Solemos identificar a los pueblos con determinadas formas de ser. Rasgos que les son característicos, conductas sociales que los identifican. Parece ser que, como las personas, los pueblos tienen su personalidad. Un estilo que les es propio, un patrón idiosincrásico de percibir, sentir, pensar, afrontar y comportarse. Afirmar que cada pueblo tiende a tener su personalidad no significa decretar que todas las personas que componen ese tejido social tiendan a actuar de una sola manera. Lo que parece suceder es que, que en su modo de ser, cada pueblo resalta determinadas conductas por sobre otras.
Y aunque los individuos, en su vida privada puedan no ejercer esos estilos; estos aparecen desplegados de una manera u otra en sus conductas sociales, como un modo de ser aceptados y reconocidos por sus congéneres. Adquieren rasgos adaptativos derivados de presiones sociales, como forma de adecuarse a los requerimientos que su medio les impone. El trabajo despliega esta hipótesis y a partir de ella y basándose en la teoría de T. Millon sobre estilos y trastornos de personalidad intenta hacer un diagnóstico de la forma de ser de los argentinos. Al decir de M. M. Casullo (2002) , ?todos nuestros comportamientos como seres humanos suponen e implican vínculos con nuestros semejantes. Sin los Otros no podemos ser Nosotros. Son los Otros los que nos permiten construir nuestra identidad personal?
La Argentina psicopática.
Carlos A. Vinacour.
Médico psiquiatra. Miembro del Ateneo Clínico en psiquiatría.
PALABRAS CLAVE: personalidad psicopática, Millon, Trastornos de la personalidad, Argentina.
[2/2/2003]
Resumen
Solemos identificar a los pueblos con determinadas formas de ser. Rasgos que les son característicos, conductas sociales que los identifican. Parece ser que, como las personas, los pueblos tienen su personalidad. Un estilo que les es propio, un patrón idiosincrásico de percibir, sentir, pensar, afrontar y comportarse.
Afirmar que cada pueblo tiende a tener su personalidad no significa decretar que todas las personas que componen ese tejido social tiendan a actuar de una sola manera. Lo que parece suceder es que, que en su modo de ser, cada pueblo resalta determinadas conductas por sobre otras. Y aunque los individuos, en su vida privada puedan no ejercer esos estilos; estos aparecen desplegados de una manera u otra en sus conductas sociales, como un modo de ser aceptados y reconocidos por sus congéneres. Adquieren rasgos adaptativos derivados de presiones sociales, como forma de adecuarse a los requerimientos que su medio les impone.
El trabajo despliega esta hipótesis y a partir de ella y basándose en la teoría de T. Millon sobre estilos y trastornos de personalidad intenta hacer un diagnóstico de la forma de ser de los argentinos.
Al decir de M. M. Casullo (2002) , “todos nuestros comportamientos como seres humanos suponen e implican vínculos con nuestros semejantes. Sin los Otros no podemos ser Nosotros. Son los Otros los que nos permiten construir nuestra identidad personal”.
En tanto sujetos, nos constituimos como un sistema integrado por subsistemas diferentes y complementarios: el biológico, el psicológico el axiológico y cultural y el social. Y prosigue “vivimos en contextos sociales y culturales específicos que proveen normas, creencias, roles a cumplir y que otorgan significado a lo que se hace o deja de hacer”.
La conformación de la personalidad es por ende, el resultado de condicionantes no solamente biológicos y familiares sino también socioculturales que en un entramado complejo interactúan de manera continua.
De allí la importancia, para entender al individuo, de estudiar el particular armazón entre este y su cultura, entendiendo por cultura el conjunto de valores, normas, actitudes y creencias que condicionan el comportamiento de individuos y grupos sociales. La cultura es tanto el resultado de la experiencia histórica de un país como de un continuo proceso de socialización, cristalizado a través de instituciones como la familia, la escuela, la universidad, los medios de comunicación, los partidos políticos, etc. En todas ellas se aprenden las pautas actitudinales que tienen un efecto directo en la forma en que los actores sociales se relacionan. La idea de cultura, implica también incluir el “sentido común” de una época, las distintas formas de identidades sociales, sexuales, religiosas, estéticas, discursivas y sus respectivas prácticas (Patiño, 2002).
Al estudiar las culturas y las sociedades podemos inferir que esos condicionantes determinan en sus miembros rasgos particulares, formas de ser distintivas, conductas sociales que los identifican como grupo y los diferencian de personas de otras culturas.
Es así como desde el saber popular hablamos de la “flema inglesa” o del “glamour francés”. A los alemanes tendemos a verlos fríos y distantes. Son también identificados como disciplinados y en la búsqueda de la perfección y la precisión, lo que nos lleva a confiar en sus autos y maquinarias de la misma manera que valoramos los perfumes galos.
Parece ser que, como las personas, los pueblos tienen su personalidad. Un estilo que les es propio, un patrón idiosincrásico de percibir, sentir, pensar, afrontar y comportarse.
Hay por ejemplo, pueblos con claras características obsesivas, algunos más histriónicos, otros más dependientes y sumisos.
Los hay también, como en el caso de los individuos, pueblos más plásticos y otros más rígidos. Pueblos que pueden ampliar su espectro de conductas, volviéndose más adaptativos cuando las circunstancias lo requieren y otros que tercamente se mantienen en sus trece, aunque esto signifique conflicto, malestar y sufrimiento.
Obviamente cada forma de ser tiene sus virtudes y sus peligros. Es así como, uno de los posibles problemas de los pueblos obsesivos, para poner solo un ejemplo, es que en algún momento exploten sus tensiones internas causadas por emociones reprimidas y desarrollen entre otras cosas, algún tipo de conductas compulsivas y/o agresivas.
Afirmar que cada pueblo tiende a tener su personalidad no significa decretar que todas las personas que componen ese tejido social sean de una sola manera. Seguramente cada uno por sí será en esencia diferente a los otros. Es bastante probable que Alemania no tenga muchas más personalidades obsesivas que otro país del globo.
Lo que parece evidente es, que cada cultura estimula a sus miembros a adoptar determinadas conductas sociales como manera de adaptarse a las exigencias que esa misma cultura impone.
El resultado parece ser, que tienden a surgir en las personas rasgos adaptativos de personalidad expresados básicamente en sus comportamientos sociales. Y aunque esas personas, en su vida intima (en familia o entre amigos), puedan no exteriorizar esos rasgos, tienden en la medida de sus posibilidades a cumplirlos en la esfera social, como un modo de acomodarse a la sociedad a la que pertenecen, ser aceptados y reconocidos por sus congéneres y lograr el espacio que esa cultura les exige.
¿Cómo es el argentino?
En su tango “Cambalache”, nuestro poeta ciudadano E. S. Discepolo, describe esta situación decidiendo, que entre los argentinos rige la idea de que el que no afana es un gil.
Si bien es cierto que al hablar de la forma de ser de los argentinos básicamente describiré a los porteños, no es menos cierto que Buenos Aires por su histórica supremacía, impuso casi siempre sus hombres, sus razones, sus políticas, su cultura y sus ideales; por lo que muchos provincianos famosos y otros no tanto, han terminado porteñizándose como manera de elevar su estatus y su valía.
El 14 de octubre de 1992 se publicó en el Nº 40 de la revista “La Maga” una encuesta sobre Corrupción realizada por Gallup de la Argentina para la ONG Poder Ciudadano. La muestra tomada era representativa de la población adulta de la Capital Federal y los 19 partidos del Gran Buenos Aires con un margen de error de +/-3, 5, y un porcentaje de confianza del 95%.
La encuesta señalaba que entre el 91 y el 85 por ciento de la población creía que entre los políticos, los sindicalistas, los funcionarios públicos y los policías, existía mucha o bastante corrupción. El 79 por ciento pensaba lo mismo de los empresarios y el 66 por ciento de los jueces.
Lo significativo de la muestra era que, para la mitad de los encuestados, también entre la “gente común” había muchos o bastantes casos de corrupción.
Al indicar los efectos nocivos que puede generar la corrupción un 36 por ciento se inclinó por señalar que los corruptos cada vez son más y se genera un círculo vicioso. Y un 38 por ciento identificó como la principal consecuencia de la corrupción “El hecho de que la moral de la gente se corrompe y no se sabe diferenciar el bien y del mal”. Esta opción resultó la más votada por las personas consultadas.
El artículo sigue relatando que “ si bien existe un consenso general cuando hay que condenar la corrupción, no ocurre lo mismo cuando se trata de hacer denuncias.
Un 53 por ciento de los encuestados desaprueba tanto a quien da la coima para obtener un beneficio como a quien la recibe. Sin embargo un 72 por ciento de la gente que admite haber visto en algún momento un caso de corrupción confiesa que no lo denunció. ”
“Las razones que esgrimen aquellos que no denunciarían o no denunciaron hechos de corrupción son varias, y tienen que ver principalmente, con el temor y el escepticismo: un 37 por ciento dice que no lo haría por falta de garantías o para no meterme en problemas, un 21 porque aunque los denuncie no se castiga a los culpables; y un 17 por falta de pruebas para denunciarlo. ”
Al analizar con más detenimiento las conductas corruptas en distintos aspectos de la vida cotidiana de la “gente común” para obtener algún tipo de ventajas personales los datos de la encuesta muestran estas cifras: según un 86 por ciento, bastantes o la mayoría de los argentinos “se quedan para sí dinero hallado en la calle” y otros tantos “sacan documentos por medio de un conocido, para evitar colas”. Otras respuestas fueron: “dan dinero a la policía para evitar una multa” (84%); “dan dinero para acelerar un trámite que se necesita con urgencia” (78%); “consiguen un certificado médico para justificar una falta en el trabajo sin haber estado enfermo” (75%); “no declaran artículos para el hogar que exceden el cupo de la aduana” (73%); “no facturan un trabajo para pagar menos impuestos” (73%); “dan coima a un funcionario público” (71%); “pagan menos impuestos que lo debido” (69%); “compran algo que saben que es robado” (64%).
Por otro lado, seis de cada diez argentinos creen que la mayoría o bastantes de sus compatriotas “evitan pagar boleto en un transporte público”, y “ofrecen dinero a un boletero para conseguir una entrada agotada”. Sin embargo, estas apreciaciones de los encuestados –que ven conductas malas en la mayoría de sus semejantes- no son las mismas para calificar el accionar personal.
Por ejemplo, mientras el 78 por ciento señaló que la mayoría o bastantes argentinos darían dinero para acelerar un trámite que se necesita con urgencia, el 66 por ciento no estaría dispuesto, según afirmó, a hacerlo, bajo ningún concepto.
Pero si se toman todas las acciones mencionadas anteriormente en su conjunto, solo un 16 por ciento señaló que no había hecho ni podría hacer jamás alguna de estas cosas. El 84 por ciento restante admitió que alguna vez había hecho al menos una y, en el caso de haber hecho ninguna, que en algún momento podría hacerlo. Concretamente, un 48 por ciento de los entrevistados realizó al menos una vez alguna de las acciones enumeradas anteriormente. ”
Si comparamos algunas de las creencias arriba señaladas con estudios estadísticos veremos que la realidad no está tan alejada de lo que la gente cree, ya que en verdad, por ejemplo, el 60 por ciento de la población argentina elude el pago de impuestos (La Nación, 11/06/2002). El dato es complementario de otro que afirma que: “El jefe del Tesoro (estadounidense). . . avisó que solo pagan impuestos el 30 por ciento de los argentinos; la información exacta se la había proporcionado el propio Lavagna al segundo de O’ Neill, John Taylor. ” (Morales Solá, 2002).
En la misma línea de análisis es interesante rescatar otro artículo periodístico que señala que sobre 5 millones de abonados a la televisión por cable en el país, 750 mil son conexiones clandestinas, esto es un 15 por ciento, la mayoría en Capital Federal y Gran Buenos Aires, en el interior este porcentaje baja al 5/7 por ciento (La Nación, 11/06/2002).
Lo llamativo del trabajo es que señala que los barrios de la Capital con más proporción de “colgados” son Palermo, Barrio Norte y Recoleta, es decir los más acomodados.
El artículo es esclarecedor en varios sentidos. La viveza criolla, es una institución solidamente arraigada. A los ojos de los argentinos los políticos son corruptos, al igual que los sindicalistas, los jueces y los policías. Pero la mayoría de nosotros también reconoce en el otro, en la gente común, en sus iguales, el acto de corrupción. La piolada y la coima no son hechos que hace solo la dirigencia. “Yo no fui”, dice el encuestado, pero los demás. . . los demás todos o casi todos.
Recordemos algunas de las características que popular mente señaladas sobre nosotros. Los argentinos amamos nuestro individualismo y nos jactamos de ser trasgresores, necesitamos probar nuestra superioridad y “viveza”, somos fanfarrones, tendemos a ser independientes y, entre otras cosas nos cuestan las tareas grupales.
Una manera abreviada de describirnos es decir que, básicamente, somos personalidades activamente independientes, donde, parafraseando a T. Millon (1998), la independencia no surge de la propia autoconfianza, sino de la desconfianza en los demás; y a su vez, la acción se da básicamente para beneficiarse uno mismo y, asegurarse luego que esos beneficios sean solo individuales. Debemos aprovecharnos primero, antes que otros se aprovechen de nosotros.
Esta descripción del ser argentino que hemos escuchado una y otra vez, no es ni más ni menos que el retrato liso y llano de una personalidad con rasgos psicopáticos.
Muchos nos describen, pocos lo dicen con todas las letras. Somos un pueblo con una personalidad que linda con la psicopatía. Y este es a mi entender el origen de la mayor parte de nuestros males.
No niego que hemos llegado a este punto de crisis en nuestra historia por una serie de múltiples factores relacionados con complejas cuestiones de orden socioeconómico (neoliberalismo, capitalismo mundializado, subdesarrollo etc. ) y geopolítico.
Soy consciente que en el análisis de nuestra situación actual, seguramente podrían tomarse otras muchas variable, tal vez complementarias con la que aquí describo.
Mi planteo no pretende minimizar ni excluir otros factores. Esta es solo una pequeña contribución desde una mirada fuertemente sesgada por mi formación psiquiátrica y psicoterapéutica, por lo tanto fuertemente parcializada.
En una investigación sobre estilos de personalidad en depresivos (Gónzales Ramella y otros, 2001), comparando perfil del MIPS en un grupo de pacientes y otro de control, realizada en mayo de 2001 por el Dr. Gustavo González Ramella y colaboradores los investigadores encontraron, que en la comparación de los resultados obtenidos entre la muestra control regional argentina, y los resultados de Millon para la población norteamericana, hay una tendencia leve hacia los puntajes llamados “desadaptativos” en la muestra control.
Si bien los datos no fueron suficientemente estudiados el Dr. Ramella plantea que podría arriesgarse una primera lectura que sugiere que en nuestra modalidad puedan encontrarse elementos narcisistas, inmaduros, y hasta pasivo-agresivos y dependientes, con una suerte de sufrimiento crónico que eleva los puntajes desadaptativos y de insatisfacción y preservación, así como incrementan los puntajes de la baja autoestima.
Ramella sugiere relacionar estas variables con uno de los subtipos de narcisista que Millon describe y que correspondería al de una "fachada narcisista pero con baja autoestima". Un narcisista inflado sobre su propia inseguridad y que rápidamente cae en modalidades depresivas ante la frustración.
Sin embargo si analizamos más en detalle la muestra de Gallup y la comparamos con algunas de las características que Millon señala como rasgos de las personalidades activamente independientes (antisociales o psicopáticas según las viejas terminologías), nos encontraremos con que:
1) los controles se trasgreden fácilmente y, en consecuencia 2) hay un umbral muy bajo para las acciones irresponsables y desviadas. Es más, al contrario de lo que podría esperarse, 3) las trasgresiones socialmente reprobables no se disfrazan ni se reprimen, se exponen, actuando o hablando de ellas, a pesar de su carácter socialmente reprobable.
Hay una conducta claramente exhibicionista, es más piola el que más transgrede, lo muestra y se jacta de ello; evade más impuestos, coimea al policía para no pagar la infracción de tránsito, se mete primero en la cola y saca una entrada de cine agotada pagando un sobreprecio.
Nuestra capacidad de juicio está sin duda intacta, pero como en todas estas personalidades, 4) la ética ha sido alterada.
Tomas Eloy Martínez (2002) comenta que en el “Dictionary of Latin American Racial and Ethnic Terminology” de Thomas M. Stephens aparece el término “argentino”(derivado de la expresión ¿Yo? ¡Argentino!), para referirse a quienes tratan de mantenerse al margen de los problemas o no aceptan responsabilidad por ello.
Y por supuesto somos las victimas, un pueblo sometido injustamente a la hostilidad y la persecución de los políticos de turno y de los organismos internacionales. Deslindamos nuestras responsabilidades utilizando 5) la proyección como claro mecanismo de defensa.
Por supuesto que estas conductas reciben "su recompensa" si se las ejerce: menos tiempo de espera en una cola si uno se cuela, más dinero para las vacaciones si uno no paga los impuestos; y por supuesto "castigos" si se las evita, pérdida de tiempo por respetar los turnos en las largas, interminables y burocráticas colas de muchos organismos estatales; larga espera para pagar una infracción de tránsito por no coimear al policía, etc. Hay una competitividad social que se sustenta en el ejercicio de esos rasgos moralmente censurables, pero que en la praxis son de ejercicio necesario, so pena de perder competitividad en la lucha por la vida.
Por otro lado, “el argentino, acompañado de un sensible sentido del ridículo, revela que su temor más profundo es el ser o parecer un tonto, pierde su estima si se siente por debajo del estándar de viveza que el medio parece reclamarle y alcanza la cumbre de su enojo cuando cree que se lo está tomando por tonto. Tal vez ponga en descubierto este temor el hecho de que nuestro insulto nacional y popular es el de boludo. El término indica, al menos en su origen, la falta, ausencia, carencia o déficit de viveza. La expresión no se conoce en otra parte del mundo hispano” (Urtizberea, 2002).
No significa esto que las clases dirigentes de nuestro país estén exentas de responsabilidad. En todo caso la gente alimenta ideológicamente a la clase política con sus conductas, y esta retroalimenta a la gente. Hay una relación dialéctica y retroalimentaria entre gobernantes y gobernados.
La dinámica social ha determinado un círculo vicioso difícil de cortar.
Por un lado nuestra sociedad es agresiva y corrupta: nuestros dirigentes, la justicia, la policía el personal de aduanas, el empleado de una repartición publica, el vendedor de entradas de cine. Frente a esto nos adaptamos, adoptando conductas transgresoras como respuesta a la presión ejercida por estos personajes.
La retroalimentación es evidente, a más conductas transgresoras más corrupción, a más corrupción más necesidad de implementar adaptativamente conductas transgresoras.
Lo difícil es determinar donde está el punto de arranque, el empleado de aduanas aducirá que el viajero traía exceso de equipaje y fue tentado con unos pesos para que hiciera la vista gorda. El viajero dirá que el empleado lo sobornó para poder pasar sus cosas. Ninguno de los dos recibe sanciones, ambos se benefician.
Históricamente nacimos como un puerto que pronto lucró del contrabando. ¿Será que nuestro pasado nos condena?
Lo real es que más allá de la discusión sobre donde comienza la secuencia, a esta altura de la historia social es difícil determinar un comienzo claro. Es más útil entender que estas conductas están enmarcadas en un círculo que se retroalimenta en una escalada sin fin.
La cuestión es que a medida que vamos adoptando este estilo social, es decir, vamos 6) perdiendo sensibilidad y aprensión. Llega un momento que ya no es solo sobornar al policía, también es dejar que el perro haga sus necesidades en el medio de la vereda o vaciar los ceniceros del coche tirando la ceniza y las colillas por la ventanilla de los autos o los papeles que tenemos en los bolsillos a la calle.
Esto no nos transforma en malas personas o en individuos esencialmente transgresores. Son conductas cotidianas que generalmente no invaden los ámbitos más privados de nuestra vida. Es más, las criticamos cuando las vemos en otros; o incluso nos reprochamos a nosotros mismos en la intimidad.
Pero insisto, la suma de todas esas pequeñas conductas (que en el individuo pueden no generar trastornos importantes ni significativos), multiplicada por la cantidad de individuos que conforman este país, generan una impronta claramente identificable como socialmente transgresora.
Creo que esta personalidad nos ha llevado a elegir y confiar en políticos corruptos, fieles reflejos de nuestra piolada argentina.
Valoramos a los arrivistas y a los astutos y los elevamos a la categoría de semidioses, porque nuestros ideales están puestos en estos valores. Los dejamos caer cuando ya no sirven a nuestros fines pero, a continuación, volvemos a buscar otros personajes de la misma talla, porque en el fondo (o tal vez no tan en el fondo) creemos que solo por esa vía está nuestra salvación.
Nuestras instituciones y nuestros políticos son lo que nosotros somos y no logramos cambiarlos porque no logramos cambiarnos.
Los argentinos tenemos una personalidad que los psiquiatras y psicólogos describimos casi invariablemente como francamente conflictiva. Si bien es cierto que suele ser la forma de ser de muchos conquistadores e innovadores, los es también de muchos codiciosos, no menos envidiosos y de todos los antisociales casi sin excepción.
J. Baudrillar dice que el miedo y la verdad van juntos. Puede ser. Pero por más espanto que nos produzca, aceptemos nuestra condición. Es el primer paso.
Tal vez no individualmente, pero como pueblo, somos amante de una trasgresión que genera monstruos y monstruosidades.
Lamentablemente los pueblos como las personas mantienen indefectiblemente su manera de ser. Tal vez esta sea nuestra tragedia. Tal vez esto lleve a la postura pesimista de muchos de los que nos observan.
Las personalidades como el color de la piel no mutan. Permanecen invariables a lo largo de la historia. Podemos maquillarlas, pero allí están.
T. Millon uno de los más lúcidos investigadores de la conducta humana sostiene que “las posibilidades de que el individuo activo independiente cambie sus patrones de comportamiento debido al desarrollo de una conciencia real de las cosas son muy pocas. ” Si esto lo llevamos al terreno de los pueblos, no somos una excepción.
La historia nos muestra que desde la época de la colonia hasta el presente hemos sido fieles a nuestras maneras.
Sin embargo, aunque prudente, quiero ser optimista, por necesidad, por amor y por convicción.
Sostener que tenemos rasgos psicopáticos no significa caer en el simplismo de pensar que padecemos de una enfermedad moral y que por ende la solución es ampliar las cárceles y endurecer las condenas. Esto sería confundir teorías psicopatología con planteos éticos y mantener el error de arcaicas concepciones que atribuían a la personalidad activo independiente el rango de locura moral.
Insinuar por ende, la solución simplista de la “mano dura” no solo es poco racional sino que por otro lado nunca ha sido a nivel psicoterapéutico un recurso que se precie de eficaz (ni de ético).
La trasgresión puede estar al servicio de evadir impuestos, pasar en rojo un semáforo evitando al cana, pagar una coima por una mejor localidad en el cine, dejar la caca del perro en la vereda, enamorarse de caudillos corruptos, o por el contrario puede ser la creatividad de los innovadores puesta al servicio del cambio.
Los innovadores, aquellos que se aventuran rompiendo las reglas, aquellos que se animan a los que los otros temen, aquellos que encuentran salidas donde la mayoría ve oscuros callejones; en resumen, los transformadores, suelen ser también personalidades activo independientes.
Nuestro modo de ser nos da la capacidad de saber buscar oportunidades creativas. Muchas veces lo hacemos, pero en el marco de lo individual.
¿Podrá generarse algún tipo movimiento popular que ayude a virar esta virtud al terreno de lo social?
Hemos equivocado el rumbo al pensar que solo valía salvarse uno mismo.
Creo que si apostáramos a políticas educativas que permitieran incrementar nuestra sensibilidad hacia las necesidades y los sentimientos de los otros, terminaríamos ganado todos.
Estoy convencido, que sin dudas, el próximo desafío es fomentar la solidaridad social.
Aunque temo que solamente con el voluntarismo y la declamación no alcanza. Temo también que nuestros actuales dirigentes no entiendan este planteo y hasta lo consideren simplista, banal, psicologísta o peor aun, peligroso a sus fines.
Pero necesitamos desesperadamente la reflexión profunda que nos lleve a generar un proceso de cambio que partiendo de este egoísmo suicida, por lo menos nos acerque lentamente hacia una solidaridad esperanzada.
Bibliografía
Casullo, M. M. (2002) La convivencia: una cuestión de valores. En www. institutoipsi. com. ar
Eloy Martinez, T. (2002). La Nación. 21 de diciembre pag 29. Buenos Aires.
El Mundo de Madrid (2002). Sección Nueva Economía. Edición electrónica. 13 de enero.
González Ramella, G. y otros (2001). Estudio de la personalidad en depresivos. hospital Neuropsiquiátrico de Necochea y “Confluencia”, Argentina.
La Nación (2002). Sección TeVe. 11 de junio de 2002. Buenos Aires
Millon, T. (1998). Trastornos de la personalidad. Más allá del DSM-IV. Editorial Masson. Barcelona.
Morales Solá, J. (2002) La Nación. 8 de septiembre pag 25. Buenos Aires.
Patiño, R. Culturas en transición: Reforma ideológica, democratización y periodismo cultural en la Argentina de los ochenta. En www. fflchp. br
Urtizberea, R. (2002). Elogio de la viveza. La Nación.
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