Existe una tradición que vincula la creación con la psicopatología, e incluso existe una corriente de investigación que viene estudiando si tal relación descansa sobre una base real o no. Dentro de esa línea, la pregunta por la relación entre trastornos afectivos y creatividad ha sido abordada en numerosas ocasiones.
En el presente texto se contempla la cuestión de la posible relación entre trastornos afectivos y creatividad desde el lado de su utilidad; en otras palabras, se intenta responder a la pregunta de qué aspectos positivos pueden tener para el creador algunas alteraciones afectivas leves, intentando con ello colaborar a la comprensión de ese vínculo tradicional entre psicopatología y creatividad.
El valor positivo de los trastornos afectivos en la creatividad.
(Positive value of affective disorders in creativity. )
Julio Romero Rodríguez.
Facultad de Educación. Universidad Complutense de Madrid.
PALABRAS CLAVE: hipomanía, depresión, Creatividad, Creador, Artista, melancolía, Trastornos afectivos.
[otros artículos] [19/2/2002]
Resumen
Existe una tradición que vincula la creación con la psicopatología, e incluso existe una corriente de investigación que viene estudiando si tal relación descansa sobre una base real o no. Dentro de esa línea, la pregunta por la relación entre trastornos afectivos y creatividad ha sido abordada en numerosas ocasiones. En el presente texto se contempla la cuestión de la posible relación entre trastornos afectivos y creatividad desde el lado de su utilidad; en otras palabras, se intenta responder a la pregunta de qué aspectos positivos pueden tener para el creador algunas alteraciones afectivas leves, intentando con ello colaborar a la comprensión de ese vínculo tradicional entre psicopatología y creatividad.
Una antigua tradición cultural que habla de cierta relación entre el creador y la locura sigue siendo objeto de preguntas, pero hace tiempo ya que tales interpelaciones se realizan desde el rigor científico y la búsqueda de objetividad. Diferentes estudios han intentado descubrir y valorar si existe una relación entre trastornos afectivos, especialmente alteraciones leves, y creatividad (p. ej. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8).
Si los trastornos bipolares o las alteraciones ciclotímicas pueden tener algo que ver con la creatividad y con el creador, habría que considerar qué ocurre con cada uno de los polos. En cuanto al lado maníaco, es fácil comprender su papel. A pesar de que los trastornos afectivos implican sufrimiento y dolor e incluso consecuencias tan extremas, en sus formas más severas, como el suicidio, y a pesar de que “los trastornos afectivos no son algo para romantizar” (9), en algunos casos, en sus formas más suaves, la situación es muy ambivalente e incluso pueden apreciarse aspectos positivos. Cierta euforia, estado energético, rapidez de pensamiento, fluidez de ideas, facilidad para realizar asociaciones entre ellas, falta de sueño. . . todo ello puede colaborar positivamente, cuando se trata de elevaciones leves de ánimo, en beneficio el creador y su trabajo. De hecho, incluso esos elementos que pueden ser tomados como síntomas de la existencia de un trastorno en el individuo creador, también pueden ser entendidos por éste o sus próximos como algo habitual en su experiencia o en algunos periodos de su trabajo y no ser considerados como síntomas de enfermedad sino como factores positivos.
Según Hershman y Lieb, en la hipomanía, cuando los síntomas que en la manía son mucho más intensos se muestran suavizados o moderados, la alteración se convierte frecuentemente en un factor en cierto modo positivo, “un activo social” (10). Los mismos autores señalan una serie de características frecuentes que dan cuenta de esa valoración como un “activo social”, quizás especialmente en el caso de los creadores: la hipomanía puede implicar trabajar duro y esforzadamente, con gran cantidad de energía; puede traer consigo un aumento de la sociabilidad e interés en los demás, con la popularidad consiguiente; puede proporcionar, a nivel cognitivo, una mayor capacidad y propensión para atender a los detalles, a multitud de aspectos de las cosas, a un gran abanico de elementos, lo cual también puede traer consigo en ciertos momentos cierta tendencia a la distracción y ausencia de mente; el hipomaníaco puede mostrarse eufórico, exaltado, aunque también irritable; la alta energía puede manifestarse en locuacidad, rapidez de ideas, facilidad asociativa; puede ser frecuentemente “la imagen de la buena salud y puede irradiar bienestar” (11).
Pero la hipomanía implica otras características, que a veces no se perciben tanto como deseables, pero que también son muy familiares en la imagen cultural del artista: el hipomaníaco se deja llevar más por sus impulsos o no puede controlarlos, tolera escasamente la frustración, puede denotar rebeldía, carece de autodisciplina, se muestra carente de convencionalidad, tiende a ser descuidado en su trabajo y poco crítico, tiende a dejar de lado sus obligaciones, es inconstante, carece de paciencia para lo que esté haciendo y tiende a variar de actividad, prefiere la variedad y el cambio y por ello “están en la vanguardia de muchos nuevos movimientos” (12).
En cuanto al otro polo, el depresivo, aunque puede resultar menos claro su papel en esa relación entre trastornos afectivos y creatividad, también puede entenderse bajo una cierta lógica. En primer lugar, algunos de los efectos negativos de la depresión pueden ayudar a entender los bloqueos creativos o periodos frecuentemente citados en los que el creador se siente incapaz de continuar con su labor, que tradicionalmente se cuentan como una de las características habituales en la experiencia del creador o del artista.
Esa semejanza entre depresión y paradas creativas llevan a Hershman y Lieb a afirmar que:
“los periodos de esterilidad creativa son causados por la pérdida de energía, de motivación y por el declinamiento en las funciones intelectuales que la depresión puede engendrar en cualquiera” (13).
Aunque, en realidad, no habría quizás que caer en una ilusión de causalidad, como la que se sugiere en la afirmación anterior. Podría ser que la depresión, con el deterioro de funciones cognitivas, de energía y de motivación que supone, causara la esterilidad creativa pasajera; pero también podría ser que ese bloqueo creativo desencadenara esos síntomas que se consideran indicio de depresión.
Siguiendo con el papel del polo depresivo, no sólo podría tener efectos negativos, de bloqueo, sobre el creador. La depresión puede traer una tendencia al aislamiento social, dificultades de comunicación, necesidad de soledad, que llevaría “a sustituir con el trabajo creativo los placeres de una existencia más sociable” (14). El sufrimiento que supone la depresión puede constituirse en una amenaza para el creador, quien a pesar de saber que su trabajo en ese periodo podrá carecer de la altura de sus realizaciones en mejores momentos, puede acudir a él como recurso para escapar o mitigar ese mismo dolor. De tal forma, el creador “puede llegar a temer el ocio y desarrollar una dependencia emocional del trabajo que no le permita descansar” (15). Es en este sentido, entre otros, que podría afirmarse que “la creatividad puede alimentarse de la desesperación” (16).
A todo ello habría que añadir el componente trágico que el sufrimiento de la depresión implica, como experiencia personal y vital; componente tantas veces señalado como necesario para el artista, que ha de conocer las diferentes caras de la existencia y que encuentra en ese dolor un material valioso para su arte. Esa inmersión, a veces dolorosa o a cambio de un cierto precio, en el pozo de la propia existencia, queda reflejada en las palabras de Brenot cuando afirma:
“Los poetas no son locos, y jamás he visto a un loco elaborar realmente una obra poética. Pero los poetas penetran hasta el fondo de sí mismos, buscan lo que vive ahí y de este modo emplean los mismos procedimientos” (17).
En la misma línea Jamison plantea que:
“la melancolía, por otro lado, tiende a forzar un paso más lento, enfría el ardor y pone en perspectiva los pensamientos, observaciones y sentimientos generados durante los momentos más entusiastas. La depresión leve puede actuar como un lastre; puede jugar un rol de crítica para el trabajo producido en los estados más enfebrecidos. La depresión poda y esculpe; también reflexiona y pondera y, por último, somete y focaliza el pensamiento. Permite la estructuración, en un nivel detallado, de los más expansivos patrones elaborados durante la hipomanía” (18).
Richards subraya otra ventaja más para los creadores que sufrieran en un grado leve de alteraciones ciclotímicas, y que provendría, precisamente, de su mayor conocimiento y familiaridad con el trastorno. Así, afirma Richards que:
“el bipolar conoce mejor que la mayoría de la gente que los estados de ánimo cambiarán y así puede no sólo aproximarse a la adversidad en lugar de evitarla, sino que puede también elegir afrontarla a través de una actividad incesante y en algunas ocasiones incluso frenética” (19).
Esas dos caras que muestran las alteraciones afectivas ciclotímicas, con la oscilación periódica que implican, se corresponden además perfectamente con las imágenes tradicionales del artista o creador melancólico, balnceándose entre esos dos polos de su naturaleza. Esa exaltación que supone la manía o la hipomanía, recuerda también aquellas antiguas ideas de la tradición cultural sobre el genio o el dios interior, sobre la divina locura platónica y sobre la antigua posesión extática como raíz de la creación poética. Rastros de esa lejana tradición se aprecian en la afirmación de Brenot cuando dice:
“hay innumerables ejemplos de la creación de la obra en un momento extático, eufórico, hipomaníaco o incluso maníaco, en que el creador parece habitado por un genio interior que guía todos y cada uno de sus gestos” (20).
Ambas caras de los trastornos ciclotímicos, frente a otras patologías más graves, presentan, por tanto, una serie de valores positivos para el creador, por lo que tampoco es extraño que puedan darse o detectarse con frecuencia en estos individuos. A los anteriores aspectos positivos hay que sumar el posible valor que esos trastornos leves pueden tener para el creador como signo de distinción o de identidad; esas alteraciones afectivas y el componente dramático, de lucha y sufrimiento que implican, pueden generar un aura de misterio y diferencia para tal individuo en el contexto determinado del arte, a diferencia de lo que podría ocurrir en otros entornos. Esos elementos que sugieren psicopatología o que se solapan con ella en los escritores y artistas, no sólo pueden derivar de las características individuales de éstos o de la actividad creadora que desarrollan, sino que también pueden aparecer porque son componentes de sus rasgos distintivos de identidad en tanto que creadores y porque pertenecen a un contexto social y cultural en el que el aura de excepcionalidad que podrían proporcionar no deja de ser un factor valioso al llamar la atención sobre el personaje.
El trabajo del creador implica ruptura con lo habitual, búsqueda de lo nuevo, de lo original, huida de lo convencional, familiaridad con la ambigüedad, con el desorden, aventurarse a tomar riesgos, forzar los límites de las ideas, de los conceptos, de los lenguajes; todo ello podrá exigir en algún momento un tipo de personalidad, una forma de pensar y un estado de ánimo acordes con esa tarea, y que podrá estar cerca de lo considerado patológico o que podrá ser o parecer muy similar a las manifestaciones leves de la psicopatología. Por otro lado, el propio entorno artístico favorece esas manifestaciones o esos rasgos individuales, en cuanto que exige diferenciación y en cuanto que esas manifestaciones se convierten en una especie de garantía de originalidad y autenticidad, garantía de ser artista según el guión cultural establecido.
Además, esas manifestaciones llaman la atención sobre el artista mismo y le presentan bajo una luz más dramática, apasionada, novelesca, que atrapa con más facilidad la atención, despertando los mitos heredados sobre el artista y su especial naturaleza. Por tanto, en el campo artístico, a diferencia de en otras profesiones o actividades, cierta cercanía a la psicopatología se convierte en un factor adaptativo. Como señala Rothenberg:
“la conducta desviada, ya sea en la forma de excentricidad u otra peor, no sólo es asociada con las personas de genio o de alto nivel de creatividad, sino que es frecuentemente esperada de ellos. Las mismas personas creativas han dicho o hecho poco para repudiar esta concepción y expectación, y varios de ellos han formulado incluso preceptos sobre esto” (21).
Teniendo en cuenta, claro está, que se está hablando siempre de estados leves o moderados de psicopatología; de lo contrario, el riesgo de que la enfermedad acabe con el trabajo creativo del artista, de que suponga una pobreza de realizaciones, un bloqueo definitivo o incluso un final dramático para el propio artista es muy superior. Hay que precisar que la locura como alienación, como enajenación extrema, como un ámbito distinto y aparte del de la normalidad en que el individuo se ve mermado en sus capacidades, pierde el control de sí mismo y de su actividad, no parece que pueda ser base ni fuente de la capacidad y logro creadores. Muy al contrario, advierte M. Romo:
“lo que demuestra la evidencia es que en las crisis psicóticas los artistas dejan de ser creativos y en las fases de regresión más profunda no hacen sino garabatos descoordinados” (22).
Los casos de grandes creadores en los que frecuentemente se señala la presencia de alteraciones psicopatológicas graves, no deberían llevar a pensar que la locura, en forma extrema, tiene un papel protagonista y clave en la creatividad, que ésta viene explicada y determinada por aquella. Como argumenta M. S. Méndez sobre el caso de Van Gogh:
“Si Van Gogh padeció una posible depresión acompañada de ansiedad, que pudo llevarle al suicidio, el hecho es ajeno a su capacidad creadora, ya que no hay relación alguna entre su pintura y su enfermedad (que no se refleja en su obra)” (23).
O como señalaba muy acertadamente Lionel Trilling, remarcando una evidencia que muchas veces puede pasarse por alto:
“aunque Van Gogh pueda haber sido esquizofrénico, además era un artista” (24).
La causa del logro artístico no es en este caso, como en otros similares, la enfermedad, sino la condición de artista del enfermo; aunque ambas características, artista y enfermo, están presentes en el mismo individuo.
Hay que tener presente que la enfermedad mental de carácter grave, o los momentos de crisis extrema en un proceso psicopatológico, parecen ser un bloqueo, un obstáculo, una dificultad para la creación más que algo que la facilite y potencie. Sobre este particular parece existir un acuerdo bastante general; por ejemplo, señala Brenot, refiriéndose a esas alteraciones extremas:
“Entonces el pintor deja de pintar, el músico de componer, el poeta de escribir, el sabio de pensar, el profeta de hablar. Se ha cerrado el acceso a la verdad. [. . . ] la alienación mental, la que convierte en ‘otro’ en el sentido de alienus (otro), la de la demencia y los accesos violentos, la de la exaltación y la sinrazón, la mirada extraviada, ofuscada, alelada, [. . . ] esa no permite ningún tipo de creación” (25)
Pero, en cambio, dentro de un continuo entre normalidad y patología, concebidas sin una separación nítida ni una mutua exclusión entre ambas, parece que sí tiene cabida la relación entre creatividad y psicopatología. Cuando, dentro de un continuo, se consideran otros momentos u otras manifestaciones de la enfermedad en ese terreno a medio camino entre normalidad y locura, tal locura acaba por no ser algo apartado, alienado, de la normalidad, y ésta viene a convertirse en algo que tampoco está exento de locura.
En ese territorio intermedio, el de las alteraciones leves en el ámbito afectivo, los trastornos ciclotímicos, parece que hay lugar para encajar la imagen tradicional del creador. Esos trastornos ciclotímicos vuelven a hacer presente la tradicional imagen del melancólico, que acompaña al artista a lo largo de los siglos, ahora bajo unos nuevos ropajes. En ese terreno, a medio camino entre la salud y la enfermedad, sujeto a la tensión de fuerzas opuestas y a la inestabilidad de los cambios, y bajo el aura distintiva de cierta excepcionalidad que supone todo ello, vuelve a estar situado el creador como en la tradicional imagen del artista melancólico.
1. Richards, R. L. , Kinney, D. K. , Lunde, Y. , Benet, M. Y Mertzel, A. P. C. (1988). “Creativity in manic-depressives, ciclothymes, their normal relatives and control subjects”, en Journal of Abnormal Psychology, 97, 281-288.
2. Akiskal, H. S. Y Akiskal, K. (1988). “Reassessing the prevalence of bipolar disorders: Clinical significance and artistic creativity”, en Psychiatry and Psychobiology, 3, 29-36.
3. Richards, R. L. Y Kinney, D. K. (1997). “Moods swings and creativity”. En M. A. Runco y R. Richards, Eminent creativity, everiday creativity and health. Greenwich, Connecticut: Ablex Publishing Corporation. pp. 137-156. (Public. orig. en Creativity Research Journal, 3, 1990, 202-217).
4. Schuldberg, D. (1997). “Schizotypal and hypomanic traits, creativity and psychological health”. En M. A. Runco y R. Richards, Eminent creativity, everiday creativity and health. Greenwich, Connecticut: Ablex Publishing Corporation. pp. 157-172. (Public. orig. en Creativity Research Journal, 3, 1990, 218-230.
5. Andreasen , N. J. C. Y Canter, A. (1974). “The creative writer: psychiatric symptoms and family history”, en Comprehensive Psychiatry, 15, 123-131.
6. Andreasen, N. J. C. (1987). “Creativity and mental illness: prevalence rates in writers and their first-degree relatives”, en American Journal of Psychiatry, 144, 1288-1292.
7. Jamison, K. R. (1989). “Mood Disorders and Patterns of Creativity in British Writers and Artists”, en Psychiatry, vol. 52, 125-134.
8. Jamison, K. R. (1993). Touched with Fire. Manic-Depressive Illness and the Artistic Temperament. New York: The Free Press.
9. Whybrow, P. C. (1994). “Of the Muse and Moods Mundane”, en American Journal of Psychiatry, 151, 4, 477-479. P. 477
10. Hershman, J. Y Lieb, J. (1998). Manic depression and creativity. Amherst, New York. Prometheus Books. P. 23.
11. Ibid, p. 23
12. Ibid, p. 24
13. Ibid, p. 139
14. Ibid, p. 15
15. Ibid, p. 15
16. Ibid. p. 15
17. Brenot, P. (1998). El genio y la locura. Barcelona: Ediciones B. (Public. orig. en fran. en 1997). P. 227
18. Jamison, K. R. (1993). P. 118
19. Richards, R. L. (1993). “Everyday Creativity, Eminent Creativity and Psychopathology”, en Psychological Inquiry, vol. 3, 4, 212-217. P. 215
20. Brenot, P. (1998). P. 150
21. Rothenberg, A. (1990). Creativity & Madness. New Findings and Old Stereotypes. Baltimore: The Johns Hopkins University Press. P. 149
22. Méndez, M. S. (1997). “El creativo, ¿un perturbador o un benefactor social?”, en Boletín de Educación de las Artes Visuales, 10, 1 y 11-12. P. 11
23. Romo, M. (1999). “El trastorno psicológico del artista. ¿Mito o realidad?”, en Aspasia. Revista de Arte, 4, 10-12. P. 11
24. Trilling, L. (1971). “Arte y neurosis”. En Lionel Trilling, La imaginación liberal. Barcelona: Edhasa. pp. 192-214. (Public. orig. en 1945). P. 207
25. Brenot, P. (1998). P. 180
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