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El otro en la relación terapéutica.

Fecha Publicación: 01/03/2007
Autor/autores: Miguel Albiñana Serain

RESUMEN

Relación implica contacto. Un lazo entre dos o más personas. Un vínculo que nos mantiene unidos en un tiempo y en un espacio. Terapéutico conlleva sanador. Un intento de regresar a un equilibrio desde el que la existencia puede ser vivida de una manera más feliz o plena. El otro es con quien establecemos un vínculo en ese espacio-tiempo. Curar a través del vínculo con otro.

En ese sentido, en terapia Gestalt, afirmamos que la relación con el otro es el principal instrumento de sanación, pues pretendemos llegar a una relación auténtica y por tanto sanadora, por encima de cualquier tipo de técnica o conocimiento teórico, que desde luego no se niega pues se utiliza en la relación. Siempre sin desvirtuar la meta que es llegar a esa relación transparente con el otro. Sobre esto es sobre lo que, en mi opinión, más discurre la terapia Gestalt.


Palabras clave: relación terapéutica
Tipo de trabajo: Conferencia
Área temática: Tratamientos .

El otro en la relación terapéutica.

Miguel Albiñana Serain.

AETG FEAP

Resumen

Relación implica contacto. Un lazo entre dos o más personas. Un vínculo que nos mantiene unidos en un tiempo y en un espacio. Terapéutico conlleva sanador. Un intento de regresar a un equilibrio desde el que la existencia puede ser vivida de una manera más feliz o plena. El otro es con quien establecemos un vínculo en ese espacio-tiempo. Curar a través del vínculo con otro. En ese sentido, en terapia Gestalt, afirmamos que la relación con el otro es el principal instrumento de sanación, pues pretendemos llegar a una relación auténtica y por tanto sanadora, por encima de cualquier tipo de técnica o conocimiento teórico, que desde luego no se niega pues se utiliza en la relación. Siempre sin desvirtuar la meta que es llegar a esa relación transparente con el otro. Sobre esto es sobre lo que, en mi opinión, más discurre la terapia Gestalt.



Objetivo principal de un proceso en psicoterapia es que el orientado alcance a ser capaz de convivir con su realidad personal de la manera más efectiva y acorde a sus capacidades posibles. Llegar a colmar su potencial de responder con creatividad a su quehacer (especialmente en el trabajo) como forma de integración social y al contacto con los demás, (con su pareja, con su círculo de amistades, con el entorno social), con espontaneidad y disponibilidad dentro de sus límites individuales. Freud se refirió a ello como la capacidad para amar y trabajar (lieben und arbeiten).

La psicología contemporánea, a partir de mediados del siglo XX, ha añadido el ingrediente transpersonal como referente a la posibilidad de entrar en un proceso de comprensión y vivencia de la esfera que la persona ocupa en sí misma y en relación a su Universo. Se trata de integrar los problemas individuales, incluso los familiares y sociales. Se considera al ser humano como un ser bio-psico-social con énfasis en el bío, en el sentido o esencia de la vida. Han contribuido en particular a ello agentes como la psicología social de E. Fromm; el factor existencial (representado entre otros por V. Frankl); la así llamada psicología humanista, (representada entre otros por A. Maslow y su pirámide de prioridades), C. Rogers con la terapia enfocada en el cliente y Fritz Perls con su encuadre centrado en el aquí y ahora. Todos ellos, sin pretender ser excluyente, son, desde finales de los sesenta, pioneros de este punto de vista.

Sin embargo, aún cuando la persona que acude a consulta lo hace en el entendimiento que quiere, que necesita, cambiar algo en su vida, ese cambio es algo desconocido. Es, sobre todo, una petición de ayuda. Un SOS más o menos urgente. Pero que exige algo. Ese algo el terapeuta lo conoce mediante una formación profesional rigurosa y primordialmente, a través de su propio proceso personal: de su experiencia de vida y de su experiencia como paciente. En este sentido, la formación terapéutica requiere, en mi opinión, una experiencia vital. Personal. Y una experiencia de terapia u orientación.

De esta manera y de su mano terapéutica, el que llega a la terapia ha de entrar en un terreno desconocido y no pocas veces doloroso, sumergido en sus experiencias ya vividas y en el arraigo que tienen en la estructura del carácter. Para no afrontar el cambio, para no entrar en el dolor que ello supone, el carácter “opone” las resistencias más o menos conscientes. Algo así como hacer constar “quiero cambiar, a condición de no perder nada” o “cámbiame tú, que yo no puedo, no sé, no conozco”. Al aparente deseo de cambio, la vivencia neurótica contrapone lo que, desde Freud, se ha venido llamando “mecanismos de defensa”. Protección frente al dolor pasado, aunque también presente, se puede añadir. Acostumbrado al sufrimiento conocido, el dolor desconocido produce esa lucha entre resistencia y transformación.

En el encuentro entre terapeuta y paciente, se van produciendo vivencias, que pueden permitir al segundo ir entrando en ese terreno desconocido, a veces árido, a veces pantanoso, a veces turbio, o doloroso o inexplicable. Solamente la relación de confianza que se va produciendo entre ambos permite al paciente adentrarse en esas profundidades. Por debajo de lo que el cliente cuenta, el terapeuta experto sabe destacar lo automático, lo rígido, lo “neurótico”: conducta, pensamiento, emoción inadecuadas al tiempo y/o al espacio. Mediante la relación de confianza que se va produciendo y de las “técnicas” de que dispone, el terapeuta ayuda al otro a ir aflojando las resistencias. Se trata de ir liberando más espontaneidad, aceptación, optimismo, tristeza…, pero, en definitiva, adaptación a la realidad por dura que pueda resultar. Aún cuando cada persona es única y particular, sabemos que, a lo largo del proceso, habitualmente se pasan etapas, más o menos largas, según se haya formado el carácter. Porque lo hemos leído, porque nos lo han contado, sobre todo porque lo hemos vivido.


Entre esas “técnicas” o herramientas terapéuticas se encuentran -entre otras, según el tipo de mapas psicoterapéuticos- la reformulación, la recapitulación, la interpretación, la confrontación. . . Cada sistema psicoterapéutico, aún utilizando todas o más de una, particulariza alguna que le es más peculiar. A veces, se habla de terapias de “apoyo” o de “confrontación”. En realidad, apoyo y confrontación dependen de cómo se utilice la técnica y la personalidad original del terapeuta. Quiérese decir que la calidez, la distancia, la ironía. . . son sanadoras y pueden ser apoyadoras o confrontativas. Al psicoanálisis se le atribuye más énfasis en la interpretación. Al sistema de orientación de Rogers, el apoyo empático. Al conductismo, el reforzamiento. A la terapia Gestalt se la conoce con frecuencia como una terapia de base confrontativa muy influida por el terapeuta. La misma personalidad de su principal creador, Fritz Perls, parece llevar consigo este semblante.

Conociendo el encuadre gestáltico, sabemos que ésa es una generalización y, como todas ellas, sobrepasa o no se acuerda con la realidad. Cada terapeuta, con independencia de su orientación, tiene además una herramienta favorita, adaptada a su forma de ser y, como experto, sabe cómo y cuándo aplicar esa herramienta, que viene siendo el punto fundamental de nuestro tema.  

Al igual que el analista sabe que una “interpretación” prematura puede frenar, si es que no hacer naufragar un proceso, un gestaltista sabe que una “confrontación” prematura puede tener similares consecuencias según cómo, cuándo y con quién se haga. Hay que añadir, según y quién la haga. La personalidad del terapeuta juega un papel esencial en la relación sanadora.  

También la transparencia del terapeuta es un factor a tener en cuenta en el proceso. Y queda claro que la actitud transparente no significa decir o hacer lo que se viene en gana, sino que presupone la capacidad del terapeuta para reflejar desde sí mismo lo que sucede en el aquí y ahora. Tomándose en cuenta como persona, como ser humano, no únicamente como “experto”. Pero, al igual que cualquiera de las dotes o cualidades del terapeuta, es un don que se ejercita, que se practica. A mayor seguridad y confianza, según podemos ir comprobando con colegas y pacientes, la transparencia es mayor y sobre todo más adecuada. Puede haber quien la llega a confundir con ostentación, más o menos narcisista. Y, en todo caso, lejana a la meta terapéutica que es, como bien sabemos, que el paciente logre el objetivo de recuperar sus potencialidades. Por defecto, la falta de transparencia a lo largo del proceso puede entorpecer la plena recuperación de la libertad del paciente. Envuelto en su halo de misterio o de poder, el terapeuta permanece inasequible a su propia humanidad. La relación entre ambos permanece en el ámbito ideal y no real. Y es la realidad el objetivo, la meta que queremos alcanzar y que no podemos olvidar.

El sutil equilibrio entre la necesidad de idealización del paciente y la transparencia del terapeuta es un juego, un arte que se va perfeccionando con la práctica. Memo Borja afirmaba que “la neurosis del terapeuta es la tabla de salvación del paciente”. Quería decir con ello que, para el paciente, la posibilidad de percibir los defectos de su terapeuta, su humanidad, le permite con el tiempo llegar a aceptar los propios y por ende liberarse también del terapeuta como un ideal que es preciso soltar. Es en este sentido que la transparencia terapéutica, utilizada adecuadamente, es una herramienta útil para que el otro se vea a sí mismo reflejado en las virtudes pero también en los defectos y carencias de su terapeuta.


Durante largos años aprendí, en mi propio proceso de terapia y después como alumno, de un terapeuta particularmente confrontativo. Creo que quien no le conoció totalmente, puede llegar a pensar que Guillermo G. Borja Memo ponía permanentemente de manera enfática o aún “violenta” la falsedad delante del paciente, desde el primer momento, en cualquier ocasión. Sólo era así en parte. Como terapeuta yo lo estimé muy apoyador. Utilizaba su personalidad como instrumento. También daba mucha cabida a que la persona marcara el ritmo de su proceso.  

Personalmente, recuerdo con satisfacción el silencio con el que acompañaba simplemente algunas entrevistas. Le gustaba destacar el sentimiento de pudor como modo de encarar la resistencia de la persona a atravesar la barrera emocional. Pudor (la palabra más cercana a respeto o sensibilidad) tiene que ver con la facilidad para percibir hasta donde el paciente puede llegar, en cada momento, en su viaje por el dolor. A veces, tras una sesión de orientación, tengo la percepción que la persona se va tocada, adolorida. Y que ése es el límite hasta donde hemos podido llegar el otro y yo. No cabe curación ni restablecimiento total ahora. Primero, se ha de vivir la experiencia dolorosa. Ése es el respeto pudoroso. Así por ejemplo, tras haber experimentado la frustración de una negativa o la certeza de un maltrato infantil. La curación llega. . . a su tiempo. El terapeuta sabe y confía en que la persona retorne y, que en la próxima o en otra lejana sesión, retomará y cerrará su círculo gestáltico. Irá atravesando los terrenos desérticos o pantanosos, sus propias sombras. Mientras tanto, el paciente encuentra refugio en la actitud de apoyo y acogida de su terapeuta. En esos momentos, me anima recordar que la neurosis “no es una cuestión de defectos personales sino, principalmente, un problema de atención1”. De observación desde el presente, cada vez que es posible, de lo que cada uno es (lo real). No de lo que le falta para llegar a ser (lo ideal).

Por eso es tan relevante cimentar la relación de confianza antes de entrar en aguas profundas. El cliente sabe (y el terapeuta está alerta para saber) cuándo soltar amarras en cada momento. Cómo zambullirse en la emoción de la vivencia no cerrada. Su compañero/a de viaje -el terapeuta- tendrá tiempo de advertirle de las maneras en que puede estar evitándolo. No deja de estar consciente de lo que a sí mismo le pasa, para utilizarlo, eventual y adecuadamente, de forma transparente.

Al principio del proceso, las sesiones se suelen centrar más en el contenido, en lo que se dice. Es preciso dejar un tiempo para que sepamos de qué se trata. Es momento de afianzar la relación. Personalmente, me gusta insistir y destacar la necesidad de entender lo que se me dice y que la persona me diga que se siente oída. Utilizo particularmente la empatía, bajo la forma de reformular y de reestructurar lo dicho y recapitular. Poner en claro, sin tratar de añadir nada. Permitir que salga más “material”. Esta palabra, tomada del psicoanálisis, se refiere a las vivencias o experiencias de contenido no siempre accesible a la conciencia o que la persona no se atreve a formular. La actitud de escucha me recuerda el silencio activo con que la niña Momo2 atendía a los que le pedían ayuda. Como ayudador, es un reto poder estar simplemente, atender, sin tener que hacer; y hacer sentir que se está.


Por eso es tan relevante cimentar la relación de confianza antes de entrar en aguas profundas. El cliente sabe (y el terapeuta está alerta para saber) cuándo soltar amarras en cada momento. Cómo zambullirse en la emoción de la vivencia no cerrada. Su compañero/a de viaje -el terapeuta-tendrá tiempo de advertirle de las maneras en que puede estar evitándolo. No deja de estar consciente de lo que a sí mismo le pasa, para utilizarlo, eventual y adecuadamente, de forma transparente.

Al principio del proceso, las sesiones se suelen centrar más en el contenido, en lo que se dice. Es preciso dejar un tiempo para que sepamos de qué se trata. Es momento de afianzar la relación. Personalmente, me gusta insistir y destacar la necesidad de entender lo que se me dice y que la persona me diga que se siente oída. Utilizo particularmente la empatía, bajo la forma de reformular y de reestructurar lo dicho y recapitular. Poner en claro, sin tratar de añadir nada. Permitir que salga más “material”. Esta palabra, tomada del psicoanálisis, se refiere a las vivencias o experiencias de contenido no siempre accesible a la conciencia o que la persona no se atreve a formular. La actitud de escucha me recuerda el silencio activo con que la niña Momo atendía a los que le pedían ayuda. Como ayudador, es un reto poder estar simplemente, atender, sin tener que hacer; y hacer sentir que se está.

Es posible que la sola empatía, el saberse entendido, tenga grandes efectos transformadores, liberadores. El maestro Rogers estaba ahí para evidenciarlo, con su aceptación incondicional y el convencimiento de que la persona tiene en sí misma el poder de su propia curación. Tuve ocasión de verle trabajar ya en sus últimos años. Su personalidad, su humanidad eran imponentes. La simplicidad y la bondad que reflejaba desarmaban, desmontaban por sí mismas la máscara, desvelando la necesidad de amor contenida, frustrada, reprimida. En realidad, los que hemos estado en ese tipo de proceso terapéutico (lo hice como requisito universitario), sabemos que es, por sí misma, confrontativa. La vivencia genuina de la empatía y de la aceptación incondicional nos puede poner de frente a lo falso, a lo no genuino. A partir de ahí, nos empuja a aventurarnos en una nueva actitud ante nuestra vida.

Sin embargo; bien porque no para todos funciona, bien porque cada terapeuta se adapta a un modelo que, en cada momento de su vida, se adecua y se va afinando; existen otras posibilidades. Otras formas de encarar el proceso. Otros mapas. Observamos cómo, llegado el momento, la mera reformulación no siempre desbloquea el proceso. Podemos llegar, en nuestro acompañamiento, a un impasse, a un callejón sin salida. El proceso se detiene. Es preciso poner ahora más atención en el cómo. En la forma. Puede ser el momento de confrontar, de estar “de frente con” la persona. En la confrontación, el terapeuta distingue entre lo que es expresado y cómo se expresa y se lo señala al paciente. El tono de voz, la expresión corporal, la mímica, los sueños o ensoñaciones, los lapsus. . . Esas actitudes menos o nada conscientes permiten poner ante el paciente su propia incongruencia, lo falso, las “resistencias” o “defensas” que le impiden entrar en las emociones o sensaciones auténticas, genuinas o espontáneas que están envueltas en miedo, rabia, vergüenza. .


La psicoterapia moderna debe a Wilhem Reich la atención que hoy ponemos en cómo se comunica y cuál es la actitud corporal correspondiente a lo que se aparenta decir. En su análisis del carácter considera que:

“Primeramente el paciente ha de darse cuenta de qué se defiende. . . posteriormente, cómo lo hace. . . y finalmente en contra de qué”3 

De acuerdo con el tipo de carácter corresponde un tipo de actitud, de “análisis”. Para Reich, según su tipología, habrá que deslindar si se trata de “obsesivos”, “histéricos”, “psicopáticos” u otros. En Gestalt, observamos si el entrevistado está racionalizando o proyectando o confluyendo. . . La devolución y la herramienta utilizada pueden ser diferentes. La meta es alcanzar la expresión auténtica reprimida. El obstáculo a superar:

“Para curar debo pasar por los demonios de la muerte. Me sumerjo y camino por abajo. Puedo buscar en las sombras y el silencio. Así llego donde las enfermedades están agazapadas, viendo como el lenguaje cae; vienen de arriba, como pequeños objetos luminosos que vienen del cielo. El lenguaje cae sobre la mesa sagrada y cura”. 4 

El texto es de María Sabina, chamana oaxaqueña de quien aprendió particularmente el Dr. Salvador Roquet. La muerte (podemos asimilarla a la falta o distorsión del amor) refleja los temores y ansiedades por los que la persona ha de pasar en su proceso hacia el auto-conocimiento. Abarca el miedo a la locura o pérdida de control de los mecanismos racionales. “Sumergida y caminando por abajo” del lenguaje consciente, del temor, vamos acompañando la aparición de lo reprimido, poniéndolo en escena. Ese miedo incluye las “sombras y silencio” con las que el bebé, la niña, el ser humano, ha sido atenazado a lo largo de generaciones. Allí están infiltradas las “enfermedades”, la coraza del carácter, el miedo a vivir lo propio, la represión del amor. Pudiéramos decir, en psicoterapia, que “el lenguaje” es la adecuada relación (el contacto auténtico) entre paciente y terapeuta, entre yo y el otro. Lleva consigo el desbloqueo de las capacidades internas y externas. Atañe primordialmente al paciente. Pero acaba implicando a ambos. Aprendemos de los pacientes, del otro, aún cuando ese no sea el objetivo. Para Sabina, el “lenguaje” lo inducen los hongos, la “carne de los dioses”, en quien nace para ser sabio. Es el lenguaje, la comunicación por excelencia. De esta manera, los “pequeños objetos luminosos”, la intuición y sensibilidad que ponemos en la relación, vienen de algo más allá de nuestra técnica, “vienen de arriba”, “vienen del cielo”, son un don, un cierto tipo de gracia que se puede desarrollar. Finalmente, podemos denominar la “mesa sagrada” al marco de nuestra relación terapéutica: yo y el otro en un marco determinado: lo que técnicamente llamamos “encuadre”. La relación terapéutica, en un encuadre adecuado, “cura”.  

 

En definitiva, la relación terapéutica, el proceso a lo largo de sus diversas etapas, va a destapar los velos de la realidad presente. Realidad individual, en un marco social, planetario, existencial. Todo un viaje para recuperar la confianza perdida o tal vez ni siquiera iniciada.

“No se puede establecer la confianza diciendo simplemente: Te escucho. Te comprendo. Te cuido. Lo que permite al paciente experimentar el ambiente nutricio al que puede desembocar el proceso terapéutico no es lo que digo sino lo que hago. Eso depende totalmente de lo amoroso que sea el trato que doy a la persona”. 5 

Miguel Albiñana Serain


Referencias

1 Michael Ende. Momo. Edit. Alfaguara. 1981

2 Michael Ende. Momo. Edit. Alfaguara. 1981

3 Wilhelm Reich. Character-Analysis, Orgone Institute Press, 1949

4 Citado en Una terapia prohibida. Biografía de Salvador Roquet. Janine Rodiles. Planeta 1998

5 Sheldon Kopp. Here I am, wasn’t I! Bantam Books 1986 


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