Los trasplantes de órganos y tejidos constituyen motivo de reflexión y análisis, no sólo para el personal médico y paramédico, sino también para el público en general. Por esto es importante la formación en estos aspectos éticos.
Una formación integral que considere la transmisión de conocimientos éticos, la preparación psicológica en el profesional con experiencias vivenciales y con metodologías para la toma de decisiones, permite la instrumentación de un trabajo profesional en ética clínica con una concepción científica integradora de diversos saberes, que garantice valoraciones de los factores socio-humanistas que determinan la vida de los hombres en el proceso salud/enfermedad.
Ética y trasplante.
María Elena Rodríguez Lafuente*; Maritza González Blanco*; Josefa María Gutiérrez Cordoví**; María Elena Alonso García*; Laura Anbel de León Serra*; Berta González Muñoz***.
* Especialistas en psicología de la Salud. Profesoras del Instituto Superior de Ciencias Médicas y de la Facultad de psicología. Servicio de psicología, hospital Hermanos Ameijeiras.
** Especialista en psicología de la Salud. Profesora del Instituto Superior de Ciencias Médicas y de la Facultad de psicología. Policlínico Marcio Manduley.
*** Especialista en Nefrología, Servicio de Trasplante, hospital Hermanos Ameijeiras.
Los trasplantes de órganos y tejidos constituyen motivo de reflexión y análisis, no sólo para el personal médico y paramédico, sino también para el público en general. Por esto es importante la formación en estos aspectos éticos. Una formación integral que considere la transmisión de conocimientos éticos, la preparación psicológica en el profesional con experiencias vivenciales y con metodologías para la toma de decisiones, permite la instrumentación de un trabajo profesional en ética clínica con una concepción científica integradora de diversos saberes, que garantice valoraciones de los factores socio-humanistas que determinan la vida de los hombres en el proceso salud/enfermedad.
Introducción
Existen numerosas definiciones de los conceptos moral y ética, lo que se debe a su semejanza etimológica, pues moral proviene del latín moralis y ética se deriva del griego ethikus, palabras que en sus respectivos idiomas significan, entre otras cosas, hábito, costumbre, carácter.
En su definición más amplia la ética es la ciencia de la moral y la moral, las reglas de la vida en sociedad y la conducta de los hombres, especialmente sus deberes entre si y hacia la comunidad.
La moral surgió en el seno de la comunidad primitiva, cuando los hombres comprendieron la necesidad y tuvieron la posibilidad de regular sus relaciones a fin de conciliar la conducta de cada individuo con los intereses del prójimo y los de la colectividad. Así nacieron los hábitos, las costumbres, los deberes y las normas de comportamiento moral, los conceptos del bien (lo que debía ser y merecía aprobación) y el mal (lo que no debía ser y suscitaba rechazo), así como otros sentimientos que comenzaron a integrar la conciencia moral individual y colectiva de la sociedad.
Desde el punto de vista histórico, el surgimiento de la moral precedió al de otros importantes componentes de la superestructura social como la religión, el derecho y la política.
Aunque las normas morales presentan puntos de coincidencia con las de carácter religiosos y social, no deben confundirse con ninguna de estas.
Se ha demostrado que no hay reglas y normas de conducta inmutables ni valederas para todas las épocas, pueblos y clases sociales y que las concepciones sobre la moral no se pueden fundamentar en definiciones generales y abstractas, sino en condiciones históricas concretas. De ahí que no existan verdades morales eternas o de vigencia permanente, por el contrario la moral ha evolucionado a la par de los regímenes económico- sociales por los que ha transitado la humanidad.
La moral es un reflejo de la realidad y representa el conjunto de intereses, necesidades y valores que se ha formado en la interacción de los hombres entre sí y con el medio social. Se nos presenta en forma de reglas, principios, normas de convivencia y comportamiento que conforman la conciencia del ser humano y le sirven de referente para enjuiciarse a sí mismo y juzgar al mundo que le rodea. Los preceptos morales se asimilan a través de la familia, la escuela, los medios de difusión, las instituciones religiosas, políticas y sociales; y se interiorizan de tal modo en las personas que condicionan su conducta y constituyen obligaciones cuya trasgresión provoca un sentimiento de culpabilidad y autocensura. A diferencia de las normas jurídicas (que se imponen en la sociedad mediante la fuerza coercitiva del estado) las prescripciones morales se sustentan en las convicciones internas de los hombres, y en la influencia de la opinión pública, que también ejerce una coerción pero solo de carácter social.
En su evolución histórica, la moral siempre ha estado asociada a las buenas costumbres, la moderación de las ambiciones, apetencias y pasiones, el repudio de los vicios y el cultivo de las virtudes, la justicia y en general a los buenos sentimientos de los seres humanos, a la aspiración de que el hombre sea cada vez mejor.
Podemos asumir que la moral es en su sentido más amplio: un sistema de normas, principios y valores de acuerdo con el cual se regulan las relaciones mutuas entre los individuos, o entre ellos y la comunidad, de tal manera que dichas normas que tienen un carácter histórico y social, se acaten libre y conscientemente por una convicción íntima y no de modo mecánico, exterior o impersonal.
Como ciencia o teoría filosófica de la moral, la ética surgió mucho después que su objeto de estudio. Los hombres regularon sus relaciones y establecieron normas de conducta antes de que pudieran estudiarlas. Fue necesario un determinado grado de desarrollo de la sociedad, en particular la diferenciación entre el trabajo manual y el intelectual y la aparición de las clases sociales para que las teorías éticas vieran la luz.
Desde la más remota antigüedad, filósofos, sacerdotes, gobernantes y políticos de diferentes latitudes concedieron particular importancia al estudio de la conducta moral de los hombres. Sobre una base empírica y con una finalidad pragmática, surgieron diversos sistemas morales, establecidos muchas veces de manera arbitraria e irracional, y mezclados frecuentemente con dogmas religiosos. A modo de ejemplo puede citarse los Diez Mandamientos de la Biblia (que constituyen las leyes morales fundamentales de las religiones judaica y cristianas) y las máximas de Confucio, cuyas enseñanzas (derivadas de cinco virtudes: la bondad, la honradez, el decoro, la sabiduría y la fidelidad) han sido consideradas durante siglos una especie de código moral por el pueblo chino. Sin embargo fueron los filósofos griegos, a partir de Pitágoras, los primeros que teorizaron de manera sistemática sobre la ética hasta convertirla en una rama de la filosofía. Cupo a Aristóteles con su Ética a Nicómaco (siglo V a. n. e. ) el mérito histórico de separar la ética de la filosofía general y legar a la humanidad el primer tratado de la nueva ciencia.
Según Niccola Abbagnano, existen dos concepciones fundamentales de la ética:
1. La que la considera como ciencia del fin al que debe dirigirse la conducta de los hombres y de los medios para lograr tal fin y derivar, tanto el fin como los medios, de la naturaleza de los hombres.
2. La que la considera como la ciencia del impulso de la conducta humana e intenta determinarlo con vistas a dirigir o disciplinar la conducta misma.
En la primera concepción las normas se deducen del ideal que se considera propio del hombre, mientras que en la segunda se tiende, ante todo a determinar el móvil del hombre, o sea la regla a la que este obedece.
La ética tiene por objeto el estudio del origen, la estructura, las funciones, las categorías y la evolución histórica de la moral. A partir de sus funciones la ética describe, explica y enseña la moral; además estudia y analiza críticamente las costumbres, las normas, los valores, los sistemas morales y su historia. Dado que se ocupa de las normas de la conducta humana, se le considera una ciencia normativa: y desde ese punto de vista tiene un indudable carácter partidista, pues aboga por determinada reglas de conducta.
Atendiendo a su contenido, existen varias clasificaciones o especialidades de la ética. Entre ellas, la Ética Descriptiva, que describe la moral; la Ética Teórica, que explica la moral; la Ética Profesional, que estudia la moral en campos específicos de la actividad humana; la deontología, que postula los deberes morales; la Metaética, que estudia el lenguaje moral; y la Axiología Ética, que analiza y expone los valores morales.
A juicio de Luis López Bombino, la Ética Normativa es el núcleo de la moral, por cuanto es un elemento dinámico del proceso. Surgió como ciencia práctica destinada a señalar el camino hacia una vida feliz mediante el conocimiento del mundo y de los hombres a través de la experiencia, y al manifestarse mediante un código de reglas y normas del deber de la conducta humana expresa una relación de lo ideal hacia el mundo real.
La ética debe sustentarse en una moral realista y en una concepción humanista, no debe inculcar en los individuos una obediencia ciega y pasiva a sus normas y valores sino ser fuente de perenne inquietud interior, de insatisfacción, de deseo de avanzar, de ser mejores, más puros, de ser capaces de impulsar y por tanto propiciar el mejoramiento humano. Por esta razón tiene que afianzar valores factibles, viables y oxigenar o cambiar aquellos que por distintos motivos han perdido potencialmente sus posibilidades de desarrollo.
Objetivos
• Exponer aspectos generales de la ética médica como manifestación particular de la ética.
• Mostrar como se expresan en el trasplante de órganos.
• Fundamentar la necesidad de la formación ética en los profesionales de la salud.
La vinculación de la ética al ejercicio profesional se concreta a dos aspectos esenciales:
- La necesidad de considerar en la práctica profesional los juicios y valoraciones de orden ético dado el enfrentamiento cotidiano a situaciones que implican la adopción de una conducta o valoración moral.
-Asumir la ética en su condición normativa, en cuanto impone límites en la ejecutoria profesional, a partir de la determinación de los principios y normas de conducta que deben ser acatados por los profesionales, garantizando así la excelencia y prestigio de la profesión.
En el caso particular de las ciencias médicas, al médico siempre se le han exigido determinadas cualidades y conductas morales, así como un conjunto de obligaciones ineludibles respecto a sus colegas de profesión y a los enfermos que asiste. Estas obligaciones emanan de dos fuentes estrechamente relacionadas: las referidas a razón de la moralidad (normas éticas), y las establecidas por la legislación a partir del ordenamiento jurídico de las anteriores (normas jurídicas). Todos estos elementos son los que han conformado tradicionalmente la ética médica.
La ética médica es una manifestación particular de la ética en general pero que trata específicamente los principios y ramas de conducta que rigen entre los trabajadores de la salud, su relación con el hombre sano o enfermo y con la sociedad, el error médico, el secreto profesional y la experimentación con humanos; pero el problema fundamental de la ética médica es la relación médico-paciente, la relación entre los trabajadores de la salud entre sí y de éstos con los familiares del paciente.
El espectacular avance que ha tenido lugar en el campo de las Ciencias Biomédicas en el presente siglo, ha posibilitado al ser humano un mayor conocimiento y dominio de los eventos fundamentales que determinan su proceso vital, desde la constitución misma de la vida, con la concepción y el nacimiento, hasta su propio deceso. De transformar el entorno, el hombre contemporáneo ha pasado a gobernar las leyes que rigen su propia existencia, traspasando las barreras naturales de la vida y de la muerte. La Humanidad se ha visto así enfrentada a su principal reto axiológico: equilibrar el desarrollo moral del hombre con el progreso tecnológico que él mismo ha creado.
Uno de los problemas de las ciencias médicas en la actualidad, se deriva de los vertiginosos avances tecnológicos que precisan de vigilancia permanente para evitar un proceso de deshumanización que puede poner en riesgo los principios básicos de autonomía, beneficencia y justicia que sustentan el paradigma ético actual, y con ello, la calidad de los servicios de salud.
Este hecho ha convocado a estudiosos de las más diversas ramas del saber, a incursionar en el complejo mundo de los valores en cuestiones de marcada trascendencia humana, como son la manipulación genética; la investigación con seres humanos; el aborto; la maternidad subrogada (mujeres que no pueden tener hijos y alquilan madres para sus hijos); los criterios de definición de la muerte; los trasplantes de órganos, etc.
La diversidad y complejidad que estos dilemas adquieren en la actualidad exige de los profesionales sanitarios no solo constante actualización técnica, sino también la necesidad de replantear las dimensiones éticas de cada una de sus acciones profesionales, en un marco de pluralismo moral donde decidir es todo un reto.
El ejercicio profesional supone constantemente la tarea de tomar decisiones y asumir conductas o posturas morales.
Toda decisión a asumir, por el hecho de involucrar a seres humanos como protagonistas, es una decisión ética o al menos implica connotaciones éticas inseparables de los aspectos técnicos de las mismas.
La problemática de los dilemas éticos está en la dificultad que supone tomar decisiones ante situaciones de difícil solución por producirse conflictos entre principios o deberes éticos. El dilema se expresa en que la única forma de cumplir con una obligación es contraviniendo otra. Los dilemas éticos se definen como las contradicciones entre valores o entre principios éticos, que se presentan en el proceso de toma de decisiones durante la práctica asistencial, de modo tal que al cumplir con un principio o valor ético, necesariamente se contraviene otro en tanto ambos son un deber para el médico.
Los trasplantes de órganos son uno de los exponentes más significativos del progreso científico de la Medicina actual, dadas las técnicas de conservación de vísceras por un lado y el desarrollo de medicamentos inmunosupresores, como la ciclosporina, por otro, que permiten una prolongada sobrevivencia del órgano trasplantado y por tanto del enfermo. Es por ello razonable pensar que la Bioética moderna, debería ser la que canalizara todos los aspectos del trasplante.
La práctica de los trasplantes se enmarca en relación con el principio y el fin de la vida. Nos enfrentamos ahora a problemas delicados que con frecuencia ponen en juego nuestros principios éticos.
El complejo proceso médico que supone la realización de un trasplante, con un relativamente elevado número de personas afectadas, implica la aceptación y seguimiento de una serie de principios éticos. La autonomía de la persona, la justicia y el no hacer daño y hacer el bien, son principios éticos que deben de ser respetados en cualquier trasplante.
Los principios básicos son: autonomía de la persona en la toma de decisiones; no maleficencia: no hacer daño; justicia: distribución equitativa, y beneficencia: procurando hacer el bien.
Autonomía: Significa el respeto absoluto a la voluntad del individuo como persona: el respeto al ser humano en sí mismo y a las decisiones que haya tomado. En los trasplantes se documenta la voluntad, tanto en el momento de donar órganos como al someterse a un trasplante. Particular importancia tiene la manifestación de voluntad cuando una persona fallecida tiene que donar sus órganos, ya que una gran mayoría no se ha manifestado en vida respecto a la donación de órganos, por lo tanto para constatar su voluntad en caso de fallecimiento se recurre a las personas más allegadas. Son momentos muy duros en los que se acaba de perder un ser querido pero, siendo conscientes de la situación, debemos intentar conocer la voluntad del fallecido con el fin de respetar su autonomía y las decisiones que hubiera podido tomar en vida, sin dejar de valorar la importancia que tiene la donación, ya que es la única posibilidad de que se realice un trasplante. Será, pues, la familia la que nos documente que no hay manifestación en contra, demostrando de esta forma que se esté a favor de la donación, en el único proceso médico generado por la sociedad, al donar los órganos de personas fallecidas para que otras personas se beneficien, cumpliendo así otro de los principios éticos.
No maleficencia: Es uno de los principios éticos más históricos y preceptivo en todas las actuaciones médicas. La aplicación a la persona fallecida se reconoce en que en su diagnóstico de muerte es independiente de si va a ser donante; es un acto médico, el certificar que una persona ha fallecido. El tratamiento al cadáver es el mismo que el de una intervención quirúrgica reglada, ya que el trasplante comienza con la obtención del órgano.
Justicia: Al margen de que el proceso conlleva un cumplimiento legal, interesa destacar la forma de actuación ética, en cuanto a la distribución de los órganos o a quién se va a trasplantar, para lo cual se necesita que la adjudicación sea con arreglo a criterios médicos de máxima efectividad del trasplante y siguiendo protocolos que sean siempre verificables y que demuestren el porqué se ha trasplantado a un paciente y no a otro, teniendo en cuenta que la escasez de órganos es el verdadero factor limitante del número de trasplantes. Justicia equitativa sin más elementos condicionantes que los médicos.
Beneficencia: Principio último y finalidad a conseguir con el proceso. El hacer el bien a otras personas, que puede variar desde el seguir viviendo ante la necesidad de un órgano vital, corazón, hígado ó pulmones, hasta cambiarle su vida con un trasplante. El beneficio va implícito en la acción, pues para ello se procede al trasplante. El beneficiario, o en este caso la persona que se va a trasplantar, debe ser informada de los beneficios que puede obtener con el trasplante y de los inconvenientes que pudieran surgir, todo ello documentado con lo que se conoce como consentimiento informado, documento que se firmará tras una explicación completa, detallada y comprensible del proceso a que va a ser sometido, con la particularidad de que podrá renunciar a lo firmado en cualquier momento, cerrando así el proceso y respetando los criterios bioéticos que nos han ocupado en el proceso, respetando el de autonomía de las personas en la toma de decisiones ante los procedimientos que se van a llevar a cabo, y aplicable a todo proceso médico.
Para que se produzca un trasplante debe haber una donación y una recepción. En el acto de la donación se ponen en evidencia las actitudes éticas y culturales de una sociedad, individualizadas en la persona que consiente el trasplante. Estudios psicológicos realizados han demostrado que las razones por las cuales el público en general dona sus órganos están basadas en sentimientos de reciprocidad, obligación moral, generosidad, otros evocan razones de solidaridad. La mayoría de estos argumentos son motivaciones altruistas que es necesario potenciar y tener en cuenta que están relacionadas con el contexto social inmerso y dependiente del nivel sociocultural.
En la recepción se juntan los deseos del paciente con los aspectos de justicia social de distribución equitativa de órganos.
En nuestro país, la donación de órganos para trasplantes sucede en un contexto con elevados estándares de justicia social y distributiva:
1. La asistencia sanitaria es universal.
2. La situación de enfermedad, o invalidez es compensada económicamente a través de la seguridad y asistencia social.
3. Las facilidades para el tratamiento antes del trasplante, sobre todo el tratamiento con diálisis (equipo que hace la función del riñón) en los pacientes con insuficiencia renal terminal, son prácticamente ilimitadas.
4. Por último las posibilidades de obtención de órganos procedentes de donantes fallecidos son elevadas.
En los trasplantes, la atención de principios éticos debe ser equilibrada y no se puede atender a uno en detrimento de los otros. Surgen numerosos aspectos relacionados con las áreas del conocimiento y de la práctica donde se hace necesario adoptar decisiones que ayuden a resolver, en muy poco tiempo, situaciones límite para que médicos y coordinadores involucrados en los procedimientos de trasplante no lesionen los principios éticos básicos. En general, los dilemas del trasplante están relacionados con el órgano donado y el receptor del mismo.
Los cambios que se han producido tanto en la población de donantes como en la de receptores han obligado a tratar de ajustar más y más la compatibilidad y el emparejamiento entre donante y receptor y afinar más los criterios diagnósticos de viabilidad y de implante de los órganos de donantes más límites para poder garantizar unos buenos resultados de los trasplantes
Es fundamental, en primer lugar, proporcionar una información periódica que resalte estos detalles y, en segundo lugar, que el código ético sea conocido y compartido mayoritariamente por la población.
Defender con énfasis ante familias dubitativas la claridad, honestidad y ética que regulan los procesos de asignación y distribución de órganos donados debería estar presente en toda petición.
Partiendo de la base que sin donación no hay trasplante, es en la recepción del mismo donde los juicios bioéticos tienen gran importancia.
En respuesta a la limitada oferta de órganos el sistema de distribución de órganos ha desarrollado principios buenos y eficientes para racionalizar la asignación de órganos.
Los órganos disponibles para trasplante se deben distribuir entre la lista de receptores en base a criterios imparciales que equilibren el éxito del trasplante, el tiempo de espera y el grado de urgencia. Cualquier sistema debe estar continuamente controlado, vigilado y reevaluado. El sistema de distribución de órganos debe ser conocido por médicos, pacientes y público para que comprendan que un órgano es negado a un receptor solo por razones de utilidad y eficacia y nunca por indiferencia o prejuicio.
Los principios éticos de beneficencia, no maleficencia, justicia y autonomía deben ser contemplados en todos los procedimientos de asignación de órganos para trasplante y en la selección de receptores. El respeto a la autonomía del paciente puede en ocasiones ser difícil, pero debe prevalecer en las relaciones médico-enfermo. Las decisiones entre los principios de beneficencia y justicia serán en ocasiones complicadas, pero no pueden invocarse criterios de beneficencia si se ha conculcado en otros pacientes el principio de justicia. Es responsabilidad de los profesionales involucrados en los procedimientos de trasplante, el actualizar los criterios de valoración de órganos a trasplantar y la selección de receptores, definiendo cada vez mejor su carácter objetivo, de forma tal que en cada caso sea siempre posible acreditar y defender la selección de un receptor.
Con el extraordinario progreso de trasplante, han surgido otros problemas de diverso índole. El primero y más importante es el relacionado con la obtención de órganos. La disparidad entre el número de órganos disponibles y el número de pacientes que podrían potencialmente ser beneficiados por su trasplante es cada vez mayor, y aunque constituye un típico problema de los países desarrollados en la actualidad también es válido en los países subdesarrollados aún con las limitaciones actuales de la aplicación y la posibilidad de acceso a las sofisticadas y costosas técnicas de trasplante.
A diferencia del trasplante renal, en el cual, la diálisis puede sustituir de por vida si el órgano no está disponible, el trasplante de corazón, hígado, y corazón- pulmón son procederes imprescindibles para la vida, y la dificultad para encontrar un donante conduce invariablemente a la muerte del paciente, tal es que se estima, que del 5-10% de los pacientes seleccionados para trasplantes de corazón mueren antes de que un órgano adecuado pueda ser encontrado. Estimados similares son aplicables al hígado.
Esto hace que la selección de receptores para la asignación de órganos para el trasplante proporcione la oportunidad para el desarrollo de actividades y actuaciones no éticas a la hora de establecer los parámetros para seleccionar el receptor y que se vea de hecho condicionado por un conjunto de factores como son:
. Económicos
. Geográficos
. Raciales
. Edad y sexo
El acceso a las técnicas sustitutivas es radicalmente distinto según el país de origen, no solo por motivos tecnológicos sino fundamentalmente de carácter económico. Estas desigualdades plantean los más profundos dilemas éticos.
Una situación habitual en cualquier país del tercer mundo lo es la carencia de los medios suficientes para cubrir un programa de trasplante o un sistema estructurado de obtención de órganos.
La disponibilidad de recursos es un factor que influye de forma negativa en el cumplimiento de la ética del trasplante constituyendo una ventaja para los pacientes con recursos económicos o soporte familiar que les permite viajar en ocasiones a otros países en busca de tecnología de avanzada o de disponibilidad de órganos, mientras que los pacientes con recursos económicos limitados en ocasiones, o bien no tienen acceso a los servicios de salud o escasamente pueden encontrarse en una lista de espera local.
Otro factor a considerar de importancia lo es la eventual discriminación racial en sociedades multiétnicas como la norteamericana que se añade al componente económico. Por ejemplo, los negros y otras minorías étnicas como los hispanos reciben menos trasplantes que los blancos.
Otras circunstancias como la pobreza, la marginación y la manifiesta carencia de una cobertura sanitaria en los países tercermundistas hacen que por supuesto no tengan acceso a estos adelantos de la ciencia.
Otro objeto a tener en cuenta lo constituye la edad. La denegación del trasplante en base a la edad del receptor, en quienes esta forma de tratamiento podría ser de gran eficacia ha sido utilizada como una vía para la asignación de tan importantes recursos como son los cuidados de salud a los más jóvenes que a los viejos. Esto parece particularmente injusto y no ético cuando en muchos países de alto nivel de desarrollo se gasta grandes cantidades de recursos en terapias menos efectivas que el trasplante de órganos como la cirugía del cáncer, sugiriéndose que el órgano disponible debe ser para aquellos individuos concebidos como los más importantes de la sociedad.
En las últimas décadas del siglo XX desgraciadamente la humanidad ha sido testigo de una nueva forma abominable de explotación del hombre por el hombre: el tráfico de órganos.
El comercio de órganos parece haber lanzado una sombra sobre la práctica del trasplante.
La Asamblea Anual de la OMS incitó a todas las naciones a actuar en prevención del comercio de órganos.
En los países no desarrollados sufren de forma más cruenta sus efectos, en la India, por ejemplo, el comercio de riñones procedentes de donantes vivos no emparentados constituye una práctica común.
La situación es tan dramática que se ha planteado que si la venta de riñones sigue al ritmo actual, la mayoría de los pobres de India tendrían un solo riñón para el año 2000.
Lo mismo ocurre en los países del Medio Oriente, Norte de África y Latinoamérica. En muchos de éstos ni siquiera es ilegal y en otros si. No son excepciones tampoco de esta abominable práctica los países desarrollados como Estados Unidos, donde se admiten donaciones que son verdaderas transacciones económicas.
El desenfrenado comercialismo ha hecho que el pago no es solo al donante quien solo recibe una pequeña parte de lo que un desesperado receptor está dispuesto a pagar, sino también al mediador y al corredor quienes en ocasiones forman parte de un team médico involucrado en el trasplante; siendo lo más importante el lucro y no la salud del donante o del receptor. Algunos defensores de estas ideas faltas de concepto moral, han planteado frecuentemente que el comercio de órganos ayuda a los ricos a obtener mayor salud y a los pobres a mejorar su stándard de vida.
Es evidente que este fenómeno trae aparejado consecuencias éticas y morales para la sociedad y para la profesión médica así como los efectos negativos para el donante/ receptor y el programa de trasplante.
Los principios rectores sobre trasplante de órganos humanos aprobados en la 44 Asamblea Mundial de la Salud de 1991 señalaban que el cuerpo humano no puede, no debe ser objeto de ninguna tracción comercial. Así como los médicos y demás profesionales de la salud no deberían participar en procedimientos de trasplante de órganos si tienen razones para plantear que esos órganos han sido objeto de transacción comercial.
En ninguna circunstancia deberá existir compensación alguna para el donante, ni se exigirá al receptor precio alguno por el órgano trasplantado.
En Cuba, no han existido manifestaciones que pudieran vincularse al tráfico de órganos. Las bases organizativas del Programa Nacional de Trasplante y el estricto control sobre las actividades inherentes al proceso de extracción- implante garantizan que el fenómeno en cuestión no pueda originarse.
No obstante, al tener en cuenta que la única fuente actual de Órganos y tejidos para trasplantes, son los donantes humanos, se hace necesario plantearse una serie de consideraciones éticas y establecer una serie de conceptos inseparables de todo proceder en el que interviene el hombre, teniendo en cuenta que se trata de un procedimiento tan complejo como la donación ¬trasplante de órganos, evitando así las desviaciones negativas que puedan surgir y que expondremos a continuación.
El primer concepto es la definición de órgano para trasplante, señalándose que es aquella parte del cuerpo humano formado por un conjunto estructurado de tejidos que si es extraído no puede ser regenerado por el organismo. Se excluyen los testículos, ovarios, embriones, óvulos, espermatozoides y sangre. Otro importante factor a tener en cuenta es el diagnóstico de muerte del donante cadáver.
Aunque está bien establecido que la definición de diagnóstico de muerte es un problema de índole científico debemos tener en cuenta que su conceptualización origina reacciones de componentes emocional, religioso y filosófico que hacen difícil la práctica de la extracción de órganos.
La descripción de la "muerte cerebral" como equivalente a todos los efectos científicos, legales y éticos de la muerte definida tradicionalmente constituye el hecho fundamental que hace posible los trasplantes de órganos.
Los investigadores cubanos han dado una nueva definición de la muerte humana donde por primera vez se incorpora la conciencia como núcleo fundamental y la define como: "La pérdida irreversible de la capacidad y del contenido de la conciencia".
Esta definición permite a la sociedad comprender la muerte del ser humano como fin de la vida, sin reservas y sin dudas pudiéndose convertir en donantes de órganos y tejidos viables para otros pacientes a quienes la trasplanto logia si puede brindar esperanza reales de la vida.
El debido respeto al cuerpo humano, es un elemento primordial, teniendo en cuenta que el cuerpo del fallecido representa para los familiares la última memoria del que acaba de morir, es necesario observar ciertas medidas de respeto hacia el cadáver después de la extracción del órgano con el fin de no herir sensibilidades.
La confidencialidad es otro aspecto a considerar en este proceso; por confidencialidad se entiende que la información generada en la relación médico- paciente no trascienda el ámbito de la práctica médica. El respeto a la confidencialidad está fuertemente influido por los valores sociales imperantes.
En nuestro país los trasplantes se realizan con una confidencialidad total, el enfermo que recibe un órgano no conoce su procedencia ni la identidad del donante; así mismo la familia del donante no conoce la identidad del receptor. Mantener el anonimato ha sido saludable.
Todo lo hasta aquí referido justifica la necesidad de la formación ética de todos los involucrados en el campo de la trasplantología. Respecto a qué y cómo formar, se han realizado algunas propuestas que básicamente destacan la necesidad de combinar la transmisión de conocimientos éticos con el desarrollo de actitudes y habilidades en diferentes períodos de la formación profesional.
una de ellas es la que realiza R. Altisent quien plantea como tres objetivos claves de la formación los siguientes:
- Desarrollar intuición para reconocer los problemas éticos que se presentan en el ejercicio profesional.
- Adquirir métodos para la toma de las decisiones coherentes con las propias convicciones.
- Activar capacidades para movilizar los recursos que pueden hacer efectiva la decisión adoptada.
Este es un tema humano y urgente en las condiciones actuales de rápido avance tecnológico.
Conclusiones
Los trasplantes de órganos y tejidos constituyen motivo de reflexión y análisis, no sólo para el personal médico y paramédico, sino también para el público en general.
Por esto es importante la formación en estos aspectos éticos. Una formación integral que considere la transmisión de conocimientos éticos, la preparación psicológica en el profesional con experiencias vivenciales y con metodologías para la toma de decisiones, permite la instrumentación de un trabajo profesional en ética clínica con una concepción científica integradora de diversos saberes, que garantice valoraciones de los factores socio-humanistas que determinan la vida de los hombres en el proceso salud/enfermedad.
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