OBJETIVOS: Mostrar la repercusión que tiene el síndrome de Cotard en la propia existencia del Ser Humano, y cómo este cuadro patológico determina una alteración en la conciencia del Yo, repercutiendo la alteración de dicha conciencia del Yo de este modo en la vivencia del tiempo y el espacio del sujeto delirante.
MÉTODO: Para ello estableceremos una serie de relaciones causales entre síndrome de Cotard, existencia, conciencia del Yo y espacialidad y temporalidad en base a aspectos determinados de la práctica clínica real, mediante la exposición de testimonios de pacientes, así como la exposición técnica de la hipótesis que defendemos
RESULTADOS: El síndrome de Cotard constituye una patología de la propia existencia humana, lo cual genera una desestabilización en la conciencia del Yo que va alterándola de manera progresiva, para finalmente, cuando la alteración es total, desorganizar por completo la conciencia temporal y espacial del sujeto, de tal modo que en los estadíos finales del delirio dicha conciencia espacio-temporal se resquebraja.
CONCLUSIONES: La conciencia del Yo es un aspecto fundamental en la vivencia del tiempo y el espacio por parte del sujeto, y la conciencia del Yo es un elemento constituyente básico en la construcción de la propis existencia humana, siendo el síndrome de Cotard una patología de la existencia de la persona que hace que todos los constructos subsiguientes se desomoronen conforme avanza el cuadro.
*Hospital Royo Villanova **Centro de Rehabilitación Psicosocial Nuestr Señora del Pilar
SÍNDROME DE COTARD, EXISTENCIA Y conciencia DEL YO EN SU RELACIÓN CON LA
ESPACIALIDAD Y TEMPORALIDAD
Alberto Matías Sanfrutos, Patricia Bernal Romaguera, Jennipher Paola Paolini San Miguel,
Catalina Bestué Felipe, Ignacio Martínez Lausín, Sandra Gallego Villalta, Liccet Tatiana Durán
Sandoval, Eva María Mayayo
albermat6@hotmail. com
síndrome de Cotard. Self. Espacio-tiempo.
Cotard's Syndrome. Self. Space-time.
RESUMEN
OBJETIVOS: Mostrar la repercusión que tiene el síndrome de Cotard en la propia existencia del
Ser Humano, y cómo este cuadro patológico determina una alteración en la conciencia del Yo,
repercutiendo la alteración de dicha conciencia del Yo de este modo en la vivencia del tiempo y
el espacio del sujeto delirante.
MÉTODO: Para ello estableceremos una serie de relaciones causales entre síndrome de Cotard,
existencia, conciencia del Yo y espacialidad y temporalidad en base a aspectos determinados de
la práctica clínica real, mediante la exposición de testimonios de pacientes, así como la
exposición técnica de la hipótesis que defendemos.
RESULTADOS: El síndrome de Cotard constituye una patología de la propia existencia humana,
lo cual genera una desestabilización en la conciencia del Yo que va alterándola de manera
progresiva, para finalmente, cuando la alteración es total, desorganizar por completo la
conciencia temporal y espacial del sujeto, de tal modo que en los estadíos finales del delirio
dicha conciencia espacio-temporal se resquebraja.
CONCLUSIONES: La conciencia del Yo es un aspecto fundamental en la vivencia del tiempo y el
espacio por parte del sujeto, y la conciencia del Yo es un elemento constituyente básico en la
construcción de la propis existencia humana, siendo el síndrome de Cotard una patología de la
existencia de la persona que hace que todos los constructos subsiguientes se desomoronen
conforme avanza el cuadro.
Nuestro objetivo a lo largo de esta conferencia es plantear un breve acercamiento acerca de la
patología que tiene que ver con la existencia y la identidad humana, centrándome para ello en
el síndrome de Cotard, la alteración psicopatológica sindrómica que por definición las afectan.
El síndrome de Cotard tiene que ver con el cuadro patológico en el cual la propia existencia se
pierde y se destruye en mil pedazos, y la identidad con ella; se trata de la creencia delirante en
la idea de que uno mismo ha dejado de existir, e incluso es más, que todo ha dejado de existir,
quedando únicamente la Nada más absoluta. Se produce, como vemos, una patología de la
existencia propia en el sentido de la pérdida de la existencia de uno mismo, de tal modo que
dicha existencia implosiona y desaparece, dejando al individuo en medio de la destrucción y el
caos.
A lo largo de las siguientes líneas trataré de clarificar el concepto y devenir psicopatológico del
síndrome de Cotard, y basándome en un caso clínico real, establecer un vínculo entre la vivencia
de la espacialidad y la temporalidad y la conciencia del Yo.
El síndrome de Cotard se encuadra por lo general dentro de los trastornos de tipo melancólico;
el síntoma más característico de dicho síndrome, como hemos podido comprobar a lo largo del
trabajo precedente, es el de las ideas de negación, las cuales abarcan en un principio aspectos
elementales del propio Yo del sujeto, haciendo este hincapié en su incapacidad para pensar, para
concentrarse y para sentir sus propios sentimientos (este hecho nos recuerda al concepto
jaspersiano del sentimiento de falta de sentimientos). El paciente se queja de que ya no tiene
sentimientos, pensamientos, emociones. El caso clínico al que haré referencia a lo largo de este
capítulo es el de una mujer de 43 años que comienza a padecer síntomas depresivos que se
manifiestan de la misma manera a la que antes he mencionado ("no sé qué me ocurre; ya no
puedo pensar con claridad. No puedo decir que estoy triste, porque no soy capaz de sentir esta
tristeza, es como tener un vacío aquí, en mi interior, como si ya no pudiera pensar ni sentir.
Estoy condenada a estar triste y a no sentir que lo estoy, es una sensación terrible").
Conforme el cuadro va progresando, la negación se va extendiendo a otras regiones más
profundas del Yo, tal y como describió Cotard. De esta manera el sujeto acaba negando su
personalidad social, su estado civil, su nombre, e incluso su constitución física, elemento más
característico del delirio nihilista cotardiano, negando de esta manera que posea determinadas
partes del cuerpo, o directamente afirmando que no tiene cuerpo ni nada que se le asemeje. En
el caso de nuestra paciente, ella misma decía en un estadío más avanzado de su enfermedad,
ya ingresada en la Unidad de Corta Estancia: "ya no tengo estómago ni intestino, no tengo
aparato digestivo; estoy vacía por dentro, así que no os empeñéis en darme de comer. Todo lo
que coma se pierde en un agujero y se desaprovecha; dejadme tranquila, dejadme morir".
Efectivamente los pacientes llegan a un estado de auténtica muerte en el cual nada existe, ni su
identidad, ni su pasado, ni su memoria, ni su familia, tampoco el mundo circundante ya que el
mundo se ha muerto, la tierra es yerma y no existe nada ni nadie sobre ella, no hay Universo,
no hay cielo: tan sólo queda la Nada, y tampoco la viven como Nada, sino como la ausencia,
escrita esta con mayúsculas.
Vemos cómo poco a poco, la melancolía delirante, como una úlcera, va horadando las paredes
del Yo, y poco a poco va llegando a estratos mucho más íntimos y profundos, pudiendo afectar
a la identidad del sujeto, y por supuesto a su percepción de la realidad, incluyendo así su vivencia
del tiempo y del espacio.
En lo referente a la espacialidad, ya nada es como era antes, sino que todo está más vacío, más
muerto y más estéril. Las personas que rodean al sujeto son como maniquíes, autómatas sin
vida carentes de cualquier naturaleza de soplo vital; se mueven como el afectado, por pura
inercia, y al igual que él están muertos, no existen. Los objetos ya no son como eran antes; sí,
los arbustos son arbustos, y las hojas son hojas, pero ya no son como antes, están muertos,
acabados, arrasados por una melancolía que poco a poco ha destruido todo. Al igual que un
agujero negro, la melancolía absorbe todo el constructo espacial, dejando una ausencia fría y
desoladora en la cual el sujeto, muerto y vacío, está condenado a vagar eternamente. Citamos
a la paciente de nuestro caso clínico: "No sé dónde estamos; usted lleva bata sí, pero no es
médico. Si me dice que es un hospital le creo, pero no lo sé, parece otra cosa, una cárcel, un
edificio vacío y hueco; fíjese, las habitaciones vacías, no hay nada dentro, no hay nada fuera,
todo hueco, todo está hueco, yo estoy hueca también".
Y es esta eternidad la que nos lleva al otro concepto fundamental del delirio de negación, es
decir, la conciencia del tiempo y de la temporalidad. En estos cuadros se pierde la realidad de la
vivencia del tiempo.
Citando a Karl Jaspers en su psicopatología General: "El sentimiento de lo actual, de la presencia
y ausencia, de la realidad, está originariamente vinculado con la conciencia del tiempo. Con la
desaparición del tiempo desaparece lo actual y la realidad. Sentimos la realidad como actualidad
temporal; o sentimos como si la nada fuera atemporal. Algunos psicasténicos, depresivos, la
describen: es como si quedase siempre el mismo momento, como si hubiese un vacío sin tiempo.
Sin embargo, no viven el tiempo que conocen". En el delirio de negación el tiempo comienza
enlenteciéndose, todo transcurre más lentamente, los minutos duran eternidades, hasta que
finalmente el tiempo se detiene para luego fracturarse y romperse en mil pedazos; la persona
queda atrapada en un fotograma del devenir temporal, hasta que finalmente el tiempo se esfuma
y desaparece; el tiempo no existe y deja de haber un correlato temporal que acompañe al sujeto,
y éste queda atrapado perpetuamente en una especie de no-tiempo. Junto con la destrucción
del tiempo, también el movimiento desaparece, y todo adquiere una inmovilidad cuasi pétrea,
en la cual no existe lo dinámico, sino solamente la estático, llegando a paralizarse los propios
órganos del sujeto, las personas, los animales, e incluso los planetas y los astros, acentuando
de este modo la atmósfera de horror que rodea al propio sujeto, con el terror inherente a la
experiencia del cese del movimiento universal. No hay futuro, no hay pasado, no hay presente;
no hay nada. Decía nuestra paciente a este respecto: "No sé qué día es, ni tampoco en qué mes
estamos. Ya no hay días ni meses, ni tampoco años. El tiempo se ha desvanecido, y yo con él".
Como hemos podido observar, el delirio nihilista empezó destruyendo la parte más superficial
del Yo, para progresivamente ir extendiéndose en profundidad, terminando con todo lo que
encontrara a su paso. Acabó con la conciencia corporal de la paciente, con su moral, su
conciencia intelectual, destruyó su identidad, y finalmente se quebró la conciencia de la
existencia de un espacio y de un tiempo, quedando sólo la ausencia de los mismos.
Un muerto perdido en una especie de no-espacio-tiempo. La cáscara de un ser humano flotando en un mar
de Nada, condenado a ir a la deriva eternamente, si es que la eternidad existe.
Es decir, el Yo se rompe junto con el espacio y el tiempo; el sujeto ya no tiene dónde agarrarse
ni dónde aferrarse, no tiene pasado y por tanto nunca ha existido, ni tampoco tiene futuro, lo
cual apoya la idea de la no-existencia. El espacio también ha dejado de existir, y todo lo que le
rodea está muerto, vacío y estéril; podemos observar cómo la destrucción de la conciencia
espacio-temporal acaba con la conciencia del propio Yo, de tal modo que no queda más salida
que el delirio, el delirio de la propia no-existencia. El Yo ha ido replegándose mientras la
melancolía destruía capa a capa su estructura para finalmente implosionar en un pequeño punto
hasta desaparecer casi por completo. Resulta curioso evidenciar cómo también, la destrucción y
el nihilismo del Yo se proyectan en el entorno inmediato del sujeto, haciendo que el Yo muerto,
destruido y putrefacto determine un entorno que a su vez también está en cierto modo muerto,
destruido y putrefacto.
Sin embargo, paradójicamente, esta implosión precede a una violenta explosión en la cual la
melancolía y la negación nihilista se transforman en megalomanía, como hemos podido ir viendo.
La persona entra ahora en lo que se denomina delirio de enormidad, y pasa a estar en comunión
con el Universo, con la Eternidad, con el Cosmos. Es eterno e inmortal, pero de un modo terrible
y siniestro, no con la expansividad del maníaco, como citaba antes, sino con ese matiz
melancólico que convierte a la megalomanía en el mayor castigo jamás concebido. El paciente
es inmortal pero porque ya está muerto, porque no existe; como nunca ha existido no puede
morir, y es como si viviera en una especie de limbo atemporal del que nunca podrá escapar.
Nada puede dañarle ni acabar con él, de tal modo que en los casos más extremos incluso puede
llegar a automutilarse brutalmente guiado por esta creencia delirante, sin llegar a sentir dolor
alguno. En el caso clínico de nuestra paciente, ella misma refería respecto a estas ideas de
enormidad: "yo ya no existo, de modo que no puedo morir; da igual que no coma porque ya
estoy muerta, no temáis por mi vida, puesto que no corre peligro; mi vida ya acabó, ahora sólo
quedan los restos".
En conclusión, el delirio de negación es un cuadro de estirpe melancólica que progresivamente
va destruyendo los diversos estratos del Yo, desde el más superficial (síntomas depresivos leves)
hasta los más profundos, incluyendo aquí la conciencia del espacio y del tiempo. Cuando se
destruyen la espacialidad y la temporalidad, la conciencia del Yo se desmorona, y el Yo queda
destruido por completo. Sin embargo, esta implosión es el preludio del siguiente estadío, que
indica mayor gravedad y mayor avance de la enfermedad, la explosión megalomaníaca de la
enormidad y la eternidad, unas ideas que surgen de un Yo desmembrado y que, con un carácter
siniestro y espeluznante, sumen al sujeto en la conciencia de la total incapacidad de resurgir de
su estado de no-existencia. Este devenir clínico apoya la idea de que la conciencia del yo va
íntimamente ligada a la vivencia de la espacialidad y la temporalidad.
Afortunadamente, el caso real de nuestra paciente tuvo un final feliz. Tras varias sesiones de
terapia electroconvulsiva, y un tratamiento farmacológico exhaustivo, se pudo obrar una
auténtica "resurrección", y toda la sintomatología revirtió por completo, haciendo que todo el
devenir clínico de la paciente fuera recordado por ésta a posteriori como una especie de
aterradora pesadilla demasiado vívida.
Concluimos de este modo nuestro recorrido a lo largo del síndrome de Cotard, máxima expresión
de la patología de la Existencia humana, dado que como hemos podido comprobar, supone la
creencia delirante en su propia destrucción. Y cerramos este estudio con la idea directriz
fundamental de que la destrucción de la conciencia del Yo sobreviene al tambalearse los
constructos de la vivencia del tiempo y el espacio, partes constituyentes elementales para que
la Existencia propia tenga lugar. Al no haber conciencia de espacialidad y temporalidad, se
destruye la conciencia del Yo (no existo) de tal modo que uno llega a la idea delirante de su
propia inexistencia.
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