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Defensa disociativa en niños y adolescentes que sufrieron abuso sexual infantil1.

Autor/autores: Sandra Baita
Fecha Publicación: 01/03/2005
Área temática: Psiquiatría general .
Tipo de trabajo:  Conferencia

RESUMEN

La correcta identificación de la defensa disociativa y de los trastornos disociativos en víctimas de abuso sexual infantil tiene implicancias no solo clínicas, sino también legales. La credibilidad del testimonio infantil en los procesos legales puede estar en juego debido a la activación de tales defensas.

Se define la disociación, su relación con situaciones traumáticas como el abuso sexual infantil, y posibles criterios diagnósticos en la infancia y en la adolescencia. Se destaca la importancia de su detección temprana por cuanto muchos trastornos disociativos diagnosticados por primera vez en la edad adulta tienen su origen en la infancia.

Palabras clave: Abuso sexual infantil, Disociación, Indicadores, Trastornos disociativos


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Defensa disociativa en niños y adolescentes que sufrieron abuso sexual infantil1.

Sandra Baita.

Lic. en psicología, Postgrado en Clínica de Niños, Especializada en el diagnóstico y tratamiento del maltrato y abuso sexual infantil.

1 Una version previa de este trabajo ha sido publicada en Revista de Psicotrauma para Iberoamerica, Vol 3, Nº 1 www. psicotrauma. com. ar

El presente trabajo se presentó en la mesa de trauma Infantil del III Congreso Internacional de trauma psíquico y estrés Traumático, 26-28 de Junio de 2003, Buenos Aires, Argentina. La autora desea agradecer las sugerencias hechas para este trabajo por Remy Aquarone, Chair of the International Membership Task Force de la ISSD.

PALABRAS CLAVE: disociación, Trastornos disociativos, Abuso sexual infantil, Indicadores.

 

Resumen

La correcta identificación de la defensa disociativa y de los trastornos disociativos en víctimas de abuso sexual infantil tiene implicancias no solo clínicas, sino también legales. La credibilidad del testimonio infantil en los procesos legales puede estar en juego debido a la activación de tales defensas. Se define la disociación, su relación con situaciones traumáticas como el abuso sexual infantil, y posibles criterios diagnósticos en la infancia y en la adolescencia. Se destaca la importancia de su detección temprana por cuanto muchos trastornos disociativos diagnosticados por primera vez en la edad adulta tienen su origen en la infancia.

Abstract

The identification of dissociation and dissociative disorders in victims of child sexual abuse is important both for therapy and for legal procedures. The credibility of childrens´testimony during legal procedures might be jeopardized because of the activation of such kind of defenses. A definition of dissociation, its relationship with traumatic situations such as child sexual abuse and some diagnostic criteria for infancy and adolescence will be given. The early detection of the dissociative disorder is critical because many dissociative disorders undiagnosed until adulthood, have their origins in childhood.



Introducción

Para el año 1992, cuando me gradué de psicóloga en la Universidad de Buenos Aires, jamás había escuchado hablar de los trastornos disociativos. trauma y estrés traumático eran conceptos que solo se conocían a través de la obra freudiana. De más está decir que el abuso sexual infantil ni siquiera existió a lo largo de los años de formación de grado y postgrado que recibí en la misma Universidad.
El acercamiento al maltrato y al abuso sexual infantil lo tuve a través de la práctica iniciática de mi carrera, cuando apenas había salido de la Facultad y aún estaba en trámite mi matrícula. El acercamiento a los trastornos disociativos, y a la disociación como mecanismo defensivo utilizado frente a situaciones extremas, me lo dio mi primer paciente, un nene de 7 años, con serios problemas de conducta, al que no toleraban ni en el colegio, ni en la casa. Este paciente, al que llamaremos Adrián, ingresó un día a mi consultorio, promediando el tratamiento, y luego de saludarlo yo llamándolo por su nombre, él me miró serio y me respondió: “Yo no soy Adrián, ese es mi hermano gemelo, el que vino el martes pasado, yo soy Adrián Cristo”.

En mi más profunda ignorancia, yo estaba segura de que este nene me estaba haciendo una broma, o de que se trataba de alguna clase de juego infantil que yo todavía no conocía bien. Hasta que un día la madre me mostró una nota de derivación de la escuela para un hospital de Día, derivación absolutamente unilateral e inconsulta tanto conmigo –que era su terapeuta- como con la madre. El motivo: se presumía que Adrián era psicótico. Ese mismo día, en mi supervisión con quien fuera mi mentora en el tema del abuso sexual infantil, descubrí, siguiendo el desarrollo de las sesiones posteriores a la aparición del “hermano gemelo”, que Adrián tenía un trastorno disociativo.

Esta introducción anecdótica que me permito hacer intenta ilustrar el modo en el que algunos de los fenómenos con los que nos topamos en la clínica están ubicados en nuestro desconocimiento, y las consecuencias posibles que esto puede acarrear a aquellos a quienes atendemos.
Hoy, después de 10 años de esta historia, el reconocimiento de síntomas y trastornos disociativos de mayor o menor gravedad en los pacientes que atiendo con una historia de abuso sexual y/o maltrato físico severos en la infancia, es, antes que nada, una obligación ética y profesional.

Se sabe que en un estudio sobre 100 pacientes adultos con diagnóstico de trastorno de personalidad múltiple (TPM) –hoy llamado trastorno de identidad disociativo (TID o DID por sus iniciales en inglés) — se encontró que más del 90% de los mismos habían padecido alguna forma de maltrato en su infancia, y especialmente abuso sexual (1). Muchos de estos pacientes habían recibido tratamientos previos con resultados negativos, y habían sido erróneamente diagnosticados como esquizofrénicos, bipolares, histéricos, etc.


La necesidad de una correcta detección y reconocimiento de los trastornos disociativos es clara en tanto y en cuanto todo diagnóstico acertado permite una terapéutica acertada, y trae resultados positivos para el paciente, mientras que lo contrario solo trae más sufrimiento. Para el caso de los trastornos disociativos me permito hacer un agregado: en mi práctica profesional me he encontrado conque muchos de los pacientes que usaban frecuentemente la defensa disociativa o que padecían alguna forma de trastorno disociativo, eran víctimas actuales de situaciones de abuso sexual infantil, y como tales, testigos primarios en las causas penales llevadas contra sus ofensores. En otro trabajo planteé que los procedimientos legales están plagados de situaciones con potencial para activar y/o profundizar los más diversos mecanismos defensivos, así como para agravar la patología. (2) En los niños y adolescentes acostumbrados al uso frecuente de la defensa disociativa, situaciones tales como las reiteradas declaraciones o peritajes que deben soportar durante todo el proceso, o incluso en el momento del juicio oral, adquieren una cualidad meramente repetitiva, y atentan contra todo proceso de integración de la situación traumática; todo esto lleva a la profundización del uso de la defensa y puede colaborar en la aparición de trastornos disociativos. En algunos casos esto puede hacer aparecer al testimonio menos sólido y creíble: manifestaciones tales como paralización, desafectivización, relato bizarro o incluso la negación absoluta de lo que se declaró en otra instancia es algo de lo que puede suceder como consecuencia de la activación de la defensa disociativa. I

Algunas investigaciones han mostrado además la presencia de falsos negativos entre alegatos de abuso sexual infantil; si bien el estudio no es concluyente y alienta la continuación de más investigaciones sobre el tema, una de las hipótesis para tales hallazgos es que en algunos de los casos estudiados, los niños no habrían develado el abuso sufrido debido a la presencia de amnesia disociativa. (3)

Esto demuestra que una correcta identificación de la defensa disociativa podría ser beneficiosa para las prácticas de protección infantil.


Disociación en la infancia y en la adolescencia. Su relación con el abuso sexual infantil.

Nos podemos encontrar con muchas definiciones de disociación: y solo a título ilustrativo se presentan algunas de ellas: una disrupción en las usualmente integradas funciones de conciencia, memoria, identidad o percepción del ambiente, según el DSM IV; una separación organizada de procesos mentales tales como pensamientos, recuerdos, sentimientos y sentido de la identidad; un proceso psicofisiológico que produce una alteración de la conciencia ante un disparador psicodinámico (4).

Un punto central que atraviesa todas las definiciones, es que la disociación debe ser entendida como un continuum que incluye una vasta cantidad de experiencias y/o síntomas, partiendo de una disociación normal (por ejemplo, un estado de abstracción al leer un libro o mirar una película, o los compañeros imaginarios de juego en los niños pequeños), hasta llegar a su extremo más severo que es el trastorno de identidad disociativo (TID). En el medio nos podemos encontrar con fugas y amnesias disociativas, despersonalización y desrealización.


El desarrollo de los trastornos disociativos se encuentra particularmente ligado a la vivencia de experiencias traumáticas, o cuanto menos, a situaciones de alto nivel de stress psicológico. En el caso del trastorno de identidad disociativo, el maltrato infantil crónico y severo y el incesto aparecen como causas etiológicas primerísimas. Se suele hablar de la disociación como una “técnica de supervivencia” altamente creativa, en tanto y en cuanto permite al individuo soportar circunstancias amenazantes, desesperantes y extremadamente difíciles, preservando ciertas áreas de funcionamiento saludable.

Para poder entender exactamente la relación entre disociación y abuso sexual infantil debemos considerar en primer lugar que el abuso sexual es por definición una situación traumática, entendiendo por trauma a aquellas experiencias abrumadoras y fuera de control que impactan psicológicamente en las víctimas creando en ellas sentimientos de impotencia, vulnerabilidad, pérdida de la seguridad y pérdida de control. (5) Estas experiencias o eventos traumáticos son externos pero por su intenso impacto emocional rápidamente son incorporados a la mente. II (6) El hecho de que el agente del trauma sea otro ser humano, y, además, una persona familiar de quien el niño depende particularmente (como es el caso de un progenitor) agrega una mayor intensidad al trauma mismo. (7) III

Cuando el ser humano se enfrenta a una situación traumática abrumadora de la cual no tiene escape físico real, la respuesta puede ser el escape mental: el “irse” con la mente.

De hecho esto es lo que sucede en la inmensa mayoría de las situaciones de abuso sexual, en tanto y en cuanto ocurren en un campo interpersonal del cual el niño que lo sufre, efectivamente no tiene escapatoria: la diferencia de edad, de poder, el lugar que ocupa la figura que ejerce el maltrato, el uso de la violencia, la coerción o la amenaza, y básicamente la familiaridad (el sencillo y terrible hecho de que la mayoría de los abusos sexuales son intrafamiliares y por lo tanto ocurren en los lugares donde el niño vive, come y duerme, junto con quien abusa de él) hacen que el escape físico de las situaciones de abuso sea –en principio- imposible, o cuanto menos fallido. Muchos niños describen las estrategias que utilizaban para desestimar el acercamiento del abusador, como por ejemplo, taparse la cara con la frazada, darse vuelta hacia la pared cuando estaban en la cama o evitar quedar a solas con el abusador; muchas de estas estrategias fallaron la mayoría de las veces, y el abuso continuó.

Quienes han podido hablar de sus estrategias de “irse con la mente”, cuentan, por ejemplo, que repasaban mentalmente las tablas de multiplicar, o pensaban en la tarea que debían preparar para el colegio, o simplemente se concentraban mirando el techo o una ventana, todas estas, situaciones que les permitían no colocar el foco de su atención en lo que les estaba sucediendo (de ahí que la disociación sea considerada un mecanismo de supervivencia). Sin embargo, el abuso no por ello cesaba, y el registro de lo que sucedía igualmente entraba al psiquismo. Más adelante veremos cómo y en qué se transformaría dicho registro.


Pero la descripción de tales estrategias de escape mental no siempre está disponible para el clínico que evalúa o trata al niño. Esto es así, o bien porque estamos hablando de edades muy tempranas, donde el uso del vocabulario es especialmente limitado para explicar estas experiencias, o bien porque el repetido uso de la defensa disociativa logró cronificarse hasta el punto de compartimentalizar la información discordante, generando en el niño, la clara vivencia de que nada le sucedió. En principio, podríamos decir, la disociación resultó efectiva.

Se dice que la disociación cumple determinadas funciones “protectoras” cuya finalidad es precisamente evitar que se re-vivencien los eventos traumáticos. Algunas de estas funciones serían: escapar de la realidad,
aislar las experiencias catastróficas del conocimiento consciente, encapsular el recuerdo del evento traumático y sus afectos asociados, acomodar dentro del psiquismo información y afectos extremadamente discordantes, proteger del dolor físico, preservar partes de sí mismo intactas - tal como eran antes del evento traumático -, esconder sentimientos que sería inaceptable demostrar, porque el niño siente que lo colocarían en riesgo, o porque lo harían más vulnerable (así, por ejemplo, no podría demostrar un intenso enojo, rabia o incluso temor hacia quien abusa de él, supongamos su papá, por temor a que esto desencadenara la concreción de las amenazas de daño, o pérdida recibidas como forma de mantener el silencio y el secreto sobre el abuso).

Pero si la disociación es un continuum que comienza en una disociación “normal”, ¿cuál es, entonces, el punto en el cual se transforma en patógena y escala hacia trastornos mayores?

En el caso particular de la infancia, el grado en el que los síntomas interfieren en el desarrollo y funcionamiento cotidiano del niño, incluyendo su capacidad de aprendizaje y de mantener una conducta adecuada a la edad y una continuidad en su memoria, determinarían hasta qué punto la disociación se ha transformado en patógena. (8)

Las dificultades para determinar claramente la presencia de un trastorno disociativo en la infancia radican en que algunos indicadores pueden estar compartidos con otros trastornos, o pueden ser confundidos con características evolutivas normales.

Los indicadores más destacados por distintos autores a la hora de considerar un trastorno disociativo en niños y adolescentes, son:

· Presencia de períodos recurrentes de amnesia o pérdida de memoria que abarcan períodos determinados de tiempo
· Frecuentes estados de tipo trance o como si “estuviera en otro mundo”
· Fluctuaciones importantes de la conducta que incluyen cambios drásticos en ésta (incluyendo apariencia, estilo de escritura, vestimenta) y en el rendimiento escolar, o variaciones en las habilidades sociales, cognitivas y/o físicas
· Referirse a sí mismo en tercera persona, o como “nosotros/as”, usar otro nombre, responder a más de un nombre, dibujarse a sí mismo como varias personas
· Frecuentemente es visto como mentiroso
· Presenta conductas antisociales
· Es sexualmente precoz
· Puede presentar depresión intermitente
· Frecuentes trastornos del sueño (niños muy pequeños presentan patrones de sueño profundo como respuesta a situaciones de stress extremo; este tipo de sueño difiere del sueño normal porque es mucho más profundo y porque es más difícil despertar al niño) (9)
· Alucinaciones auditivas provenientes del interior de la cabeza (voces internas)


· Puede evidenciar rápidos episodios regresivos que lo aterrorizan o lo paralizan

· Puede presentar conductas de automutilación o tendencia inexplicable a accidentes

· Puede negar conductas que fueran vistas por otros o atribuirlas a compañeros de juego imaginarios (el “imaginary companionship” o amigo imaginario se tomaría como criterio diagnóstico cuando su presencia persistiera más allá de los 6 años de edad)

· Perderse en recorridos conocidos (por ejemplo, volver de la escuela; estas situaciones no tienen nada que ver con la distracción; quienes describen este tipo de situaciones cuentan haber aparecido en otro lugar sin tener idea de cómo habían llegado allí).

· Se describe a sí mismo como irreal, con una percepción alterada de su propio cuerpo o de partes del mismo.


¿Por qué disociar?

La experiencia de ser abusado sexualmente por una figura de autoridad y amor de quien se depende, es fuertemente discordante para el psiquismo humano. Implicaría inscribir en el mismo registro dos imágenes opuestas de una misma persona, y dos vinculaciones opuestas con esa persona. Si eso fuera posible, la evocación de cada acto de amor, arrastraría necesariamente el recuerdo de las situaciones de dolor, de imposición del secreto, de coerción, de sobreestimulación sexual que el abuso conlleva. Esto pondría al psiquismo en situación de vivenciar una catástrofe permanente. Para evitarlo se hace necesario entonces llevar a cabo alguna operación que permita “conciliar tales realidades contradictorias”. (10)

En la cabeza de la nena abusada, papá da regalos y también lastima. Cuenta cuentos pero tapa la boca. ¿Cómo guardar dentro de sí misma esas dos imágenes tan diferentes de una misma persona? Empieza por guardar cada parte de ese otro que genera amor y dolor en dos compartimientos diferentes. En cada uno de ellos irá guardado también el recuerdo de cada episodio, de cada experiencia. Así hará corresponder al papá “bueno” con los cuentos y los caramelos, y al papá “malo”, con la sangre, el dolor y el silencio.

El abuso sexual no es un acto único. Se caracteriza por su cronicidad. Muchos chicos, cuando llegan a la consulta contando por primera vez el abuso sufrido, lo vienen padeciendo desde hace muchos años. Esto significa que ante cada situación que se repita (y que la mayoría de las veces va incrementando el nivel de intrusividad sexual) el efectivo mecanismo que le permitió a esta nena separar a su papá “malo” del “bueno”, volverá a operar una y otra y otra vez. La cronicidad y la repetición del abuso refuerzan así la disociación, y las estructuras internas disociadas se cristalizan hasta adquirir una apremiante cualidad subjetiva de separación (11): así esta nena podrá decirse a sí misma “esto no me pasa a mí, le pasa a otra nena”.

Elementos propios de su desarrollo evolutivo le darán basamento a las futuras estructuras disociadas. Por ejemplo: la amiga imaginaria que empezó cumpliendo las típicas funciones de compañía, aceptación, apoyo, se podrá transformar- de ser necesario- en el depositario de las partes de sí que esta nena pretende conservar intactas, o de los sentimientos inaceptables de furia, rabia, vulnerabilidad, o incluso amor hacia quien la victimiza, que no encuentra conveniente o posible demostrar. Esta amiga imaginaria se convertirá en otra parte de sí misma, pero sin que la nena tenga un claro registro de que esto es así. Esta “amiga" tendrá un nombre, una edad, características propias: una identidad.

Aunque no siempre disponible, un elemento interesante tanto a nivel diagnóstico como terapéutico, es el registro de la experiencia subjetiva de la disociación, es decir cómo el niño o adolescente vivencia y puede dar cuenta de lo que le sucede cuando la disociación se pone en marcha. A veces –pocas, sobre todo con niños más pequeños- esta prueba puede obtenerse a través de un relato verbal. Otras veces el uso de alguna técnica plástica facilita en algunos pacientes la producción de verdaderas radiografías de dicha experiencia.

Aquí van algunos ejemplos, a modo ilustrativo:

ESCAPE MENTAL

“Escucho lo que me dicen pero no puedo reaccionar. Yo sé que vos me estás hablando pero no entiendo de qué. Se me pone la mente en blanco, se me pierde” (adolescente mujer, 14 años)

“El otro día en clases hablamos de los secretos. Yo dije que en mi familia había un secreto. . . y después me fui a la luna de Valencia. Ahí no tenés preocupaciones, no tenés que pensar en nada. Si en la luna de Valencia me aparecen pensamientos ´ de eso’ me voy a otra luna de Valencia y después a otra y a otra” (nena, 8 años)

 

PERDIDA DEL TIEMPO (TIME LOSS)

“No sé qué me pasa, no lo puedo explicar. Me levanto al mismo horario de siempre, desayuno y de repente estoy acá, pero no sé qué hice en el medio, no lo puedo recordar, ni siquiera sé muy bien dónde estuve. . . ”
(adolescente mujer, 18 años. )

DESPERSONALIZACION- DESREALIZACION

“A veces estaba en el colectivo y sentía un vacío. De repente el colectivo había desaparecido y estaba yo sola con la gente como flotando. Otras veces sentía que me faltaba todo el cuerpo y solo tenía la cabeza, que estaba como perdida, flotando” (adolescente mujer 18 años)

ESTADOS ALTERNATIVOS DE personalidad (ALTERS)

“A él le gustaba ir a la escuela, pero no para portarse mal, los otros chicos le echan la culpa. A mí usted no me conoce” (varón, 7 años, habla sobre una parte disociada de sí mismo a quien denomina su “hermano gemelo”)
“Ella está ahí cuando entro al baño. Me mira y me dice que mi papá me está buscando, que cuando me encuentre me va a matar. . . aparece sola, yo no la llamo, me da miedo ir al baño” (nena, 10 años, acerca de una compañera imaginaria que se le aparece en el baño, lugar donde sucedían los abusos).


Consideraciones sobre el diagnóstico y el tratamiento de la disociación

Si bien existen escalas para detectar la posible presencia de trastornos disociativos en la infancia y en la adolescencia (A-Dissociative Experience Scale, Child Dissociative Checklist, solo por nombrar algunas de las más conocidas), el primer paso para diagnosticarlos es tener una mente abierta. Muchos síntomas propios de los trastornos disociativos pueden estar presentes en otros trastornos, pueden confundirse con características evolutivas, o pueden, sencillamente pasar desapercibidos a lo largo de gran parte de los tratamientos. En presencia de pacientes con una historia conocida de abuso sexual o maltrato crónico en la infancia, es imprescindible considerar la posibilidad de un trastorno disociativo.
Además de los indicadores señalados anteriormente a modo orientativo, para llegar a un correcto diagnóstico es conveniente incorporar los siguientes elementos de evaluación:

· Siempre evaluar la existencia de una historia de abuso sexual y/o maltrato infantil severo. En tal caso conocer los detalles de la misma (inicio, quién fue el agresor, características de la conducta maltratante) ayuda a reconocer muchas de las formas que adquiere la disociación.

· Una profunda anamnesis que incluya exhaustivas entrevistas a padres e informes escolares donde pudieran surgir o ser confirmados los indicadores señalados.

· Una exhaustiva historia familiar que incluya la posibilidad de que alguno de los progenitores sufra un trastorno de identidad disociativo.

· Una evaluación de los patrones de apego (attachment) del niño a sus cuidadores primarios y en especial a su madre (determinados patrones de apego en los cuidadores favorecen el surgimiento de trastornos disociativos en niños que además deben enfrentar situaciones traumáticas) (12)

Para los niños más pequeños hablar en sus terapias de estos fenómenos puede no ser relevante ni necesario, por cuanto, como dijimos anteriormente, muchos de ellos pueden comenzar a partir de características propias de la etapa evolutiva que el niño está atravesando. Pero cuando episodios disociativos aislados adquieren la fuerza patógena de la defensa y se complejizan y cristalizan, algunas de estas experiencias pueden ser incluso terroríficas. Tal es el caso de la nena de la última viñeta clínica, quien era escuchada por su mamá en sus diálogos con la amiga imaginaria. Además de la experiencia escalofriante que vivía con esta “amiga” cada vez que iba al baño, su mamá le decía que cuando fuera grande iba a ser loca por hablar sola. Una adolescente que escuchaba voces internas, tenía miedo de hablar de esto porque creía que la iban a internar por loca. Reconocer qué es y de dónde viene lo que les pasa ayuda a evitar que el psiquismo recurra a mayores y más complejas operaciones disociativas.


Para estos niños y adolescentes, la cronificación de la disociación los lleva a un camino sin salida, donde lo nimio se transforma en amenazante de manera tal que todo termina por tener una conexión real o posible con el trauma original. Esto muestra la falla de la defensa, que necesita rearmarse cada vez con mayor fuerza ante cualquier estímulo, “por las dudas”. Es el caso de la nena que necesita pasar de una luna de Valencia a la otra porque siempre existe la posibilidad de que “eso” aparezca y ella no pueda “no pensar en nada”.

Pero, tal vez, el mayor inconveniente esté dado por el hecho de que de esta manera compartimentalizada, fragmentada, separada, con amigos imaginarios que adquieren nombres, características e identidades propias, el trauma sigue en algún punto intacto, ahí, listo para reaparecer en cualquier momento.

Entonces el desafío será trabajar con estos pequeños pacientes para transformar el trauma integrándolo como una parte de sus vidas sobre la que ellos puedan tener control. O lo que yo a veces llamo “desactivar su actualidad”, es decir que la vivencia traumática se convierta exactamente en algo del pasado, en una parte de la historia vital.

Porque lo que alguna vez se transformó en una modalidad de supervivencia, hoy abstrae del mundo cotidiano, transformando lo inocente en amenaza; y, como en una trampa, también puede nublar la visión del peligro verdadero.

Así, estos niños pueden actuar como Cosimo, un nene víctima de abusos por parte de sus padres, quien cuando su psicóloga le plantea la metáfora de la persona que camina y escucha el rugido de un león, responde que él continuaría caminando como si nada pasara. Y explica esta incomprensible conducta cambiando un modo de supervivencia por otro: “Fingiría no oír, si no me asusto”.  (13)


Anexo

AS – abuso sexual
MF – maltrato físico
ME – maltrato emocional

En todos los casos el agente del maltrato fue el padre o padrastro. El inicio del maltrato y/o abuso se dio en la primera infancia o en los primeros años de la latencia. Las edades reflejan el momento en que se inició la consulta. La mayoría de estos pacientes habían transcurrido la mayor parte de su vida bajo situaciones de maltrato y/o abuso.

12 de los 14 casos tuvieron intervención legal. 2 están en curso al momento de este escrito, en uno de ellos es el segundo juicio que el perpetrador enfrenta por abuso sexual. Llegaron a juicio oral 5, con 4 condenas y 1 sobreseimiento (paciente n°4). En los casos restantes se desconoce el derrotero de la intervención legal.

 


Niños y adolescentes atendidos con sintomas y trastornos disociativos


Referencias bibliográficas

(2) Baita, S. : “Impacto de los procedimientos legales en niños víctimas de abuso sexual infantil”, en Blanco L. G. (comp). “Bioética y Bioderecho”, Buenos Aires, Editorial Universidad, (2002), pgs. 451-463

(12) Barach, P. : “Multiple personality disorder as an attachment disorder”, Dissociation, Vol. IV, N°3, (1991), pgs. 117-123

(3) Chaffin, M. , Lawson, L. , Selby, A. , Wherry, J. : “False negatives in sexual abuse interviews. Preliminary investigation of a relationship to dissociation”, Journal of Child Sexual Abuse, Vol. 6, N°3 (1997) pgs. 15-29

(10) Ganduglia, A. : “Abuso sexual infantil: cuando el no creer se transforma en violencia”, Revista del Ateneo Psicoanalítico, N°2, (1999), pgs. 177-195

(1) Goodwin, J. : “Credibility problems in multiple personality disorder patients and in abused children”, en Kluft, R. (ed) Childhood antecedents of Multiple personality, Washington, American Psychiatric Press, (1985), pgs. 2-19

(9) Hewitt. , S. : “Assessing allegations of sexual abuse in preschool children. Understanding small voices”. California, Sage Publications, (1999), pgs. 83-84

(5) James, B. : “Treating traumatized children. New insights and creative interventions”, New York, Lexington Books, (1989), pg. 1

(13) Malacrea, M. :”Trauma y reparación. El tratamiento del abuso sexual en la infancia”, Buenos Aires, Paidós, (2000), pg. 118

(7) Moreno, P. “Trauma e identidad” comunicación personal, Buenos Aires, (1997)

(4, 8) Richardson, L. : “Psychogenic dissociation in childhood”, The counseling psychologist, Vol. 26, N°1, enero 1998, pgs. 69-100

(11) Ross, C. “The validity and reliability of dissociative identity disorder”, en Falconer, R. (ed) trauma, amnesia and the denial of abuse, Tyler, TX, The Family Violence & Sexual Assault Institute, (1995), pgs. . 35-45

(6) Terr, L. : “Too scared to cry. Psychic trauma in
Childhood”New York, Harper & Row Publishers (1990) pg. 8


Notas

I También es necesario considerar que en nuestro país los procedimientos legales son extremadamente prolongados y muchas veces de final incierto. Estas situaciones suelen colocar al niño/adolescente y a sus grupos familiares en una situación de alerta suspendida que dificulta la elaboración e integración del trauma vivido porque permanentemente se puede ser re-expuesto a situaciones de características meramente repetitivas (por ejemplo, declarar en distintas instancias).

II Se hace referencia al trauma psíquico.

III Este punto es importante porque establece una diferencia cualitativa con otras situaciones también traumáticas, como puede ser, por ejemplo, una catástrofe natural.


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