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De agresividad y violencia ¿Haciendo neuróticos?

Autor/autores: Mercè Martínez i Torres
Fecha Publicación: 01/01/2002
Área temática: Psiquiatría general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

En este trabajo se revisan los conceptos: agresividad y la violencia. Son conceptos borrosos, es decir, sin claros límites intra-concepto y entre conceptos cercanos. Cada modelo social define que "agresividad" es deseable y cual no lo es, no sólo de forma explícita sino también de forma implícita. Ambas formas, a menudo entran en contradicción, haciendo que el valor del sistema normativo y moral sea cuestionado, es más, que sea cuestionable.

Se apunta a la necesidad de trabajos interdisciplinares para entender por qué los mecanismos naturales de inhibición de ciertas conductas violentas fallan y conducen a la violencia. Los mecanismos que llevan al terrorismo de estado y a la guerra trascienden de la dimensión bio-psico-social del individuo, aún considerándolo como grupo o especie. Los trabajos realizados por psicólogos sociales tras la segunda guerra mundial apuntan a algunos tipos de liderazgo, pero la tesis más fuerte se relaciona con la obediencia, con una delegación total en el líder de la responsabilidad. Estos trabajos y el análisis de la realidad actual conducen a múltiples interrogantes que dejamos abiertos al debate de la mesa.

Palabras clave: violencia


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De agresividad y violencia ¿Haciendo neuróticos?

Martínez i Torres, Mercè.

PALABRAS CLAVE: agresividad, Violencia, psicología social.



[otros artículos] [27/2/2002]


Resumen

En este trabajo se revisan los conceptos: agresividad y la violencia. Son conceptos borrosos, es decir, sin claros límites intra-concepto y entre conceptos cercanos. Cada modelo social define que "agresividad" es deseable y cual no lo es, no sólo de forma explícita sino también de forma implícita. Ambas formas, a menudo entran en contradicción, haciendo que el valor del sistema normativo y moral sea cuestionado, es más, que sea cuestionable. Se apunta a la necesidad de trabajos interdisciplinares para entender por qué los mecanismos naturales de inhibición de ciertas conductas violentas fallan y conducen a la violencia. Los mecanismos que llevan al terrorismo de estado y a la guerra trascienden de la dimensión bio-psico-social del individuo, aún considerándolo como grupo o especie. Los trabajos realizados por psicólogos sociales tras la segunda guerra mundial apuntan a algunos tipos de liderazgo, pero la tesis más fuerte se relaciona con la obediencia, con una delegación total en el líder de la responsabilidad. Estos trabajos y el análisis de la realidad actual conducen a múltiples interrogantes que dejamos abiertos al debate de la mesa.


Mercè Martínez i Torres. Barcelona 11-3-1957
Dra. en Psicología
Profesora Titular del Dep. de Ps. Básica. Universidad de Barcelona. (www. ub. es)
Especialidad: psicología de la comunicación, grupos de enseñanza, altas capacidades.
Presidenta de la Sociedad Española de psicoterapia y Técnicas de grupo (www. septg. org)
Co-coordinadora del Foro de Grupo-análisis. www. rediris. es/list/info/grupo-analisis. html
Formación en grupo de análisis con Joan y Hanne Campos.
Publicaciones, conferencias y comunicaciones en las tres áreas mencionadas como especialidad.
__________________

 

Cuando Joan Campos me invitó a participar en esta mesa, le dije –y, no es falsa modestia- que no sabía que podía aportar yo al grupo. No soy ni psicóloga clínica, ni psicóloga social, poco sé de la neurosis de guerra, de las intervenciones en crisis . . . pero algo podré aportar de mi experiencia, como parte de una humanidad en guerra permanente.

Lo primero que me gustaría compartir son emociones en estado puro, tras los acontecimientos del 11 de septiembre, como cualquier ser humano que se enfrenta a sentimientos contradictorios ante un atentado y una respuesta en forma de intervención militar. Este es el poema que escribí el 29 de noviembre de 2001, titulado “Hoy no hay estrellas”:

“He salido a la noche
perdida en la gran ciudad
buscaba una estrella
sólo vi la plateada luna
guiñando el ojo entre brumas
recordándome que la ciudad
no tiene estrellas.

No hay estrellas en Kabul
los destellos son muerte
son lagrimas tras los velos
son hospitales destruidos por error
son gritos de desesperanza
son negros talibanes venidos del pasado.

No hay estrellas en New York
el humo ciega sus ojos
son cadáveres bajo escombros
son duelo de un parar forzado
son realidad que supero la ficción
son pánico a no tener el control.
No hay estrellas en Islamabad
el conflicto estalla en la calle
son miles de hambrientos cruzando la frontera
son cristianos muertos en la iglesia
son musulmanes que van a la guerra santa
son iniciativas frustradas en la cruzada.

No hay estrellas en Jerusalén
el crisol de culturas se rompió
son fundamentalismos encontrados
son víctimas convertidas en verdugos
son pasados cruzados en presente
son estallidos de muerte.

He salido a la noche
perdida en la gran ciudad
buscaba una estrella
sólo vi la plateada luna
guiñando el ojo entre brumas
recordándome que la ciudad
no tiene estrellas.

Puesto de manifiesto que una de mis armas para la paz, es la poesía, no sólo como elemento catártico o de expresión de ideas y emociones, sino como vehículo de comunicación y canalización de las pulsiones hacia la creación/vida. Mi primera propuesta para el debate se centra en cómo favorecer a través del sistema educativo, actitudes y competencias tanto intelectuales, como emocionales, que permitan conocer y canalizar los impulsos agresivos. Me temo que con una “asignatura transversal de educación para la paz”, poco se puede conseguir. Los niños/as han de aprender a distinguir sus emociones agresivas, no negándolas o considerándolas negativas, sino aprendiendo como manejar su propia agresividad (ver como ejemplo el trabajo realizado con alumnos de educación social en www. septg. org/simposio/poster1. htm).

Un segundo elemento que me gustaría incorporar al debate se relaciona con los medios de comunicación de masas. La sensación de guerra permanente me ha perseguido a lo largo de todo mi desarrollo como persona. Soy de la generación de la TV, nunca me he ahorrado las imágenes de guerra desde Vietnam hasta las más recientes de Afganistán . . . tampoco me he ahorrado los discursos que justificaban participaciones, incursiones, defensa, etc. La globalización cuanto menos permite a algunas personas dejar de pensar en la guerra como algo local, lejano y ajeno, y visualizar un mapa del mundo en el cual los conflictos se suceden, en uno u otro punto del globo.

La humanidad está en guerra permanentemente ¿Cómo favorecer una toma de consciencia de la implicación de cada individuo, grupo, nación en este panorama mundial? Ese es uno de los retos para una psicología de la paz.

 

 

Finalmente, en relación con los grupos en los que estamos insertos me gustaría hablar de “nuestras guerras diarias” y de cómo negociar la paz. Aquí hay un montón de elementos grupales que podemos debatir: el tipo de grupo, el tipo de liderazgo, el manejo de las diferencias dentro del grupo (roles, sexos, etnias, etc. ), el tipo de comunicación, los conflictos, la resolución del conflicto

Dejando la guerra / la agresividad fuera, como algo ajeno, nunca tendremos paz.

Barcelona, 23 de enero de 2002.

Tras leer las sugerentes aportaciones de Hanne Campos, Montserrat Mira, Hari y con el constante acicate de Joan, el libertario, decido ampliar algo más las ideas esbozadas, o tal vez, añadir otras que asocio a los trabajos leídos.

Curiosamente los tres trabajos nos devuelven a la primera parte del siglo pasado, asocio esto –sin entrar a fondo en los contenidos- con una cierta idea de ciclicidad, también surge la asociación con los movimientos milenaristas próximos en la última década del s. XX … y una reacción que no puedo evitar: “la sensación de que algo no anda bien”. Quizás mi deseo de creer que existen pensadores (los hay) con una carga cultural propia de este siglo y no de la del pasado, que pueden explicar mejor los fenómenos sociales del presente, el contenido simbólico de esta guerra, las manifestaciones culturales de la agresividad en una sociedad con “valores” completamente distintos de los de hace un siglo. No quiero quitar méritos a aquellos que pensaron hace un siglo, pero debemos poder ver sus teorías con una luz completamente distinta, la luz del ahora, siendo críticos con los sesgos (culturales y personales) que imprimieron en sus teorías. También hay que tener el valor de renunciar a aquello que ya no tiene valor explicativo, más aún el valor de pensar por nuestra cuenta y aportar nuevas preguntas y respuestas. Ciertamente, que en los trabajos de Hanne, Hari y Montserrat hay mucho de ese valor al que me refiero, cuando se entra en el contenido y se va más allá de las referencias.

 

 

De agresividad y violencia ¿Haciendo neuróticos?

La agresividad y la violencia han adquirido a nivel social un significado claramente negativo; hasta tal punto que como decía Bruno Bettelheim el no reconocimiento de los propios impulsos agresivos y, tal vez, su forma más visible la violencia, nos lleva a reprimir y negar su existencia. No poder canalizar los impulsos agresivos de una forma adecuada puede conducir a estallidos tanto más violentos, cuanto más reprimidos han estado. Me gustaría reivindicar también la connotación positiva de agresividad en el sentido de direccionalidad (ir hacia) hacia un objetivo ; o la connotación de violencia en el sentido de imprimir fuerza (ímpetu). Ambas connotaciones de los términos carecen del calificativo “moral” que imprime negatividad y una clara división, aunque de bordes difusos entre: "buenos" (no agresivos) y "malos" (agresivos).

Podríamos ver múltiples ejemplos que muestran además que este postulado moral de “la agresividad no es buena”, es quizás uno de los que más se transgrede (siempre hay una buena razón para ello), en todos los niveles: individual, familiar, e institucional.

Es más ciertas conductas agresivas son incentivadas (por ejemplo, en los deportes o las distintas formas de competitividad) mientras otras son castigadas. Buen dilema moral para los que se están educando. La neurosis de guerra, empieza ahora en la familia y en el colegio. recuerdo una anécdota de una niña de 7 años. Su madre le prohibe ver una película que ha traído su padre del vídeo club (por excesivamente violenta – creo que era Rambo o alguna así), la niña le responde: no te entiendo me dejas ver el telediario, donde los muertos son de verdad y no me dejas ver una película donde sé que todo es mentira. Nuestras paradojas educativas.
En este sentido creo que es valiente el texto de F. Sabater(1997) del que rescato algunas frases:

" Y vamos con la violencia. También en esta cuestión una cierta timorata hipocresía enturbia notablemente la posibilidad de que la escuela ayude a la sociedad a prevenir la violencia indeseable y a encauzar positivamente lo inevitable (hasta deseable incluso, no seamos mojigatos). A la pregunta horrorizada "¿por qué los jóvenes son violento?" habría que responder para empezar: ¿y por qué no habrían de serlo? ¿No lo son sus padres y lo fueron sus abuelos y tatarabuelos? ¿Es que acaso la violencia no es un componente de las sociedades humanas tan antiguo y tan necesario como la concordia? ¿No es también cierto uso de la violencia particular de algunos lo que se ha opuesto a las tiranías y ha obligado a que fueran atendidas las reivindicaciones de los oprimidos o los proyectos de los reformadores?

Digámoslo claramente, es decir, pedagógicamente: una sociedad humana desprovista de cualquier atisbo de violencia sería una sociedad perfectamente inerte. Y éste es el dato fundamental que cualquier educador debe tener en cuenta al comenzar a trabajar el hecho de la violencia. No es un fenómeno perverso, inexplicable y venido de no se qué mundo diabólico, sino un componente de nuestra condición que debe ser compensado y mitigado racionalmente por el uso de nuestros impulsos no menos naturales de cooperación, concordia y ordenamiento pacífico. De hecho, la virtud fundamental de nuestra condición violenta es habernos enseñado a temer la violencia y a valorar las instituciones que hacen desistir de ella.

En uno de los numerosos congresos variopintos sobre el tema, celebrado en Valencia cuando yo escribía este capítulo, un "experto" americano se descolgó diciendo que si se suprimiesen o redujesen al mínimo las horas que niños y adolescentes ven la televisión se evitarían cuarenta mil asesinatos y setenta mil violaciones anuales (o al revés, lo mismo da). Este tipo de majaderías tiene un predicamento asombroso. Por lo visto, los jóvenes no cultivarían fantasías violentas si no les fueran inculcadas por televisión.

Con la misma razón podríamos decir que la televisión tiene una función catártica para expulsar demonios interiores y que gracias a la televisión no se cometen aún más crímenes y violaciones … O que nuestra civilización es violenta porque la principal de nuestras religiones venera a un instrumento de tortura -la cruz- y glorifica la sangre de los mártires(lo cual se ha dicho, por cierto). Tales planteamientos violan la primera norma de cordura, que es separar la fantasía de la realidad, y olvidan una lección que se remonta por lo menos a Platón: que la diferencia entre el malvado y el justo es que el primero lleva a cabo las fechorías que el otro sólo sueña y descarta. Se dice beatamente: hay que enseñar que la violencia nunca debe ser respondida con la violencia.

Rotundamente falso y nada se gana enseñando falsedades. Por el contrario, hay que explicar que la violencia siempre es respondida antes o después con violencia como único medio de atajarla y que es precisamente esa cadena cruel de estímulo y respuesta la que la hace temible e impulsa a tratar de evitarla en lo posible”.

 

 

Desde mi punto de vista, no es que la indignación, el enfado, la frustración, etc. sean antinaturales o parte de "nuestro lado obscuro y tenebroso", el problema si lo hay, es como canalizar esta energía hacia algo constructivo y no hacía la destrucción. Evitando o reprimiendo las manifestaciones agresivas, a menudo violentamente, engendramos más violencia.

En todo caso, esta larga argumentación responde a varias ideas que intento resumir:

1. - La agresividad y la violencia son conceptos que han ido cambiando el significado a lo largo de estos dos últimos siglos. Son conceptos borrosos, es decir, sin claros límites intra-concepto y entre conceptos cercanos.

2. - La sociedad define a través de normas (sean morales o puramente prescriptivas) la deseabilidad o no de ciertas conductas. También define que “agresividad” no es deseable y cual lo es, no sólo de forma explícita sino también de forma implícita. Ambas formas, a menudo entran en contradicción, haciendo que el valor del sistema normativo y moral sea cuestionado, es más, que sea cuestionable. Considero que los niños y los jóvenes son especialmente sensibles a este doble mensaje, reaccionan –a menudo, violentamente- rebelándose contra normas e instituciones ¿no es esto lo más sano?

3. - La percepción de qué es agresivo o qué es violento, es en todo caso una percepción subjetiva/individual, sesgada por las propias creencias y prejuicios (fruto del yo “social” internalizado). En este caso, buscando sobre lo sobre lo subjetivo de la violencia, pensando en la "mirada que violenta" hay que bucear en Sartre, que plantea un claro dilema entre mi libertad y la del otro. Dice L. A. Aranguren , hablando del problema de la libertad y la posibilidad:

"Desde el punto de vista de la libertad que está en juego, Sartre constata que la mirada del otro me objetiva, con lo cual aliena mis propias posibilidades; esta situación tiene su punto de partida en la libertad del prójimo ya que éste me es revelado "a través de la inquietante determinación del ser que yo soy para él". El prójimo-sujeto es aquel que fija mis posibilidades al tiempo que experimento su infinita libertad. Con lo que es posible concluir, según Sartre, del modo siguiente:"En la mirada, la muerte de mis posibilidades me hace experimentar la libertad ajena; aquélla no se realiza sino en el seno de esta libertad y yo -yo, para mí mismo inaccesible y empero yo mismo- soy arrojado, dejado ahí, en el seno de la libertad de otro". Con la aparición del otro, por tanto, caigo en la esclavitud. "

4. - Si tenemos en cuenta al ser humano en sus dimensiones biológica, psicológica y social son necesarios trabajos interdisciplinares para entender por qué los mecanismos naturales de inhibición de ciertas conductas violentas fallan (ver por ejemplo la monografía: “Agresividad: Modelos explicativos, relación con los trastornos mentales y su medición de J. Ardouin, C. Bustos, P. F. Díaz y M. Jarpa (www. udec. cl/~clbustos/apsique/anor/agresividad. html ) para una revisión actualizada desde distintas perspectivas: psicoanalítica, etológica o evolutiva, biológica, cognitiva-social, aprendizaje social, y fenomenológica).

5. - Los mecanismos que llevan al terrorismo de estado y a la guerra trascienden de estas dimensiones del individuo, aún como especie. Me es difícil entender como una población sigue ciegamente las ordenes de un gobierno –cierto, cierto, psicología de masas-. Por qué no rebelarse, como los jóvenes americanos que no quisieron ir a Vietnam ¿?. Los trabajos realizados por psicólogos sociales tras la segunda guerra mundial apuntan a algunos tipos de liderazgo, pero la tesis más fuerte se relaciona con la obediencia, con una delegación total en el líder de la responsabilidad. Otro buen tema para reflexionar autoridad-obediencia. Y otro tema más, condiciones de vida deplorables + doctrina de salvación. Y otro tema más, crisis de identidad individual + refuerzo de una identidad colectiva …

6. - Hablando de violencia institucional/institucionalizada, rescatar algo de un interesante trabajo de L. A. González y C. E. Villacorta (www. uca. edu. sv/publica/eca/599art4. html) de El Salvador. En el mismo se revisan las tesis del marxismo y del psicoanálisis. A destacar su acotación del término violencia, como modo de entender cual es el objetivo de su trabajo:

" La violencia puede ser entendida, en términos generales, como un ejercicio de fuerza de parte de instituciones, grupos o individuos sobre otros grupos o individuos con un propósito instrumental --obtener algo de quienes padecen el ejercicio de fuerza-- y/o con un propósito expresivo --poner de manifiesto el poder y las convicciones del ejecutor de fuerza. Como puede verse, se trata de una idea lo suficientemente amplia de la violencia como para englobar las concreciones más particulares de la misma; y, dentro de éstas, a esas dos formas de violencia que son las que más llaman la atención de la teoría sociológica: la instrumental y la expresiva.

Para entender más claramente qué es lo característico de ambas, veamos un texto de Fernando Savater sobre el tema. "Los sociólogos de la violencia --dice Savater-- establecen una diferencia básica entre violencia instrumental (v. gr. : la del atracador que utiliza la pistola para atracar un banco) y la violencia expresiva (v. gr. : la del fanático que asesina para demostrar la grandeza y sinceridad de su fe). La instrumental es la más fácil de controlar, pues para ello basta con ofrecer al violento por las buenas lo que aspira a conseguir por las malas, o con asegurarle un castigo cuya amenaza sea mayor que la recompensa que espera obtener. Pero quien se expresa por medio de la violencia realiza una apuesta incalculable, a fondo perdido, terroríficamente desinteresada y, por tanto, indomeñable".

 

 

Nuestra noción provisional de la violencia incorpora las dimensiones instrumental y expresiva aludidas por Savater, pero no circunscribe su aplicación a individuos y grupos, sino que lo amplía, sobre todo en uno de sus aspectos, a las instituciones. En efecto, éstas pueden ejercer, si es que no tienen como función específica hacerlo, la violencia instrumental ya sea para controlar desafíos de naturaleza política al orden social establecido, o ya sea para controlar y castigar las diversas violaciones a la legalidad --desde el irrespeto de las señales de tránsito hasta asesinatos-- que cometen individuos y grupos en una sociedad determinada.
Asimismo, nuestra noción de violencia deja entrever otro elemento clave para su comprensión más cabal: la naturaleza (origen) de la violencia.

Esta, si nos fijamos en su dimensión instrumental, tiene no sólo un origen exterior a los individuos --ya sea porque son las instituciones las que la ejercen, desde fuera, sobre ellos, o ya sea porque son otros individuos (o grupos) los que lo hacen--, sino que a través de ella se consigue un bien más o menos determinado. Si nos fijamos en su dimensión expresiva, su origen es interior, es decir, es desde la realidad psicobiológica de los individuos que la violencia emerge, violentando a otros --quedando en la oscuridad el propósito instrumental de esa violencia--, pero violentando primariamente al sujeto que la lleva inscrita en su interioridad personal. "

Tras su revisión crítica de Marx, Luhmann, Freud y Fromm, vale la pena revisar las conclusiones a las que llegan los autores:

“1. La violencia no tiene porqué ser asimilada con prácticas brutales, como asesinatos, secuestros o violaciones. Estas prácticas ciertamente son violentas, pero no la agotan, no sólo porque existen prácticas mucho más aberrantes que las señaladas --la tortura de niños o los genocidios, por ejemplo--, sino porque las hay más sutiles --los cambios de voz para inducir a otros a comportarse de determinada manera-- e incluso, las hay que pueden ser vistas como "constructivas" --los rasguños de los amantes en pleno éxtasis amoroso. La violencia, entendida como un ejercicio de fuerza padecido por individuos o grupos, no se agota en ninguna de las manifestaciones puntuales en que se concreta.

2. Por lo anterior, la violencia, antes de ser buena o mala, saludable o patológica, es una realidad presente inexorablemente en la convivencia humana. Ya sea que aceptemos que su naturaleza es social, subjetiva (psico-biológica) o ambas a la vez, su realidad es algo que va más allá de la voluntad de los individuos. Se trata, entonces, de aprender a convivir con la violencia, tanto con la que dimana de la naturaleza humana como con la generada por las estructuras sociales, políticas y económicas. Ahora bien, aprender a convivir con la violencia no significa hacerlo con un tipo determinado de violencia, sino algo mucho más profundo: vivir con la conciencia de que los seres humanos ejercen fuerza sobre otros muchas veces para realizar fines íntimos que les son desconocidos a ellos, y muchas otras --las más evidentes-- para obtener algunos bienes simbólicos o materiales. Entre la presión de las estructuras y la presión de su naturaleza psicobiológica, existe un resquicio en el cual el individuo puede no abolir la violencia, sino transformar algunas de sus concreciones más nocivas para él y la especie humana en algo menos dañino o, incluso, más constructivo.

3. La violencia tiene dos dimensiones esenciales, una instrumental y otra expresiva. Ambas dimensiones permiten agrupar los diversos tipos de violencia conocidos hasta ahora. Así, es factible agrupar en el primer ámbito no sólo la mayor parte de casos de violencia criminal (tipificados como tales en la legislación penal), sino todos aquellos casos, no penalizados e incluso aceptados socialmente, en los que se utiliza la fuerza (un profesor que grita a un estudiante, un conductor que se adelanta a otro, un padre tirando de las orejas de su hijo) para obtener un bien externo como resultado de ello. En el segundo ámbito se pueden agrupar los diversos tipos de violencia en los cuales, tras el ejercicio de la fuerza, el bien externo es sumamente oscuro --o mínimo en relación con la fuerza empleada--, siendo particularmente fuerte la emotividad (sexual, ideológica o religiosa) mostrada por el individuo o grupo ejecutor.

4. Entre ambas dimensiones de la violencia --expresiva e instrumental-- se puede establecer una cierta primacía de la violencia expresiva. Esta, en efecto, puede ser considerada como la principal violencia --en el sentido de que hunde sus raíces en la individualidad humana, biológica y psicológica-- siendo la instrumental una oportunidad para su manifestación.

Si aceptamos esta tesis, hemos de aceptar que en todos los casos de violencia instrumental, aun en los más nítidamente intrumentales, siempre está presente –alimentándolos--la carga de violencia psicobiológica que lleva consigo todo individuo. Es decir, que aun el ladrón más frío y calculador está dominado más que por el afán de conseguir la joyas o el dinero, por un ansia (no siempre consciente) de expresar, en su robo frío y calculado, la carga de violencia que lleva internamente consigo. Por tanto, a esta carga de violencia, a sus raíces y vías de expresión es a las que tendrían que prestar atención todos aquellos preocupados por el auge de la violencia destructiva en la sociedades actuales.

5. La agresividad está presente en nuestra estructura filogenética y su función primordial es contribuir a la defensa de los intereses vitales del individuo y de la especie. Esta agresividad tiene múltiples manifestaciones y, de hecho, gran parte de ellas es deseable y/o necesaria. Sin agresividad autoafirmativa, por ejemplo, el individuo tendría problemas para forjarse una identidad propia para defender sus propios puntos de vista, para lograr sus objetivos y alcanzar sus metas.

6. La agresividad biológicamene no adaptativa o maligna suele ser perjudicial tanto para quien la padece como para quien la infringe. Tiende hacia la muerte y la autodestrucción y su origen se enraíza en la historia de la humanidad y no en la estructura biológica de la especie humana. Esto significa que existe la probabilidad de que este tipo de agresión destructiva sea minimizada. No obstante, eso no garantiza que las sociedades actuales --tal y como están configuradas en la actualidad-- estén dispuestas a crear las condiciones para que eso suceda.

 

 

7. Para una comprensión más cabal de este fenómeno valdría la pena establecer una distinción terminológica, al menos entre los conceptos agresión, violencia y destructividad. Lo que en un sentido más sociológico suele conocerse como violencia, no puede equipararse al mecanismo agresivo con el que biológicamente están dotadas las especies superiores para lograr su conservación. Como se ha analizado aquí, la crueldad y destructividad son características específicas del ser humano y poseen dinamismos propios, ajenos en muchos aspectos a las determinaciones biológicas. La pretensión de estigmatizar todo bajo la categoría de violencia tiende a oscurecer la comprensión de la misma.

Por ello, la caracterización de cada uno de estos términos sería un útil material en el avance de la aproximación teórica al fenómeno de la violencia. "

7. - No olvidemos que este s. XXI es fruto de un s. XX en el que la humanidad ha dado lo mejor y lo peor de si misma, se han sucedido revoluciones, una tras otra … por ejemplo, las mujeres hemos dejado el fogón de carbón y el refajo ; -)). Nada es igual que hace un siglo, la comunicación instantánea, el acceso a la información rápido, el mapa genético casi acabado, hemos salido al espacio, mejora la calidad de vida y se prolonga … y casi hemos acabado con los recursos del planeta, los países pobres son más pobres, hay crisis de valores, nos movemos entre el escepticismo y el fundamentalismo, las guerras y las armas más terribles han tenido lugar en este siglo…. se agolpan mil ideas pero por hoy, ya es suficiente.
Me despido por ahora a ritmo de tango:

Cambalache

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé
en el 510 y en el 2000 también
que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos, valores y doblez.
Pero que el s. XX es un despliegue
(añado que el XXI va por el mismo camino)
de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue
vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo todos manoseaos…

11de febrero de 2002

 

 

Anexo

1 Bettelheim, B. y Rosenfeld, A. (1994). El arte de lo obvio. Barcelona: Crítica.
2 Para un análisis más detallado de la evolución etimológica de la palabra agresividad ver Mariano Amal en www. elalmanaque. com/junio/ )
3 Sabater. F. (1997). El valor de Educar. Barcelona: Ariel.
4 www. cica. es/aliens/dflus/s6arangu. html

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