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Hermenéutica filosófica de la salud: el sentido de la salud.

Autor/autores: Arturo G. Rillo
Fecha Publicación: 01/03/2005
Área temática: Psiquiatría general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

El desarrollo científico de la medicina y sus productos en la época actual, han puesto de manifiesto la tensión entre la capacidad aprendida del médico y el saber práctico del paciente. Esta tensión se concretiza en dos ámbitos diferenciados: la enfermedad y la salud. En la sociedad contemporánea se ha pensado a la salud desde la enfermedad y en este sentido el ser humano ha perdido la autonomía en sus decisiones para habitar en el mundo de la vida. Recuperar esta autonomía nos obliga a pensar inicialmente en el sentido originario de la salud, objetivo principal de esta investigación.

Con este propósito, se recupera la postura de la hermenéutica filosófica de Hans-Georg Gadamer para argumentar sobre el sentido originario de la salud y reflexionarla como modo del ser, como el estar del ser-en-el-mundo, es decir, como un existenciario del dasein, de tal manera que la salud del ser humano implica un habitar diferente. Se concluye conceptualizando a la salu! d como una estructura del dasein en tanto existencia humana, y no como una producción de la aplicación de las ciencias médicas, de tal manera que a través de la salud se puede identificar la condición hermenéutica de la existencia humana en la salud como un modo de ser del hombre vinculado a su finitud.

Palabras clave: salud


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Hermenéutica filosófica de la salud: el sentido de la salud.

Arturo G. Rillo.

Facultad de Medicina, Universidad Autónoma del Estado de México.

 

Resumen

El desarrollo científico de la medicina y sus productos en la época actual, han puesto de manifiesto la tensión entre la capacidad aprendida del médico y el saber práctico del paciente. Esta tensión se concretiza en dos ámbitos diferenciados: la enfermedad y la salud. En la sociedad contemporánea se ha pensado a la salud desde la enfermedad y en este sentido el ser humano ha perdido la autonomía en sus decisiones para habitar en el mundo de la vida. Recuperar esta autonomía nos obliga a pensar inicialmente en el sentido originario de la salud, objetivo principal de esta investigación. Con este propósito, se recupera la postura de la hermenéutica filosófica de Hans-Georg Gadamer para argumentar sobre el sentido originario de la salud y reflexionarla como modo del ser, como el estar del ser-en-el-mundo, es decir, como un existenciario del dasein, de tal manera que la salud del ser humano implica un habitar diferente. Se concluye conceptualizando a la salu! d como una estructura del dasein en tanto existencia humana, y no como una producción de la aplicación de las ciencias médicas, de tal manera que a través de la salud se puede identificar la condición hermenéutica de la existencia humana en la salud como un modo de ser del hombre vinculado a su finitud.

Abstract

Scientific development of medicine and its products in the present times have demonstrated the existing tension between the learned ability of the physician and the practical knowledge of the patient. This tension can be differentiated in two areas: disease and health. Contemporary societies have viewed health from the perspective of disease, and in this sense, human beings have lost independence in their decisions to inhabit in the world of life. To recover this independence, we are forced to think initially on the original sense of health, which is the main objective of this research. With this purpose, we recover Gadamer’s philosophical hermeneutics’ reflections on the original sense of health and to analyze it as way of the being, as the being of the being-in-the-world, that is, as an existentiale of dasein, where the health of a human being means a different living. We conclude with the concept that health as structure of the dasein, as human existence and not as a product of applied medical science; hence, through health we can identify the hermeneutic condition of human existence as a way of being of man related to his being-towards-death.



Introducción

La enfermedad y la preocupación por la propia salud son fenómenos que nacieron con el hombre (1, 2), por lo que “en todas las culturas han existido médicos u hombres sabios que acudían en ayuda de los enfermos, aunque – con frecuencia – sin una base equivalente a la que proporciona la ciencia”(1), médicos que en la actualidad siguen enfrentando la enfermedad en pacientes concretos, ante situaciones específicas, reconociendo en ellos una persona, un ser humano vivo.

El siglo XX se ha caracterizado por la proyección y aplicación de los dominios de la ciencia sobre la vida cotidiana planteando en torno al cuidado de la salud, de la ciencia médica y del arte de la medicina, una problemática definida fundamentalmente por los límites de la enfermedad y de la muerte (3). Pero también es innegable que la aplicación de los avances científicos de la ciencia médica han traspasado los límites de la enfermedad hacia el cuidado de la salud poniéndose de manifiesto las experiencias y costumbres de cada uno al respecto, reformulando el concepto mismo de la salud.

En la dimensión de lo sano, de la salud como objetivo de la medicina, se ha dado relevancia tanto a prácticas alternas de la medicina como a la defensa de la salud a través de nuestra forma de vida, de tal manera que el cuidado de la salud se vive como una responsabilidad, como un deber especial del hombre que nos conduce a la recuperación del concepto de salud. En este sentido, ¿acaso la medicina no combate la creencia supersticiosa de que la ciencia puede evitar al individuo la responsabilidad de su propia decisión práctica, al investigar terrenos cada vez más numerosos para, de esa manera tornarlos científicamente dominables?. El rescate de la salud plantea la pregunta por la salud misma, delimitándola del ámbito de la enfermedad en tanto vivencia del ser-en-el-mundo, de tal manera que la primera interrogante que surge es la de ¿qué es, en realidad, la salud?.

El significado que se otorga al término de salud, ha dependido de los intereses particulares y de los momentos históricos, aún cuando su conceptualización como la ausencia de enfermedad e invalidez ha prevalecido de alguna u otra forma, sin ser necesariamente la más apropiada.

Masía Clavel (4) nos señala que la etimología indoeuropea de palabras como salud, saludo o salvación sugiere un parentesco entre ellas y con las nociones de armonía y totalidad. En castellano, con origen latino (salud), relacionamos salud, saludo y salvación. Desde el inglés, se han descubierto los parecidos entre el saludo (hello), la salud (health), la totalidad o síntesis (whole) y lo sagrado (holy).

En 1946, la Organización Mundial de la Salud la definió como “el estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Posteriormente, Terris sugiere que se definiera como un estado de bienestar físico, mental y social, con capacidad de funcionamiento y no únicamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Desde un punto de vista dinámico, Salleras la definió como el logro del más alto nivel de bienestar físico, mental y social, y de la capacidad de funcionamiento, que permitan los factores sociales en los que se viven inmersos el individuo y la colectividad.

La preocupación por la propia salud es un fenómeno que nació con el hombre, pero con el distanciamiento de la Filosofía y la medicina, el “ser sano” fue olvidado ante el propósito de volver a “estar sano”, incorporando la experiencia científica desde el siglo XVII como la única manera de explicar la enfermedad para determinar el cuidado de la salud con el firme propósito de eliminar la enfermedad (3).


Desde la mitad del siglo XX, el conocimiento científico delimitó la adopción de decisiones para contribuir al restablecimiento del enfermo, pero en la ultima década de dicho siglo también ha definido el saber y el entender para tomar decisiones en el ámbito propio de la salud, de tal manera que el “estar sano” se ha tornado en una preocupación que no solo involucra a la ciencia médica, sino a múltiples disciplinas científicas incluyendo la experiencia derivada del estar-en-el-mundo.

Se ha dicho que la medicina es la más humana de las ciencias, y la más científica de las humanidades (5), se ha discutido si es ciencia, arte o técnica (6), sin embargo, continúa definiéndose como el “arte de curar”, es decir, como una disciplina que tiene por objeto aplicar un conjunto de conocimientos científicos a casos particulares para eliminar la enfermedad, pero en los albores de la siglo XXI, la medicina ha trascendido de manera consciente su propia limitación en términos de curación, de restituir el estado perdido de salud, y ha ido en búsqueda de los determinantes de la salud, de la medición positiva de la salud, centrando su objeto de estudio no solo en la enfermedad o en la salud, sino en el proceso salud–enfermedad; sin embargo, continuamos encontrándonos con una pregunta sin respuesta: ¿cuál es el sentido de la salud?.

Al preguntarse por la salud, se hace referencia necesariamente a una condición en particular, pues es una función de lo que se entiende por enfermedad, tratamiento o recuperación; así, la salud se refiere a la ausencia de una condición específica y no a la ausencia de todo posible dolor o incapacidad. En este sentido específico, la salud puede llegar a interpretarse como la ausencia de enfermedad o incapacidad física o mental, junto con una expectativa de vida próxima al máximo biológico, esto es, la ausencia de muerte prematura por cualquier causa, pero al reflexionar sobre sus relaciones con el desarrollo puede entenderse como un beneficio del desarrollo, como capital humano.

En este conjunto de concepciones, destaca el hecho de subordinación de la salud a la enfermedad misma, pues se cree que esta es la preocupación fundamental del ser humano, sin tener presente que la preocupación por la salud misma es un fenómeno que nació con el hombre mismo, por lo que la salud está reclamando su propia autonomía.

Al extenderse la práctica de la medicina más allá de lo que hasta ahora considerábamos como los límites naturales de la vida, han aparecido dos clases de problemas: los derivados del papel de la medicina con relación a la salud, y los vinculados al sentido de la vida, en el que se pueda delimitar el de la salud. La respuesta ha sido una profunda medicalización de la existencia (7).

El desarrollo científico de la medicina de los últimos años, se ha preocupado por el carácter mensurable de los fenómenos biológicos normales y patológicos, sin preocuparse por los límites de la mensurabilidad, y en general de la factibilidad, condicionando profundamente el terreno del cuidado de la salud, pues la salud propiamente dicha no es algo que se pueda hacer, como un artesano produce su obra. Así, la salud no es una obra concreta, pues no es realizada por el médico, aunque constituya el objetivo de la acción médica, además de que este objetivo no es un hecho social ni demostrable por las ciencias naturales, sino más bien un hecho psicológico y moral, que posee su propio universo.

En este sentido, el científico médico y el médico clínico han contribuido al olvidado de la salud en su afanoso quehacer por atender la enfermedad y en consecuencia, ocultar el estado de salud; dado que la meta suprema es volver a estar sano y así olvidar que uno lo está; por lo que siguiendo el pensamiento de Hans-Georg Gadamer, surge el cuestionamiento en torno a ¿qué es en realidad la salud?, ¿es un objeto de la investigación científica en la misma medida en que, cuando se produce una perturbación, se convierte en nuestro propio objeto?.


La pregunta por el sentido de la salud

La tradición médica ha propiciado que la salud haya caído en el olvido, al apelar a su carácter universal y definirla a partir del concepto de enfermedad, de tal manera que la salud ha sido conceptualizada en términos opuestos al de la enfermedad. Así, cuando la enfermedad era considerada como un castigo divino, la salud era un don divino; cuando la enfermedad era el desequilibrio de los componentes constituyentes del organismo humano, la salud era el equilibrio de los diferentes factores biológicos, sociales y psíquicos del ser humano; cuando la enfermedad es malestar, la salud es bienestar.

En este sentido, es claro que la salud se constituyera en un concepto indefinible y evidente por sí mismo, pues cuando no se está sano se está enfermo, o bien, la salud es la ausencia de enfermedad. Esta circularidad entre los conceptos de salud y enfermedad no significa que la comprensión de uno u otro sea más claro y que no necesiten una discusión posterior; mas bien, pone de manifiesto que la medicina ha permanecido en la mera apariencia cuando habla de salud, sin plantear adecuadamente la pregunta por la salud.

A partir de la segunda mitad del siglo pasado, la medicina inició la interacción con otras disciplinas que permitieron incorporar al concepto de salud y enfermedad el sentido de fenómeno y proceso, sin embargo, la medicina los interpretó desde su propio horizonte, de tal manera que nuevamente la salud se comprende desde la enfermedad.

Estos prejuicios ponen en evidencia que no solo falta la respuesta a la pregunta por la salud, sino que incluso la pregunta misma carece de dirección.

La pregunta por la salud implica una búsqueda, que requiere de una conducción previa de parte de lo buscado, es decir, de la salud en sí; por lo que la respuesta a la pregunta por el sentido de la salud debe estar de alguna manera accesible a nuestra disposición. Lo cuestionado entonces es el sentido de la salud en sí misma, pues llamamos salud a muchas cosas y en muchos sentidos. Salud es todo aquello que permite cuidarla, y también aquello que permite recuperarla. Es decir, la salud se encuentra en el hecho de que algo es sano o saludable, en su ser-ahí, en la realidad, en el estar-ahí, en la existencia.

Heidegger indica que el “dirigir la vista hacia, comprender y conceptuar, elegir, acceder a. . . . , son comportamientos constitutivos del preguntar” (8) y nuestro preguntar es por el sentido originario de la salud, de tal manera que la pregunta por la salud se debe circunscribir al ámbito del Dasein, considerando que el cuidado y recuperación de la salud no constituyen un ámbito originario del ser-sano o del estar-sano, sino mas bien dos características de la instrumentalidad del ser-en-el-mundo.

Para abordar la pregunta por el sentido originario de la salud, es preciso tener presente que la salud es siempre como y “lo que” ya ha sido, es decir, la salud es su pasado aconteciendo desde su futuro. En este sentido, la salud se caracteriza por la temporalidad y por la historicidad, es decir, por aquellos caracteres de la “efectividad de la existencia”, que hace imposible ver al sujeto del conocimiento como ese sujeto puro que está supuesto en toda posición de tipo trascendental. La salud como historicidad del ser, implica un concepto de temporalidad irreductible al concepto de tiempo empleado en las ciencias físicas; por lo que el sentido originario de la salud puede quedar oculto, como ha sucedido desde el origen de la ciencia médica en el mundo griego con Alcmeón de Crótona en el siglo V a. C. y perpetuada en la más férrea tradición médica a partir de la Ilustración con la consolidación del modelo biomédico como ámbito de explicación de la medicina.

La pregunta por el sentido originario de la salud desde la tradición médica contemporánea, requiere hacer transparente el cuestionamiento de la salud en su propia historia, para lo cual “será necesario alcanzar la fluidez de la tradición endurecida, y deshacerse de los encubrimientos producidos por ella” (8) para desocultar los elementos fundamentales para una historia de la salud. En este sentido, la salud se ha conceptualizado como fenómeno vital, armonía, equilibrio, inclusión en el mundo de la vida y autoconciencia.


Salud como fenómeno vital

Entre los grandes avances de la medicina, destaca el hecho de conceptuar a la salud para describir un conjunto de fenómenos vitales, es decir, aquellos “aspectos de un aumento y una disminución de la vitalidad que acompañan a las crecientes y bajantes de nuestra sensación de vida” (1). ¿Pero en qué sentido se debe comprender la salud como “fenómeno vital”?.

El término fenómeno procede del griego significando “lo que aparece”. Así, “fenómeno” equivale a “apariencia” por lo que el mundo de los fenómenos o apariencias es el mundo de las “meras representaciones”. Sin embargo, algunos autores han relacionado los términos “aparecer”, “manifestarse”, “revelarse” con otros vocablos como “surgir” y “la luz”, “la claridad”, es decir, aquello en que algo puede hacerse patente, visible en sí mismo (9). Para Heidegger (8) el “fenómeno” en Ser y Tiempo es “lo que se hace patente por sí mismo”, que visto “bajo una luz”, es considerado como “lo que se revela por sí mismo en su luz”. En este sentido, el fenómeno puede ser materia de descripción, y objeto de una fenomenología, en cuanto explicación mediante el decir (logos) de aquello que se manifiesta por sí mismo y “desde sí mismo”.

En este sentido, la salud como fenómeno es la totalidad de lo sano que yace a la luz del día, o que puede ser sacado a la luz, de tal manera que la salud puede mostrarse desde sí misma de diversas maneras, cada vez según la forma de acceso a ella, teniendo así lo sano, lo saludable. Pero también se da la posibilidad de que la salud se muestre como lo que no es en sí misma: vida, bienestar, sobrevivencia. En este mostrarse, la salud “parece”, significando un bien que parece tal, pero “en realidad” no es lo que pretende ser. Así, la salud se puede mostrar como algo que ella no es, puede tan solo parecer. Sin embargo, es claro que la salud es lo-que-se-muestra-en-sí-misma, a partir de lo cual podemos tematizarla como esto-que-así-se-muestra-en-sí-misma.

Por su parte, la vida ha sido tematizada en el ámbito de la filosofía como entidad biológica, como existencia moral (vida práctica) o como realidad que constituye el dato primario en que se encuentra el ser. La vida es encontrarse en el mundo, saberse viviendo, es una experiencia del ser-en-el-mundo, de tal manera que tiene que hacerse cotidianamente a sí misma, siendo así actividad pura, energeia y dinamis. En este sentido, la vida es elección, en la que subyace la fundamentación de la preocupación del ser de la vida como quehacer, de su proyección al futuro. La vida es también como la existencia, experiencia y vivencia, un acomodarse al mundo y a sí mismo, por lo que la vida no es algo determinado y fijo en un momento del tiempo, sino que consiste en este continuo hacerse, en esta marcha hacia lo que ella misma es, hacia la realización de programa, es decir de su mismidad.

Entonces, la salud en su sentido originario como fenómeno vital es la posibilidad de que el ser-yecto se realice en su devenir, es un modo del Dasein, es decir, es un modo del ser del ahí, es el ahí (Da) del ser (Sein); por lo que el punto para buscar la respuesta a la pregunta por el sentido de la salud, se ubica en el mundo de la vida que permite reconocerla como el verdadero estado de cosas, pues la salud como fenómeno implica comprenderla como la manifestación positiva de la esencia misma de la cosa, como el misterio de la vitalidad (1), es decir, como una verdad que se revela cuando el ser está-en-el-mundo, cuando el Da del ser se concibe a sí mismo como autoconciencia, como ser que se sabe vivo, que se sabe potencialidad de ser, se percibe devenir, pero es incomprensible a la racionalidad científico-técnica del ser humano hasta que es revelada o desocultada por la experiencia de la enfermedad.


En este punto recordemos que aún cuando no sabemos con certeza cuál era la concepción de la salud ni cómo eran las prácticas médicas en las sociedades primitivas, es posible creer que la enfermedad era considerada un acto de intervención de entidades-fuerzas invisibles para el hombre y esencialmente superiores a él, aunque podían ser gobernadas por el hombre mediante ritos o ceremonias especiales, realizadas por un individuo con poderes específicos y en lugares especialmente privilegiados (10).

La interpretación de la enfermedad en este periodo se orientaba en cinco sentidos fundamentalmente: el hechizo nocivo, la infracción de un tabú, la penetración mágica de un objeto en el cuerpo, la posesión por espíritus malignos y la pérdida del alma (11, 12). Si las evidencias antropológicas nos señalan que esto es cierto, ¿la salud tendría en consecuencia que ser también la manifestación de un acto de buena voluntad de esas entidades-fuerzas?. Lo cierto es que el hombre primitivo vivía en armonía con su mundo, asumiendo el respeto a las entidades-fuerzas y actuando en consecuencia para no infraccionar algún tabú, buscando con ello vivir bien, en concordancia con su propia existencia.

En el inicio de la historia, la cultura asirio – babilónica, la cultura egipcia y en la Grecia homérica, la enfermedad ha sido considerada como la manifestación de un evento traumático, o por las inclemencias del medio, o bien, como producto de un acto punitivo de la divinidad o como “prueba” a la que la divinidad sometía al hombre. Esta nosogenia está dominada por la concepción divino-punitiva lo que permite la aparición de una práctica terapéutica mágico-religiosa congruente con la concepción hegemónica de la enfermedad. En este escenario, la salud destaca por ser objeto de divinización, a través de la asignación de deidades que permitían proteger al ser humano en su salud, por ejemplo, en Egipto, Sekhmet era considerada como diosa de la misericordia y la salud (13).

¿Qué es lo que el periodo prehistórico y los inicios de la historia hacen ver respecto a la salud?. Dos son las características que recuperamos: la salud que se muestra-a-sí-misma y la mediación entre el estar-en-el-mundo y el estado oculto de la salud.

La salud era un evento natural, propio de la existencia del ser humano, pero era el modo en el que se mostraba-en-sí-misma, pero ¿qué existe más allá de la salud-en-sí-misma?. El ser-en-el-mundo, que ha permanecido oculto y disimulado al aparecer la medicina técnica en la Grecia helenística que da paso al concepto de physis y tekhne, pilares fundamentales de la cientifización de la medicina en sus orígenes.

Las prácticas terapéuticas durante estos periodos históricos se orientaban a disminuir la tensión entre la voluntad divina y el actuar del ser humano, entre la transgreción del tabú y las normas de la convivencialidad en sociedad, entre las inclemencias del clima y la armonía con el medio.

En estos orígenes de la medicina (iatrike), todos eran responsables de mediar entre su existencia, su estar-en-el-mundo, y el estado oculto de la salud, el misterio de la vivencialidad, hasta que gradualmente se fue otorgando la responsabilidad a un individuo en especial, el cual tenía la capacidad de mediar entre ambas entidades pues solo a él le era comprensible a su razón el ser-ahí que se desolcultaba al enfermar, por lo que el mediador poseía una verdad que se revelaba a su comprensión en un horizonte en el que se fundía la tradición de sus antepasados y la comprensión de su mundo circundante, poseía la sabiduría que adquiría a través de un proceso iniciático, motivo por el cual se vinculó con la magia y la religión.

 

Así, el estado oculto de la salud que expone Gadamer es el misterio de la salud en su estado originario, es decir, la salud es comprensible a la razón solamente una vez que ha sido revelada al Dasein.

El misterio, desde sus orígenes caldeos, implica una doctrina sobre el universo y en particular sobre el puesto del alma en el mundo, por lo que el sentido en que podemos comprender “el misterio de la salud en su estado originario” es el retorno del Dasein a su estado originario, a la nada, a su propia finitud, a la experiencia de la muerte o a su propia divinidad. El misterio de la salud lo es en tanto que se muestra-a-sí-misma estando comprometida al estar-en-sí-misma, por consiguiente, al tematizarse no es pensable sino como una esfera en la cual la distinción entre lo-en-mí y lo que hay delante de mí pierde su significación y su valor inicial.

Al tematizar el sentido originario de la salud, el estar-en-lo-que-se-muestra-a-sí-misma, se muestra fenoménicamente la salud como un estar-en-el-mundo, de tal manera que el cuidado de la salud y la recuperación de la salud son integrantes de la estructura fenoménica de la salud cuando se muestra-en-sí-misma. Es decir, el cuidado de la salud y la recuperación de la salud es lo que se da y es explicitable en el modo de comparecencia de la salud.

El cuidado de la salud hace referencia a una actividad práctica que permite conservar un estado originario del ser humano, por ejemplo una alimentación saludable, una vida sana, un estilo saludable de vida. Por su parte, la recuperación de la salud pone de manifiesto el haber transitado hacia otro estado, el de enfermedad, lo que implica un movimiento entre la salud y la enfermedad, el eterno juego de la vida, el vaivén entre el estar-sano y el estar-enfermo, entre el ser-sano y el ser-enfermo, entre el olvido de la salud y el desocultamiento que realiza la enfermedad.


Salud como armonía y equilibrio

El sentido originario de la salud ha puesto en evidencia que la salud en cuanto tal depende de muchos factores y no representa un fin en sí misma ni llama la atención por sí misma (1); sin embargo, la salud se conserva o se pierde, entonces ¿de que manera se mantiene la salud a sí misma?. Gadamer indica que este “mantenerse a sí misma” constituye parte esencial de la salud, para lo cual recupera la experiencia de la salud como armonía y equilibrio.

El surgimiento de la medicina en la cuna de la Grecia helenística es atribuido a dos conceptos fundamentales: physis y tekhne. Del primero se derivó el concepto de enfermedad como pérdida del equilibrio y de la armonía, siendo Alcmeon de Crótona quien incorpora la physiologia o ciencia de la naturaleza como fundamento intelectual de la tekhne iatriké. En relación a la salud como equilibrio, Almeón de Crótona señalaba lo siguiente:

“La salud está sostenida por el equilibrio de las potencias (isonomia ton dynámeón): lo húmedo y lo seco, lo frío y lo cálido, lo amargo y lo dulce, y las demás. El predominio de una de ellas (monarkhía) es causa de enfermedad; pues tal predominio de una de las dos es pernicioso. En lo tocante a su causa, la enfermedad sobreviene a consecuencia de un exceso o defecto de alimentación; pero en lo que atañe el dónde, tiene su sede en la sangre, en la médula (myelós: parte blanda contenida dentro de un cubo duro) o en el encéfalo. A veces se originan las enfermedades por obra de causas externas: por la peculiaridad del agua de la comarca, por esfuerzos excesivos, forzosidad (anánke) o causas análogas. La salud, por el contrario, consiste en la bien proporcionada mezcla de las cualidades” (10).

La influencia de la medicina griega desde el siglo V a. C. hasta nuestros días es evidente, al grado de seguir pensando la salud y la enfermedad en términos de equilibrio y armonía, experimentándola como lo mesuradamente apropiado. Pero, ¿qué relación guarda la salud como armonía y equilibrio de la physis con el sentido originario de la salud?.

La armonía significó originariamente “conexión” y también “orden”, y fue utilizada por los pitagóricos para desarrollar la idea de un sistema de relaciones que podía perseguirse dondequiera y que permitiría reconciliar los opuestos, de tal manera que la salud se justifica como lo opuesto a la enfermedad, pero ambas establecen una relación dialéctica. En este sentido Gadamer recuerda la República de Platón donde se describe la salud como:
. . . la auténtica rectitud del ciudadano y concibe esa salud como una armonía en la que todo concuerda y en la que hasta el fetal problema del dominar y el ser–dominado se resuelve mediante el consenso de todos. Todo el secreto de la armonía, toda esa unión y esa combinación de los opuestos resuena también en una expresión de uso corriente: es la fusión de los contrarios. Pero la reflexión más profunda se encuentra en Heráclito: “la armonía no evidente es más fuerte que la evidente” (1).

La cita de Heráclito permite a Gadamer describir a la salud como un milagro en el que la armonía se manifiesta intensamente de manera oculta al evitar que uno se altere, pero la salud exige que esa armonía “oculta” también se establezca con el medio social y el medio natural propiciando una armonía del y para el bienestar.

La formación y el profundo estudio de la filosofía griega que posee Gadamer, le permite tener presente que el concepto pitagórico de armonía puede ser entendido en dos sentidos: composición de magnitudes en objetos que poseen movimiento y posición y que se mezclan sin admitir nada que sea homogéneo, y proporción en los elementos mezclados; de tal manera que no implica el movimiento mismo; por lo que al presentar Aristóteles el concepto de alma de los pitagóricos, define la armonía como una mezcla y combinación de opuestos. Pero la salud, en tanto ritmo de la vida y opuesta a la enfermedad, se manifiesta como un proceso de los diferentes componentes de la salud, que se gesta en un horizonte de perturbaciones y de amenazas.

Buscando la solución a esta limitante, Gadamer recupera e incorpora el concepto de equilibrio para imaginar la salud como un estado de equilibrio del movimiento vital en el cual, el equilibrio se estabiliza una y otra vez en tanto proceso continuo; por lo que el concepto de equilibrio y armonía permite entender la dimensión de la salud como un estado de la persona en su totalidad que abarca toda su relación con el mundo.


Así, la salud como armonía y equilibrio de la physis se vincula con el sentido originario de la salud en dos direcciones fundamentales: el mantenimiento de la salud misma y lo mesuradamente posible. Pero, ¿cuál es la intención de que la salud se mantenga a sí misma?

El ser del hombre está caracterizado por hallarse frente a un complejo de posibilidades que no todas necesariamente se realizan. El hombre “está referido a su ser como a su posibilidad más propia” (8). El poder ser es, en efecto, el sentido mismo del concepto de existencia, pues la esencia del hombre es la existencia. Esta posibilidad se da en la trascendencia del ser, en la apertura del ser (14).

En este sentido, la salud como modo del ser permite acontecer al ser, de tal manera que el ser que está sano se abre a su propio acontecer, comprende su sentido originario desde su propia finitud, por lo que la armonía y el equilibro le permiten mantenerse a sí misma para permitir que el Dasein se proyecte en el mundo al que ha sido yecto.

La apertura del ser-sano como lo trascendental es conocimiento trascendental del ser que se abre al mundo en cuanto posibilidad; por lo que el sentido de la salud se identifica con la objetividad, con aquello que subsiste, que puede encontrarse, que se da, que está presente, por lo que decir que la salud existe no puede significar que la salud sea algo dado, porque lo que la salud tiene de específico y lo que la distingue de las cosas es justamente el hecho de estar referida a sus posibilidades y, por lo tanto, de no existir como realidad simplemente presente.

Descubrir que la salud es ese ente, que es en cuanto está referido a su propio ser como a su posibilidad propia, a saber, que es sólo en cuanto puede ser, significa descubrir que el carácter más general y específico de la salud, su naturaleza o esencia es el existir.

Por otra parte, conceptuar a la salud como armonía, como una mezcla y combinación de opuestos en constante equilibrio del ser-en-el-mundo, permite destacar lo “mesuradamente posible” eliminando la posibilidad de la medición de la salud, pues en realidad, lo medido, lo mesurado o lo apropiado significa la capacidad de medida interior del todo que se comporta como algo vivo, tratándose así la salud de un estado de medida interna (en el sentido de “lo apropiado”, “lo mesurado”) y de coincidencia con uno mismo.

Téngase presente que el todo que se comporta como algo vivo hace referencia al ser en su integridad, a lo cual Gadamer nos señala:

“El ser en su integridad se dice en griego: hole ousia. Quien entienda esta expresión, advertirá que “el ser en su integridad” significa también “el ser sano”. El ser completo y el ser sano – la salud del sano – parecen estar hoy estrechamente vinculados (1)”.

Al no mostrarse la salud en el examen por tratarse de una medida interna y al coincidir con uno mismo, la existencia de la salud escapa a la conciencia por lo que no es motivo de preocupación como la enfermedad, ni consiste en una preocupación por los estados oscilantes entre salud y enfermedad o en los mecanismos de equilibrio para percibirse a sí mismo; por lo que Gadamer conserva la oposición entre salud y enfermedad, pero incorpora entre las formas concretas de la autoconciencia la admisión de la enfermedad.


Admitirse enfermo, es perder la capacidad de tomar distancia respecto de sí mismo, por lo que recuperar la salud conlleva recuperar la “libertad” e incluirse en el mundo de la vida, restituyéndose la facilidad de vivir, el don del bienestar y el don del olvido.


Salud como inclusión en el mundo de la vida

La pregunta por el sentido de la salud ha conducido a un ser humano finito, consciente de su muerte, “que no sólo es privación y carencia, un mero peregrinaje fugaz del morador de la Tierra a través de esta vida hacia una participación en la eternidad de lo divino, sino como un ser experimentado como aquello que distingue su ser-humano” (15)

El ser-en-el-mundo es un estar familiarizado con una totalidad de significados, pues el mundo no es la suma de las cosas sino que es la condición para que aparezcan las cosas individuales, es una totalidad instrumental que es el mundo, y el Dasein está ahí, inmerso en una totalidad de relaciones y de referencias, de relaciones con una totalidad de cosas instrumentos y de familiaridades con una totalidad de significados, y en este contexto nos experimentamos unos a otros, nos reconocemos en la tradición dentro del diálogo que somos, y tomamos conciencia de nuestra finitud a través de las condiciones naturales de nuestra existencia, y nos enfrentamos a un mundo que forma un auténtico universo hermenéutico al cual nosotros estamos abiertos a él.

En este mundo, como existenciario del Dasein, las cosas son para nosotros instrumentos, por lo que la simple presencia, señala Vattimo, “se revela así como un modo derivado de la utilizabilidad y de la instrumentalidad que es el verdadero modo de ser de las cosas” (14), estableciéndose un vínculo entre la noción de significado con la de instrumentalidad, pues los significados de las cosas no son sino sus posibles usos para nuestros fines. En este sentido, Heideger señala:

“El ‘ser ahí’ es, en su familiaridad con la significatividad, la condición óntica de la posibilidad del descubrimiento de entes que hacen frente en la forma de ser de la conformidad (“ser a la mano”) en un mundo y pueden así hacerse notar en sui ‘en sí’” (8).

Esta influencia heideggeriana se constata en la propuesta filosófica de Gadamer si consideramos que el Dasein, en cuanto ser-en-el-mundo, está con y en relación con significados que le permiten estar abierto al mundo en tanto ser que está yecto en el mundo, de tal manera que el “ser a la mano” determina un cierto modo de relacionarse con el mundo y comprenderlo, precisamente porque en la manipulación de las cosas el Dasein está siempre junto con otros, tiene la tendencia a comprender el mundo según la opinión común, pero el encuentro con las cosas, el conocimiento verdadero, la apropiación de la cosa, implica que el Dasein asuma en cierto modo responsabilidades. Es en este punto, donde Gadamer se aparta de Heidegger, pues éste siempre expresó el “asumir responsabilidades” en un sentido no moral.

Sin embargo, Gadamer retorna a la filosofía práctica fundada por Aristóteles para fundamentar la incorporación de la aplicación al proceso hermenéutico, de tal manera que “la filosofía del sano entendimiento humano . . . – dice Gadamer – . . . contiene también el fundamento de una filosofía moral que haga verdaderamente justicia a la vida de la sociedad” (1). En este contexto, el sentido común se comprende como un momento del ser ciudadano y ético, ya que el objeto de la hermenéutica filosófica elaborada por Gadamer es la demostración del carácter universal y específicamente hermenéutico de nuestra experiencia del mundo. Así, la experiencia de la salud en expansión es experiencia hermenéutica, que intenta expresar y adecuar el lenguaje desde el que se genera.


Desde la hermenéutica filosófica, Gadamer señala que la salud es el “olvido de uno mismo” (1) manteniéndose oculto el misterio de la salud, pero este estado oculto contribuye a preservarla a través de la capacidad de olvidar; por lo que recuperar lo perdido, ser sano nuevamente, permite confrontarnos en tanto seres humanos, además de pensar en la salud como un existenciario del ser ahí, estar-en-el-mundo y, fundamentalmente, un estar-con-la-gente que abarca un estar-con-los-otros originario.

En su devenir histórico, la medicina se adscribió a la meta de la ciencia en tanto objetivización de la experiencia hasta quedar liberada de cualquier momento histórico, propiciando el olvido de la salud. Gadamer denomina “estado oculto de la salud” al hecho de que la conciencia de la salud permanezca apartada de uno mismo, es decir, la vitalidad de nuestra naturaleza que se revela a través del bien-estar contribuye a que la conciencia de nuestra salud se mantenga oculta, alejada de nosotros, de tal manera que los fenómenos vitales de la salud y la enfermedad establecen una tensión en el ámbito social, tensión que se funda en la ciencia y el desarrollo de prácticas derivadas de la experiencia acumulada.

Esta tensión establece un movimiento continuo entre el ocuparse y el preocuparse, entre el incluirse y el excluirse en el mundo de la vida, pues el estar-enfermo es un perder la libertad de elegir, es tomar conciencia de la propia finitud de un ser situado temporal e históricamente, en tanto la salud es vincularse al mundo de la vida, es un ocuparse de la elección para la realización del proyecto que se es; estar sano es hacerse auténtico en el bien-estar, es decir, el ser humano toma conciencia de su propia finitud en el mundo de la vida permitiéndole adquirir la experiencia de el bien en su devenir, donde la praxis de la salud es un hecho moral.

La salud entonces se expresa como armonía del bienestar y la entrega de sí mismo al mundo, en tanto inconmovible voluntad de vivir.


La autoconciencia de la salud

Gadamer reflexiona en torno a la salud a partir del Fedro de Platón, destacando la referencia al ser en su integridad en tanto “el ser sano” de tal manera que desde entonces, el ser completo y el ser sano (la salud del sano) parecen estar hoy estrechamente vinculados.

En este contexto, se ha señalado anteriormente que a uno le falla o le falta algo cuando enferma y lo recupera al retornar al estado de salud, pero esta salud no es la misma que se tenía antes de enfermar, el ser se ha apropiado de otro estado, de otros significados, se comprende de manera diferente en el mundo de la vida, pues ha tenido la experiencia de la enfermedad aceptando lo que está dado, lo limitativo, lo doloroso, en fin, el ser humano aprende a aceptar la enfermedad.

La aceptación de la enfermedad permite desocultar la salud como la posibilidad existencial de un auténtico ser para la muerte, en el que la conciencia que habla como silencio es la autoconciencia que se adquiere al “decidirse por lo propio”.

Pero es preciso tener presente que esta autoconciencia desde la perspectiva gadameriana, es la conciencia que se entiende a sí misma a partir de la historia (16) por lo que admitir la enfermedad es un fenómeno vital que no se reduce al simple reconocimiento de un estado específico, sino que implica la imposibilidad de tomar distancia respecto de sí mismo para objetivar la enfermedad.

Señalar al imposibilidad de tomar distancia respecto de sí mismo, hace referencia a que el ser humano en estado de enfermedad inicia su padecer en tanto estado subjetivo de vivencias perturbadoras que afectan a la persona en su totalidad (17), disminuyendo su propia libertad, generando el paciente un reconocimiento de su propia impotencia e indigencia, estableciendo en consecuencia vínculos de dependencia con el médico.

El ser humano es incapaz de reconocer su propia finitud de manera conciente, y mucho menos desde una fundamentación histórica, es decir, no puede ser autoconciente de su propia enfermedad; pues no concibe que ese tenerse-presente, ese “estar-con-algo”, sea estar-enfermo. Es este momento en el que la salud permite tomar conciencia de su ser para la muerte, de la propia finitud del ser del ser humano, y anhela la restitución de su estado de salud preliminar. El paciente recuerda su historia de salud, la añora, toma conciencia desde la perspectiva histórica de su posibilidad de ser-sano, de tener equilibrio y armonía frente a las diversas situaciones del mundo de la vida en el que está inserto. Es en este momento, donde la salud contribuye a la autoconciencia del ser-en-el-mundo, de su propia existencia.


La salud como modo del ser

El análisis de la salud requiere de un enfoque ontológico para conceptualizarla como una estructura del Dasein en tanto existencia humana, y no como una producción de la aplicación de las ciencias médicas, de tal manera que se pueda identificar la condición hermenéutica de la existencia humana en la salud como un modo de ser del hombre vinculado a su finitud.

En esta dirección, pensar en el sentido originario de la salud conduce necesariamente a reflexionar sobre el hombre, cuya esencia es la “existencia”; en este sentido Hipócrates señala que “ciertos médicos y sabios sostienen que no es posible que conozca la medicina quien no conoce lo que es el hombre” (18).

Por su parte, Heidegger nos remite al núcleo último del ser del hombre, el ser-ahí (Dasein), pues el hombre es el “lugar”, el “ahí” (Da) donde el ser (Sein) se manifiesta, puesto que el hombre es comprensión del ser. De tal manera que el hombre es poder ser, su modo de ser es el de la posibilidad y no el de la realidad (14), es decir, el sentido originario de la salud no se remite a las características o propiedades medibles cualitativa o cuantitativamente que determinan la realidad del hombre, sino como posibles maneras del ser, y uno de estos modos (posibles) de ser del hombre es la salud.

El primer momento para comprender el sentido originario de la salud es definir la esencia del hombre como existencia, como poder ser. La salud como simple presencia, como lo que se ofrece a la mirada en tanto sano, es insuficiente para describir el modo de ser propio del hombre, además de ser insuficiente para comprender cuando la salud es.

Decir que el hombre es sano, significa que tiene la posibilidad de no serlo, es decir, de que el hombre es enfermo, así, salud y enfermedad son posibilidades del hombre, una y otra son “existenciarios”. Es claro entonces que el ser del hombre consiste en estar referido a posibilidades, pues puede ser sano o puede ser enfermo, pero este referirse se efectúa en un existir concretamente en un mundo de cosas y de personas, es un “ser en el mundo”, está siempre situado en un aquí. Entonces, si el hombre es existencia situada en el mundo, está siendo en el mundo, está sano o está enfermo.

Un tercer elemento parte de la comprensión de que el Dasein está en el mundo en la forma de proyecto, de tal manera que se ofrece al mundo como posibilidad abierta. Si la salud es un existenciario del Dasein, posee el carácter de apertura y posibilidad. ¿Cómo interpretar esto? La salud en tanto modo (posibilidad) del ser es constitutivamente poder ser y puede encontrar las cosas sólo insertándolas en este su poder ser y entendiéndolas. Por lo tanto, como posibilidad abierta, como relación con el mundo que la constituye, la salud es relación originaria con el mundo, es un “encontrarse”, un “sentirse” de esta o aquella manera que permite abrir al Dasein a su estado-de-yecto. La salud opera cuando el Dasein está abierto al mundo en su totalidad, siendo posible un “dirigirse hacia” que le permite a la salud mantenerse a sí misma y dar cuenta de su finitud, pero sin poder dar razón de ello.

Si la salud es el modo en el que la salud es; el modo mismo en que se nos da la salud; un aspecto constitutivo de nuestro estar abiertos al mundo, y algo en lo que nos encontramos sin poder dar razón de ello, la salud como modo del ser expresa el hecho de que el Dasein tiene un cierto modo global de relacionarse con el mundo en el que pone de manifiesto su propia finitud.

 

La salud adquiere un carácter originario existencial primario, constituyéndose en el elemento distintivo posibilitador de toda forma del estar-ahí, pues al constituir la salud el ser del ahí, un Dasein puede, sobre la base de la salud, desarrollar existiendo las variadas posibilidades del ser yecto en el mundo.

En la salud así entendida, reside la forma del ser del Dasein en cuanto poder ser que abre en él, en cuanto estado-de-abierto, la posibilidad de la existencia y el sentido. La salud hace posible un existir determinado por sus posibilidades en tanto que ilumina existencialmente el ser de tal poder-ser. En sí mismo, encierra la estructura de proyecto, sano es ya siempre proyectar, es decir, arrojar o lanzar hacia adelante el poder-ser de nuestra existencia, trascender más allá de lo que se es.

La salud, a diferencia de la enfermedad, es un elemento constitutivo del ser humano como humano, un factor originario de su peculiar modo de ser, diríamos que es un existenciario que establece la relación entre la praxis del mundo como totalidad de instrumentos y mundo como totalidad de significados. Estar sano, dice Gadamer, no es estar curado. El Dasein está en el mundo como sano antes que como enfermo, de tal manera que el ser-sano es proyecto por cuanto posee la totalidad de los significados que constituyen el mundo antes de encontrar la salud individual. El ser-sano y el estar-sano son no-ser-enfermo y no-estar-enfermo, de tal manera que si concebimos la salud como apertura originaria y revelación, la no-salud (es decir, la enfermedad) se concebirá por consiguiente como oscuridad y ocultamiento, de tal manera que la manifestación de la salud presupone un esconderse, un ocultarse originario del cual procede la enfermedad.

Salud y enfermedad (como no salud), en el mundo de la vida están estrechamente vinculados, dado el hecho de que la salud que expresamos, conocemos y vivimos es la manifestación de un ente particular (lo sano) o de un grupo de entes, pero nunca la manifestación del ente como tal en su totalidad; por lo que la incapacidad del Dasein de abrirse al mundo (inautenticidad) le impide mirar la salud misma, y en el momento en que se apropia de ella, de la salud en sí misma, el Dasein se proyecta en el mundo sobre la base de su posibilidad mas suya (autenticidad).

El sentido originario de la salud no es solo armonía y equilibrio de un sujeto con el mundo, sino que es la expresión de la autoconciencia de su propia finitud en relación con el mundo de la vida, es la autentificación del Dasein al apropiarse de la salud al relacionarse directamente con ella. ¿Cómo es esto?

La apropiación de la salud es un estado de autoconciencia del estar-sano incluida en el proyecto de la propia existencia. Esto implica que el cuidado de la salud y la recuperación de la salud no pertenecen al ámbito de un “proyecto” concreto, decidido y elegido por “alguien”, es decir, el proyecto implica una elección y una decisión de proyectar, y el cuidado y recuperación de la salud no es decisión de alguien, es sólo una especie de fondo de que tiene necesidad la elección del individuo pero sólo como fondo de destacarse de él, es decir, se presentan sólo como objetos desligados de su propia naturaleza de posibilidades, presentándose la salud como simple presencia.

Entonces, el encuentro del Dasein con la salud en su estado originario implica que se asuman en cierto modo responsabilidades. Asumir responsabilidades hace referencia a un proyecto concreto, decidido y elegido por alguien, en el que la salud se presenta en su naturaleza de posibilidades abiertas de la existencia donde el ser humano está concretamente situado y definido en tanto estado-de-yecto en el mundo de la vida. Esto implica que la finitud y el estado-de-yecto determinen la indeterminación del Dasein en tanto proyecto lanzado, donde la salud, como modo del ser, contribuye a la posibilidad abierta de la elección para realizarse el ser humano en el mundo.


La salud surge entonces como una forma de la experiencia en la que de inmediato entra en juego nuestra propia concepción de la existencia, pues la salud tiene su origen en una relación más originaria del hombre con el mundo de la vida.


Salud y experiencia humana

El desarrollo de la medicina ha sido espectacular, sin embargo, desde sus orígenes en la Grecia antigua hasta la actualidad, le subyace el lenguaje de la existencia, el lenguaje de la experiencia, el lenguaje de la vida; pues ayer como hoy, la conversación sigue siendo su característica fundamental, por lo que al arte de curar se agrega el arte de la conversación, de escuchar, de comprender al otro que padece, que se expresa a través del lenguaje, teniendo presente como señala Gadamer: “el ser que se comprende es el lenguaje”, y el mundo es lenguaje, por lo que la salud se constituye en el elemento vinculante de la armonía del ser y el mundo de la vida que se expresa a través del lenguaje, tanto verbal como no verbal, ejemplo es la felicidad misma.

La salud se manifiesta en la vivencia de la corporeidad, en los diferentes ritmos de la vida misma, que supera el punto del equilibro y pasa a la nada del ser indiferente, del extinguirse, del olvidarse por completo de su propia finitud, siendo estas estructuras las que modula el curso y la praxis de la vida del ser humano, viviendo la salud de si mismo y del otro, llegando al olvido mismo de nuestro estado de salud, pero reconociendo el bienestar y la facilidad y felicidad de vivir.

Así, el universo de la salud no es algo que se muestre como tal pues escapa a la conciencia, es decir, la salud no es algo que nos preocupe ni que nos invite a un continuo autotratamiento, sino que estamos en un mundo de relaciones y de significados y nos vinculamos armoniosamente con él, pero esta interacción con el mundo de la vida no nos reclama la conciencia de nuestra historia de salud, simplemente estamos ahí, sin reconocer nuestra propia finitud y olvidándonos de nosotros mismos, aún cuando estemos convalecientes, pues el sanar retoma las circunstancias restablecidas de la vida, entre ellas, el olvido de nuestra propia salud, así como de la de los demás.

La enfermedad es la que se presenta como uno de los primeros datos de la experiencia (19) del ser-en-el-mundo, en tanto que la salud la percibimos como armonía, como lo mesuradamente apropiado que demanda de nuestra praxis un conjunto de acciones que nos conduzcan desde la enfermedad a la salud, por lo que la salud se ha señalado como un hecho moral, asociado a la elección y responsabilidad derivada de ella, para entregarnos a lo que tenemos por delante.

La salud como experiencia de vida está asociada al “estado oculto de la salud” en la que aflora la tensión de nuestra civilización fundada en la ciencia y el desarrollo de prácticas derivadas de la experiencia acumulada, presentando a la salud como un misterio que se anida en ese carácter oculto, en ese olvido de sí mismo y del otro, pues la salud no llama la atención por sí misma, pues se mantiene a sí misma en el sentido de “lo apropiado”, “lo mesurado”, radicando en ello, el ethos de la praxis de la salud.

El universo de significados de la salud es complejo por no ser medida en términos de la ciencia hegemónica de las ciencias naturales, dado que se trata de una medida interna y de la conciencia de uno mismo de su relación con el mundo de la vida, dado que es un modo del ser-en-el-mundo, sin embargo, la salud se encuentra en un horizonte de perturbaciones y de amenazas pero también en un horizonte de bienestar, de olvido de nosotros mismos.


El universo de la salud es un mundo de totalidad de significados y de relaciones armoniosas, sustentadas en el equilibrio interno pero también en el equilibrio externo, dando un sentido de estado de equilibrio a la significación de la salud del ser-en-el-mundo, así, la salud es el ritmo mismo de la vida, un proceso continuo en el cual el equilibrio se estabiliza cotidianamente, por lo que reconocer a la salud es develar el misterio de nuestra vitalidad, en este sentido, Gadamer nos dice:

“La salud no reside justamente en un sentirse-a-si-mismo; es un ser ahí, estar-en-el-mundo, un estar-con-la-gente, un sentirse satisfecho con los problemas que le plantea a uno la vida y mantenerse activo en ellos. Se puede intentar, no obstante, buscar las experiencias contrarias en las cuales asoma lo que está oculto” (1).

La salud en sí, depende de muchos factores y no representa un fin en sí misma, pues consiste en la armonía que se mantiene oculta del ser-en-el-mundo, por lo que la salud va exigiendo día a día un estado de armonía del ser con el medio social y el medio natural.

Gadamer señala que el misterio de la salud se mantiene oculto, lo que contribuye a preserv

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