La compleja realidad de las formas en que la violencia, la discriminación y la descalificación social afectan a las personas de edad generan situaciones de trauma psicosocial.
Suma sus efectos la crisis del desarrollo propia del envejecimiento, induciendo a identificar a los adultos mayores como un grupo vulnerable. Esta situación afecta los recursos de afrontamiento frente al hecho en el que se combinan los factores traumáticos psicosociales y las preocupaciones críticas propias de una etapa del curso vital.
Trauma psicosocial y afrontamiento en la última etapa de la vida.
Alicia Monchietti; Deisy Krzemien
Grupo de Investigación Temas de psicología del Desarrollo Facultad de Psicología
Universidad Nacional de Mar del Plata.
PALABRAS CLAVE: Vejez, Vulnerabilidad, trauma psicosicial, crisis del desarrollo, Afrontamiento.
[10/2/2003]
La compleja realidad de las formas en que la violencia, la discriminación y la descalificación social afectan a las personas de edad generan situaciones de trauma psicosocial. Suma sus efectos la crisis del desarrollo propia del envejecimiento, induciendo a identificar a los adultos mayores como un grupo vulnerable. Esta situación afecta los recursos de afrontamiento frente al hecho en el que se combinan los factores traumáticos psicosociales y las preocupaciones críticas propias de una etapa del curso vital.
El incremento de la población anciana a nivel mundial supone que cada vez más personas se enfrentan al desafío de la adaptación al proceso de envejecimiento y a los cambios biológicos, psicológicos y sociales propios de la última etapa de la vida.
La vejez supone un conjunto de modificaciones físicas, psicológicas, afectivas y sociales sujetas al tiempo vivido, lo que implica el tránsito a través de una crisis y la necesidad de adaptación, ya que el cambio es en sí mismo conflictivo porque plantea nuevas exigencias que deben enfrentarse y cuya resolución requeriría el uso de recursos de afrontamiento de parte de quien envejece. En este sentido, el envejecimiento representa una crisis del desarrollo desencadenada por dichas condiciones cambiantes provenientes del propio organismo y del medio social y cultural.
La sociedad actual presenta innumerables contradicciones y pluralismos. Así, mientras se sostiene una ética del respeto por las diferencias como principio fundamental de las relaciones humanas, se acentúa la discriminación social. Certezas absolutas, valores universales instituidos, progreso por la razón y la ciencia, y demás reliquias del paradigma de la modernidad sostenidas por el colectivo social desaparecen en su calidad de refugios de la subjetividad, a la vez que el mundo se vuelve cada vez más complejo. Perspectivismo, relativismo moral, crisis socioeconómica mundial, terrorismos, impunidad política, leyes del mercado neoliberal, etc. evidencian al medio social como un lugar inseguro a la vez que exponen al hombre, como nunca antes, a la vulnerabilidad del desamparo. La sociedad actual sacudida por la incertidumbre y el azar, produce situaciones de crisis psicosocial y es fuente de sufrimiento psíquico, dando lugar a diversas manifestaciones sintomáticas.
Los adultos mayores, hoy sufren también las contradicciones de la posmodernidad: mientras que se incrementa la esperanza de vida y aumenta la proporción de personas de edad avanzada, paradójicamente se agudizan las problemáticas de aislamiento, marginación y exclusión social de este grupo etario (Katz, 1992). El fenómeno del creciente envejecimiento poblacional (Asamblea Mundial del Envejecimiento, Viena 1982) converge con la fragmentación de lazos de solidaridad, la modificación en la conformación y función de la familia tradicional, la cultura individualista, el corrimiento del rol social y asistencial de los Estados nacionales que caracterizan a nuestra sociedad actual.
Nuestra cultura, por otra parte, privilegia los ideales narcisistas de belleza y juventud incidiendo en la producción de una representación social predominantemente negativa de la vejez, que tiene sus efectos en las condiciones de vida del sujeto que envejece, favoreciendo a la exclusión social del adulto mayor. Este cúmulo de perspectivas y situaciones concernientes a la circunstancia histórica particular se suma a la crisis del desarrollo del envejecimiento, lo cual induce a concebir a la población anciana como un grupo vulnerable.
Según la OMS los grupos de ancianos en situación de vulnerabilidad y riesgo son aquellos que poseen algunas de las características que se describen a continuación:
- los muy ancianos, mayores de 80 años
- los que viven solos
- las mujeres ancianas, sobre todo solteras y viudas
- los que están socialmente aislados
- los ancianos sin hijos
- los que tienen limitaciones severas o discapacidades
- los que cuentan con escasos recursos económicos
Además, basados en nuestra experiencia de trabajo con esta población y a partir de un estudio empírico sobre la incidencia de la participación social en la salud de la mujer anciana, (Krzemien, 2000) consideramos los siguientes determinantes en la situación de vulnerabilidad en este grupo etario:
- carencia de participación social
- escasos vínculos sociales significativos
Al analizar el nivel de vulnerabilidad de esta población, si bien la edad ha sido históricamente considerada de referencia para determinar la situación de riesgo de un grupo social, hoy es necesario la incorporación de variables psicológicas y psicosociales como el nivel cultural y socioeconómico, estilo de vida, redes de apoyo social, calidad de vida, impacto de los cambios en la estructura social, etc. que en su conjunto permiten explicar el grado de integración social del adulto mayor. Estos factores que se suman a la crisis del desarrollo, incrementan la situación de vulnerabilidad en el adulto mayor.
La vejez representa una crisis de transición de una etapa del crecimiento a otra, caracterizada por ciertas preocupaciones o desafíos adaptativos (Erikson, 1963; Neugarten, 1979; Levinson, 1979; Rapaport, 1980; Scheehy, 1995), que deben enfrentarse y cuya resolución requiere el uso de recursos de afrontamiento de parte de quien envejece. Para Erikson, las preocupaciones del envejecer se relacionan con la adaptación a pérdidas vitales, enfermedad, jubilación, reconciliación con los logros y fracasos, resolución de la aflicción por la muerte de otros y la aproximación de la propia. La vejez supone enfrentarse con el desafío de mantener la “integridad personal”, como opuesto a la experiencia de “desesperación” promovida por el sentido de que la vida tiene escaso significado.
Estudios en diferentes culturas han revelado los eventos críticos más comunes a afrontar en la vejez. En una muestra de adultos mayores daneses se hallaron la muerte de una persona cercana, la enfermedad propia o de un familiar (Holstein, Due, Holt y Almind, 1992). Algunos de los sujetos, además, habían experimentado accidentes, conflictos con un familiar, ser víctimas de asaltos o problemas relativos al edificio hogareño. Un grupo finlandés explicitó como problemáticas comunes la muerte del esposo y problemas serios de salud (Suutama, 1994).
En un estudio norteamericano, el sentimiento de soledad, las relaciones interpersonales conflictivas, los problemas económicos y la afección a la autoestima (self) fueron revelados como los más significativos (George y Siegler, 1982). Aún no existen estudios nacionales en esta línea. Estos resultados muestran los efectos de la influencia cultural y destaca la singularidad del proceso de envejecimiento según cada sujeto humano, la particularidad de su historia de vida y las determinaciones de su medio social.
Estas situaciones problemáticas de la vejez se agudizan, como dijimos, en el marco de la sociedad contemporánea caracterizada por relaciones humanas efímeras, la crisis de valores, la falta del sentimiento de pertenencia social, la segregación de las personas de edad, contribuyendo a una situación de malestar.
El concepto de trauma está asociado con herida, lesión, amenaza, desamparo, afección psicológica con alteración de la funcionalidad del sujeto y riesgo de vulnerabilidad de su subjetividad.
El cuadro del desorden postraumático descrito en el DSM-IV se refiere al efecto de haber sido sometido a tensiones psíquicas y/o físicas durante un tiempo cronológico suficiente como para generar respuestas típicas de estrés. La situación crítica es vivenciada de manera que desborda la capacidad de responder adecuadamente, afectando la integridad de la personalidad y de la vida relacional.
El concepto de trauma da cuenta del interjuego entre la realidad externa (la situación sufrida) y los recursos internos para afrontarla. Entendemos que la realidad externa actuará provocando un trauma psíquico en relación a la disposición, provista por la estructura psíquica particular y con ella, de la capacidad de afrontamiento que haya desarrollado la persona en su vinculación con el medio social.
En los cuadros de crisis es donde se vislumbra la compleja realidad de las formas en que la violencia, discriminación y segregación social generan situaciones de trauma psicosocial. Según Castel, (1991) las situaciones de discriminación social de la vejez suponen un acontecimiento de quiebre del lazo social representando una verdadera crisis psicosocial. En algunos casos el prejuicio social hacia la vejez y la segregación consecuente, incrementan condiciones de aislamiento social, sentimiento de soledad, síntomas depresivos (De la Gándara y Alvarez, 1992), situaciones patológicas de “muerte social” (Matusevich, 1996) e incluso suicidio. La soledad durante la vejez es sumamente peligrosa pudiendo propiciar estados patológicos. Muchos de estos casos culminan con la muerte solitaria en el propio hogar (Campion, 1996).
Resumiendo, el impacto de la crisis social sobre el sujeto psíquico actúa incrementando la situación de riesgo, incidiendo en los recursos de afrontamiento y por ende, en las posibilidades de adaptación a esta etapa vital. Toda crisis supone una perturbación, pero a la vez posibilita una oportunidad de cambio y desarrollo personal, (Danish & D’Augelli, 1980; Lazarus, 1984; Erikson, 1989; Orlandini, 1990; Slaikeu, 1991; Martínez, 2000) que mediante el uso de estrategias apropiadas permitiría alcanzar un mejor nivel de adaptación y mayor capacidad para afrontar situaciones (Lazarus y Folkman, 1986; Aldwin y Revenson, 1987; Moos, 1988; Font Guiteras, 1988).
Las situaciones traumáticas exponen a una necesidad de reorganización subjetiva. Las estrategias de afrontamiento permiten resignificar la situación, conservar el sentimiento de integridad personal y renovar los vínculos sociales ante la perspectiva de cambios y pérdidas del envejecer.
El término afrontamiento (coping) fue definido por Lazarus y Folkman (1986) como los esfuerzos cognitivos, emocionales y conductuales dirigidos a manejar las demandas internas y ambientales y los conflictos entre ellas, que ponen a prueba o exceden los recursos de la persona (Font Guiteras, 1988). Estas habilidades de afrontamiento serían un mediador entre los sucesos estresantes y la respuesta psicológica.
Se supone una relación entre la utilización de determinadas habilidades de afrontamiento y una mejor adaptación a la situación (Lazarus y Folkman, 1986; Aldwin y Revenson, 1987; Moos, 1988; Font Guiteras, 1988). En general, las formas de afrontamiento activas se refieren a esfuerzos para manejarse directamente con la situación conflictiva. Las formas evitantes consisten en la ausencia de enfrentamiento con el problema o en conductas de escape. El afrontamiento activo, la confrontación y la planificación son usualmente descriptas como exitosas, mientras que la negación o resignación son consideradas como menos exitosas, (Folkman, et. al. 1987).
Los factores del medio social afectan la resolución de la situación crítica. Así como la falta de contención social puede exacerbar los efectos de los acontecimientos vitales críticos, el apoyo social puede ser un factor moderador del trauma psicosocial. Así, los vínculos sociales, en tanto sean vivenciados como beneficiosos y significativos, favorecen la adaptación en la vejez. Estudios acerca de las redes de apoyo social en la vejez como recursos externos mostraron que los individuos con mas recursos sociales y familiares tienden a usar estrategias de afrontamiento activas enfocadas al problema.
Rowe y Kanh proponen como factor clave del afrontamiento a la vejez la continuidad de una vida activa y relaciones interpersonales de sostén.
Conclusiones
Los sucesos de vida que caracterizan al envejecimiento son vivenciados de diferentes formas según la personalidad, lo cual permite explicar las diferencias en el proceso de afrontamiento, siendo el apoyo social un factor de amortiguación de las consecuencias negativas de las situaciones de trauma social en la vejez.
La posibilidad de adaptación del envejescente al contexto de turbulencias tendrá que ver con el modo de afrontamiento personal que implique una renovación de estrategias adaptativas, y la sustitución de los sentidos de vida perdidos por otros nuevos, articulando las experiencias vividas con la cotidianeidad.
La resolución de la crisis de envejecimiento lleva a una vejez plena y significativa, al servicio de la necesidad de integridad personal que proporciona una aceptación de la vida limitada por la muerte y que se designa como sabiduría y madurez.
Bibliografía
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Coleman, P. (1996) Personality and Aging: Coping and management of the self in later life, Handbook of the Psychology of Aging, Fourth Edition, Academic Press, Washington.
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Erikson, E (1989), identidad, juventud y crisis, Taurus Humanidades, Madrid.
Folkman S y Lazarus, R. (1986), estrés y procesos cognitivos, Martínez Roca, Barcelona.
Katz, I. (1992). La tercera edad. Un proyecto vital y participativo para reinsertar la vejez en nuestra sociedad. Buenos Aires: Planeta.
Menninger, W. , (1999), Adaptational challenges and coping in late life, Bulletin of the Menninger Clinic, New York.
Moos, R & Billing, A (1982) Conceptualizing and measuring coping resources and process. En Handbook of stress: Theoretical and clinical aspects, Nueva York.
Segunda Asamblea Mundial del Envejecimiento. Madrid. Abril 2002.
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