del uso y abuso de drogas” (p. 1021).
Por lo que a la impulsividad se refiere podría ser definida como la preferencia por un reforzador inmediato y pequeño sobre otro mayor que sería administrado posteriormente (Kalenscher, Ohmann & Güntürkün, 2006). En este sentido la impulsividad sería el polo opuesto al “auto-control”. Estudios longitudinales han mostrado que la impulsividad, junto con otros factores conductuales de auto-regulación expone a la población juvenil a un mayor riesgo de padecer un trastorno de abuso de sustancias (Dawes, Tarter & Kirisci, 1997). Además, parece demostrado que buena parte del neurodesarrollo de los adolescentes tiene lugar en los sistemas monoaminérgicos fronto-corticales y subcorticales, asociados con la motivación, la impulsividad y la adicción. (Chambers, Taylor & Potenza, 2003), lo que explicaría la relación entre adolescencia e inicio en el consumo de sustancias. Por otro lado, se ha encontrado que el uso crónico de sustancias se halla asociado con puntuaciones elevadas en cuestionarios de impulsividad (Allen, Moeller, Rhoades & Cherek, 1998; Patton, Stanford & Barrattt, 1995) o en un peor rendimiento en tareas de laboratorio de “auto-control” (Fillmore & Rush, 2002; Moeller, Barrattt, Dougherty, Schmitz et al. , 2001; Salo, Nordahl, Sullivan, Possin et al. 2002) o en ambas medidas de impulsividad (Clark, Robbins, Ersche & Sahakian, 2006).
Por lo que a la autoestima respecta, puede entenderse como un juicio global de auto-valía (Crocker & Wolfe, 2001). De acuerdo con Furnham y Lowick (1984) la baja autoestima ha sido una de las explicaciones más habitualmente dadas para el abuso de sustancias. Sin embargo, en un trabajo longitudinal, Romero, Luengo & Otero (1995) encontraron una relación débil entre ambas variables, sugiriendo que a la hora de abordar las relaciones entre abuso de sustancias y autoestima se debe tener presente la naturaleza multidimensional que tiene esta última. Según parece, otra cuestión a tener en cuenta es el género de la persona. Así, Becker & Grilo (2006) han resaltado el hecho de que la baja autoestima se relaciona con el abuso de alcohol y otras sustancias en población adolescente femenina, pero no en población masculina. En relación con ello, quizás deba tenerse en cuenta que en todos los grupos de edad la autoestima de las mujeres suele ser, en términos generales, peor que la de los hombres (McMullin & Cairney, 2004).
Otro factor de personalidad que suele relacionarse con el uso y abuso de sustancias es la sensibilidad a la ansiedad (SA). Se trata de una diferencia individual que consiste en la creencia de que las experiencias de ansiedad y miedo pueden causar alguna enfermedad, malestar o ansiedad adicional (Reiss, Peterson, Gursky & McNally, 1986).
Reiss (1991) fue el primer autor en sugerir que la SA podría no solo ser relevante en el mantenimiento de los desórdenes de ansiedad, sino también en el ámbito del uso de sustancia y en las adicciones. Según Norton (2001) la SA probablemente juega un papel en el consumo de ciertas drogas (fundamentalmente alcohol y tabaco), al menos cuando la persona está motivada para controlar algún estado emocional negativo. Esta función auto-reguladora que tiene el consumo de sustancias en individuos con alta SA es, de forma general, resaltada por abundantes estudios sobre el tema (vid. , p. ej. , Bonn-Millera, Zvolensky & Bernstein, 2007; Forsyth, Parker & Finlay, 2003); aunque, según parece, haya que tener también en cuenta el nivel de exposición al estrés de la persona. Así, Zvolensky, Kotov, Antipovac, Leen-Feldnerd & Schmidt (2005) hallaron que las personas con una baja SA muestran un consumo problemático de alcohol si están expuestos a condiciones dificultosas.
Por el contrario, los individuos con alta SA refieren un menor consumo si se exponen a dichas situaciones dificultosas. Por lo tanto, puede haber varios factores que estén mediando la relación entre SA y consumo de sustancias.
Por último, y por lo que respecta a la soledad, ésta puede ser definida como un estado aversivo que aparece cuando existe una discrepancia entre las relaciones personales que uno desearía tener y las que, de hecho, percibe que tiene (Peplau & Perlman, 1982). A pesar de esta aparentemente sencilla definición, se ha resaltado el hecho de que la soledad es un fenómeno multidimensional, variando en intensidad, en las causas que la provocan y en las circunstancias en que aparece (Heinrich & Gullone, 2006). Por su parte, Deutch (1967) ha observado que la adicción a las drogas es una estrategia habitualmente usada para disminuir el dolor que causa la privación emocional y la alienación social, especialmente por parte de población adolescente en que tales emociones son sumamente características (Helsen, Vollebergh & Meeus, 2000; Ponzetti, 1990). Por su parte, Cacioppo, Hawkley, Crawford, Ernst et al. (2002) hallaron que el uso recreacional de drogas era significativamente mayor entre estudiantes que se sentían solos que entre aquellos que no mostraban tales sentimientos. En esta misma línea Rokach (2002) encontró que existían diferencias estadísticamente significativas en una escala de soledad por él mismo elaborada entre los consumidores de MDMA y otros consumidores de otras sustancias y un grupo de población que no consumía ningún tipo de drogas. Ahora bien, a la hora de considerar las posibles relaciones entre soledad y consumo de drogas, de nuevo se hace relevante tener en cuenta el género de los participantes (Rokach, 2002), así como las influencias culturales (Rokach, Orzeck, Moya & Expósito, 2002).
En general de la revisión efectuada se puede concluir que existen diversos datos que respaldan la relación entre el abuso de sustancias y las variables de personalidad estudiadas, especialmente por lo que se refiere a la búsqueda de emociones y a la impulsividad. Para el resto de factores habría que investigar más en detalle las posibles relaciones así como otras posibles terceras variables.
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